Matthieu se quedó contemplándola un buen rato, como si esperase a que abriese los ojos, y luego, con la cabeza gacha y los ojos húmedos, salió de la habitación. Carole era tan hermosa como él la recordaba. Parecía que los años no hubiesen pasado por ella. Incluso su pelo seguía siendo igual. Le habían quitado el vendaje de la cabeza y Chloe le había cepillado el pelo antes de marcharse.
El ex ministro del Interior de Francia se quedó sentado en su coche durante mucho tiempo. Luego se cubrió la cara con las manos y lloró como un niño, recordando todo lo que había ocurrido, todo lo que le había prometido y nunca le dio. Se le partía el alma al pensar en lo que pudo haber sido. Aquella fue la única vez en su vida que incumplió su palabra. Lo había lamentado amargamente durante todos los años transcurridos desde entonces y, sin embargo, incluso ahora sabía que no había habido otra opción. Ella también lo supo y por eso se fue. No le reprochaba que le hubiese abandonado, y nunca lo había hecho. El tenía demasiadas responsabilidades en aquella época. Solo deseaba poder hablarlo con ella ahora, mientras yacía en su profundo sueño. Cuando se marchó se llevó su corazón consigo, y aún lo poseía. La idea de que muriese le resultaba casi insoportable. Y mientras se alejaba lo único que sabía era que, pasara lo que pasase, tenía que volver a verla. A pesar de los quince años transcurridos desde la última vez que la vio y de todo lo que les había ocurrido a ambos desde entonces, seguía siendo adicto a ella. Una mirada a su rostro había vuelto a embriagarle.
6
Cinco días después de la llegada de la familia de Carole a París, Jason pidió una reunión con todos sus médicos para que les aclarasen su situación. Seguía en coma y, aparte de que ya no estaba conectada a un respirador y ahora respiraba por sí misma, nada había cambiado. No estaba más cerca de la conciencia que en las últimas tres semanas. La posibilidad de que nunca volviese a despertar aterraba a todos.
Los médicos se mostraron amables pero francos. Si no recuperaba la conciencia pronto, sufriría lesiones cerebrales irreversibles. Incluso en ese momento era una posibilidad cada vez mayor. Las posibilidades de recuperación se reducían con cada hora que pasaba. Sus preocupaciones por ella expresaban con palabras los peores temores de Jason. Desde el punto de vista médico nada podía hacerse para alterar su situación. Estaba en manos de Dios. Otros pacientes habían despertado de comas aún más prolongados, aunque con el tiempo disminuían las posibilidades de que Carole recuperase un funcionamiento cerebral normal. Todo el grupo lloraba cuando los médicos salieron de la sala de espera en la que se habían reunido. Chloe sollozaba y Anthony la abrazaba mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Jason permanecía sentado, llorando en silencio, y Stevie se secó los ojos y respiró hondo.
– Muy bien, chicos. Carole nunca ha sido de las que abandonan. Nosotros tampoco podemos serlo. Ya sabéis cómo es ella. Hace las cosas a su propio ritmo. Lo conseguirá. No podemos perder ahora la fe. ¿Y si os marcháis hoy a alguna parte? Os vendría muy bien un descanso.
Los demás la miraron como si hubiera perdido el juicio.
– ¿Adonde, por ejemplo? ¿De compras quizá? -preguntó Chloe indignada.
Los dos hombres estaban consternados. Llevaban días sin hacer otra cosa que no fuese ir y venir entre el hospital y el hotel, y su tristeza era intensa en ambos lugares. Lo mismo le ocurría a Stevie, pero trataba de elevar el ánimo del grupo.
– Lo que sea. Al cine. Al Louvre. A comer en alguna parte. A Versalles. A Notre Dame. Voto por divertirnos un poco. Estamos en París. Pensemos en lo que ella querría que hiciésemos. No querría que estuvierais todos sentados aquí así, día tras día.
Al principio su sugerencia fue acogida con una total falta de entusiasmo.
– No podemos dejarla aquí y olvidarnos de ella -dijo Jason en tono severo.
– Yo me quedaré. Vosotros haced alguna otra cosa durante un par de horas. Y sí, Chloe, tal vez ir de compras. ¿Qué haría tu mamá?
– Hacerse la manicura y comprar zapatos -dijo Chloe en tono irreverente-. Y depilarse las piernas -añadió entre risas.
– Perfecto -convino Stevie-. Quiero que hoy te compres al menos tres pares de zapatos. Tu mamá nunca compra menos. Si son más, está bien. Te pediré hora para una manicura en el hotel. Manicura, pedicura, cera y un masaje. Por cierto, un masaje también les vendría bien a ustedes, caballeros. ¿Y si reservamos una pista de squash en el gimnasio del Ritz?
