– ¿Sigue sin recordar nada? -preguntó por teléfono con voz disgustada-. ¿Recuperará la memoria?
Había estado muerto de preocupación por ella desde la llamada de Stevie cuando llegó a París. Esta había querido avisarle antes de que leyese en la prensa lo del accidente de Carole. Había llorado cuando Stevie llamó.
– Eso esperamos. Nada se la ha refrescado todavía, pero todos lo estamos intentando.
Y lo mismo hacía Carole. A veces se pasaba horas tratando de recordar las cosas que le habían contado desde su salida del coma. Aún no podía acceder a nada de aquello. Jason le había pedido a su secretaria que enviase fotografías y un álbum de bebés de su casa. Las fotografías eran preciosas, pero Carole las miró sin tan siquiera una chispa de reconocimiento hacia los recuerdos que deberían haber evocado y no evocaban. Pero los médicos mantenían la esperanza y la doctora a cargo de su caso, una neuróloga, seguía diciendo que podía tardar mucho y que había áreas de su memoria que tal vez no recuperara jamás. Tanto el golpe en la cabeza como el coma posterior le habían pasado factura. Aún estaba por ver lo elevada que sería esa factura y lo duraderas que resultarían las secuelas. La situación era muy frustrante, sobre todo para la propia Carole.
Sin embargo, a pesar de las advertencias de Stevie, Mike Appelsohn no estaba preparado para su completa falta de reconocimiento cuando entró en su habitación. Había esperado que hubiese allí algo al menos, un recuerdo de su cara, de alguna parte de su relación a lo largo de los años, pero Carole no dio muestras de reconocerle cuando él entró. Por fortuna, Stevie también estaba en la habitación y vio su expresión de desolación mientras Carole le miraba fijamente. Stevie la había avisado de que vendría y le dijo quién era. A pesar de todos sus esfuerzos para contenerse, Mike se echó a llorar al darle un abrazo. Era como un oso grande y cálido.
– ¡Gracias a Dios! -fue todo lo que pudo decir al principio.
Al cabo de unos momentos se calmó por fin mientras aflojaba la presión y liberaba a Carole de su abrazo.
– ¿Eres Mike? -preguntó Carole en voz baja, como si se viesen por primera vez-. Stevie me ha hablado mucho dé ti. Has sido maravilloso conmigo -añadió en tono agradecido, aunque lo supiese a través de terceros.
– Te quiero, niña. Siempre te he querido. Eras la chica más dulce que he visto en mi vida. A los dieciocho años estabas imponente -dijo con orgullo-. Sigues estándolo.
La miró conteniendo las lágrimas y ella le sonrió.
– Stevie dice que me descubriste, como si fuese un país, una flor o un pájaro raro.
– Eres un pájaro raro y una flor -dijo él, dejándose caer en la única silla cómoda de la habitación, mientras Stevie permanecía de pie en las proximidades.
Carole le había pedido a su secretaria que se quedase con ella. Aunque no recordaba lo que Stevie hacía por ella, Carole había llegado a depender de la presencia de la joven alta y morena, que hacía que se sintiera segura y protegida.
Mike llevaba ya medio siglo siendo un personaje muy respetado y activo en el negocio, tanto tiempo como Carole había vivido.
– Te quiero, Carole -dijo él, aunque ella no le recordase-. Tienes un talento increíble. A lo largo de los años hemos hecho grandes películas juntos. Y volveremos a hacerlas, cuando dejes todo esto atrás. Estoy deseando que regreses a Los Ángeles. He pensado en los mejores médicos para ti en Cedars-Sinai. Bueno, ¿por dónde empezamos? -le preguntó a Carole con expectación.
Los médicos de París iban a recomendarle a facultativos en Los Ángeles, pero a Mike le gustaba sentirse útil y estar al cargo. Quería hacer todo lo que estuviese en su mano para ayudarla. Sabía mucho de sus primeros años en Hollywood y de antes. Más que ninguna otra persona. Stevie se lo había explicado antes de su llegada.
– ¿Cómo te conocí? -quiso saber Carole, deseosa de conocer la historia.
– Me vendiste un tubo de dentífrico en una tienda de Nueva Orleans que hacía esquina. Eras la chica más guapa que había visto en mi vida -dijo amablemente.
Mike no había mencionado la cicatriz de la mejilla. Carole ya la había visto, ahora que caminaba. Había ido al baño y se había mirado al espejo. Al principio se llevó un susto, pero luego decidió que no importaba. Estaba viva y era un precio pequeño a pagar por su supervivencia. Quería recuperar su memoria, no su belleza perfecta.
