– ¡Ni siquiera me conoce! -dijo Chloe con lágrimas en los ojos cuando abandonó el hospital con su padre para volver al hotel.

– Ya te conocerá, corazón. Dale tiempo.

– ¿Y si se queda así? -preguntó ella, expresando el peor temor de todos. Nadie más se había atrevido a decirlo.

– La llevaremos a los mejores médicos del mundo -la tranquilizó Jason muy convencido.

Stevie también estaba preocupada. Continuaba conversando con Carole, pero su amiga y jefa se mostraba inexpresiva. De vez en cuando sonreía ante las cosas que decía Stevie, pero en sus ojos no había ni una chispa de recuerdo de quién era Stevie. Sonreír era nuevo para ella. Y reír también. Carole se asustó la primera vez que lo hizo, y al instante rompió a llorar. Era como contemplar a un bebé. Ella tenía mucho terreno que cubrir y le esperaba un trabajo duro. Una logopeda británica estaba volcada con ella y la forzaba al máximo.

Le dijo a Carole su nombre y le pidió que lo repitiese muchas veces. Esperaba que la imitación encendiese una chispa, pero hasta el momento nada había surtido efecto.

En la mañana del día de Acción de Gracias Stevie le dijo el día que era y el significado que tenía en Estados Unidos. Le dijo qué tomarían en la comida y Carole pareció intrigada. Stevie esperaba haber sacudido su memoria, pero no fue así.

– Pavo. ¿Qué es eso?

Lo dijo como si nunca hubiese oído la palabra, y Stevie sonrió.

– Es un ave que tomamos para almorzar.

– Parece repugnante -dijo Carole, haciendo una mueca.

Stevie se echó a reír.

– A veces lo es, pero es una tradición.

– ¿Plumas? -preguntó Carole con interés, centrándose en lo esencial. Las aves tenían plumas. Al menos recordaba eso.

– No. Relleno. ¡Ñam, ñam!

Le describió el relleno mientras Carole escuchaba con interés.

– Difícil -dijo entonces, con lágrimas en los ojos-. Hablar. Palabras. No las encuentro.

Parecía frustrada por primera vez.

– Lo sé. Lo siento. Ya volverán. Tal vez deberíamos empezar por las palabrotas. Tal vez eso sería más divertido. Ya sabes, como «mierda», «joder», «culo», «cabrón», las buenas. ¿Por qué preocuparse por «pavo» y «relleno»?

– ¿Tacos?

Stevie asintió y ambas se rieron.

– Culo -dijo Carole orgullosa-. Joder.

Era evidente que no tenía ni idea de lo que significaban.

– Excelente -dijo Stevie con mirada cariñosa.

Quería a esa mujer más que a su propia madre o hermana. Realmente era su mejor amiga.

– ¿Nombre? -preguntó Carole con tristeza-. Tu nombre -corrigió.

Trataba de esforzarse. La logopeda quería que formase frases, aunque la mayoría de las veces no podía. Aún no.

– Stevie. Stephanie Morrow. Trabajo para ti en Los Ángeles y somos amigas -dijo con lágrimas en los ojos-. Te quiero. Mucho. Creo que tú también me quieres.

– Bonito -dijo Carole-. Stevie -añadió, probando la palabra-. Eres mi amiga.

Era la frase más larga que había formado hasta el momento.

– Sí, lo soy.

Entonces entró Jason para darle a Carole un beso antes de la cena de Acción de Gracias en el hotel. Los chicos estaban vistiéndose en el Ritz, y esa mañana habían ido a nadar otra vez. Carole le miró con una sonrisa en los labios.

– Culo. Joder -dijo.

El pareció sobresaltado y miró a Stevie, preguntándose qué había ocurrido y si Carole volvía a perder la cabeza.

– Palabras nuevas -añadió Carole con una amplia sonrisa.

– ¡Oh! Estupendo. Esas te serán muy útiles -contestó él mientras se sentaba riendo.

– ¿Tu nombre? -preguntó ella.

Se lo había dicho antes, pero ella lo había olvidado.

– Jason -respondió él, triste por un momento.

– ¿Eres mi amigo?

El vaciló un instante antes de responder y, cuando lo hizo, trató de sonar normal y un tanto informal. Fue un momento duro, otra prueba de que Carole no recordaba nada del pasado.

– Fui tu marido. Estuvimos casados. Tenemos dos niños, Anthony y Chloe. Ayer estuvieron aquí -explicó cansado, aunque sobre todo triste.

– ¿Niños?

Carole no dio muestras de entenderle y entonces comprendió por qué.

