– No lo sois. Es bonito que se sienta responsable de ti. A mí me disgustaría que no fuese así. ¿Irás a casa de sus padres en Nochebuena?

Carole sentía curiosidad y Stevie gimió desde su catre, al otro lado de la habitación.

– Supongo. Su madre es una auténtica lata. Piensa que soy demasiado alta y demasiado mayor para él. Genial. Pero su padre es majo, y sus dos hermanas me caen bien. Son inteligentes, como él.

A Carole todo aquello le sonaba bien y le recordó que debía llamar a Chloe al día siguiente. Quería invitarla para que fuese a California varios días antes que los demás a fin de que tuviesen algo de tiempo para estar a solas. Pensaba que sería bueno para ambas.

Se quedó tumbada en la oscuridad durante unos minutos, pensando en lo que Matthieu había dicho de ella y en lo difícil y exigente que Chloe había sido incluso de niña. Eso absolvía y aliviaba un poco a Carole, aunque seguía queriendo tratar de compensar a Chloe por lo que esta creía haberse perdido. Ninguna de ellas tenía nada que perder y ambas podían ganarlo todo.

Estaba casi dormida cuando Stevie volvió a hablarle. Quería plantearle otra de esas preguntas que resultaban más fáciles de hacer en la oscuridad. No podían verse desde sus camas. Era como confesarse. La pregunta cogió a Carole por sorpresa.

– ¿Sigues enamorada de Matthieu?

Stevie llevaba días preguntándoselo. Tras reflexionar un rato, ella dijo lo que más se acercaba a la verdad:

– No lo sé.

– ¿Crees que podrías volver a mudarte aquí?

Stevie estaba preocupada por su trabajo, igual que Carole se preocupaba por perderla a ella. Esta vez Carole respondió deprisa; no había vacilación en su voz.

– No. Al menos no por un hombre. Me gusta mi vida en Los Ángeles. No me iré a ninguna parte -dijo para tranquilizar a su secretaria.

Aunque Anthony y Chloe se habían marchado, le gustaba la casa, la ciudad, sus amigos y el clima. Los inviernos grises de París ya no le atraían, por muy bonita que fuese la ciudad. Ya había estado allí años atrás. No sentía deseos de mudarse.

Ambas se durmieron poco después, con la tranquilidad de que su vida no iba a cambiar. El futuro era seguro, dentro de lo posible.


Cuando Carole despertó a la mañana siguiente, Stevie ya estaba levantada y vestida, y habían hecho su cama. Una enfermera entraba en la habitación con la bandeja del desayuno y la neuróloga la seguía de cerca.

Con una cálida sonrisa, la doctora se situó junto a la cama de Carole. Esta era su paciente estrella y hasta el momento su recuperación superaba todas sus expectativas. Se lo dijo a Carole mientras Stevie escuchaba junto a ella como una madre orgullosa. Tenían mucho que agradecer.

– Aún hay muchas cosas que no recuerdo. Mi número de teléfono, mi dirección. Cómo es mi casa desde fuera. Sé cómo es mi dormitorio y el jardín, e incluso mi despacho. No puedo visualizar el resto de mi casa. Soy incapaz de acordarme de la cara y el nombre de mi ama de llaves. No sé cómo crecieron mis hijos… Oigo la voz de mi padre, pero no puedo verle en mi mente… No sé quiénes son mis amigos. Apenas recuerdo nada acerca de mis matrimonios, en especial el último.

La doctora sonrió ante la inacabable letanía.

– Lo que acaba de decir podría ser una suerte. ¡Yo recuerdo demasiadas cosas de mis dos matrimonios! ¡Ah, si pudiera olvidarlos! -dijo la doctora. Las tres mujeres se echaron a reír y luego volvieron a ponerse serias-. Debe tener paciencia, Carole. Tardará meses, tal vez un año, incluso dos. Puede que algunas cosas pequeñas nunca vuelvan. Puede hacer cosas para ayudarse, fotografías, cartas, pedir a sus amigos que le cuenten cosas… Sus hijos la pondrán al corriente. Su cerebro sufrió un shock tremendo y ahora vuelve a hacer su trabajo. Necesita tiempo para recuperarse. Es como cuando se rompe una película en el cine. Se tarda un poco en volver a introducirla en el rollo y conseguir que se deslice con suavidad.

Salta y brinca durante un rato, la imagen se ve borrosa, el sonido es demasiado rápido o demasiado lento, y luego la película vuelve a correr. Debe tener paciencia durante el proceso. No conseguirá que vaya más deprisa pateando o arrojando palomitas contra la pantalla. Y, cuanto más impaciente se ponga, más difícil le resultará.

