– ¿Y tú? -Matthieu se volvió hacia Carole, con las mismas preguntas en los ojos-. Hace mucho tiempo que no haces una película. Creo que las he visto todas.
Matthieu volvió a sonreír. En muchas ocasiones se había dado el capricho de sentarse en un cine a oscuras para contemplarla y escucharla. Había visto algunas de sus películas tres y cuatro veces, y luego volvía a verlas en televisión. Cuando Carole estaba en la pantalla, su esposa salía de la habitación sin hacer ruido. Lo supo hasta el final. En los últimos años de su convivencia ya no hablaban de ello. Arlette aceptaba su amor hacia Carole y sabía que nunca la había amado a ella de la misma forma ni lo haría jamás. Los sentimientos de Matthieu hacia su esposa eran muy diferentes. Guardaban relación con el deber, la responsabilidad, la camaradería y el respeto. Sus sentimientos hacia Carole habían nacido de la pasión, el deseo, la esperanza y los sueños. Había perdido los sueños, pero conservaba el amor y la esperanza. Eran suyos para siempre y los mantuvo guardados en su corazón como una joya rara y preciosa en una caja fuerte, al abrigo de cualquier daño y de las miradas ajenas. Mientras hablaban, Carole percibía las emociones que aún sentía Matthieu. La habitación del hospital era un hervidero de cosas que no se decían pero se sentían, al menos por parte de él.
– Los guiones que he leído en los últimos años no me han gustado. No quiero hacer papeles estúpidos. Últimamente he pensado en hacer algo que sea muy divertido. Siempre he querido hacer comedia y tal vez lo intente un día de estos. No sé si soy muy divertida, pero me encantaría probar. A estas alturas, ¿por qué no? Por lo demás, quiero hacer papeles que tengan sentido para mí y le aporten algo al público. No veo para qué voy a mantener mi cara en la pantalla solo con el fin de que la gente no olvide quién soy. Quiero ser muy cuidadosa con los personajes que interpreto. El papel tiene que importarme o no valdrá la pena hacerlo. No hay muchos papeles así por ahí, y menos a mi edad. No quise trabajar durante el año en que mi marido estuvo enfermo. Desde entonces no he visto ni un solo guión que me haya gustado. Todos son basura. Nunca he hecho basura y no voy a empezar ahora. No necesito hacer eso. He intentado escribir un libro -le confesó con una sonrisa.
Siempre habían tenido conversaciones interesantes, sobre películas, política, la condición humana y la vida. Matthieu era un hombre sumamente culto, leído y filosófico, con licenciaturas en literatura, psicología y letras, además de un doctorado en ciencias políticas. Tenía muchas facetas y una mente aguda.
– ¿Estás escribiendo un libro acerca de tu vida? -preguntó él intrigado.
– Sí y no -contestó ella con una tímida sonrisa-. Es una novela sobre una mujer madura que examina su vida tras la muerte de su marido. He empezado una docena de veces. He escrito varios capítulos, desde distintos puntos de vista, y siempre me quedo atascada en el mismo punto. No acabo de entender cuál es el propósito de su vida, una vez que él ha muerto. Es una brillante neurocirujana y no le ha podido salvar de un tumor cerebral, a pesar de todos sus conocimientos. Es una mujer acostumbrada al poder y al control, y su incapacidad para cambiar el destino la lleva a una encrucijada. Tiene que ver con la aceptación, la rendición y la comprensión de sí misma y del verdadero sentido de la existencia.
Tomó algunas decisiones importantes que aún influyen en su vida. Deja su trabajo y se marcha de viaje, tratando de encontrar las respuestas a sus propias preguntas, las llaves de las puertas que han permanecido cerradas durante casi toda su vida, mientras avanzaba. Ahora tiene que volver atrás antes de poder seguir adelante -dijo, extrañada de recordar tantos detalles del libro.
– Parece interesante -reflexionó él en voz alta.
Al igual que Carole, entendía perfectamente que trataba sobre ella y sobre las decisiones que había tomado, las resoluciones y las bifurcaciones en el camino que había seguido y, sobre todo, la decisión que tomó de abandonar Francia y la relación que se había convertido para ella en un callejón sin salida.
– Eso espero. Puede que algún día sea incluso una película, si es que llego a escribirlo. ¡Me gustaría interpretar ese papel! -exclamó, aunque ambos sabían que ya lo había hecho-. De todos modos, me gusta escribir el libro. Me da la voz narrativa, que es omnisciente, que lo ve todo, no solo diálogo entre personajes y expresiones faciales en una pantalla de cine. El escritor lo sabe todo, o eso se supone, creo. Casualmente, descubrí que yo no. No pude encontrar las respuestas a mis propias preguntas, así que vine a Europa para encontrarlas antes de seguir con el libro. Esperaba que eso me desbloquease.
