Jason ni siquiera podía imaginar cómo se lo diría a los chicos, pero tenían que saberlo. Chloe tenía que venir de Londres y Anthony, de Nueva York. Tenían derecho a ver a su madre y Jason sabía que querrían estar con ella. ¿Y si moría? No podía soportar la idea.

– ¿Debería estar en algún otro sitio? -preguntó, mirando a la doctora a los ojos-. ¿Puede hacerse algo más?

La doctora pareció ofendida.

– Lo hemos hecho todo, antes incluso de saber quién era. Eso no significa nada para nosotros. Ahora debemos esperar. El tiempo nos dirá lo que necesitamos saber, si sobrevive.

Quería recordarle que su supervivencia aún no estaba garantizada. No deseaba darle falsas esperanzas.

– ¿La han operado?

La doctora volvió a negar con la cabeza.

– No. Decidimos que era preferible no traumatizarla más, y la inflamación remitió por sí sola. Adoptamos un enfoque prudente y creo que era lo mejor para ella.

Jason asintió aliviado. Al menos no le habían abierto el cerebro. Eso le daba esperanzas de que volviese a ser ella misma algún día. Era todo lo que cabía esperar por ahora, y de no ser así lo afrontarían cuando llegase el momento, como afrontarían su muerte si se producía. Era un pensamiento abrumador.

– ¿Qué piensan hacer ahora? -preguntó deseoso de actuar. Quedarse sentado no era lo suyo.

– Esperar. No podemos hacer nada más. Sabremos algo en los próximos días.

El asintió, mirando a su alrededor lo sombrío que resultaba el hospital. Había oído hablar del hospital Americano de París y se preguntó si podrían trasladarla allí, pero el subdirector del hotel le había dicho que La Pitié Salpétrière era el mejor sitio en el que podía estar, si realmente era ella. Su unidad de traumatología era excelente y recibiría la mejor asistencia médica posible para un caso tan grave como el suyo.

– Me voy al hotel a telefonear a mis hijos. Volveré esta tarde. Si pasa algo llámeme al Ritz.

Le dio también su número internacional de teléfono móvil y lo pusieron en las gráficas de evolución de Carole, con su nombre. Carole ya tenía un marido, unos hijos y un nombre, aunque no fuese el verdadero. Carole Waterman. Pero también tenía una identidad famosa que sin duda se filtraría. La doctora dijo que solo le diría a la jefa de la sección de traumatología quién era realmente Carole, pero ambos sabían que solo era cuestión de tiempo antes de que se enterase la prensa. Siempre se enteraban de las cosas así. Era increíble que nadie la hubiese reconocido hasta entonces. Pero si alguien hablaba, llegaría una nube de periodistas que les amargarían la vida a todos.

– Haremos lo posible para mantenerlo en secreto -le aseguró ella.

– Yo también. Volveré esta tarde… y… gracias… por todo lo que han hecho hasta ahora.

La habían mantenido con vida. Ya era algo. Ni siquiera podía imaginarse cómo habría sido verla en un depósito de cadáveres de París y tener que identificar su cuerpo. Por lo que había dicho la doctora, poco había faltado. Al fin y al cabo, había tenido suerte.

– ¿Puedo volver a verla? -preguntó.

Esta vez fue solo a la habitación. Las enfermeras seguían allí y se apartaron para que pudiese aproximarse a la cama. La miró, y esta vez le tocó la mejilla. Los tubos del respirador le tapaban la cara. Vio el vendaje de la mejilla y se preguntó lo graves que serían los daños. La leve quemadura que había junto al vendaje estaba sanando ya, y el brazo estaba cubierto de ungüento.

– Te quiero, Carole -susurró-. Vas a ponerte bien. Te quiero. Chloe y Anthony te quieren. Tienes que despertar pronto.

Carole no dio señales de vida, y las enfermeras miraron hacia otro lado con discreción. Les resultaba duro ver todo aquel dolor en los ojos de Jason. Entonces este se inclinó para darle un beso en la mejilla y recordó la suavidad familiar de su cara. A pesar de los años transcurridos, eso no había cambiado. El pelo de Carole estaba extendido detrás de ella sobre la cama, bajo el vendaje. Una de las enfermeras se lo había cepillado y comentó que era tan bonito como una pieza de seda amarillo claro.

