Juliette salió de su bungaló y aspiró el húmedo y fragante aire de la noche. Siguió el estrecho sendero que conducía hacia la playa en la que se iba a celebrar la fiesta de aquella noche, la playa en la que esperaba que Doug la estuviera esperando.

Las llamas de unas antorchas iluminaban el camino. Desde lo alto de las empinadas escaleras que conducían a la playa, se detuvo. Había una fogata y una orquesta estaba tocando sobre un improvisado escenario. La gente se mezclaba, algunos en parejas, otros en grupos y unos cuantos estaban solos. Juliette centró más su atención y buscó a la única persona que despertaba su interés.

– ¿Estás buscando a alguien? -le dijo de repente su voz a sus espaldas.

– Sólo estaba admirando las vistas -mintió ella.

– Si tú lo dices… -susurró él, echándose a reír inmediatamente-. Sin embargo, yo sé que te estaba buscando a ti.

– Pues ya me has encontrado. Estaba a punto de bajar a dar una vuelta.

– Suena bien -le dijo Doug. Entonces, con un gesto, le indicó que bajara primero. Al llegar a la arena, Juliette se dispuso a seguir andando, pero él le agarró la mano-, pero antes, una cosa.

– ¿De qué se trata?

Doug le había colocado las manos sobre los hombros. Estaba estrechándola suavemente contra su pecho. Juliette vio que una barba de pocos días le cubría las mejillas y que sus ojos, tan azules como el mar, la miraban muy fijamente.

– Gracias por invitarme a pasar la noche contigo.

– ¿No te parece que estás siendo algo presuntuoso?

Al comprender la extensión de lo que había dicho, Doug abrió mucho los ojos, muy sorprendido. Juliette se echó a reír.

– Bueno, algo me dice que es mejor no profundizar en esa frase.

– Todavía no, pero hay tiempo…

Juliette se echó a reír. Estaba muy nerviosa, porque quería darle luz verde, pero no sabía exactamente cómo proceder. Sin embargo, la intensidad y el interés que notaba en él la hizo ser valiente.

– No pienso irme a ninguna parte. ¿Te apetece tomar algo? -le sugirió Doug cuando un camarero se detuvo delante de ellos con una bandeja llena de bebidas multicolores-. ¿Una piña colada? ¿Un tequila sunrise? ¿O quieres que vaya a la barra y te pida otra cosa?

– Elige tú por mí.

Doug tomó dos vasos altos de la bandeja y le entregó uno a Juliette. Entonces, el camarero se marchó y los dejó solos.

– Es una piña colada.

– Mmm -dijo Juliette, tras dar un sorbo-. Está muy dulce -añadió, sorprendida, mientras se lamía los labios con la lengua.

– Pensé que era mejor iniciarte en los cócteles con algo suavecito.

– ¿Qué me delató?

– Tus enormes ojos, llenos de curiosidad. Miraste esa bandeja como si no hubieras visto nada parecido antes.

– Estoy más familiarizada con los vinos y el champán.

– Algo me dice que has llevado una vida muy protegida.

– Yo diría más bien que muy conservadora, pero mi gemela lo ha experimentado todo.

– Bueno, espero que después de esta semana tú puedas afirmar lo mismo.

– Me alegro de ver que pensamos del mismo modo -susurró ella con una sonrisa-. Efectivamente, estoy aquí para experimentarlo todo. Bueno, ¿a qué otras cosas me vas a introducir?

Un temblor sacudió el cuerpo de Doug. No se atrevía a contarle las experiencias que le gustaría tener con ella. Se recordó que era mejor que no hubiera sexo entre ellos.

Necesitaba algo que lo distrajera de las miradas veladas que ella le estaba lanzando. A pesar de aquel comportamiento tan provocativo, el ligero temblor de su voz y la mirada que había en sus ojos revelaban su verdadera naturaleza. Como hija de un senador, había crecido delante de las cámaras, por lo que sabía muy bien guardar las apariencias. Sin embargo, en aquella isla, al verse enfrentada al verdadero deseo, irradiaba una ingenuidad que nunca hubiera esperado. No creía que supiera el efecto que estaba teniendo en él. Cada vez que la miraba y contemplaba el atuendo que había elegido, la boca se le quedaba seca. La falda a modo de pareo que llevaba puesta mostraba gran parte de su pierna, mientras que la camiseta, que imitaba la parte superior de un biquini, mostraba un liso vientre y acentuaba sus redondeados pechos. No difería del atuendo que llevaban el resto de las mujeres aquella noche, pero las demás no eran Juliette, ni ejercían sobre él el mismo efecto devastador.