– ¿Y fue así? -preguntó él intrigado, y Carole sonrió con pesar.
– No lo sé. Tal vez sí. El día que llegué a París fui a ver nuestra vieja casa y tuve algunas ideas. Volvía al hotel para escribir un poco y entonces ocurrió lo del túnel. Esas ideas volaron de mi cabeza, junto con todo lo que había habido siempre en ella. Resulta muy extraño no saber quién eres o dónde has estado, qué te importaba. Todas las personas, lugares y acontecimientos que has reunido desaparecen y te quedas sola y en silencio, sin la menor idea de cuál es tu historia o de quién has sido.
Era la peor de las pesadillas y Matthieu no podía imaginarla.
– Ahora está volviendo -continuó ella-, a trozos. Aunque no sé qué he olvidado. Casi siempre veo imágenes y caras y recuerdo sentimientos, pero no sé muy bien qué lugar exacto ocupan, cómo encajan en el rompecabezas de mi vida.
Curiosamente, recordaba más cosas de Matthieu que de los demás, incluso que de sus propios hijos, y eso la entristecía. Apenas se acordaba de Sean, salvo lo que le habían contado y momentos especiales de los ocho años que habían pasado juntos; hasta el hecho de su muerte le resultaba vago. Y lo que peor recordaba era su relación con Jason, aunque sabía que le tenía un cariño dulce y fraternal. Sus sentimientos acerca de Matthieu eran distintos. Su presencia hacía que se sintiera incómoda y le traía recuerdos de alegría y dolor intensos. Sobre todo dolor.
– Yo creo que al final recuperarás la memoria por completo. Debes tener un poco de paciencia. Tal vez este accidente te permita entender las cosas mejor de lo que las habrías entendido de otro modo.
– Tal vez.
Los médicos se mostraban optimistas, aunque no podían prometer una recuperación total. Carole se sentía mejor y avanzaba deprisa, pero todavía había momentos en que se detenía del todo. Habían desaparecido de su cerebro palabras, lugares, incidentes y personas. Carole ignoraba si alguna vez volvería a encontrarlos, aunque los terapeutas la ayudaban. Dependía de otros para que compartiesen su historia con ella y le refrescasen la memoria, como Matthieu había hecho. Y, en su caso, aún no sabía con certeza si eso era positivo o negativo. Lo que Matthieu le había contado hasta el momento la había entristecido. Habían perdido muchas cosas, incluso un hijo.
– Si no recupero la memoria -comentó Carole en tono práctico-, me va a costar muchísimo trabajar en el futuro.
Puede que todo haya terminado para mí. Una actriz incapaz de recordar los diálogos no tiene demasiadas posibilidades de conseguir papeles. Aunque he tenido ocasión de trabajar con muchas así -dijo con una carcajada.
Se había tomado muy bien la pérdida que había sufrido y estaba mucho menos deprimida de lo que temían los médicos y su familia. Aún conservaba la esperanza. Y él también. Carde le parecía extraordinariamente lúcida y llena de vida, dado lo que había ocurrido y las repercusiones en su cerebro.
– Me encantaba verte rodar tus películas. Iba a Inglaterra cada fin de semana mientras hacías la que siguió a María Antonieta. Ahora no recuerdo cómo se llamaba. Salían en ella Steven Archer y sir Harland Chadwick -dijo él, tratando de refrescarle la memoria.
De pronto, sin tan siquiera intentarlo, Carole soltó el título de la película:
– Epifanía. ¡Dios, qué película tan horrorosa! -dijo con una sonrisa, y luego se quedó atónita por haberlo recordado-. ¡Hala! ¿De dónde ha salido eso?
– Está todo ahí, en alguna parte -dijo Matthieu con ternura-. Lo encontrarás. Solo tienes que mirar.
– Creo que me da miedo lo que pueda encontrar -dijo ella con sinceridad-. Puede que sea más fácil así. No recuerdo las cosas que me dolieron, las personas a las que odiaba o que me odiaban a mí. Los sucesos y personas que quise olvidar… Aunque tampoco lo bueno -dijo llena de nostalgia-. Ojalá recordase más cosas de mis hijos, en particular de Chloe. Creo que la perjudiqué con mi carrera. Debí de ser muy egoísta cuando Anthony y ella eran pequeños. El parece haberme perdonado; dice que no hay nada que perdonar, pero Chloe es más sincera. Parece enfadada y dolida. Ojalá hubiese pasado más tiempo con ellos.
