– No me mientas, Len -dijo su madre, riendo. Juliette no pudo evitar sentirse algo extraña ante tan extraordinaria coincidencia-. Ya sabes que siempre que planeamos un viaje, te surge algo que te obliga a quedarte en Washington. No creas que no me conozco ya la rutina. Siempre me dices lo que quiero escuchar y me escondes el resto para que no me sienta desilusionada. Al menos, ya va quedando poco para la jubilación -añadió-. Chicas, ¿os parece que si podemos hacer que vuestro padre esté entretenido no echará de menos Washington?
Mientras Gillian y su madre empezaban a recitar actividades que se podrían realizar cuando llegara ese momento, el senador se inclinó sobre su hija.
– Con una semana que pase en casa me estaré subiendo por las paredes -susurró.
– Sobrevivirás -comentó Juliette, riendo-. Hay muchas cosas buenas que se pueden realizar fuera del Senado.
– Ésa es mi niña. Siempre preocupada por hacer bien las cosas. Si no me equivoco, fue así como acabaste comprometida con Stuart… Tal vez vaya siendo hora de que tomes el camino que es menos correcto políticamente.
– Ya te lo he dicho. Intenté hacerlo y me hicieron daño de todos modos.
Juliette había ido directamente desde el aeropuerto a casa de sus padres, porque él se iba a marchar a Washington por la mañana y lo que tenía que decirle no podía esperar.
Sus padres y ella habían hablado largo rato. Juliette había estado llorando y liberándose de sus penas, como solía hacer cuando era pequeña. El senador se había sentido muy desilusionado por lo que Juliette le dijo sobre Stuart, aunque comprendía plenamente que hubiera cancelado la boda. Lo único que lamentó fue que Juliette no hubiera hablado antes con él. Su padre, de todos modos, le había prometido no hacer nada hasta que considerara la situación muy cuidadosamente y hasta que ideara un modo de proteger a todos los que podrían verse dañados por aquella información. Sin embargo, sabía que Doug conocía toda la historia y que el tiempo podría jugar en su contra en aquel sentido.
Juliette se preguntaba qué era lo que había pasado durante el fin de semana, pero deseaba disfrutar simplemente de un desayuno familiar normal y no quería preguntarlo en aquellos momentos. La realidad se manifestaría muy pronto.
– Juliette…
– Lo siento, estaba distraída -dijo la joven. No se había dado cuenta de que su padre había seguido hablando con ella.
– Ha sido ese hombre el que te ha herido.
– Ese hombre tiene nombre, papá -dijo Juliette, levantando la mirada para mirar a su padre. Se sorprendió al ver que estaba sonriendo-. Por cierto, no sé qué es lo que resulta tan gracioso.
– Que te afecta, cariño. Y no es divertido. Es muy serio.
– ¡Qué me vas a decir a mí!
Todo lo que estaba relacionado con Doug le afectaba. Sus caricias, sus besos, el modo en que habían yacido en la cama, completamente desnudos, el modo en que sus corazones latían al unísono, como si fueran uno solo… En realidad, los buenos recuerdos eran lo que más le afectaban y lo que le impedía a veces creer que todo hubiera sido una mentira.
– A mí me parece que los dos tenéis un asunto sin terminar -afirmó el senador.
– ¿Qué puede haber sin terminar en el hecho de que fue a la isla mintiendo o en los extremos a los que fue capaz de llegar para conseguir su historia?
– Eso es algo que sólo tú puedes saber -concluyó su padre, encogiéndose de hombros-. O si lo que os dijisteis es más importante que lo que no se dijo.
«Te amo», le había dicho Doug. Y ella había permanecido en silencio. «Hemos compartido las cosas más importantes de nuestras vidas, mi infancia y tú pasado reciente». Y ella se había burlado de él.
– ¿Qué es lo que has aprendido de vuestra madre y de nuestra relación? ¿Qué es lo más importante que os hemos enseñado, hijas? -les preguntó el senador.
– Que siguiéramos lo que nos dictaba el corazón -dijo Juliette, en nombre de su hermana y en el suyo.
– ¿Y lo has hecho? ¿Con ese tipo de la universidad? ¿Con Stuart? ¿Seguiste lo que dictaba el corazón en esos casos o más bien lo que creías que tu madre y yo queríamos para ti?
Los dos sabían perfectamente que aquella pregunta era retórica. Con Stuart sólo había cumplido su deber como hija, pero con Doug… Recordó las palabras que Merrilee le había dicho antes de marcharse. La mujer sólo lamentaba no haber tenido la oportunidad de seguir lo que le dictaba el corazón.
