– Nos tenía agarrados por el cuello -dijo Carole sin rodeos.

Matthieu se echó a reír.

– Podría decirse que sí, aunque yo diría una parte distinta de la anatomía, en mi caso. Sin embargo, también me tenía agarrado por mis hijos. Yo pensaba sinceramente que nunca volverían a dirigirme la palabra si la dejaba. Hizo que mi hijo mayor hablase conmigo, como portavoz de la familia. Arlette fue muy lista, aunque no se lo reprocho. Yo estaba muy seguro de que accedería al divorcio. Hacía años que no nos queríamos. Fui un ingenuo al creer que accedería de buen grado a dejarme marchar y mi ingenuidad me llevó a hacerte creer cosas que eran falsas -dijo con aire apesadumbrado, mirándola a los ojos.

– Los dos estábamos en una posición difícil -dijo ella con generosidad.

– Así fue -convino él-, atrapados por nuestro mutuo amor y apresados por mi esposa, por el Ministerio del Interior y mis obligaciones allí.

Al oírle, Carole se dio cuenta de que él pudo tomar decisiones, tal vez duras, pero decisiones a pesar de todo. El había tomado la suya y ella optó por marcharse. Recordaba haber temido que fuese demasiado pronto para tirar la toalla; durante años se había preguntado si debía haberse quedado, si en ese caso las cosas habrían acabado de forma distinta, si habría podido conseguirle al final. Cuando conoció a Sean y se casó, todo aquello quedó atrás. Hasta entonces se había reprochado dejar a Matthieu demasiado pronto, pero dos años y medio parecía tiempo suficiente para que él cumpliese su promesa y ella se convenció de que nunca lo haría. Siempre había alguna excusa y al final Carole ya no pudo dar crédito a sus palabras. El propio Matthieu se las creía, pero Carole se rindió. Y después del atentado terrorista, Matthieu le hizo el regalo de decirle que había hecho bien. Pese a su memoria llena de lagunas, suponía un enorme alivio oírle reconocer eso. En las conversaciones telefónicas que tuvieron el año después de su marcha, Matthieu siempre le reprochaba haberse marchado demasiado pronto. Sin embargo, Carole sabía ahora que no fue así. Hizo lo correcto. Incluso quince años después se alegraba de saberlo, al igual que se alegraba de conocer las cosas que Jason le había contado sobre el matrimonio de ambos. Empezaba a preguntarse si el atentado del túnel habría sido un extraño regalo. Todas aquellas personas habían venido del pasado para abrirle su corazón. De otro modo, ella nunca habría sabido todo aquello. Era exactamente lo que necesitaba para su libro y para su vida.

– Deberías descansar -le dijo Matthieu por fin, al ver que tenía los ojos cansados.

La investigación policial la había agotado y hablar del pasado de ambos también le resultaba difícil. Y luego Matthieu le hizo una pregunta que le había obsesionado desde que la había vuelto a encontrar. Había entrado varias veces para verla, tranquilo en apariencia y cortésmente preocupado, pero su interés por verla era mucho mayor de lo que parecía. Y ahora que ella estaba consciente y recordaba lo que habían significado el uno para el otro, respetaba su capacidad de decisión.

– ¿Te gustaría que viniese a verte otra vez, Carole? -preguntó, conteniendo el aliento.

Ella vaciló durante un buen rato. Al principio, verle la había desconcertado y la había puesto nerviosa, pero ahora había algo reconfortante en su proximidad, como si fuese un ángel de la guarda que la protegiese con sus anchas alas y sus ojos intensamente azules, del color del cielo.

– Sí -dijo por fin, tras una pausa interminable-. Me gusta hablar contigo. No tenemos por qué seguir hablando del pasado. Tal vez podamos ser amigos. Eso me gustaría.

A Carole siempre le había gustado hablar con él. Ya sabía suficiente y no estaba segura de querer saber más. Había demasiado dolor allí, incluso después de todo el tiempo transcurrido.

El asintió. Aún quería más, pero no deseaba asustarla. Carole todavía era vulnerable después de todo lo que le había ocurrido. Además, había transcurrido mucho tiempo desde su relación. Era demasiado tarde, por más que le costase admitirlo. Había perdido al amor de su vida. Sin embargo, Carole había vuelto, aunque de una forma distinta. Tal vez, como ella decía, fuese suficiente. Podían intentarlo.

– Vendré a verte mañana -prometió él mientras se ponía en pie sin dejar de mirarla.