– Te invité a ir a Los Ángeles para una prueba de cámara. Más tarde me dijiste que me tomaste por un chulo. Bonito, ¿eh? La primera vez que me tomaron por un chulo.
Era un hombretón alegre y, al recordarlo, se rió a carcajadas. Había contado la historia un millón de veces. Carole se rió con él. Para entonces había recuperado todo su vocabulario y entendía el significado de la palabra.
– Habías llegado a Nueva Orleans desde la granja de tu padre en Mississippi -siguió-. El acababa de morir hacía pocos meses y la vendiste. Vivías de ese dinero y ni siquiera dejaste que te pagase el billete. Dijiste que no querías estar «en deuda» conmigo. Entonces hablabas con un acento muy típico. Me encantaba. Pero no funcionaba para las películas.
Carole asintió. Jason le había dicho lo mismo. Aún tenía una pizca de acento de Mississippi cuando se casaron, pero había desaparecido años atrás.
– Fuiste a Los Ángeles y tu prueba de cámara fue genial -añadió él.
– ¿Y antes de eso?
Mike la conocía desde hacía más tiempo que nadie y Carole pensó que tal vez supiese algo de su infancia. Jason se había mostrado vago al respecto, y no conocía todos los detalles.
– No estoy seguro -dijo él con sinceridad-. Hablabas mucho de tu padre cuando eras una cría. Al parecer se portaba bien contigo y te encantó criarte en la granja. Vivías en algún pueblecito cercano a Biloxi.
Cuando él pronunció la palabra, ella cayó en la cuenta. No sabía por qué, pero una palabra acudió a su mente y la dijo:
– Norton.
Carole le miró asombrada, al igual que Stevie.
– Eso era. Norton -confirmó él, encantado-. Teníais cerdos, vacas, pollos y…
– Una llama -le interrumpió ella.
La propia Carole se quedó atónita al pronunciar la palabra. Era lo primero que recordaba por sí sola.
Mike se volvió a mirar a Stevie, que observaba a Carole intensamente. Esta miró a Mike a los ojos. El le estaba abriendo una puerta que nadie más podía abrir.
– Tuve una llama. Mi padre me la regaló por mi cumpleaños. Dijo que yo era igual que ella porque tenía los ojos grandes, las pestañas largas y el cuello largo. Siempre me decía que era rara -dijo, casi como si pudiera oírle-. Mi padre se llamaba Conway.
Mike asintió sin querer interrumpirla. Estaba ocurriendo algo importante y los tres lo sabían. Esos eran los primeros recuerdos que había tenido. Carole tenía que volver al principio de todo:
– Mi mamá murió cuando yo era pequeña. No llegué a conocerla. Había una foto suya sobre el piano, conmigo en el regazo. Era muy guapa. Se llamaba Jane. Me parezco a ella -dijo Carole, con lágrimas en los ojos-. Y tuve una abuela llamada Ruth, que me preparaba galletas y murió cuando yo tenía diez años.
– No sabía eso -dijo Mike en voz baja.
El recuerdo de su abuela resultaba nítido en la mente de Carole.
– Ella también era muy guapa. Mi padre murió justo antes de mi graduación. Su camión volcó en una cuneta -dijo, recordándolo todo-. Me dijeron que tenía que vender la granja, y yo… Y luego no sé qué pasó -añadió, mirándoles.
– La vendiste y te fuiste a Nueva Orleans, y yo te encontré -le explicó él.
Sin embargo, ella quería saberlo de su propia mente, no de la de él. Y no podía seguir adelante. Eso era todo lo que había allí por el momento. Por mucho que quisiera recordar más, sencillamente no podía. Pero había sido mucho en poco tiempo. Aún podía ver la foto de su madre y la cara de la abuela Ruth.
A continuación charlaron de otras cosas durante un ratito y Mike le cogió la mano. No lo dijo, pero verla tan disminuida le estaba matando. Solo rogaba que su memoria volviese y que ella fuese de nuevo la mujer alegre, activa, inteligente y con talento que había sido. Daba miedo pensar que pudiese no hacerlo, que pudiese quedar limitada para siempre, sin recuerdo de ninguno de los hechos anteriores al atentado. También tenía algunos problemas con la memoria a corto plazo. Si se quedaba así, no podría en modo alguno volver a actuar. Sería el final de una carrera importante y de una mujer estupenda. Los otros habían estado preocupados por lo mismo y, a su propio modo, también lo estaba Carole. Luchaba por cada fragmento de memoria que pudiese obtener. La visita de Mike había sido una victoria importante, por llamarlo de alguna forma. Era lo máximo que había recordado hasta el momento. Hasta ahora nada había abierto esas puertas y, sorprendentemente, él lo había hecho. Carole quería recordar más.
