Sabía que todavía no podía comenzar su misión. Merrilee todavía no lo había autorizado. Le había dado veinticuatro horas para que pudiera observar y decidir. Doug respetaba el cuidado que había puesto en el caso y admiraba su dedicación. Si la situación fuera la contraria, tal vez él no estuviera confiando en sí mismo en aquellos momentos.

Por ello, por delante tenía unas horas valiosísimas para convencer a las dos mujeres de que él era el hombre adecuado para Juliette. Persuadirlas no sería ningún problema. Había tenido mucha experiencia en seducir a las mujeres para conseguir lo que necesitaba.

– ¿De dónde eres? -le preguntó Juliette.

Doug se sorprendió por la calidez y la dulzura de su voz. Habría creído que sería más distante y cultivada. Sospechaba que la personalidad de la joven sería igual de amable. Aquello podría causarle problemas. Le habría resultado más fácil mantener una distancia emocional si ella hubiera sido la típica mujer rica, fría y distante.

– Soy de Michigan.

Técnicamente así era. Había nacido en Detroit y había vivido allí hasta los tres años. Entonces, su padre los abandonó y su madre decidió mudarse a Chicago. Sin embargo, no podía decir que vivía en Chicago por si ella se volvía más cautelosa. Tampoco podía darle su apellido por si ella recordaba sus artículos en el Tribune. Cuantos menos detalles, mejor.

– Yo nací en Chicago. Esto parece irreal -añadió ella mientras admiraba la blanca arena y la profundidad del océano.

Doug se volvió a mirarla para contemplar el traje de baño que ella llevaba puesto, un biquini con un generoso escote, que revelaba un vientre muy liso y unas piernas muy largas.

– Sí -respondió a duras penas.

Al ver que Juliette se sonrojaba, se dio cuenta de que había cometido un error. Había sido demasiado directo. Necesitaba información, no sexo. Bueno, si era sincero consigo mismo, también necesitaba sexo, pero, por muy tentadora que le resultara, no estaba en su agenda. Estaba allí para hacer que la fantasía de Juliette se convirtiera en realidad y conseguir al mismo tiempo que ella confiara en él y le contara todo lo referente a su ex. Aunque el efecto que estaba teniendo en él era poderoso, no podía utilizarla para satisfacer motivos egoístas. No podía volver a tomar ese camino.

Aquel pensamiento lo sorprendió. El Doug Houston que conocía habría hecho cualquier cosa para conseguir material para una historia. ¿Por qué Juliette tenía que hacer que las cosas fueran diferentes?

Porque ella misma era diferente. No sabía por qué, pero Juliette y su encantadora ingenuidad hacían que pudiera analizar de otro modo su poco estelar pasado. No sólo había causado a Erin un inmenso dolor, sino que la venganza de ella había sido algo que no olvidaría jamás. Era la razón por la que estaba en aquella maldita isla.

A pesar de todo, no podía culparla. Ella no había podido sospechar que él no buscaba un futuro en común. Se había acostado con ella porque había estado interesado en ella, se había quedado a su lado porque ella era conveniente, tanto personal como profesionalmente, pero nunca la había amado.

Al mirar a la mujer que tenía a su lado, se dio cuenta de que Juliette Stanton era una mujer muy hermosa. Demasiado. Debía tener cuidado si se implicaba, con ella de aquella manera, porque sería él el que se llevaría la patada aquella vez.

– ¿Puedo traerte algo de beber? -le preguntó, tras ayudarla a colocar una hamaca y a poner una toalla encima.

– Creo que por ahora contemplaré el paisaje.

– Me encantaría hacer lo mismo -dijo él sin poder evitar fijarse en el escote de ella. Decidió inmediatamente que no debía excederse. Ya había sido suficiente para el primer día.

– Merrilee mencionó que hay una fiesta en la playa esta noche…

– Por favor, no me digas que vas a participar en el concurso de camisetas mojadas.

– Creo que eso haría que todos los hombres le suplicaran a Merrilee que les devolviera el dinero -musitó ella, sonriendo ligeramente.

– Me parece que subestimas el impacto que causas en el sexo opuesto -susurró Doug. Entonces, sin poder evitarlo, admiró de nuevo su espléndida figura.

– Oh, creo que sé muy bien el impacto que les causo a los hombres -replicó Juliette, cerrando los ojos. Parecía como si quisiera ocultar de aquel modo sus pensamientos y sus sentimientos.

Doug se sentó en el borde de la hamaca, junto a ella.

– No estoy seguro de ello.