– ¿Me acordaré de cómo se conduce?

Aunque su habilidad y coordinación motora ya habían mejorado, aún no eran perfectas. Los fisioterapeutas le habían apretado mucho, con buenos resultados. Su equilibrio había mejorado, pero de vez en cuando la habitación daba vueltas a su alrededor o le flaqueaban las piernas.

– Tal vez al principio no, aunque seguramente se acordará con el tiempo. En cada caso, tiene que recordar lo que antes sabía sin pensárselo dos veces. El lavavajillas, la lavadora, su coche, su ordenador… Todo lo que ha aprendido en su vida tiene que volver a introducirse en el ordenador de su cabeza o recuperarlo si estaba grabado. Creo que hay más cosas grabadas de las que cree. Puede que dentro de un año no tenga ninguna secuela del accidente. O incluso dentro de seis meses. O puede que siempre haya alguna cosa pequeña que le resulte más difícil ahora. Necesitará un fisioterapeuta en California, uno que esté familiarizado con los traumatismos cerebrales. Iba a sugerir un logopeda, pero me parece que ya no lo necesita. Tengo el nombre de un excelente neurólogo en Los Ángeles que puede seguir su caso. Le enviaremos a él todo su historial cuando usted llegue allí. Sugiero que le visite cada dos semanas al principio, pero le corresponde decidir a él. Más tarde puede visitarle una vez cada varios meses si no tiene ningún problema. Quiero que si sufre dolores de cabeza acuda a verle de inmediato. No espere a su próxima visita. Lo mismo debe hacer si nota que pierde el equilibrio. Eso podría ser un problema durante un tiempo. Hoy vamos a hacer unos cuantos escáneres, pero estoy sumamente complacida con su evolución. Es usted nuestro milagro aquí en La Pitié.

Otros supervivientes del atentado no habían evolucionado tan bien y muchos habían muerto, incluso después de los primeros días, la mayoría por quemaduras. Los brazos de Carole se habían curado; la quemadura de su cara había sido superficial y se estaba acostumbrando a la cicatriz. A la doctora le había impresionado favorablemente su falta de vanidad. Era una mujer sensata. Carole estaba mucho más preocupada por su cerebro que por su cara. Aún no había decidido si se operaría para librarse de la cicatriz o conviviría con ella durante un tiempo y decidiría más tarde qué le parecía. Le preocupaba el posible efecto de la anestesia en su cerebro, y a los médicos también. La cicatriz podía esperar.

– Aun así no quiero que viaje en avión durante unas cuantas semanas más. Sé que quiere pasar las fiestas en casa, pero me gustaría que pudiera esperar al veinte o al veintiuno, siempre que no haya complicaciones hasta ese momento. Si las hubiera, los planes cambiarían de forma considerable. Pero, tal como están las cosas, creo que estará en casa por Navidad.

En los ojos de Carole y de Stevie había lágrimas. Durante un tiempo, pareció que nunca iba a volver a casa o que no la reconocería si lo hacía. La Navidad de aquel año iba a ser fantástica con sus dos hijos bajo el árbol, y también Jason, que no pasaba las fiestas con ellos desde hacía años. Carole y los chicos estaban encantados.

– ¿Cuándo puedo volver al hotel? -preguntó Carole.

Se sentía segura y cómoda en el hospital y abandonarlo la asustaba un poco, pero le gustaba la idea de pasar sus últimos días en París en el Ritz. Ya habían accedido a enviar a una enfermera con ella.

– Veamos cómo salen hoy los escáneres. Tal vez pueda volver al hotel mañana o pasado.

Carole sonrió de placer, aunque iba a echar de menos la sensación de seguridad que le daba la atención médica. Los miembros del CRS se trasladarían al Ritz con ella y la seguridad del hotel se reforzaría a su regreso. Ya estaba convenido.

– ¿Qué le parecería si enviase a un médico en el vuelo a California con usted? -añadió la doctora-. Creo que sería buena idea. Se sentiría más tranquila. La presión podría causar algunos cambios capaces de alarmarla, aunque no creo que tenga ningún problema para entonces. Es solo una precaución, y viajará más cómoda.

A Carole y a Stevie les gustó la idea. Stevie no lo había dicho, pero le preocupaban el viaje y la presión, como dijo la doctora.

– Eso sería estupendo -dijo Carole enseguida mientras Stevie asentía con un gesto de aprobación.

