– ¿Cómo ha ido? -preguntó Stevie cortésmente.

– Ha ido muy bien -contestó Carole.

Se estaba demostrando a sí misma que podían ser amigos.

Matthieu llegó a la habitación al cabo de un minuto. Stevie pidió bocadillos y té para ellos, que Carole devoró en cuanto los trajeron. Su apetito había mejorado y Matthieu vio que el paseo le había beneficiado. Parecía cansada pero contenta mientras estiraba las piernas y hablaban, como siempre, de diversas cosas, tanto filosóficas como prácticas. En los viejos tiempos a él le encantaba hablar de política con ella y valoraba sus opiniones. Carole aún no estaba en condiciones de hacerlo, ni tampoco estaba al día en cuestiones de política francesa.

Esta vez Matthieu no se quedó tanto rato y cumplió su promesa de no besarla. La nieve de la noche anterior había traído una avalancha de recuerdos, y con ellos sentimientos que la habían sorprendido y la habían llevado a bajar la guardia. Ahora sus límites volvían a estar en su sitio y él la respetaba por ello. Lo último que quería era hacerle daño. Carole era vulnerable y frágil, y hacía poco que había vuelto a la vida. Matthieu no quería aprovecharse de ella, solo estar en su compañía de cualquier forma que ella lo permitiese. Se sentía agradecido por lo que tenían. Resultaba difícil creer que quedase algo después de toda la tierra quemada del pasado.

– ¿Damos otro paseo mañana? -preguntó él antes de marcharse.

Ella asintió complacida. También disfrutaba del tiempo que pasaban juntos. Estaba en el umbral de la suite y él la miró con una sonrisa.

– Nunca creí que volvería a verte -dijo, saboreando el momento.

– Yo tampoco -reconoció ella.

– Nos vemos mañana -dijo Matthieu en voz baja, y luego salió de la suite.

Al marcharse saludó a los dos escoltas. Salió del Ritz con la cabeza baja, pensando en Carole y en lo agradable que había sido caminar sencillamente con ella agarrada del brazo.

Al día siguiente se encontraron a las tres. Caminaron durante una hora y luego dieron un paseo en coche hasta las seis. Aparcaron durante un rato en el Bois de Boulogne y hablaron de su antigua casa. Matthieu dijo que hacía años que no la veía y quedaron en pasar por allí de camino hacia el hotel. Era una peregrinación que Carole ya había hecho, pero ahora la harían juntos.

La puerta del patio volvía a estar abierta y, mientras la escolta aguardaba discretamente en el exterior, entraron juntos. De forma instintiva, ambos levantaron la vista hacia la ventana de su antiguo dormitorio, se miraron y se cogieron de la mano. Allí habían compartido muchas cosas, habían albergado muchas esperanzas y luego habían perdido sus sueños. Era como visitar un cementerio en el que hubiese sido enterrado su amor. Carole pensó en el bebé que había perdido y le miró con los ojos húmedos. No podía evitar sentirse más cerca que nunca de Matthieu.

– Me pregunto qué habría pasado si lo hubiésemos tenido -dijo en voz baja.

El supo a qué se refería y suspiró. Vivieron momentos terribles cuando ella se cayó de la escalera y todo lo que ocurrió después.

– Supongo que ahora estaríamos casados -dijo él, con un profundo tono de pesar.

– Tal vez no. Tal vez no habrías dejado a Arlette ni siquiera en ese caso.

En Francia había muchos hijos ilegítimos. Era una tradición que se remontaba a la monarquía.

– Si ella se hubiese enterado, habría muerto -le dijo a Carole con tristeza-. En cambio, casi te mueres tú.

Había sido una tragedia para ambos.

– No tenía que ser -dijo Carole con filosofía.

Aún iba a la iglesia cada año, el día en que murió el bebé. Se dio cuenta de que se acercaba la fecha y apartó la idea de su mente.

– Ojalá lo hubiese sido -dijo él en voz baja, y tuvo que contenerse para no besarla de nuevo.

En lugar de eso, recordando su promesa, la estrechó entre sus brazos durante largo rato mientras sentía su calor y pensaba en lo felices que habían sido en esa casa durante lo que parecía mucho tiempo. Desde la perspectiva de una vida, dos años y medio no eran nada, aunque en aquel momento habían sido el mundo entero de los dos.