Al verla le asaltaban muchos recuerdos, todos ellos buenos. Los malos llevaban mucho tiempo olvidados, al menos por su parte. Carole y él nunca hablaban del pasado. Solo se referían a los chicos o a sus vidas actuales. El se había mostrado muy amable con ella cuando murió Sean; lo sentía por ella. Fue un duro golpe para Carole. El hombre con el que se casó, que contaba cinco años menos que ella, había muerto joven. Jason había asistido al entierro y les había apoyado mucho a ella y a los chicos. Y allí estaba ahora, dos años después del fallecimiento de Sean, luchando por su propia vida. La vida era extraña, y a veces cruel. Pero aún estaba viva. Tenía una oportunidad. Esa era la mejor noticia que podía darles a sus hijos. La idea de decírselo le aterraba.

– Volveré luego -le susurró a Carole antes de besarla de nuevo-. Te quiero, Carole. Vas a ponerte bien -dijo en tono decidido.

El respirador respiraba rítmicamente por ella. A continuación, Jason salió conteniendo las lágrimas. Fueran cuales fuesen sus sentimientos, debía ser fuerte por Carole, Anthony y Chloe.

Abandonó el hospital y caminó hasta la cercana estación de tren de Austerlitz bajo una lluvia torrencial. Estaba empapado cuando encontró un taxi y le dio al taxista la dirección del Ritz. Tenía la cara larga, como si hubiese envejecido cien años en un día. Nadie merecía lo que le había ocurrido a Carole, pero ella menos que nadie. Era una buena mujer, una persona agradable y una madre estupenda, y había sido una buena esposa para dos hombres. Uno la había dejado por una fulana y el otro había muerto. Y ahora se debatía entre la vida y la muerte tras un atentado terrorista. De haberse atrevido, Jason habría estado furioso con Dios, pero no se atrevió. Ahora le necesitaba demasiado, y mientras circulaban hacia la place Vendôme, en el distrito 1, le suplicó su ayuda para decírselo a los chicos. Ni siquiera podía imaginarse qué palabras emplearía. Y entonces recordó que tenía que hacer otra llamada. Sacó el teléfono móvil y marcó un número de Los Ángeles. Era casi medianoche para Stevie, pero Jason había prometido llamarla en cuanto supiera algo.

Stevie respondió tan pronto como el teléfono empezó a sonar. Estaba completamente despierta y esperaba su llamada. En su opinión tardaba demasiado, siempre que el avión no se hubiese retrasado. Si no era Carole, ya debería tener noticias suyas. Llevaba una hora muerta de miedo y su voz tembló al decir «diga».

– Es ella -dijo Jason sin identificarse siquiera.

– ¡Dios mío! ¿Está muy grave? -preguntó Stevie, echándose a llorar.

– Mucho. Está conectada a un respirador, pero viva. Está en coma debido a una lesión craneal. No la han operado, pero recibió un golpe tremendo. Aún está en peligro y no se sabe qué secuelas le pueden quedar -le dijo sin rodeos.

Jason pensaba ser más sutil con sus hijos, pero Stevie tenía derecho a saber toda la verdad y no se habría conformado con menos.

– ¡Mierda! Tomaré el primer avión.

Sin embargo, era un vuelo de diez horas en el mejor de los casos, con los vientos a favor, y una diferencia horaria de nueve horas. No estaría allí hasta el día siguiente.

– ¿Se lo ha dicho a los chicos? -añadió.

– Aún no. Voy de camino hacia el hotel. No hay nada que usted pueda hacer. No sé si tiene mucho sentido que venga. No hay nada que podamos hacer ninguno de nosotros -dijo, de nuevo con un temblor en la voz.

Carole no necesitaba una secretaria en ese momento, y tal vez nunca volviese a necesitarla. Pero Stevie también era su amiga. Llevaba años siendo una presencia constante en su familia, y sus hijos también la querían, como ella les quería a ellos.

– No podría estar en ninguna otra parte -le dijo Stevie con sencillez.

– Yo tampoco. Le reservaré una habitación en el Ritz.

Le dio el nombre del hospital y le dijo que se verían en París al día siguiente.

– Puedo alojarme en la habitación de Carole -dijo Stevie en tono práctico; no tenía sentido pagar otra habitación-. A menos que piense alojarse usted en ella -añadió con prudencia, sin querer entrometerse.

– He reservado mi propia habitación y reservaré otras para los chicos. Intentaré que me las den cerca de la habitación de Carole para que podamos estar juntos. Nos esperan tiempos duros, igual que a ella. Esto va a ser un camino largo, si se recupera. No puedo imaginarme cómo serán las cosas si no es así. Nos vemos mañana. Que tenga buen viaje -dijo agotado, antes de colgar.

