Anthony se temió lo peor.

– ¿Se encuentra bien?

– No. Hace dos semanas hubo aquí un atentado en un túnel. No he sabido hasta hace un par de horas que ella fue una de las víctimas. Ha permanecido sin identificar hasta ahora. Vine anoche para comprobarlo. Desapareció del Ritz el día en que ocurrió.

– ¡Dios mío! -exclamó Anthony; su voz sonaba como si le acabase de caer un edificio encima-. ¿Está muy grave?

– Bastante. Sufre una lesión cerebral y está en coma.

– ¿Se pondrá bien? -preguntó Anthony, conteniendo las lágrimas y sintiéndose como si tuviese unos cuatro años.

– Eso esperamos. Ha conseguido aguantar hasta ahora, pero aún no está fuera de peligro. Está conectada a un respirador.

No quería que su hijo se quedase conmocionado cuando la viese. Impresionaba mucho verla conectada al respirador.

– ¡Mierda, papá!… ¿Cómo ha podido suceder?

Jason oyó que su hijo lloraba. Ambos lo hacían.

– Mala pata. Estaba en el lugar y momento equivocados. Me pasé el viaje rogando que no fuese ella. Me extraña que no la reconociesen.

– ¿Tiene la cara estropeada?

De no ser así, no podía imaginarse que hubiese alguien incapaz de reconocer a su madre.

– La verdad es que no. Tiene un corte y una pequeña quemadura en un lado de la cara. Nada que no pueda arreglar un buen cirujano plástico. El problema es la lesión craneal. Vamos a tener que aguantar hasta ver qué ocurre.

– Voy para allá. ¿Se lo has dicho a Chloe?

– Te he llamado a ti primero. Ahora voy a llamarla a ella. A las seis en punto sale un avión desde Kennedy, si puedes conseguir una plaza. Llegarás aquí mañana por la mañana, hora de París.

La espera iba a ser angustiosa para Anthony.

– Subiré a ese avión. Ahora mismo hago la maleta. Saldré desde la oficina. Nos vemos mañana, papá… Oye, papá… te quiero… y dile a mamá que también la quiero -dijo con voz entrecortada.

Para entonces ambos lloraban sin disimulo.

– Ya se lo he dicho, pero mañana podrás decírselo tú mismo. Mamá nos necesita ahora. Es un momento difícil para ella… Yo también te quiero -dijo Jason, y ambos colgaron.

Ninguno de los dos podía hablar. La perspectiva de lo que podía ocurrir era demasiado terrible.

Su siguiente llamada fue para Chloe y resultó infinitamente peor. Ella se echó a llorar y se puso histérica en cuanto se lo dijo. La buena noticia era que solo se hallaba a una hora de viaje. Cuando por fin dejó de llorar, dijo que cogería el siguiente avión. Todo lo que quería ahora era ver a su madre.

A las cinco en punto de la tarde Jason recogía a su hija en el aeropuerto. Tan pronto como salió por la puerta, la muchacha se arrojó en sus brazos sollozando. Fueron juntos al hospital. Al ver a su madre, Chloe se agarró llorando al brazo de su padre. La situación resultaba demoledora, pero al menos se tenían el uno al otro. A las nueve de la noche regresaron al hotel después de hablar de nuevo con la doctora. No había cambios en el estado de Carole, pero resistía. Ya era algo.

Cuando llegaron al hotel, Chloe continuó llorando. Al cabo de varias horas Jason pudo acostarla por fin. Cuando su hija se durmió, él fue hasta el minibar y se sirvió un whisky. Se sentó a beberlo en silencio, pensando en Carole y en sus hijos. Aquello era lo peor que jamás les había sucedido, aunque Jason confiaba en que Carole sobreviviese.

Esa noche se durmió sobre la cama completamente vestido y no despertó hasta las seis de la mañana siguiente. Tras levantarse, se duchó, se afeitó y se vistió. Estaba sentado en silencio en el salón de la suite cuando Chloe se despertó y fue a buscarle con los ojos hinchados. Jason se dio cuenta de que se sentía aún peor de lo que aparentaba. La muchacha seguía sin poder creer lo que le había ocurrido a su madre.

Fueron a buscar a Anthony al aeropuerto a las siete, recogieron su equipaje y volvieron al hotel para desayunar. Anthony tenía un aspecto sombrío y agotado. Llevaba unos vaqueros y un suéter grueso. Necesitaba afeitarse, pero no tenía ganas. Los tres mataron el tiempo rondando por la habitación hasta que Stevie llegó al Ritz a las doce y media.