Juliette se echó a temblar. Con Doug, había seguido lo que le decía el corazón. Gracias a él, había podido relajarse y ser ella misma. La había ayudado a superar su fobia a las tormentas… Recordó que a Doug le había abierto las puertas de su corazón.
Y lo había dejado marchar. ¿De verdad quería mirar el pasado, al cabo de los años, y darse cuenta de que había dejado pasar la oportunidad de poder seguir su corazón? Se preguntó, entre temblores cada vez más fuertes, si sería demasiado tarde…
– Quiero echar un vistazo al periódico -dijo su padre. Como buen político, sabía cómo retirarse.
– Yo te lo traeré, papá -dijo ella.
Cuando llegó al lugar en el que estaba el periódico, lo primero que vio fue el titular del artículo de Doug, claro y directo: Retractación anulada. Por fin se revelan los trapos sucios de un congresista.
Juliette sintió que el estómago le daba un vuelco al ver la fotografía y el nombre de Doug. En el cuerpo del artículo había otra fotografía, la de Stuart con el congresista Haywood.
A pesar de que la fotografía de Doug estaba en blanco y negro y en ella presentaba un aspecto más conservador de lo que ella había conocido, le recordó la profundidad de los sentimientos que tenía por él. Si antes había creído que lo echaba de menos, al ver aquella fotografía el dolor de su corazón se hizo casi insoportable. Además, el problema sería no sólo enfrentarse a la fotografía, sino al artículo. Evidentemente, había utilizado la información que ella había compartido con él…
Sus padres le habían dicho que siguiera siempre lo que le dictaba el corazón. Y el suyo se negaba a olvidarse de Doug a pesar de la prueba irrefutable que tenía en las manos.
Al mirar por encima del hombro, para buscar el apoyo de su padre, vio que él estaba conversando con su hermana. En realidad, sabía que no necesitaba su consejo. Si realmente amaba a Doug, tenía que creer en él, en las últimas palabras que le había dicho en la isla…
Rápidamente, se volvió y entregó el periódico a su padre.
– ¿No quieres leerlo? -le preguntó él.
– No -respondió Juliette-, tengo todas las respuestas que necesito aquí dentro -añadió, golpeándose el pecho.
Al oír aquellas palabras, su padre se levantó y le dio un abrazo.
– Has tomado esa decisión con tu corazón. Y creo que es la correcta. Cuando leas ese artículo, estoy seguro de que volverás a enamorarte de él.
Juliette le devolvió el abrazo y luego salió corriendo hacia la puerta.
– ¿Adonde vas? -le preguntó Gillian.
– A divertirme bajo la lluvia…
Sería un nuevo ejercicio para superar sus temores. Esperaba que Doug estuviera dispuesto a darle otra lección.
No se dio cuenta de que no sabía dónde vivía hasta que no se metió en el coche. Aunque sabía dónde estaban las oficinas del periódico, sabía que había una posibilidad muy pequeña de que todavía siguiera en la redacción a aquellas horas en un domingo. Sin embargo, no lo dudó.
Arrancó el coche y fue al centro de la ciudad. Aparcó el coche a una manzana de las oficinas del periódico y se quedó allí sentada, sin saber qué hacer.
Con el corazón a punto de salírsele del pecho, tomó su teléfono móvil y llamó a Información. Por supuesto, el número de Doug no aparecía en la guía. Entonces, se le ocurrió su única posibilidad: llamar a Merrilee.
Tal y como había planeado, a Doug le habían devuelto su puesto y, además, su padre había salido del hospital y se recuperaba favorablemente.
Entonces, ¿por qué se sentía Doug tan deprimido? Sacó el periódico de su buzón y, al llegar a casa, lo tiró sobre la encimera de la cocina. Los acontecimientos de los últimos días habían culminado en el artículo más importante de su carrera, gracias, en gran parte, al padre de Juliette.
A sugerencia de Doug, el senador Stanton se había dirigido a Stuart Barnes y le había convencido para que se entregara. Le había hecho comprender que el respeto por uno mismo es mucho más importante que un escaño en el Senado y que podría corregir lo que hubiera hecho con Haywood y sus socios. A cambio, el senador le había prometido apoyarlo incondicionalmente a lo largo del proceso. El joven había ido a la policía y, con la ayuda de un abogado, conseguiría que se le redujera considerablemente la sentencia si colaboraba.