– Vamos a ver qué hay en las cabañas de bambú -sugirió él, señalando los improvisados restaurantes-. ¿Qué te apetece? ¿Una hamburguesa, un perrito caliente o prefieres pescado?

– Creo que tomaré una hamburguesa -respondió ella, arrugando la nariz al notar el fuerte aroma del pescado.

– Supongo que las chicas tan conservadoras como tú no aprecian el arte de atrapar, descamar y destripar un pez.

– Yo no he dicho que fuera conservadora -replicó ella con una sonrisa en los labios-, sino que había llevado una vida muy conservadora. Hay una diferencia muy grande entre los dos conceptos. En cuanto a ti, te veo tan relajado que no veo ni una onza de convencionalismo ni en ti ni en tu educación, ¿me equivoco?

– Tienes razón. Me adoptaron y ni mis padres biológicos ni los adoptivos eran conservadores.

– Yo diría que no, especialmente si has heredado el estilo para vestir de alguno de ellos -dijo ella, señalando los pantalones cortos, con motivos hawaianos, que él llevaba puestos, y que no conjuntaban con la camisa de manga corta y de estampado también tropical.

– ¿Te molesta?

– No, es diferente.

– ¿Diferente en qué sentido?

– En el mundo del que yo vengo, los hombres llevan trajes y corbatas y polos con pantalones de pinzas.

– Bueno, si alguien de mi familia lleva traje y corbata, nunca lo he visto -replicó él, agradeciendo aquel breve, aunque prometedor, inciso sobre su vida privada.

Efectivamente, Ted Houston no se había puesto nunca un traje. Doug, por el contrario, sabía muy bien cómo debía vestirse para cada ocasión, aunque en la isla había dejado que dominara su lado más rebelde.

– Además, mi padre adoptivo tiene un problema congénito y no puede distinguir los colores, y yo creo que heredado su habilidad para combinar los colores.

Juliette se echó a reír con aquella broma.

– ¡Eh! No me interpretes mal. Tu estilo es un cambio muy agradable. Tú eres un cambio agradable…

Juliette dio un nuevo sorbo a su cóctel. Doug, que había sentido un soplo de aire fresco con su risa, se dio cuenta entonces de que el camarero se había olvidado de darles unas pajitas, pero no le importó. Así tuvo oportunidad de limpiarle la espuma de la bebida del labio superior con la yema del pulgar.

Juliette se quedó muy quieta, con aquellos enormes ojos verdes llenos de sorpresa. El mismo Doug reconoció el sentimiento, porque él mismo lo estaba sintiendo. Su mente le decía que utilizara la sorprendente corriente eléctrica que había surgido entre ellos para su propio beneficio. Sin embargo, el corazón, que le latía velozmente en el pecho, lo animaba simplemente a disfrutar.

Cuando apartó la mano, se la llevó a la boca para quitarse la espuma del dedo con la lengua. Juliette suspiró, casi como si fuera de placer, por lo que el cuerpo de Doug se tensó inmediatamente.

Justo entonces, anunciaron la cena e indicaron a los invitados que se dirigieran al buffet, lo que ayudó a Doug a recuperar la razón. Había perdido una oportunidad perfecta de sacarle información con el pretexto de conocerla mejor. No sólo no comprendía por qué no lo había hecho, sino que se sentía completamente descentrado.

– Salvada por la campana -musitó.

– ¿Cómo dices?

– Nada. ¿Qué te parece si vamos por algo de comer?

– Vamos.

Efectivamente, Doug necesitaba poner distancia con aquel momento. ¿En cuántos líos podía meterse durante el transcurso de una cena? En demasiados.

Con los platos llenos de comida, se dirigieron a las mesas que se habían colocado para la cena. A sugerencia de Juliette, se sentaron en una que estaba en un lugar más reservado.

Doug se estaba empezando a dar cuenta de que no podía negarle nada cuando tenía aquel brillo de excitación en los ojos, el brillo que indicaba que estaba experimentando algo por primera vez. Él había crecido rápidamente, primero en las calles y luego al lado de Ted Houston. Había aprendido cómo engatusar al diablo para conseguir la información que deseaba, por lo que le sorprendía mucho alegrarse por estar dándole buenos recuerdos que la ayudaran a olvidar los más dolorosos que, sin querer, él le había causado.