Bajo las sábanas, Carole se veía delicada y muy delgada. El se inclinó para besarla en la frente. Carole sonrió tranquilamente, cerrando los ojos y hablando en un susurro soñador:

– Adiós, Matthieu… gracias…

El nunca la había amado tanto.

14

Esa misma tarde se presentó Stevie en el hospital con una pequeña bolsa de viaje y le pidió a la enfermera que instalase un catre en la habitación. Tenía previsto pasar allí la noche. Cuando entró, Carole se estaba despertando de una larga siesta. Desde que Matthieu se marchó había dormido varias horas, agotada por la mañana que había tenido y la posterior conversación con él. Había necesitado toda su concentración para sobrellevar ambas cosas.

– He decidido trasladarme aquí -dijo Stevie, dejando su bolsa en el suelo.

Aún tenía los ojos llorosos, la nariz enrojecida y algo de tos, pero estaba tomando antibióticos y dijo que ya no era contagiosa. El resfriado de Carole también había mejorado.

– Bueno, ¿en qué lío te has metido hoy? -preguntó.

Carole le contó que había venido la policía a verla. Stevie se alegraba de ver en su puerta a los dos miembros del CRS, aunque sus ametralladoras le producían escalofríos, cosa que también le ocurriría a cualquier persona que viniese con malas intenciones.

– Matthieu ha estado aquí mientras yo hablaba con los policías y se ha quedado cuando se han marchado -añadió Carole, pensativa.

Stevie la miró con los ojos entornados.

– ¿Debería preocuparme?

– No creo. Todo eso pasó hace mucho tiempo. Yo era una cría, más joven que tú ahora. Hemos acordado ser amigos, o al menos intentarlo. Creo que tiene buenas intenciones. Parece un hombre desdichado -contestó Carole, pensando que Matthieu tenía la misma intensidad que recordaba de sus días de pasión, aunque sus ojos tenían una profunda tristeza que no estaba allí antes, salvo cuando murió su hija-. De todos modos, pronto volveré a casa. La verdad es que resulta agradable enterrar los viejos fantasmas y hacerse amigo de ellos. Les quita el poder.

– No estoy segura de que haya algo capaz de quitarle el poder a ese tipo -dijo Stevie con sensatez-. Entra aquí como un maremoto y todo el mundo da un bote de tres metros al verle.

– Fue un hombre muy importante y sigue siéndolo. Llamó al ministro del Interior para hablarle de mí. Así conseguimos los guardias de la puerta.

– Eso no me importa. Es que no quiero que te disguste -dijo Stevie con actitud protectora.

No quería que nada le hiciese daño a Carole, a ser posible nunca jamás. Había sufrido demasiado. Su recuperación ya era bastante dura. No necesitaba afrontar también problemas emocionales, sobre todo los de Matthieu. Desde el punto de vista de Stevie, él había tenido su oportunidad y la había desperdiciado.

– No me disgusta. Me duelen algunas de las cosas que recuerdo de él, pero ha sido muy amable. Me ha pedido permiso para visitarme.

Eso la había impresionado favorablemente. El no lo había dado por supuesto, se lo había pedido.

– ¿Y se lo has dado? -preguntó Stevie con interés.

Seguía sin confiar en aquel tipo. Tenía unos ojos aterradores, aunque no para Carole. Ella le conocía muy bien, o le había conocido tiempo atrás.

– Sí. Ahora podemos ser amigos. Vale la pena intentarlo. Es un hombre muy interesante.

– También lo eran Hitler y Stalin… No sé por qué, pero tengo la sensación de que ese tipo no se detendría ante nada para conseguir lo que quiere.

– Así era antes, pero ahora es distinto. Los dos somos distintos. El es viejo y todo aquello terminó -contestó Carde con seguridad.

– No estés tan segura -replicó Stevie, poco convencida-. Los viejos amores son difíciles de eliminar.

Desde luego, el de ellos lo había sido. Carole había pensado en él durante años y le había amado durante mucho tiempo. Eso le había impedido amar a nadie, hasta que llegó Sean. Pero ella se limitó a asentir sin decir nada.

Stevie se acomodó en el catre. Al anochecer se puso el pijama y dijo que celebraban una fiesta de adolescentes. Carole se sentía culpable por hacer que su secretaria se quedase con ella en lugar de dormir en el Ritz. Sin embargo, después del incidente del chico del cuchillo, Stevie ya no estaba tranquila si permanecía lejos de Carole. Además, le había prometido a Jason que estaría cerca. Este había llamado una docena de veces, conmocionado por el ataque. Sus hijos también la habían telefoneado. Ahora tenía guardias con ametralladoras en la puerta de la habitación y Stevie la protegía dentro. A Carole le emocionaba ver cuánto se preocupaba Stevie por ella. Estuvieron riendo y charlando como dos crías hasta bien avanzada la noche, mientras la enfermera permanecía fuera y hablaba con los guardias.

