– Temí no volver a ver nunca esta habitación -reconoció Carole.
– Yo también -confesó él con una mirada de alivio.
Estaba deseando sacarla del hotel y dar un paseo con ella, pero era evidente que Carole no estaba preparada para aventurarse tan lejos, aunque también le habría gustado.
– Siempre que vengo a París me busco problemas, ¿verdad? -dijo con una sonrisa maliciosa, y luego empezaron a hablar de su libro.
Carole había tenido unas cuantas ideas en los últimos días y esperaba poder volver al trabajo una vez que regresase a Los Ángeles. Matthieu la admiraba por ello. A él las editoriales siempre le estaban pidiendo que escribiese sus memorias, pero aún no lo había hecho. Había muchas cosas que quería hacer y por eso tenía previsto jubilarse al año siguiente, para dedicarse a aquello con lo que soñaba antes de que fuese demasiado tarde. El fallecimiento de su esposa le había recordado que la vida era breve y muy valiosa, sobre todo a su edad. En Navidad iría a esquiar con sus hijos a Val d'Isère. Carole dijo con pesar que sus días de esquiar habían terminado. Lo último que necesitaba era otro golpe en la cabeza, y él estuvo de acuerdo. Eso les recordó a ambos cuánto se divertían esquiando juntos durante la permanencia de Carole en Francia. Habían ido varias veces y se llevaron a los hijos de ella. Matthieu era un esquiador consumado y ella también. En su juventud, él había formado parte de un equipo nacional de competición.
Hablaron de muchas cosas mientras fuera caía la oscuridad. Eran casi las ocho cuando Matthieu se puso en pie. Se sentía culpable por haberla tenido despierta tanto rato. Carole necesitaba descanso. Se había quedado durante mucho tiempo y ella parecía cansada, pero relajada. Y entonces, mientras se levantaban, lanzó una exclamación al mirar por las ventanas cubiertas por largas cortinas. Fuera estaba nevando y Matthieu vio que Carole abría la ventana y sacaba la mano, tratando de tocar los copos de nieve. Ella se volvió a mirarle con los ojos desorbitados de una niña.
– ¡Mira! ¡Está nevando! -dijo alegremente.
El asintió y le sonrió. Carole contempló la noche y sintió que la embargaba un sentimiento de gratitud. Todo tenía un significado nuevo para ella y los placeres más pequeños le producían alegría. Ella era la mayor alegría de todas para él. Siempre lo había sido.
– ¡Es tan bonito…! -añadió Carole, asombrada.
Matthieu estaba justo detrás de ella aunque sin tocarla. Gozaba de su presencia y temblaba por dentro.
– Tú también lo eres -dijo en voz baja.
Se sentía muy feliz de hallarse allí y de que Carole le permitiese estar con ella. Era un regalo muy valioso.
Entonces Carole se volvió a mirarle de nuevo. La nieve caía detrás de ella.
– La noche que me trasladé a nuestra casa estaba nevando… Tú estabas allí conmigo. Tocamos los copos y nos besamos… Recuerdo que pensé que nunca olvidaría aquella noche, era tan bonita… Dimos un largo paseo a orillas del Sena, mientras la nieve caía a nuestro alrededor… Yo llevaba un abrigo de pieles con capucha… -susurró ella.
– … parecías una princesa rusa…
– Eso me dijiste.
El asintió mientras ambos recordaban la magia de aquella noche, y luego, de pie ante la ventana abierta del Ritz, se movieron imperceptiblemente el uno hacia el otro y se besaron mientras el tiempo se detenía.
16
A la mañana siguiente, cuando Matthieu la llamó al Ritz, Carole parecía preocupada. Se encontraba mejor y tenía las piernas más fuertes, pero la noche anterior se había pasado varias horas despierta pensando en él.
– Lo de anoche fue una tontería… Lo siento… -dijo en cuanto se puso al teléfono.
La idea la había perturbado durante toda la noche. No quería repetir la historia con él. Sin embargo, los recuerdos de aquella noche lejana fueron tan conmovedores que se dejó arrastrar. Ambos habían sentido lo mismo que sentían años atrás. Ejercían el uno en el otro un efecto abrumador.
– ¿Por qué fue una tontería? -preguntó él, decepcionado.
– Porque las cosas son distintas. Eso era entonces. Esto es ahora. No se puede retroceder en el tiempo. Además, no tardaré en marcharme. No pretendía confundirte.
Tampoco quería que él la confundiese a ella. Cuando él se marchó la cabeza le daba vueltas y no precisamente por el golpe recibido, sino por Matthieu y el renacimiento de sus sentimientos hacia él.