Jason pidió un bocadillo para ella y a la una salieron juntos hacia el hospital. Anthony luchó con valor, pero se derrumbó en cuanto la vio. Chloe lloró en silencio con el brazo de Stevie en torno a los hombros, y cuando salieron de la habitación los cuatro lloraban. El único consuelo que tuvieron fue saber que el estado de Carole había mejorado un poco durante la noche. Al anochecer le quitarían el respirador para comprobar si podía respirar por sí misma. Aquello resultaba alentador, pero también presentaba un riesgo. Si no respiraba sin el respirador volverían a intubarla, pero no sería un buen presagio. El cerebro tenía que estar lo bastante vivo para ordenarle al cuerpo que respirase, y eso estaba por ver. Cuando el médico se lo explicó, Jason palideció mientras a sus dos hijos les entraba el pánico. Stevie murmuró que estaría allí cuando le quitasen el respirador, y los hijos de Carole dijeron lo mismo. Jason asintió y estuvo de acuerdo. Iba a ser un momento crucial para Carole. Verían si podía respirar por sí sola.

Cenaron en el hotel, aunque ninguno de ellos pudo tomar nada. Estaban agotados, afectados por el desfase horario, asustados y extremadamente preocupados. Stevie se sentó con ellos mientras miraban sus platos sin tocar la comida y luego volvieron al hospital para otra prueba durísima más en la pesadilla que era la lucha de Carole por la supervivencia.

Mientras regresaban a La Pitié, el silencio en el vehículo era absoluto. Cada cual estaba perdido en sus propios pensamientos y sus recuerdos particulares de Carole. El médico les había explicado que la parte dañada del tronco del encéfalo controlaba la capacidad respiratoria. Que respirase o no por sí misma les indicaría si el cerebro se estaba reparando. Cuando los tubos saliesen de su boca y los médicos apagasen el respirador para ver qué pasaba, todos ellos iban a vivir un momento aterrador.

Chloe miraba por la ventanilla del vehículo llorando en silencio. Su hermano la agarraba fuerte de la mano.

– Se pondrá bien -le susurró en voz baja.

Ella negó con la cabeza y le volvió la espalda. Ya nada estaba bien en el mundo de Anthony y Chloe, y resultaba difícil creer que volviera a estarlo alguna vez. Su madre había sido una fuerza vital en sus vidas y el centro de su existencia. Fueran cuales fuesen las diferencias de Chloe con ella, ya no importaban. Ahora solo quería a su madre. Y Anthony sentía lo mismo. Verla tan disminuida y en peligro hacía que ambos se sintiesen como niños vulnerables y asustados. Ni Anthony ni Chloe podían imaginar la vida sin su madre. Y Jason tampoco.

– Se recuperará, chicos. -Su padre intentó tranquilizarles, tratando de mostrar una confianza que en realidad no sentía.

– ¿Y si no lo hace? -susurró Chloe mientras se aproximaban al hospital y pasaban junto a la ya familiar estación de tren de Austerlitz.

– Entonces volverán a conectarla al respirador hasta que esté preparada.

Chloe no tuvo coraje para llevar más lejos su línea de pensamiento, al menos no en voz alta; sabía que los demás estaban igual de preocupados que ella. A todos les aterraba el momento en que el médico apagase el respirador. Con solo pensarlo, a Chloe le entraban ganas de gritar.

Bajaron del vehículo al llegar al hospital y Stevie les siguió en silencio. Ya había vivido una experiencia similar, cuando operaron a su padre a corazón abierto. El momento crucial fue inquietante, pero sobrevivió. El caso de Carole parecía más delicado, pues tanto el alcance de la lesión cerebral como sus efectos a largo plazo eran desconocidos. Quizá nunca pudiese respirar por sí sola. Los cuatro, pálidos y con los ojos muy abiertos, subieron en el ascensor hasta la planta de Carole y entraron en su habitación sin hacer ruido para esperar la llegada del médico.