Stevie y ella hablaron de la vuelta a Los Ángeles y de su casa. Carole no recordaba el aspecto de esta. Su secretaria se la describió. No era la primera vez que lo hacía. Entonces Carole habló de su jardín y luego miró a Stevie de forma extraña.
– Me parece que yo tuve un jardín aquí en París -dijo.
– Sí que lo tuviste -dijo Stevie en voz baja-. ¿Recuerdas esa casa?
– No. -Carole negó con la cabeza-. Recuerdo el establo de mi padre, donde yo ordeñaba las vacas.
Volvían cosas, como piezas de un rompecabezas. Pero la mayor parte no encajaba. Stevie se preguntó, ahora que Carole recordaba el jardín de París, si acabaría recordando a Matthieu. Resultaba difícil de adivinar. Casi esperaba que no, si él la había hecho tan desdichada. Recordaba lo disgustada que estaba Carole cuando cerraron aquella casa.
– ¿Cuánto tiempo te quedas en París? -le preguntó Stevie a Mike.
– Solo hasta mañana. Quería ver a mi niña, pero tengo que volver.
Era un largo viaje para un hombre de su edad, sobre todo para pasar allí una sola noche. Por ella habría dado la vuelta al mundo en un abrir y cerrar de ojos, y había querido hacerlo desde que llamó Stevie. Jason le había pedido que esperase, así que lo había hecho, aunque se moría de ganas de ir.
– Me alegro de que hayas venido -dijo Carole con una sonrisa-. No he recordado nada hasta ahora.
– Lo harás cuando vuelvas a Los Ángeles -dijo Mike con una confianza que no sentía-. Si yo estuviera metido aquí sin poder salir, también me fallaría la memoria.
Se sentía muy asustado por Carole. Le habían advertido cómo estaba ella, pero aquello era peor en cierto modo. Al mirarla a los ojos y saber que no recordaba nada de su vida, de su carrera ni de la gente que la quería, a Mike le entraron ganas de llorar.
Como le ocurría a Sean, a Mike nunca le había gustado París. Lo único que le agradaba de allí era la comida. Los franceses le parecían de trato difícil en los negocios, desorganizados y poco fiables en el mejor de los casos. Lo que le hacía soportable la ciudad era el Ritz, que en su opinión era el mejor hotel del mundo. Por lo demás, se sentía más feliz en Estados Unidos. Y quería que Carole también volviese allí, con los médicos que él conocía. Ya había pensado en varios de los mejores de la ciudad. Como hipocondríaco reconocido y ferviente, era miembro del consejo de administración de dos hospitales y una facultad de medicina.
No le gustaba nada dejarla allí esa noche para volver al hotel, pero se dio cuenta de que estaba cansada. Había estado con ella toda la tarde, y también él estaba agotado. Había tratado de refrescarle la memoria aún más con anécdotas de sus primeros días en Hollywood, pero Carole no recordaba nada más. Solo cosas de su infancia en Mississippi. A partir de los dieciocho años, cuando salió de la granja, todo parecía haberse borrado. De todos modos, ya era algo.
Hablar con la gente durante mucho rato seguía siendo fatigoso para ella y tratar de forzar su memoria la agotaba. Cuando Mike se dispuso a marcharse, ella estaba preparada para irse a dormir. El hombre se situó de pie junto a la cama antes de marcharse y le pasó una mano por los largos cabellos rubios.
– Te quiero, nena -dijo, utilizando el apelativo que siempre había usado con ella, desde que era una cría-. Ahora ponte bien y vuelve a casa lo antes posible. Te estaré esperando en Los Ángeles.
Tuvo que volver a contener las lágrimas mientras le daba un abrazo, y acto seguido salió de la habitación. Tenía un chófer abajo esperando para llevarle al hotel.
Stevie se quedó hasta que Carole se durmió, y entonces se marchó también. Mike la llamó a su habitación cuando ella llegó. Estaba disgustado.
– ¡Santo Dios! -exclamó-. No recuerda nada de nada.
– La llama, su pueblo natal, su abuela, la foto de su madre y el establo de su padre han sido el primer atisbo de esperanza que hemos tenido. Creo que le ha hecho usted mucho bien -respondió Stevie agradecida y sincera.
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