– No me confundiste, Carole. Si estoy confuso es obra mía, pero no creo estarlo.
Sus sentimientos hacia ella nada tenían de confusos. Sabía que de nuevo estaba enamorado de ella y que siempre lo había estado. Nada había cambiado para él. Era Carole quien había cerrado la puerta y estaba tratando de volver a hacerlo.
– Quiero que seamos amigos -dijo ella con firmeza.
– Ya lo somos.
– No quiero más besos -dijo Carole.
Trataba de parecer fuerte pero estaba asustada. Conocía el efecto que Matthieu ejercía en ella. La noche anterior lo sintió como un maremoto.
– Entonces no los habrá. Te doy mi palabra de honor -prometió él.
Sin embargo, Carole sabía muy bien lo que significaban las promesas para él. Nunca las mantenía, al menos antes.
– Ya sabemos lo que vale -se le escapó a Carole, y Matthieu lanzó un grito ahogado-. Lo siento. No pretendía decir eso.
– Sí que lo pretendías y yo me lo merezco. Digamos simplemente que mi palabra vale más que antes.
– Lo siento.
Carole estaba avergonzada de sus palabras. No se controlaba como de costumbre, pero eso no era una excusa, tanto si él se lo merecía como si no. No obstante, él no pareció reprochárselo.
– No pasa nada. ¿Y nuestro paseo? ¿Te apetece? Tendrás que ponerte una buena chaqueta.
La nieve de la noche anterior ya se había fundido. Solo había sido una breve ventisca, pero fuera hacía frío. Matthieu no quería que se pusiera enferma.
– Tengo una… o, mejor dicho, la tenía. Le pediré prestado a Stevie la suya.
Recordaba haberla llevado aquella noche en el túnel, pero había desaparecido junto con todas las demás prendas de vestir por la fuerza de la explosión. Cuando la ambulancia la recogió, su ropa estaba hecha jirones.
– ¿Adonde quieres ir?
– ¿A Bagatelle? -preguntó ella pensativa.
– Excelente. Lo organizaré todo para que tu escolta nos siga en otro coche -dijo Matthieu.
No pensaba correr riesgos y a Carole le pareció muy bien. La cuestión sería salir del hotel. Ella sugirió que se encontrasen enfrente del Crillon, donde ella pasaría de su propio coche al de él.
– Eso suena a espionaje -comentó él con una sonrisa.
Aquello le resultaba familiar; años atrás también se mostraban prudentes.
– Es que es espionaje -dijo ella con una carcajada-. ¿A qué hora quedamos? -añadió, más contenta y a gusto que minutos atrás. Solo intentaba establecer unos límites.
– ¿Qué te parece a las dos? Antes tengo reuniones.
– Nos vemos en el Crillon a las dos. Por cierto, ¿cómo es tu coche? No me gustaría nada confundirme -dijo ella entre risas.
Matthieu pensó que el conductor del otro coche se alegraría.
– Tengo un Peugeot azul marino. Llevaré un sombrero gris, una rosa en la mano y un solo zapato.
Carole se echó a reír. Ahora recordaba también su sentido del humor. Él le había proporcionado diversión además de pena. Carole aún estaba irritada consigo misma por haberle besado la noche anterior. No volverían a hacerlo. Estaba decidida.
Carole le pidió a Stevie que solicitara el coche y tomaron el almuerzo en bandejas en la habitación. Tomó un sándwich club, que le supo a gloria, y la sopa de pollo del hotel.
– ¿Seguro que te apetece salir? -preguntó Stevie preocupada.
Tenía mejor aspecto que el día anterior, pero salir a dar un paseo suponía un gran paso y seguramente era demasiado pronto. No quería que Matthieu agotara o disgustara a Carole, que parecía cansada y desazonada cuando él se marchó la noche anterior.
– Ya veré cómo me siento. Si me canso demasiado puedo volver.
Matthieu tampoco dejaría que se excediera.
Tomó prestado el abrigo de Stevie, quien la acompañó hasta el coche que aguardaba en la rue Cambon. Llevaba sobre la cabeza la capucha del abrigo y gafas oscuras. Iba vestida con la misma ropa que el día anterior, esta vez con un grueso suéter blanco. Había dos paparazzi esperando en la calle, que la fotografiaron subiendo al coche. Stevie la acompañó a lo largo de dos manzanas y luego volvió caminando al hotel, y Carole siguió acompañada de sus dos escoltas.
Matthieu la esperaba en la puerta del Crillon, exactamente donde dijo que estaría, y ella pasó de su coche al de él sin que nadie se fijara en ella. No la habían seguido. Cuando se reunió en el coche con él jadeaba y estaba un poco mareada.