Stevie sabía que a ambos les encantaba jugar.
– ¿No es raro? -preguntó Anthony con cara de culpabilidad, aunque tenía que reconocer que llevaba toda la semana anhelando ejercicio. Allí sentado se sentía como un animal enjaulado.
– No, no lo es. Y vosotros dos podéis ir a nadar después de jugar. ¿Por qué no coméis todos en la piscina? Los chicos juegan a squash, Chloe se hace la manicura y luego todos os dais un masaje. Puedo reservar los masajes en la habitación, si lo preferís.
Jason le sonrió agradecido. No pudo evitar que le gustase la idea.
– ¿Y usted?
– Yo me dedico a esto -dijo ella con desenvoltura-. Espero horas sentada y lo organizo todo. No pasará nada si os tomáis unas horas libres. Os vendrán muy bien. Yo me quedaré.
Había hecho lo mismo por Carole cuando Sean estaba enfermo y ella se pasaba los días junto a su cabecera, sobre todo después de la quimioterapia.
Todos se sentían culpables cada vez que dejaban a Carole sola en el hospital. ¿Y si despertaba mientras estaban fuera? Por desgracia, no parecía una posibilidad inminente. Stevie llamó al hotel para reservarles las citas y le ordenó literalmente a Chloe que parase en Saint-Honoré de camino al hotel. Allí había muchos zapatos, e incluso tiendas para los hombres. Como si fueran niños, les echó del hospital al cabo de veinte minutos. Cuando se fueron le estaban agradecidos. Stevie volvió para sentarse tranquilamente en la habitación de Carole. La enfermera de turno la saludó con un gesto. No hablaban el mismo idioma, pero ya estaban familiarizadas una con otra. La enfermera tenía más o menos la misma edad que Stevie. A esta le habría gustado hablar con ella, pero en lugar de eso se aproximó a la silueta inmóvil de la cama.
– Bueno, nena. Ya está bien. Ponte las pilas. Los médicos se están mosqueando. Es hora de despertar. Necesitas una manicura y llevas el pelo hecho un asco. Los muebles de este sitio son una porquería. Tienes que volver al Ritz. Además, tienes que escribir un libro. No te queda más remedio que despertar -dijo Stevie con voz desesperada. Solo faltaban unos días para el día de Acción de Gracias-. Esto no es justo para los chicos ni para nadie. Tú no eres de las que se rinden, Carole. Ya has dormido bastante. ¡Despierta ya!
Era la clase de cosas que le había dicho en los días oscuros que siguieron a la muerte de Sean. Sin embargo, entonces Carole se recuperó enseguida, porque sabía que Sean quería que lo hiciese. Esta vez Stevie no mencionó su nombre, solo el de los chicos.
– Me estoy hartando de esto -añadió más tarde-. Estoy segura de que tú también. ¡Esto es muy aburrido! La verdad, esto de la Bella Durmiente se está haciendo muy pesado.
No se oyó nada, ningún movimiento, y Stevie se preguntó hasta qué punto tendrían razón quienes afirmaban que las personas que estaban en coma oían hablar a sus seres queridos. Stevie confiaba en que hubiese algo de verdad en ello. Se sentó y habló con su jefa toda la tarde, en voz normal, sobre cosas corrientes, como si Carole pudiese oírla. La enfermera se dedicaba a sus cosas, pero sentía lástima por ella. Todo el personal del hospital había perdido la esperanza. Había pasado demasiado tiempo desde el atentado. La posibilidad de que se recuperase disminuía con cada hora que pasaba. Stevie era muy consciente de ello, pero se negaba a desanimarse.
A las seis, después de ocho horas junto a su cabecera, Stevie la dejó para volver al hotel y comprobar cómo estaban los demás. Llevaban todo el día fuera y esperaba que les hubiese ido bien.
– Bueno, me voy ya -dijo Stevie, igual que hacía cuando salía de trabajar en Los Ángeles-. Mañana te quiero ver despierta, Carole. Vale ya. Hoy te he dado el día libre. Pero ya está. Mañana te quiero en pie de nuevo. Te levantas, miras a tu alrededor y desayunas. Escribiremos unas cartas. Tienes que hacer un montón de llamadas. Mike ha estado telefoneando cada día. Se me han agotado las excusas para explicarle por qué no hablas con él. Debes llamarle tú misma.