Aquella actitud le reveló que, seguramente, Stuart Barnes le había hecho dudar de su atractivo. Por eso había acudido a aquella isla, en busca de su fantasía. Recordó todo lo que había leído en su expediente, pero sobre todo que quería sentirse deseada. Doug quiso borrar la duda y las sombras de sus ojos y, por primera vez en su vida, sus motivos no fueron puramente egoístas.

– ¿Por qué me parece que estás viéndote influida por los puntos de vista de otra persona?

– ¿Porque has estado demasiado tiempo al sol? -bromeó ella, mirándolo con sus enormes ojos verdes.

– No llevo al sol el tiempo suficiente como para delirar. Por otro lado, he estado a tu lado lo suficiente como para saber que tú me afectas -susurró, acariciándole suavemente la piel con el pulgar.

– Aquí hace mucho calor.

– Sí…

Doug sabía que, si no apartaba la mano, los dos se acalorarían más y más.

– Creo que te he entendido.

– Me alegro. No te conozco muy bien, pero te aseguro que puedes afectar a cualquier hombre.

– Gracias por decírmelo. En cuanto a lo de no conocerme, eso es algo que se puede remediar -musitó. Luego, sacudió la cabeza. Evidentemente, estaba avergonzada.

– ¿Me estás invitando?

– Creo que sí -contestó ella, sonrojándose-. A la fiesta de la playa, para que podamos conocernos mejor…

La actitud que ella estaba desplegando ante él demostraba perfectamente que aquellas insinuaciones no le salían fácilmente, lo que sugería lo mucho que había sufrido su orgullo y la confianza en sí misma. Aunque había sido ella la que había dejado plantado a Stuart en el altar, aquello le había pasado factura.

Doug le acarició suavemente un muslo y luego le tomó la mano.

– Bueno, Juliette, me encantaría disfrutar de tu compañía esta noche, por lo que acepto encantado tu invitación.

– Gracias -susurró ella, antes de humedecerse ligeramente los labios, en una intrigante combinación de sensualidad y de inocencia.

– ¿Quieres que pase a recogerte o nos reunimos allí?

– Tengo algunas cosas de las que ocuparme primero, así que nos reuniremos allí, ¿te parece?

Doug asintió. Alejarse de su lado fue mucho más difícil de lo que hubiera imaginado cuando sabía que iba a volver a encontrarse con ella a las pocas horas. Nunca hubiera esperado que la conservadora Juliette Stanton fuera la que diera el primer paso, pero debía reconocer que aquello lo acercaba a su meta. Le había dado oportunidad de conocer su historia y de dejar al descubierto los trapicheos de su ex, y la relación de éste con Haywood y con la Mafia. Juliette le había proporcionado la oportunidad. El resto dependía de él.


Merrilee estaba sentada en su escritorio, contemplando el enorme ramo de rosas rojas que le habían mandado. La tarjeta que acompañaba las flores no iba firmada. El remitente era anónimo.

Entonces, alguien llamó a la puerta de su despacho.

– Entre.

Cuando la puerta se abrió, entró Juliette Stanton, vestida como si acabara de regresar de la playa.

– Hola. Siento molestarte, pero me preguntaba si tendrías un minuto… ¡Oh! ¡Qué bonitas flores!

– Gracias. A mí también me lo parecen, aunque me gustaría saber quién me las ha enviado.

– ¿Se trata de un admirador secreto? ¡Qué romántico!

– Más que nada es misterioso.

– ¿Había alguna tarjeta? ¡Oh! Lo siento. Sé que no es asunto mío.

– En realidad, siempre he creído que cuando una persona me cuenta sus fantasías, es como si se creara un vínculo entre nosotros. No me importa responder. Sí, había una nota -respondió Merrilee, leyéndole la tarjeta-. «Rosas, rojas como rubíes. Porque son tus favoritas».

– ¿Y es eso cierto?

Merrilee asintió. Los rubíes rojos le recordaban a Charlie. Sin poder evitarlo, miró el anillo. Sin embargo, sabía bien que hacía mucho tiempo que había perdido a Charlie. Dejarse llevar por el sentimentalismo no se lo devolvería. Aunque se preguntaba quién conocía tan bien sus secretos, aquél no era el momento de hacerse preguntas al respecto.

– Bueno, ¿qué puedo hacer por ti? -le preguntó a Juliette, tras sacar un pañuelo de papel de una caja y enjugarse los ojos.

– Tal vez éste no sea el momento más adecuado. Puedo volver más tarde…

– Estoy bien. Cuéntame, por favor.

