Capítulo 3
Juliette se desperezó en la cama. Al ver que ya había amanecido, se sorprendió. Había dormido estupendamente.
La cama, que era muy cómoda, ofrecía espacio más que suficiente para dos personas. La noche anterior, se había desvelado deseando no estar sola. Deseando haber tenido el valor de invitar a Doug a pasar.
Sin embargo, no lo había hecho y él no lo había sugerido. Era un caballero, algo que le gustaba mucho de él. Se estaba tomando las cosas muy lentamente, algo que producía en ella sentimientos encontrados.
Se obligó a levantarse y se dirigió al cuarto de baño. Sabía que había sido la traición de Stuart la que la había hecho dudar de que fuera deseable para los hombres, pero no podía negar la necesidad que tenía de que Doug demostrara que estaba tan interesado por ella como ella por él.
En lo que se refería a aquel hombre, sus deseos estaban lejos de sentirse satisfechos, y no estaba hablando sólo de la parte física. Deseaba también conocerlo mejor. Quería saber cuál era su fantasía y si ella era una parte integral para su realización. Dado que las aventuras de una noche no eran su estilo, apreciaba la oportunidad de poder conocerlo antes de pasar a una intimidad para la que, emocionalmente, no estaba preparada.
Terminaba de lavarse la cara y de cepillarse los dientes cuando alguien llamó a la puerta. El sonido de unos nudillos sobre la madera la sobresaltó. Entonces, recordó que la noche anterior había colgado en su puerta la tarjeta por la que se requería servicio de habitaciones.
– ¡Ya voy! -exclamó. Con un estómago lleno y su dosis de cafeína se sentiría mucho mejor para enfrentarse con la playa, con los biquinis y con Doug, aunque no necesariamente en ese orden.
Rápidamente, se dirigió al armario para encontrar algo con lo que cubrir el ligero camisón que llevaba puesto. El albornoz de algodón que había metido en la maleta había sido sustituido por una bata corta de seda, cortesía de Gillian. Aquella prenda no resultaba muy adecuada para abrir la puerta. Juliette revolvió entre su ropa, esperando encontrar algo más adecuado, pero su hermana se había asegurado de que lo cómodo se viera sustituido por lo sensual.
La persona que esperaba al otro lado de la puerta volvió a llamar.
– ¡He dicho que ya voy!
Suspiró y tomó la bata de seda. Era aquello o el camisón. Rápidamente se envolvió en la prenda y se anudó el cinturón mientras caminaba hacia la puerta.
Abrió la puerta para que el camarero pudiera entrar con la comida. Sin embargo, el hombre que esperaba, no era un camarero. Era Doug. Al verlo, el corazón le dio un vuelco. Llevaba puestas las gafas que tenía la primera vez que lo vio. Con una ligera barba y una sensual sonrisa en los labios, daba un nuevo significado a la palabra sexy. Al recordar que ella misma había besado aquellos mismos labios, se echó a temblar y, sin pensar, se cerró un poco más la bata, como si aquello pudiera protegerla de él.
«Como si quisiera protección», pensó, sin poder evitarlo. Por el modo en que Doug inclinó la cabeza, supo que había notado su intento por cubrirse. Al notar la calidez de su mirada sobre la piel, sintió como si fuera a abrasarse.
– ¿Pediste servicio de habitaciones?
Había estado tan absorta, mirándole el rostro, que no se había dado cuenta de que llevaba una bandeja de desayuno en las manos y un ramo de flores bajo el brazo. Entonces, le entregó las flores.
– Gracias -susurró ella, tras inhalar su delicado aroma.
– De nada. Puedo poner la bandeja en la terraza para que podamos comer allí o podemos comer dentro. O la puedo dejar sobre la mesa y dejarte en paz, pero te ruego que te apiades de mí porque esta cosa es bastante pesada.
Juliette dudaba que supiera exactamente la naturaleza de su fantasía, pero no podía negar que la estaba cumpliendo hasta el último detalle. Sabía cómo ocuparse de ella y hacer que se sintiera especial. Estaba segura de que no le preocupaba lo más mínimo que ella le pidiera que se marchara. ¿Por qué iba a hacerlo? Ella quería que se quedara tanto como, aparentemente, él deseaba hacerlo.
– Si voy a desayunar bajo este cálido sol, admirando un hermoso jardín de plantas tropicales, no me gustaría hacerlo sola. La puerta de la terraza está abierta. ¿Por qué no colocas la bandeja allí? -le sugirió.