Sabía que parecía una chalada, pero lo cierto es que se sentía mejor hablándole como si Carole estuviese escuchando lo que decía. Y era verdad, el amigo y agente de Carole, Mike Appelsohn, llamaba cada día. Desde que la prensa había divulgado la noticia telefoneaba dos veces al día. Estaba destrozado. La conocía desde que era una cría. La había descubierto él mismo en una tienda de Nueva Orleans. El entró a comprar un tubo de pasta de dientes y su vida cambió para siempre. Era como un padre para ella. Ese año había cumplido los setenta y todavía estaba en forma. Y ahora había ocurrido esto. No tenía hijos propios, solo a ella. Había suplicado que le dejasen ir a París, pero Jason le pidió que esperase al menos unos días más. Aquello ya era bastante duro sin que vinieran otras personas, por buenas que fueran sus intenciones. La presencia de Stevie no les estorbaba; al contrario, les era de gran ayuda. Como Carole, habrían estado perdidos sin ella. Stevie era así. Carole también tenía otros amigos, en Hollywood, pero debido a la cantidad de tiempo que habían pasado juntas y las cosas que habían vivido durante los últimos quince años, Carole tenía más confianza con ella que con cualquiera de sus amistades.
– Bueno, ¿te has enterado? Hoy ha sido el último día de sueño. Se acabó eso de pasarte la vida ahí tumbada, como una diva. Eres una chica trabajadora. Tienes que despertarte y escribir tu maldito libro. No voy a hacerlo por ti. Tendrás que escribirlo tú misma. ¡Basta de hacer el vago! Esta noche duerme bien y mañana ponte las pilas. Ya está. ¡Se acabó el tiempo! ¡Estas vacaciones se han terminado! Las hemos terminado. Y, si quieres saber mi opinión, como vacaciones han sido una porquería.
La enfermera se habría reído si la hubiese entendido. Cuando Stevie se marchó, la despidió con una sonrisa. Ella misma salía de trabajar al cabo de una hora y volvería a su casa, donde la esperaban un marido y tres hijos. Stevie solo tenía un novio y la mujer en coma que yacía en la cama, a la que quería muchísimo. Cuando se fue se sentía totalmente exhausta. Llevaba todo el día hablándole a Carole. No se había atrevido a hacerlo cuando estaban los demás, aparte de unas pocas palabras tiernas aquí y allá. No lo tenía planeado, pero cuando se fueron decidió probar. No se perdía nada por intentarlo.
Stevie cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás mientras el taxi la llevaba al hotel. Como siempre, los paparazzi estaban en la puerta del Ritz con la esperanza de conseguir fotos de los hijos de Carole, y Harrison Ford y su familia acababan de llegar de Estados Unidos. Se esperaba a Madonna para el día siguiente. Por alguna razón, ambos famosos pasarían el día de Acción de Gracias en París. También lo haría la familia de Carole, y eso les deprimía, dada la trágica razón de su presencia allí. Stevie ya había hablado con el jefe de cocina para que organizase una auténtica cena de Acción de Gracias para ellos en un comedor privado. Era lo menos que podía hacer. Las nubes de golosina para el pastel de boniatos eran imposibles de encontrar allí. Le había pedido a su novio, Alan, que se las enviase por transporte aéreo desde Estados Unidos. Le llamaba cada día para mantenerle informado y, como todos los demás, el hombre le deseaba a Carole lo mejor y decía que rezaba por ella. Era un buen tipo; simplemente Stevie no se imaginaba casada con él ni con ningún otro. Estaba casada con su trabajo y con Carole, más que nunca en aquel momento de necesidad extrema y grandes riesgos.
Esa noche los demás estaban mucho más animados y cenaron abajo, en el Espadón, el principal restaurante del hotel. Era luminoso, alegre y concurrido, y la comida era fabulosa. Stevie no les acompañó. Se dio un masaje, encargó una sopa al servicio de habitaciones y se acostó, todos le agradecieron las actividades que había planeado para ellos ese día. Volvían a sentirse seres humanos. En un arranque de energía nerviosa, Chloe se había comprado seis pares de zapatos y un vestido en Saint Laurent. Jason no podía creerlo, pero se había comprado dos pares de John Lobb en Hermès mientras la esperaba y, aunque Anthony detestaba ir de tiendas, se quedó cuatro camisas. Ambos hombres habían comprado algunas prendas de ropa, sobre todo jerséis y vaqueros para llevar en el hospital, ya que habían traído poco equipaje. Después de los baños y masajes se sentían reconfortados. Además, Jason había vencido a su hijo jugando al squash, un hecho infrecuente que suponía una importante victoria para él. A pesar de las horrorosas circunstancias que les habían llevado a París, habían pasado un buen día gracias a Stevie y a su visión positiva de las cosas. Ella misma estaba molida cuando se acostó, y a las nueve dormía profundamente.
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