Verla comer estaba resultando ser una experiencia muy sensual. Era una delicia cómo se lamía los dedos antes de secárselos ligeramente en la servilleta. Entonces, dejó la servilleta a un lado y bostezó.

– Juro que no es la compañía.

– Es el viaje. Lo sé. Me sorprende que hayas aguantado hasta tan tarde. ¿Quieres marcharte ya a tu bungaló?

– Por mucho que me cueste decirlo, creo que eso sería lo mejor.

– Lo entiendo. -Tras depositar sus envoltorios de papel y las sobras en los cubos de la basura, Juliette se volvió de nuevo hacia él.

– Me he divertido mucho esta noche.

– Yo también, pero hasta que no te haya acompañado hasta tu puerta, no se ha terminado.

– No tienes por qué hacerlo, aunque me gustaría que lo hicieras.

Mientras la acompañaba hasta la puerta de su bungaló, Doug se sintió como un muchacho en su primera cita, en vez de un experimentado reportero que luchaba por conseguir una historia. Sin embargo, sabía que todas las tareas requerían tiempo y que eso era lo que necesitaba para conseguir lo que esperaba.

– Bueno, ya estamos aquí -dijo ella, apoyándose contra la puerta del bungaló.

Por el brillo que vio en sus ojos, Doug comprendió que ella no escaparía rápidamente tras darle atropelladamente las buenas noches, aunque, por la respuesta que estaba experimentando su cuerpo, no era eso lo que deseaba.

La fantasía de Juliette. Se había esforzado tanto por descubrirla, aunque sólo hubiera sido por sus egoístas propósitos… Sin embargo, poco a poco, estaba dándose cuenta de que aquélla no era la única razón de que quisiera hacer realidad sus sueños. Disfrutaba dándole la atención que ella deseaba y gozaba con el brillo que veía en sus ojos.

Dio un paso al frente y le acarició suavemente la mejilla. Juliette suspiró y, sin poder evitar el impulso, Doug enredó un dedo en uno de los rizos de su cabello. Era tan sedoso como había imaginado, pero su piel lo era aún más.

Suavemente, la tomó entre sus brazos. Los labios de la joven estaban tan cerca que casi estaban besando los de él. ¿Serían tan deliciosos como su piel? ¿Se escaparía a su control el breve beso de buenas noches que iba a darle, convirtiéndose en un fuego imposible de apagar? Se prometió guardar las distancias y se juró una vez más que el sexo no pasaría jamás a formar parte de la ecuación.

Cuando la besó, supo que aquello no tenía nada que ver con sus propósitos y todo con el deseo que ella le hacía sentir. Entonces, lo descubrió. Los labios de Juliette eran suaves, pero decididos. Sabían a la dulzura de la piña colada y recibieron sus caricias con un ansia que no debió tomarlo por sorpresa, pero así fue.

A pesar de que aquel beso iba destinado a dejarla deseando más, era él el que anhelaba un contacto más íntimo. Como si Juliette le hubiera leído los pensamientos, separó los labios y dejó que su lengua se deslizara al interior de la boca y la hiciera suspirar de placer. Sin pensarlo, la aprisionó entre su cuerpo y la puerta del bungaló. Juliette le rodeó la cintura con las manos.

Durante un momento, Doug dejó que su cuerpo se moldeara al de ella, le permitió que sintiera lo que le hacía. Entonces, en lo que debió de ser el movimiento más difícil de su vida, dio un paso atrás y rompió el beso. Sin embargo, no interrumpió el contacto entre sus cuerpos. Apoyó la frente sobre la de ella y escuchó la atribulada respiración de Juliette, que armonizaba perfectamente con los rápidos latidos de su corazón.

– Eres muy hábil -murmuró ella.

– Tú tampoco lo haces mal -replicó Doug, riendo. Entonces, levantó el rostro.

– Me lo tomaré como un cumplido -dijo Juliette mientras llevaba un dedo a los labios de él, lo que volvió a despertar su deseo.

– Esa era mi intención. Ahora, deberías dormir.

Le quitó la llave de la mano y abrió la puerta del bungaló. Sin embargo, no hizo ademán por entrar tras ella cuando Juliette cruzó el umbral y le deseó buenas noches.

Cuando la puerta se cerró, Doug se echó a temblar.

– Maldita sea…

Necesitaba una estrategia, y la necesitaba muy pronto. Si no, corría el peligro de perderse en Juliette Stanton sin cumplir el propósito que lo había llevado allí. Un propósito que ella le hacía olvidar demasiado fácilmente.