– ¿Cómo te encuentras? -preguntó Matthieu con mirada preocupada.
Cuando se quitó la capucha y las gafas oscuras, él vio que seguía estando pálida, aunque muy guapa. Aún le quitaba la respiración.
– Bastante bien -dijo ella en respuesta a su pregunta-. Un poco insegura al andar, pero me apetecía salir del hotel. Ya me estoy cansando de estar atrapada en la habitación. Estoy comiendo demasiados pasteles por falta de algo mejor que hacer. Parece una tontería, pero es agradable ir a dar un paseo. Es lo más emocionante que he hecho en un mes.
Salvo besarle. Pero no se permitiría pensar en ello en ese momento. Matthieu vio en sus ojos que estaba en guardia y que quería mantener las distancias con él, aunque le había besado en la mejilla al subir. Los viejos hábitos eran difíciles de eliminar, incluso después de quince años. Carole tenía grabado en su ser un hábito de intimidad con él. Estaba enterrado, pero no había desaparecido.
Fueron en coche hasta Bagatelle. Brillaba el sol. Hacía frío y viento, pero ambos iban bien abrigados. Carole se sorprendió al ver lo bien que le sentaba estar al aire libre. Se agarró del brazo de él para afianzarse y caminaron despacio durante largo rato. Cuando volvieron al coche, ella se había quedado sin respiración. La escolta había permanecido lo bastante alejada para que tuviesen intimidad, pero lo bastante cerca para preservar su seguridad.
– ¿Cómo te encuentras? -le preguntó él de nuevo.
Temía que hubiesen caminado demasiado y se sintió culpable, pero su compañía resultaba demasiado embriagadora para renunciar a ella.
– ¡De maravilla! Me sienta bien estar viva -respondió Carole con los ojos brillantes y las mejillas encendidas.
A Matthieu le habría gustado llevarla a alguna parte, pero no se atrevió. Vio que estaba cansada, aunque relajada. Carole y él charlaron animadamente en el trayecto de regreso al hotel. A pesar de sus planes de «espionaje», él la llevó al Ritz en su coche, mientras el de ella les seguía. Ambos olvidaron detenerse en el Crillon. Estaban en la fachada del Ritz que daba a la place Vendôme, la entrada principal del hotel. Carole se recordó a sí misma que no tenían nada que ocultar. Ahora no eran más que viejos amigos, y ambos viudos. Se le hacía raro que ahora tuviesen eso en común. En cualquier caso, eran libres y no tenían pareja, y él era un simple abogado, no un ministro de Francia.
– ¿Quieres subir? -le preguntó Carole, poniéndose la capucha de nuevo. Prescindió de las gafas oscuras porque no vio a ningún paparazzi esperando.
– ¿Te apetece? ¿No estás muy cansada? -preguntó él preocupado.
– Seguramente me afectará más tarde. Ahora mismo me encuentro muy bien. La doctora dijo que debía salir de paseo.
A Matthieu solo le preocupaba que hubiesen caminado demasiado, pero Carole parecía muy animada.
– Podemos volver a merendar, sin el beso -le recordó, y Matthieu se echó a reír.
– Desde luego, eso deja las cosas claras. De acuerdo, merendaremos sin el beso. Aunque tengo que reconocer que me gustó -dijo él con sinceridad.
– También a mí -dijo Carole con una tímida sonrisa-. Pero eso no está en el menú. Ayer fue una especie de plato del día antiguo.
Había sido un desliz, por muy dulce que supiese en su momento.
– ¡Qué lástima! ¿Por qué no subes con tu escolta? Aparcaré el coche y subiré en un momento.
De esa forma, si un paparazzi al acecho le hacía una foto, no tendría que explicar la presencia de él.
– Hasta ahora -dijo Carole mientras bajaba del coche.
Los escoltas bajaron de un salto del otro automóvil y se adaptaron al paso de Carole. Al cabo de un instante, una ráfaga de flashes se disparaba en su cara. Al principio Carole se quedó sorprendida, aunque enseguida saludó con una amplia sonrisa. Mientras le hacían fotos no tenía sentido ponerse antipática. Había aprendido eso muchos años atrás. Entró deprisa en el hotel, cruzó el vestíbulo y tomó el ascensor para subir a su habitación. Stevie la aguardaba en la suite. Ella también acababa de regresar de la calle. Se puso un cortaviento en sustitución del abrigo que Carole había tomado prestado y dio un agradable paseo por la rue de la Paix. Tomar un poco el aire le sentó muy bien.
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