Sin darse cuenta, dejó caer la mano. La bata se le entreabrió, dejando a la vista parte del encaje del camisón. No obstante, aunque los ojos de Doug se oscurecieron, ella supo que no había revelado mucho.
Él suspiró. Había pensado que dormir bien a lo largo de aquella noche le daría objetividad, distancia y una renovada cautela para poder sacarle la información que necesitaba. Era un profesional y tenía muchas razones para centrarse plenamente en su objetivo. Incluso había descartado la posibilidad de que Merrilee no le permitiera quedarse en el complejo.
Sin embargo, al admirar a Juliette vestida con aquella sensual bata, supo que permanecer indiferente a ella no era algo que pudiera conseguir fácilmente. Su plan para aquel día los mantendría ocupados y le daría la oportunidad de entablar conversación con ella para que, posiblemente, Juliette tuviera ocasión de revelar algo de lo que andaba buscando. No obstante, era del presente de lo que debía ocuparse en primer lugar. Ver el aspecto que ella tenía por la mañana había provocado que hablar quedara en un segundo plano y que el deseo se hubiera apoderado de él.
Ya había reconocido su debilidad por las mujeres atractivas. Y Juliette, recién levantada de la cama, tan hermosa, lo tentaba de un modo que hacía que sus instintos más básicos estuvieran a punto de anteponerse a los más urgentes.
Como pudo, entró en la cabaña, y, tratando de no prestar atención a las revueltas sábanas de la cama, se dirigió directamente a la terraza.
– He tenido fantasías sobre esto -dijo ella, con voz profunda, a sus espaldas.
– ¿Sobre los pastelitos de mantequilla? -le preguntó él, mostrándole la selección que llevaba en la bandeja. Aquello era mejor que dejarse llevar por las fantasías reales con una mujer a medio vestir a la que deseaba.
– Sobre desayunar en una isla tropical, con un hombre muy atractivo a mi lado -replicó Juliette, saliendo también a la terraza-. ¿Y cómo puedes hablar como si sólo hubiera pastelitos de mantequilla? -añadió, mientras se sentaba en una de las sillas, cruzando las piernas y revelando una piel tan suave que hizo que Doug babeara más por ella que por la comida que había en la bandeja.
– Porque prefiero los dulces.
– ¿Dulces como éste? -preguntó Juliette, tomando una fresa entre los dedos-. ¿O más como esto? -añadió, mostrándole uno de los pastelitos.
– No -respondió Doug, inclinándose sobre ella, muy cerca de su cabello revuelto y de su fresca piel-. Más como esto.
Entonces, le acarició suavemente los labios con los suyos. Tenía la intención de no dejarse llevar por la pasión y lo consiguió hasta que ella suspiró. En aquel momento, sintió que las rodillas le cedían. Si no hubiera sido porque estaba agarrado a la silla, se habría caído a sus pies.
Lentamente, levantó la cabeza y encontró que ella lo estaba estudiando, con una dulce sonrisa en los labios.
– ¿Ha sido lo suficientemente dulce? -preguntó.
– Por ahora -respondió él. Decidió que, tras aquel pequeño aperitivo, era hora de ponerse manos a la obra, por lo que fue rápidamente a sentarse al otro lado de la mesa-. Bueno, ¿estás disfrutando de tus vacaciones?
– Más a cada momento que pasa. ¿Café?
– Sí, pero permite que sea yo el que lo sirva. Yo hago de camarero aquí, ¿te acuerdas?
– Tú trajiste el desayuno, pero eso no significa que no pueda ayudarte a servirlo. No soy una inútil.
– En ese caso -susurró él, colocándose las manos detrás de la cabeza-, me encantaría tomar una taza. Solo. Bueno -añadió, mientras Juliette le servía el café-, sé que no eres una inútil y tampoco una feminista…
– ¿Y cómo has sabido eso?
– Porque anoche te quité la llave, te abrí la puerta y todavía vivo para contarlo.
– Piensa lo que quieras -comentó ella, riendo-, pero si alguna vez pisas mis derechos, ya verás quién soy yo.
– No me cabe ninguna duda de que sabes defenderte muy bien, pero volvamos a lo que iba a decir antes. No eres inútil y tampoco una feminista radical, entonces, ¿qué es lo que eres?
– ¿En la vida real? -preguntó Juliette mientras se tomaba un trozo de donut.