Carole estaba más o menos igual. Tenía los ojos cerrados y respiraba rítmicamente con ayuda de la máquina. El médico entró al cabo de unos minutos. Todos sabían por qué estaban allí. Les habían explicado el procedimiento aquella tarde y observaron aterrorizados mientras una enfermera retiraba la cinta adhesiva de la nariz de Carole. Hasta entonces solo podía respirar a través del tubo de la boca. Pero ahora la nariz estaba abierta y, tras preguntarles si estaban listos, el médico le hizo un gesto a la enfermera para que sacase el tubo de la boca de Carole y a la vez apagó la máquina. Hubo un larguísimo silencio mientras todos clavaban su mirada en Carole. No había señales de respiración. El médico dio un paso hacia ella tras lanzarle una ojeada a la enfermera. Entonces Carole empezó a respirar por sí sola. Chloe soltó un grito de alivio y se echó a llorar mientras las lágrimas corrían por las mejillas de Jason, y Anthony ahogaba un sollozo. Chloe se arrojó a los brazos de Stevie llevada por un impulso. La secretaria de Carole reía y lloraba al mismo tiempo mientras abrazaba a Chloe. Hasta el médico sonrió.

– Es una excelente señal -dijo con expresión tranquilizadora-. El cerebro está diciendo a los pulmones qué deben hacer.

Por un instante había pensado que la paciente no lo conseguiría, pero justo cuando a todos les estaba entrando el pánico lo consiguió. También sabían que era posible que permaneciese en coma para siempre, pese a la capacidad de respirar por sí sola. Sin embargo, si no hubiese podido, sus posibilidades de recuperación habrían sido aún más pequeñas de lo que eran ahora. Era un primer paso de vuelta hacia la vida.

El médico dijo que permanecería en observación durante la noche para tener la seguridad de que continuaba respirando sin asistencia, pero no había motivos para pensar que su respiración independiente fuese a detenerse de nuevo. Su estado resultaba más estable con cada momento que pasaba. La silueta inmóvil de la cama no daba señales de movimiento, pero todos pudieron ver que su pecho subía y bajaba despacio con cada respiración. Aún había esperanza.

Después se quedaron todos alrededor de la cama durante más de una hora, disfrutando de la victoria que habían compartido esa noche. Finalmente, Jason sugirió que volviesen al hotel. Todos habían tenido suficiente tensión para un día y se daba cuenta de que sus hijos necesitaban descansar. Contemplar cómo apagaban el respirador había sido traumático para ellos. Salieron en silencio y Stevie fue la última en abandonar la habitación. Se detuvo un momento junto a la cama y tocó los dedos de Carole. Esta seguía en coma profundo y tenía los dedos fríos. Su cara resultaba más familiar sin el tubo del respirador en la boca y la cinta sobre la nariz. Era la cara que Stevie había visto tantas veces y la que todos sus fans conocían y amaban. Sin embargo, para ella era más que eso; era la cara de la mujer a la que tanto admiraba y a la que había sido leal durante tantos años.

– Eso ha estado bien, Carole -dijo Stevie en voz baja mientras se inclinaba para besarla en la mejilla-. Ahora sé buena, haz otro pequeño esfuerzo e intenta despertar. Te echamos de menos -dijo, llorando de alivio.

La mujer salió de la habitación para reunirse con los demás. Bien mirado, había sido una noche excelente, aunque dura.

5

Dos días después de que se reuniesen todos en París sucedió lo inevitable. Alguien del hotel o del hospital avisó a la prensa. A las pocas horas había docenas de fotógrafos en la puerta del hospital; media docena de los más emprendedores subieron las escaleras a escondidas y fueron detenidos en la puerta de la habitación de Carole. Stevie salió al pasillo y, con un lenguaje propio de un marinero, les paró los pies e hizo que les echasen a la calle. Pero a partir de entonces se armó un tremendo alboroto.

El hospital trasladó a Carole a otra habitación y puso a un guardia de seguridad en la puerta. Sin embargo, las cosas se complicaron para el personal y se hicieron aún más difíciles para la familia. Los fotógrafos les esperaban tanto en el hotel como en la puerta del hospital. Había cámaras de televisión en ambos lugares, y los flashes les deslumbraban cada vez que entraban o salían. Era una escena familiar para todos ellos, aunque Carole siempre había protegido a sus hijos de la curiosidad del público. Sin embargo, Carole Barber en coma, víctima de un atentado terrorista, era una noticia mundial. Esta vez no podían esconderse de la prensa. Simplemente tenían que vivir con ello y arreglárselas como pudiesen. La buena noticia era que Carole respiraba por sí sola. Seguía inconsciente, pero le habían retirado la sedación y los médicos esperaban que diera pronto señales de vida. De no ser así, habría unas implicaciones a largo plazo que nadie quería afrontar aún. Mientras tanto, la prensa les perseguía sin parar. Carole ocupaba las portadas de los periódicos de todo el mundo, incluyendo Le Monde, Le Fígaro y el Herald Tribune en París.