Le sorprendió darse cuenta de que quería que sobreviviera aunque sufriese graves lesiones cerebrales. No le importaba que al final quedase como un vegetal; no quería que muriese, ni por sí mismo ni por sus hijos. La querían fuera cual fuese su estado, y Jason supo que Stevie también.

Aunque para su secretaria eran las tres de la mañana, la llamó a su casa y le pidió que, sin decírselo a su hijo, cancelase todas las citas y reuniones que tenía previstas.

– Estaré algún tiempo fuera.

Se disculpó por llamarla en plena noche, pero ella dijo que no le importaba.

– Entonces, ¿se trata de la señora Barber? -preguntó su secretaria, desolada.

Era una gran admiradora de Carole, como persona y como actriz. Cuando hablaban por teléfono, Carole siempre se mostraba encantadora con ella.

– Sí -respondió él con voz sombría-. Llamaré a Anthony dentro de unas horas. No se ponga en contacto con él hasta entonces. Cuando la prensa se entere vamos a estar metidos en un lío de mil demonios. Acabo de registrarla en el hospital con mi apellido, pero eso no durará. Tarde o temprano se sabrá, y ya sabe cómo es eso.

– Lo siento, señor Waterman -dijo con lágrimas en los ojos-. Si hay algo que pueda hacer, hágamelo saber.

Personas de todo el mundo se sentirían abatidas por Carole y rezarían por ella. Tal vez sirviese de ayuda.

– Gracias -dijo él antes de colgar cuando ya llegaban alRitz.

Al llegar a recepción miró al subdirector con el que había hablado. El hombre, que llevaba el serio uniforme del hotel, recibió a Jason con expresión grave.

– Espero que tenga buenas noticias -dijo con prudencia, aunque Jason llevaba lo contrario escrito en la cara.

– No las tengo. Era ella. Dentro de lo posible tenemos que mantener esto en secreto -dijo, deslizando doscientos euros en la mano del hombre, un gesto innecesario dadas las circunstancias, pero que fue agradecido de todos modos.

– Comprendo -dijo el subdirector.

A continuación le aseguró a Jason que le daría una suite de tres dormitorios situada enfrente de la de Carole. Jason le informó que Stevie llegaría a París al día siguiente y se alojaría en la habitación de Carole.

Jason siguió al subdirector arriba. No tuvo coraje para ver la habitación de Carole. Quería evitar comprobar lo viva que había estado tan recientemente. Ahora le parecía casi muerta. Entró en su propia suite detrás del subdirector y se derrumbó en una butaca.

– ¿Quiere que le traiga algo, señor?

Jason negó con la cabeza y el joven inglés se marchó en silencio mientras él se quedaba mirando tristemente el teléfono situado sobre el escritorio. Contaba con una breve tregua, pero sabía que en pocas horas debería llamar a Anthony y Chloe. Tenían que saberlo. Tal vez su madre no sobreviviese hasta la llegada de ambos. Debía llamarles lo antes posible. No quería llamar a Chloe hasta que Anthony se despertase en Nueva York. Esperó hasta las siete de la mañana, hora de Nueva York. Mientras tanto se duchó y caminó por la habitación. No pudo comer.

A la una de la tarde, hora de París, fue hasta el escritorio con paso pesado y llamó primero a su hijo. Anthony estaba levantado y a punto de salir hacia la oficina para una reunión matinal. Jason le cogió justo a tiempo.

– ¿Qué tal te va por Chicago, papá?

La voz de Anthony sonaba joven y llena de vida. Era un gran chico y a Jason le encantaba que trabajase para él. Era responsable, inteligente y amable. Se parecía mucho a Carole, aunque poseía la mente penetrante de su padre para las finanzas. Algún día sería un gran ángel de los negocios y aprendía deprisa.

– No sé qué tal está Chicago -dijo Jason con sinceridad-. Estoy en París, y no está demasiado bien.

– ¿Qué estás haciendo ahí? -preguntó Anthony sorprendido, sin sospechar nada.

Ni siquiera sabía que su madre se había ido. Carole había tomado la decisión de marcharse justo después de la última vez que habló con él, así que Anthony no tenía ni idea. En los últimos once días había estado demasiado ocupado para llamarla, cosa que era rara en él. Pero sabía que ella lo entendería. Tenía pensado llamarla ese día.

– Anthony… -empezó sin saber cómo seguir e inspiró hondo-. Se ha producido un accidente. Mamá está aquí.