– Ahora son mayores. Adultos. Son nuestros niños, pero tienen veintidós y veintiséis años. Han venido a visitarte. Les viste conmigo. Chloe vive en Londres y Anthony vive en Nueva York y trabaja conmigo. Yo también vivo en Nueva York.

Era mucha información de una vez para ella.

– ¿Y yo dónde vivo? ¿Contigo?

– No. Tú vives en Los Ángeles. Ya no estamos casados desde hace mucho tiempo.

– ¿Por qué? -preguntó, sumergiendo su mirada en la de él.

Necesitaba saberlo todo cuanto antes a fin de averiguar quién era ella. Estaba perdida.

– Es una larga historia. Tal vez deberíamos hablar de eso en otro momento. Estamos divorciados.

Ninguno de ellos quería hablarle de Sean. Era demasiado pronto. Carole ni siquiera sabía que le había tenido; no necesitaba saber que le había perdido dos años atrás.

– Eso es triste -dijo.

Parecía entender qué significaba «divorciados», cosa que a Stevie le resultó intrigante. Conservaba algunos conceptos y palabras, y en cambio otros parecían haber desaparecido por completo. Era extraño.

– Sí -convino Jason.

Y luego Jason le habló también del día de Acción de Gracias y de la comida que iban a tomar en el hotel.

– Parece demasiada comida. Sienta mal.

El asintió riendo.

– Sí, tienes razón, aunque es una fiesta bonita. Es un día para estar agradecido por las cosas buenas que han pasado y por lo que se tiene. Como tú sentada aquí hablando conmigo ahora mismo -dijo con una mirada tierna-. Este año estoy agradecido por ti. Todos lo estamos, Carole -dijo.

Stevie se dispuso a salir de la habitación con discreción, pero él le dijo que podía quedarse. Últimamente no tenían secretos.

– Yo estoy agradecida por vosotros dos -dijo ella, mirándoles.

No sabía con certeza quiénes eran, pero la trataban bien y percibía cómo fluía hacia ella el amor que sentían. Era palpable en aquella habitación.

Charlaron durante un rato con Carole, que recuperó unas cuantas palabras más, en su mayoría relacionadas con la fiesta. Las palabras «pastel de carne» y «pastel de calabaza» surgieron de la nada, pero no tenía ni idea de lo que eran. Stevie solo le había mencionado el pastel de manzana, porque el hotel no podía hacer los demás. Y luego, por fin, Stevie y Jason se levantaron para irse.

– Volvemos al hotel para celebrar la cena de Acción de Gracias con Anthony y Chloe -le explicó Jason a Carole con una mirada cariñosa, cogiéndole la mano-. Ojalá vinieras con nosotros.

Ella frunció el ceño cuando Jason mencionó el hotel, como si tratase de sacar algo escurridizo de su ordenador mental, pero no pudo.

– ¿Qué hotel?

– El Ritz. Es donde siempre te alojas en París. Te encanta. Es muy bonito. Nos preparan una cena con pavo en un comedor privado.

Ese año tenían mucho que agradecer.

– Eso suena bien -dijo Carole, triste-. No recuerdo nada, quién soy, quiénes sois vosotros, dónde vivo… el hotel… Ni siquiera recuerdo el día de Acción de Gracias, ni el pavo, ni los pasteles.

En sus ojos había lágrimas de pena y frustración. Verla así les partía el corazón.

– Lo recordarás -dijo Stevie en voz baja-. Dale tiempo. Es mucha información para recuperarla de una vez. Ve despacio -añadió con una sonrisa afectuosa-. Lo conseguirás, te lo prometo.

– ¿Cumples tus promesas? -preguntó, mirando a Stevie a los ojos.

Sabía lo que era una promesa, aunque no recordase el nombre de su hotel.

– Siempre -dijo Stevie, al tiempo que levantaba la mano en un juramento solemne, y luego se dibujó una X en el pecho con dos dedos.

Carole sonrió y habló al unísono con ella:

– ¡Te lo juro! ¡Recuerdo eso! -dijo en tono victorioso.

Stevie y Jason se echaron a reír.

– ¿Lo ves? Recuerdas lo importante, como «¡Te lo juro!». Ya encontrarás lo demás -dijo Stevie con una mirada afectuosa.

– Eso espero -dijo Carole con fervor, mientras Jason le daba un beso en la frente y Stevie le apretaba la mano-. Que tengáis una buena cena. Comed pavo por mí.

– Esta noche te traeremos un poco -prometió Jason.

Los chicos y él tenían previsto volver después de la cena.

– Feliz cena de Acción de Gracias -dijo Stevie mientras se inclinaba para besar a Carole en la mejilla.

Resultaba un poco raro porque Stevie era ahora una extraña para Carole, pero lo hizo de todos modos, y Carole le cogió la mano.