– Bueno, no conozco muy bien cómo funciona esto de las fantasías, pero tengo una petición que puede resultar… poco ortodoxa.

– Confía en mí -dijo Merrilee con una sonrisa-. No hay mucho que no haya visto ni oído en mi trabajo de hacer que las fantasías de la gente se hagan realidad.

– En ese caso, de acuerdo. Deseo a Doug… Lo siento, no conozco su apellido, pero quiero que sea el hombre de mis fantasías.

Doug. Merrilee sabía que Juliette se refería a Doug Houston y comprendió que él había escogido el anonimato. Tras la visita que Doug le había hecho hacía una semana, Merrilee había investigado un poco y conocía muy bien los entresijos de aquella fantasía. Había descubierto, antes de que llegara, que él le había dicho la verdad. Era un punto a su favor, pero su estancia en la isla seguía estando condicionada. Merrilee comprendió que si Juliette sabía que había elegido al hombre que había escrito el artículo sobre el socio de su ex, se asustaría. Sin embargo, también sabía que la atracción era más fuerte que el miedo.

– ¿Te refieres al hombre que vimos antes en el vestíbulo?

– Sí. Sé que dijiste que lo vería más y quiero que sea así. Quiero asegurarme que él es el hombre que has elegido para mí, a menos que ya esté con otra mujer.

– Evidentemente, hay una fuerte atracción entre vosotros.

– No estoy segura de haber sentido algo parecido antes -confesó Juliette, sonrojándose y desviando la mirada-. Es como algo que te golpea entre los ojos y te deja sin saber qué hacer a continuación.

– ¿Excepto no dejarlo marchar?

– Exactamente.

La joven acababa de hacer que la decisión de Merrilee fuera mucho más simple. Por la ética de su profesión, no podía revelar nada sobre la vida de Doug Houston ni la relación que pudiera tener con el pasado de Juliette. Aquello era algo que tendrían que solucionar los dos cuando llegara el momento y si este llegaba a producirse. Después de observar a Doug toda la tarde, su instinto le decía que no estaba allí para hacer daño a Juliette.

– Bueno, no veo ningún problema. Sea cual sea la fantasía de Doug, y creo que entenderás que no puedo revelarla, no implica a ninguna otra mujer.

– Entonces, está… -comentó Juliette, aliviada.

– Disponible.

– Yo iba a decir que a mi disposición -replicó la joven, riendo.

– Algo me dice que ese hombre no sabe lo que se le viene encima -dijo Merrilee, riendo.

– Creo que estoy jugando limpiamente. Mientras yo le ayude a cumplir su fantasía, ¿por qué no he de ir tras el hombre que más me interesa?

– Entonces, supongo que él también está cumpliendo tu fantasía.

– ¿Te refieres a lo de si me está haciendo sentir como si nada ni nadie fuera más importante? Sí, se le da muy bien… Bueno, supongo que debo darle a mi hermana las gracias en cuando la vea por regalarme esta semana para disfrutar y escaparme de los problemas que me esperan en casa.

– Mi esperanza es que mis huéspedes se marchen de aquí con una nueva perspectiva de vida.

– Estoy esperando marcharme de aquí con una nueva perspectiva sobre muchas cosas.

– Bueno, si hay algo que pueda hacer, te ruego que no dejes de venir a comunicármelo.

– Sí. Muchas gracias, Merrilee. Por todo. Y hasta que descubras quién es tu admirador secreto, espero que disfrutes con la atención.

Merrilee sonrió.

– Y yo espero que tú disfrutes de tu estancia entre nosotros y que dejes que empiece tu fantasía.

– Lo haré -afirmó Juliette.

Entonces, se levantó y salió del despacho.

Se puso a recordar los momentos que había pasado con Doug. Se acordó de que había pensado que sería imposible que un hombre tan atractivo se sintiera atraído por ella. Rápidamente, al sentir el contacto de sus manos, se había dado cuenta de que era Stuart el que hablaba dentro de ella y la llenaba de dudas. Doug había sabido convertirla de nuevo en la mujer segura y confiada que había sido.

Juliette pensó en la semana que la esperaba. Doug sabría distraerla de su dilema de cómo y cuándo revelar el engaño de su ex novio. Era un hombre con el que podría retirar la red tras la cual se había protegido toda su vida y así descubrir el lado más sensual de sí misma, el lado que siempre había creído inexistente. Además, era un hombre al que no volvería a ver después de pasar aquellos días juntos. Y lo más importante era que se trataba de un hombre que no la estaba utilizando por sus contactos en la sociedad o en la política.