– Lo estoy pasando muy bien -dijo Carole en un momento dado, entre risas-. Gracias por quedarte conmigo.

– Yo también me sentía sola en el hotel -reconoció Stevie-. La verdad es que estoy empezando a echar de menos a Alan después de tantas semanas-. Me ha llamado muchas veces. Empieza a parecer realmente un adulto, lo cual es una buena noticia, porque el mes pasado cumplió los cuarenta.

Desde luego, es una planta que florece tarde. Me ha invitado a pasar la Nochebuena en casa de sus padres. Hasta ahora siempre hemos pasado las fiestas por separado. Pasarlas juntos nos parecía a los dos un compromiso demasiado grande. Supongo que eso es un avance, pero ¿hacia qué? Me gusta lo que tenemos.

Ninguno de los dos había estado casado y últimamente él hablaba del matrimonio y hacía planes de futuro para ambos. Eso ponía nerviosa a Stevie.

– ¿Qué harías si os casarais? -preguntó Carole con prudencia.

La habitación estaba casi a oscuras, salvo por la luz tenue de una lámpara de noche. Aquello se prestaba a confidencias y preguntas que tal vez no se hubiesen atrevido a hacerse de otro modo, aunque siempre se mostraban bastante sinceras la una con la otra. Sin embargo, algunos temas eran tabú, incluso entre ellas. Aquella era una pregunta que Carole nunca le había hecho, e incluso ahora había vacilado antes de hacerla.

– Suicidarme -dijo Stevie, antes de echarse a reír-. ¿En qué sentido? No lo sé… nada… Detesto los cambios. Nuestro piso es cómodo. A él no le gustan nada mis muebles, pero a mí me da igual. Tal vez pintaría la sala de estar y compraría otro perro.

Stevie no veía por qué iba a cambiar nada, aunque podía ocurrir. El matrimonio le daría a Alan un papel mucho más importante en su vida y por eso no quería casarse con él. A Stevie le gustaba su vida tal como era.

– Me refiero a tu trabajo.

– ¿Mi trabajo? ¿Qué tiene que ver el matrimonio con eso, si no me caso contigo? Creo que entonces me mudaría a tu casa.

Ambas se echaron a reír.

– Trabajas muchas horas, viajas conmigo. Pasamos mucho tiempo fuera. Y cada vez que salte por los aires en un túnel, podrías quedarte atrapada en París durante muchísimo tiempo -explicó Carole con una sonrisa.

– ¡Ah, te refieres a eso! ¡Vaya, no lo sé! Nunca lo he pensado. Creo que renunciaría a Alan antes de renunciar a mi empleo. De hecho, lo sé. ¡Si mi trabajo contigo le supone un problema, que se vaya al diablo! No voy a renunciar a este trabajo. Nunca. Antes tendrías que matarme.

A Carole le resultaba reconfortante oírlo, aunque a veces las cosas cambiaban de forma inesperada. Eso le preocupaba. Por otra parte, quería que Stevie tuviese una buena vida, no solo un trabajo.

– ¿Qué opina Alan? ¿Se queja alguna vez?

– La verdad es que no. A veces protesta un poco si paso mucho tiempo fuera y dice que me echa de menos. Supongo que es bueno para él, salvo que encuentre a otra compañera de dormitorio. Pero es muy tranquilo y también está bastante ocupado. En realidad viaja más que yo, aunque no lo hace por el extranjero sino por California. Que yo sepa, nunca me ha engañado con otra. Tengo entendido que de joven era muy alocado. Soy la primera mujer con la que ha vivido. Hasta ahora la cosa ha funcionado bastante bien, así que ¿para qué arreglar lo que no está roto?

– ¿Te ha pedido que te cases con él, Stevie?

– No, gracias a Dios, aunque me preocupa que lo haga. Nunca hablaba del matrimonio. Ahora saca el tema, y mucho últimamente. Dice que cree que deberíamos casarnos. Pero nunca me lo ha pedido. Me disgustaría si lo hiciera. Creo que se lo toma como la típica crisis de los cuarenta, cosa que también es deprimente. No me gusta nada pensar que somos tan mayores.