– Eres alta -dijo, y Stevie sonrió.

– Sí que lo soy. Tú también, pero no tan alta como yo. Feliz cena de Acción de Gracias, Carole. Bienvenida al mundo de nuevo.

Con tacones altos, Stevie era más alta que Jason, y este medía más de metro ochenta.

– Joder -dijo Carole con una sonrisa, y ambas se rieron.

Esta vez había una chispa de malicia en sus ojos. Además de la profunda gratitud que sentía Stevie al ver a Carole despierta y viva, la joven confiaba en que Carole volviese a ser ella misma y en que regresasen los buenos tiempos. Jason había salido de la habitación y Stevie sonrió.

– Jódete -dijo Stevie-. Esa también es buena y muy útil.

Carole esbozó una amplia sonrisa y miró a los ojos a la mujer que llevaba quince años siendo su amiga.

– Jódete tú también -dijo con toda claridad.

Ambas mujeres se rieron. Stevie le mandó un beso y salió de la habitación. No fue el día de Acción de Gracias que todos esperaban, pero fue el mejor de la vida de Stevie. Y tal vez incluso de la vida de Carole.

7

Matthieu fue a visitar a Carole la tarde del día de Acción de Gracias, por pura casualidad, mientras su familia y Stevie celebraban su cena en el hotel. Había sido muy prudente a la hora de visitarla. No quería encontrarse con ellos. Seguía sintiéndose incómodo, fueran cuales fuesen las circunstancias ahora. Además, la situación fue tan desesperada al principio que no quiso molestarles en mitad de su conmoción y pena. Sin embargo, había leído en el periódico que había despertado y estaba mejor, así que volvió. No pudo resistirse.

Entró despacio en la habitación y la miró embelesado. Era la primera vez que la veía despierta y el corazón le dio un vuelco. Carole no dio muestras de reconocerle. Al principio, Matthieu no supo si se debía al tiempo transcurrido o al golpe en la cabeza, pero después de todo lo que habían sido el uno para el otro no pudo imaginar que no le recordase. Él había pensado en Carole cada día. Resultaba difícil creer que, en su estado normal, ella no hubiese hecho lo mismo, o al menos que se acordara de su cara.

Carole se volvió hacia él con sorpresa y curiosidad. No recordaba haberle visto antes. Era un hombre alto y atractivo de cabello blanco, penetrantes ojos azules y expresión seria. Parecía una persona de gran autoridad y Carole se preguntó si sería médico.

– Hola, Carole -la saludó en un inglés de marcado acento.

No sabía si aún hablaría el francés, cosa que de momento no parecía.

– Hola.

Era evidente que ella no le reconocía, y eso estuvo a punto de romperle el corazón, habida cuenta de todo lo que habían sentido el uno por el otro. Carole permanecía inexpresiva.

– Debo de haber cambiado mucho -dijo él-. Ha pasado mucho tiempo. Me llamo Matthieu de Billancourt.

No se dio por enterada, pero le sonrió con simpatía. Todo era nuevo para ella, incluso su ex marido y sus hijos, y ahora aquel hombre.

– ¿Es usted médico? -preguntó pronunciando las palabras con claridad, y él negó con la cabeza-. ¿Es mi amigo?

Carole se daba perfecta cuenta de que, de no ser un amigo, él no estaría allí, pero era su forma de preguntarle si le conocía. Tenía que depender de otros para obtener esa información. Sin embargo, a él le sobresaltó la pregunta. Solo con verla se volvió a enamorar de ella. Para ella no quedaba nada. Matthieu se preguntó qué sentía por él antes del accidente. Estaba claro que ahora no sentía nada.

– Sí… sí… lo soy. Un buen amigo. Hace mucho tiempo que no nos vemos.

No le costó entender que Carole no había recuperado la memoria, y quiso ser prudente con la información que le daba. No quería conmocionarla. Allí, en aquella cama de hospital, seguía teniendo un aspecto muy frágil. No quería decir demasiado porque la enfermera estaba en la habitación. No sabía si hablaba inglés, pero se mostró cauto por si acaso. Además, de todos modos no podía contarle secretos a una mujer que no recordaba haberle visto jamás.

– Cuando vivías en París nos conocíamos -explicó Matthieu mientras le entregaba a la enfermera el gran ramo de rosas que le había llevado.

– ¿Yo he vivido en París? -preguntó ella sorprendida-. ¿Cuándo?

Nadie se lo había dicho todavía. Matthieu vio su mirada de frustración al comprender lo mucho que ignoraba de sí misma. Sabía que vivía en Los Ángeles y que había vivido en Nueva York con Jason, pero nadie había mencionado París.