El artículo de Doug era una exclusiva en la que se defendía el primer artículo que había publicado y revelaba los trapicheos de Barnes y Haywood y su relación con la Mafia sin mencionar el nombre de Juliette Stanton.
Por supuesto, la razón por la que había dejado a Stuart plantado en el altar se leía entre líneas, pero Doug no había querido dejarse llevar por el sensacionalismo de la Novia a la fuga. Había sacrificado aquella parte para proteger a la mujer que amaba. ¿Cuándo había sacrificado Doug Houston detalles de una historia antes? Nunca. Sin embargo, se sentía muy bien por lo que había hecho. Le parecía que el hecho de que fuera más sensible se lo debía a Juliette, por lo que, con el resto de los detalles de su artículo, debería haberse dado por satisfecho.
Pero lo único que le quedaba era un profundo sentimiento de soledad y de frustración. Para un hombre que siempre había estado solo, aquello no debería importarle, pero sabía que elegir estar solo y verse obligado a ello eran dos cosas muy diferentes.
Como necesitaba tomar un poco de aire fresco, decidió irse a dar un paseo, a pesar de que estuviera lloviendo. A pesar de que Chicago no tenía nada que ver con Fantasía secreta, los recuerdos lo inundaron una y otra vez.
Recordó la fantasía que había inventado para que lo emparejaran con Juliette. A pesar de basarse en algo cierto, como había sido el hecho de que hubiera utilizado a Erin para sus aspiraciones profesionales, no había podido evitar cometer errores. Había usado a Juliette del mismo modo en que lo había hecho con Erin, sólo que, aquella vez, también él había sufrido. Se había enamorado y había perdido a la mujer que tanto quería. Se lo merecía.
La mayor ironía de todo aquello era que había conseguido realizar su fantasía. Aquella mentira le había hecho ser más humano, aunque reconocía sus errores y sabía que lo que le deparara el futuro ya no dependía de él. Si quería hacerlo, Juliette sabría muy bien dónde encontrarlo…
En aquel momento recordó que no le había dado su dirección. Tras lanzar una maldición, decidió volver corriendo a su casa, más mojado que antes, pero sin haber conseguido ninguna solución.
Sin embargo, a medida que se acercaba a su casa, vio una hermosa mata de cabello rojizo entre las brumas de la gran ciudad. Entonces, no pudo evitar preguntarse si hasta los canallas como él merecían una segunda oportunidad.
De repente, todo le pareció un sueño y aminoró la marcha. No obstante, cuando Juliette extendió la mano y él la tocó, comprendió que todo era real.
– Hola.
– Hola -dijo ella, con la sonrisa que tanto había echado de menos durante aquellos días.
– Veo que estás sentada bajo la lluvia. ¿Es que ya has superado tu miedo a las tormentas?
– Ese miedo se ha visto reemplazado por recuerdos más agradables.
Seguían de la mano, mirándose a los ojos.
– ¿Llevas esperando mucho tiempo?
– Toda mi vida -respondió Juliette.
Al oír aquello, Doug abrió la puerta del portal, hizo que ella se levantara y la hizo entrar. Una vez estuvieron a cubierto, él la tomó entre sus brazos. Se besaron de un modo tan apasionado e intenso, que a Doug no le quedó duda alguna de que los sentimientos de Juliette eran tan poderosos como los suyos.
– Te he echado de menos…
– Lo mismo digo -susurró él, agarrándola con fuerza por la cintura-. Sé que tenemos muchas cosas que arreglar.
– Mmm… Muchas cosas… pero nada que no pueda esperar.
– Me alegro de que podamos esperar para hablar -musitó Doug, apretándose contra ella con fuerza-, pero espero que no lo hagamos para otras…
– No soy yo la que está perdiendo el tiempo hablando.
No. Efectivamente, ella ya le había colocado las manos en la pretina del pantalón y había agarrado con fuerza su sexo. Doug comprendió que tenía razón. Ya tendrían tiempo para hablar.
– Te echo una carrera al sofá -dijo él, entre risas, tras abrir la puerta de su apartamento.
– Estaba esperando que dijeras eso…
Juliette fue más rápida y, tras colársele por debajo del brazo, fue quitándose la ropa por el camino. Entonces, se tiró corriendo sobre el sofá. Doug hizo lo mismo y, enseguida, se tumbó encima de ella. A continuación, le subió los brazos sobre la cabeza y entrelazó sus dedos con los de ella.
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