Con la memoria había venido el sentimiento de culpa.
– Ya pasabas tiempo con ellos. Mucho tiempo. A veces pensaba que demasiado -dijo Matthieu para tranquilizarla-. Te los llevabas a todas partes; nos los llevábamos. Chloe nunca andaba muy lejos cuando estabas trabajando. Ni siquiera querías matricularla en un colegio. Era una niña muy necesitada. Le dieras lo que le dieses, siempre quería algo distinto o más. Era difícil de complacer.
– ¿Es eso cierto?
Resultaba interesante ver las cosas a través de los ojos de Matthieu, ya que ella estaba tan confusa, y se preguntó si tendría razón o si influiría en él la diferencia cultural y de género que existía entre ambos.
– Eso pensaba. Nunca pasé tanto tiempo con mis hijos como tú; tampoco su madre, y ella no trabajaba. Siempre estabas pegada a Chloe, preocupada por ella y también por Anthony, aunque yo me llevaba mejor con él. Era más mayor y más accesible para mí, porque era un chico. Cuando estabas aquí éramos muy amigos. Y al final me odió, como tú. Te veía llorar sin parar -dijo con expresión incómoda y de culpabilidad.
– ¿Yo te odiaba? -preguntó ella perpleja.
Lo que recordaba, o percibía a partir de los recuerdos que había recuperado, era angustia, no odio, o tal vez habían sido lo mismo. Desilusión, decepción, frustración, enfado. «Odio» parecía una palabra muy fuerte. En aquel momento no le odiaba. Y Anthony se había enfadado al verle, como un niño que se ha llevado una decepción tremenda. Al final, Matthieu no solo les traicionó a ellos. También se traicionó a sí mismo.
– No lo sé -dijo él, después de pensarlo-. Si no, tal vez deberías haberme odiado. Te fallé. Actué mal. Te hice promesas que no podía cumplir. Fui injusto contigo. Entonces me las creí, pero cuando miro atrás, y lo he hecho muchas veces en estos años, me doy cuenta de que estaba soñando. Quise hacer realidad mi sueño y no pude. Se convirtió en una pesadilla para ti y, al final, también para mí.
Trataba de ser sincero con ella y consigo mismo. Llevaba años queriendo decirle esas cosas y era un alivio hacerlo, aunque doloroso para ambos.
– Anthony no quiso despedirse de mí cuando os fuisteis -añadió-. A él le parecía que su padre os había traicionado y luego yo agravé su dolor. Fue un golpe terrible para ti y tus hijos, y también para mí. Creo que fue la primera vez en mi vida que me vi realmente como un mal hombre. Fui prisionero de las circunstancias.
Ella asintió, asimilando lo que él había dicho. No podía confirmar o negar lo que Matthieu decía, pero tenía sentido. Y, al escucharle, se compadeció de él, sabiendo que también debía de haber sufrido.
– Debió de ser una época dura para ambos.
– Así es. Y también lo fue para Arlette. Nunca creí que me quisiera, hasta que llegaste tú. Puede que ella misma no lo descubriese hasta entonces. Aunque tampoco estoy seguro de que fuese amor verdadero. Le parecía que yo tenía una obligación con ella y supongo que estaba en lo cierto. Siempre me he considerado un hombre de honor, pero no me porté de forma honorable con ninguna de las dos, ni conmigo mismo. Te quería a ti y me quedé con ella. Tal vez habría sido distinto si no hubiese permanecido en el gobierno. Mi segunda legislatura lo cambió todo. Tener una amante no habría supuesto una conmoción tan enorme; otros lo han hecho antes y después en Francia, pero, debido a tu fama, el escándalo habría sido mayúsculo para todos y creo que habría destruido tu carrera y la mía. Arlette se benefició de ello -dijo con sinceridad.
– Y sacó tanto provecho como pudo, si no recuerdo mal -dijo Carole, tensa de pronto-. Dijo que iba a telefonear a los estudios para contarles lo nuestro, y también a la prensa, y luego amenazó con suicidarse.
Aquel recuerdo la asaltó de repente y Matthieu pareció avergonzado.
– En Francia pasan esas cosas. Aquí es mucho más frecuente que en Estados Unidos que las mujeres amenacen con suicidarse, sobre todo por cuestiones sentimentales.
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