– Sí, en la vida real. No pienso dejar que el mundo exterior se entrometa aquí, pero me gustaría conocerte un poco. Y también que tú me conocieras.
Sabía que le encantaría compartir con ella todo lo que pudiera. Se había pasado su juventud cuidando de sí mismo e incluso después de que los Houston se lo llevaran a su casa, había tenido miedo de contarles demasiado sobre sí. Sus padres adoptivos habían necesitado mucha paciencia para poder ganarse su corazón. Sin embargo, con Juliette, una mujer a la que acababa de conocer, estaba deseando abrirse tanto como quería escuchar todo lo que ella tuviera que decirle. Sabía que aquello era muy peligroso, porque significaba que ella lo estaba afectando de un modo que podía poner en peligro su historia. Y su corazón.
– Te lo pondré fácil y, primero, te contaré algo sobre mí. Soy escritor -comentó él antes de tomar un sorbo de café.
– Yo soy asesora de relaciones públicas para una empresa farmacéutica. Y estoy soltera -añadió, haciendo que Doug se atragantara-. Pensé que te gustaría saberlo.
– Yo también. Me refiero a lo de estar soltero.
– ¿Has estado casado alguna vez?
– No -respondió él, dándose cuenta de que aquel interrogatorio le abría la puerta para preguntas propias.
– ¿Has estado alguna vez a punto de hacerlo?
– ¿Es posible estar a punto de hacerlo si nunca has tenido la intención de hacerlo?
– Lo es si te ves arrastrada por las circunstancias…
– En mi caso, podríamos decir más bien que me impliqué en una relación en la que los dos queríamos cosas diferentes. Ninguno de los dos nos dimos cuenta hasta que fue demasiado tarde.
– ¿Demasiado tarde para qué? -quiso saber Juliette.
– Demasiado tarde para evitar que alguien sufriera.
– Yo sé muy bien de lo que estás hablando.
– Supongo que al menos tenemos eso en común.
– Mmm…
Juliette no sabía lo que la había empujado a hacerle todas aquellas preguntas sobre asuntos que ella misma quería evitar, pero, como Doug, se alegraba de que tuvieran eso en común. Sin embargo, no estaba lista para divulgar nada más, por muy estrecha que fuera la relación que quisiera tener con él.
– Bueno -comentó ella, tratando de cambiar de tema-. ¿Qué tienes planeado para hoy?
– Pensé que podríamos probar algunas de las actividades que ofrece el complejo.
– ¿Huyendo del peligro?
– ¿Te ha dicho alguna vez alguien que eres demasiado perspicaz? -le preguntó él, riendo, aunque evitó mirarla a los ojos.
– No recientemente.
– Bueno, pues no dejes que las opiniones de la gente te hagan subestimar tu valía.
– Necesito darme una ducha y cambiarme antes de salir -dijo ella, recordando que siempre se había medido por el estándar de Stuart.
– Y yo tengo algunas cosas de las que ocuparme con Merrilee.
¿Sería referente a su fantasía o sólo en relación con su estancia en la isla? Juliette entornó los ojos. Se moría por preguntarle, pero no lo hizo. Sabía que si él respetaba los detalles de su fantasía, ella debía hacer lo mismo con los de la de él. Aquello era algo de lo que no tenían por qué hablar, a menos que ella quisiera confiar en él. Una posibilidad muy remota.
– Déjame acompañarte.
– Tú relájate. Me reuniré contigo más tarde, en la piscina.
– Eso espero.
– Cuenta con ello -dijo él, poniéndose de pie.
Antes de marcharse, le dedicó un guiño que hizo que el estómago le diera un vuelco. Mientras se dirigía a la puerta, Juliette miró los pantalones vaqueros cortados, que se moldeaban a su firme trasero y la sudadera de manga corta, que revelaba unos brazos fuertes y bronceados. Era tan atractivo…
Fuera o no lo acertado, fuera o no una estupidez, quería todo lo que Doug pudiera ofrecerle. Quería conseguir su más profundo deseo con él. Quería que la tomara entre sus brazos, que la hiciera sentir no sólo deseada, sino también segura, algo que sabía que él conseguiría sin ningún esfuerzo. Quería admitir el dolor que había habido en su vida y dejar que fuera Doug quien la ayudara a subsanarlo.
Él mismo le había dado una breve perspectiva sobre su alma, algo que Stuart nunca había hecho. En todo el tiempo que habían pasado juntos, nunca la había mirado de aquel modo ni había hablado de nada emocional con ella, a excepción de su campaña.
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