– Tengo a un joven neurocirujano que tiene una hermana en Los Ángeles y se muere de ganas de hacer el viaje para pasar las fiestas con ella. Se lo haré saber. Estará encantado.

– Yo también -dijo Stevie, aliviada.

Le aterrorizaba la responsabilidad de estar a solas con Carole en el vuelo, por si algo salía mal estando en el aire. El vuelo duraba once horas, mucho tiempo para preocuparse por ella y no tener asesoramiento ni apoyo médico después de todo lo que había sufrido. Habían hablado de fletar un avión, pero Carole quería viajar en un vuelo comercial; el flete le parecía un gasto innecesario. Al fin y al cabo le habrían dado el alta, solo se sentiría frágil. Quería volver tal como había venido, en Air France, con Stevie a su lado, y también el joven médico con la hermana en Los Ángeles. El viaje le parecía ahora a Stevie muchísimo mejor. Incluso podría dormir, con un médico a mano, nada menos que un neurocirujano.

– Entonces creo que todo está en orden -dijo la doctora, sonriendo de nuevo-. Más tarde le haré saber cómo han salido las pruebas. Creo que pronto podrá empezar a hacer la maleta. Antes de que se dé cuenta estará bebiendo champán en el Ritz.

Sabían que bromeaba, pues ya le habían dicho a Carole que no debía beber alcohol durante algún tiempo. De todos modos no solía beber, así que no le importaba.

Cuando la doctora se marchó, Carole se levantó de la cama y se dio una ducha. Stevie la ayudó a lavarse el pelo, y esta vez Carole echó un largo vistazo en el espejo a la cicatriz de su mejilla.

– Tengo que admitir que no es demasiado bonita -dijo, frunciendo el ceño.

– Parece la cicatriz de un duelo -dijo Stevie alegremente-. Apuesto a que puedes cubrirla con maquillaje.

– Puede que sí. Puede que sea mi insignia de honor. Al menos mi cerebro no está hecho trizas -comentó Carole, apartándose del espejo.

Mientras Carole se encogía de hombros y se secaba el pelo con una toalla, volvió a decirle a su secretaria que le asustaba un poco dejar el hospital. Se sentía como un bebé que abandona la matriz. Por eso se alegraba de llevarse a una enfermera de regreso al hotel.

Tras secarse el pelo llamó a Chloe a Londres y le dijo que no tardaría en volver al hotel y en estar de camino a Los Ángeles antes de Navidad. Carole también daba por supuesto, como todos, que los escáneres saldrían bien, o al menos que no habrían empeorado desde la vez anterior. De lo contrario no habría nada que sugerir.

– Me preguntaba si te gustaría venir unos cuantos días antes que los demás -le ofreció Carole a su hija-. Tal vez el día después de que yo llegue a casa. Puedes ayudarme a preparar la Navidad y salir de compras conmigo. Creo que no compré nada antes de venir. Sería agradable pasar ese tiempo juntas, y tal vez planear un viaje para las dos en primavera a algún sitio al que de verdad te apetezca ir.

Carole llevaba días pensando en ello y le gustaba la idea.

– ¿Nosotras solas? -preguntó Chloe atónita.

– Nosotras solas. -Carole sonrió y miró a Stevie, que levantó el pulgar-. Hemos de recuperar el tiempo. Si tú te animas, yo también.

– ¡Nunca pensé que harías eso, mamá! -susurró Chloe, estremecida.

– Me encantaría. Sería un placer para mí, si tú tuvieses tiempo.

Recordó que Matthieu había dicho que Chloe se mostraba muy necesitada y exigente de niña. Sin embargo, aunque así fuera, si eso era lo que deseaba, ¿por qué no dárselo? Las necesidades de cada persona eran distintas y tal vez las de Chloe fuesen mayores que las de la mayoría, por cualquier motivo, tanto si era culpa de su madre como si no. Carole tenía tiempo. ¿Por qué no utilizarlo para causarle alegría? ¿Acaso no estaban para eso las madres? Que Anthony fuese más independiente y autosuficiente no hacía que las necesidades de Chloe fuesen malas, solo distintas. Y Carole también quería pasar tiempo con ella y compartir el regalo que le había sido concedido, su vida. Después de todo eran sus hijos, aunque fuesen adultos. Fuera lo que fuese lo que ahora necesitasen de ella, quería tratar de dárselo, no solo en honor del pasado, sino también del presente y del futuro. Algún día tendrían una familia propia. Ese era el momento de pasar momentos especiales con ellos, antes de que fuese demasiado tarde. Era su última oportunidad y la estaba aprovechando por los pelos.