Esta vez fue Carole quien volvió la cara hacia él y le besó primero. Matthieu se sobresaltó y vaciló, pero luego dejó que su propia determinación se desvaneciese mientras le devolvía el beso y después la besaba de nuevo. Tuvo miedo de que Carole se enfadase con él, pero no fue así. Sus sentimientos hacia él la embargaban de tal manera que nada habría podido detenerlos. Se sentía arrastrada por una corriente.

– Ahora vas a decirme que no he cumplido mi palabra -la regañó él preocupado.

No quería que estuviese enfadada con él, aunque se sentía aliviado al ver que no lo parecía.

– Soy yo quien no ha cumplido la suya -dijo Carole con calma mientras salían del patio y se dirigían al coche-. A veces me parece que mi cuerpo te recuerda mejor que yo -susurró-. Ser simples amigos no es tan fácil como yo creía -dijo con sinceridad.

– Tampoco lo es para mí -reconoció él-, pero haré lo que tú quieras.

Por lo menos le debía eso. Sin embargo, ella siempre le sorprendía.

– Tal vez deberíamos limitarnos a disfrutar durante las dos próximas semanas, por los viejos tiempos, y despedirnos para siempre cuando me marche.

– No me gusta ese plan -dijo él mientras subían al coche-. ¿Qué tendría de malo que saliésemos juntos otra vez? Puede que estuviésemos destinados a encontrarnos. Puede que esta sea la forma que tiene Dios de darnos otra oportunidad. Ambos somos libres ahora, no hacemos daño a terceros ni tenemos que responder ante nadie.

– No quiero volver a sufrir -dijo Carole con claridad, mientras él arrancaba el coche y se volvía a mirarla-. La última vez sufrí demasiado.

Él asintió. No podía negar eso.

– Lo entiendo -contestó, antes de hacerle una pregunta que le había obsesionado durante años-. ¿Me perdonaste alguna vez, Carole, por fallarte y no hacer lo que dije que haría? Pretendía hacerlo, pero las cosas nunca salían como yo quería. Al final no pude. ¿Me perdonaste por eso y por hacerte tanto daño?

Matthieu sabía que no tenía derecho, pero confiaba en que así fuese, aunque no estaba seguro. ¿Por qué iba a hacerlo? Él no lo merecía.

Carole le miró con los ojos muy abiertos y llenos de sinceridad.

– No lo sé. No me acuerdo. Todo eso ha desaparecido. Recuerdo la parte buena y el dolor. No sé qué pasó después de eso. Lo único que sé es que tardé mucho tiempo en recuperarme.

Era la mejor respuesta que iba a conseguir. Ya era bastante insólito que estuviese dispuesta a pasar tiempo con él en aquellas circunstancias extraordinarias. Que le perdonase era demasiado pedir y Matthieu sabía que no tenía derecho a eso.

Él la dejó en el hotel y prometió volver al día siguiente para llevarla a dar otro paseo. Carole quería volver a los Jardines de Luxemburgo, adonde tantas veces había ido con Anthony y Chloe cuando vivían allí.

Mientras volvía a casa, Matthieu solo podía pensar en los labios de ella contra los suyos. Entró con su llave, cruzó el vestíbulo hasta su estudio y se sentó a oscuras. No tenía ni idea de qué decirle o de si volvería a verla alguna vez cuando se marchase. Sospechaba que ella tampoco lo sabía. Por primera vez, no tenían historia ni futuro; lo único que tenían era cada día que llegaba. No había modo de saber qué sucedería después.

17

Pasear por los Jardines de Luxemburgo con Matthieu le trajo a Carole una lluvia de recuerdos de todas las ocasiones en que había estado allí con sus hijos y con él. La primera vez que visitó esos jardines iba acompañada por él, y después volvió un centenar de veces con Anthony y Chloe.

Recordaron entre risas travesuras de los niños y otros momentos que a ella se le habían escapado hasta entonces. Caminar por París con él le traía a la memoria muchas cosas que de otro modo habrían seguido en el olvido, en su mayoría momentos buenos y tiernos que habían compartido. El dolor que él le había causado parecía ahora un poco más lejano en contraste con la felicidad que recordaba.

Seguían charlando y riéndose cuando bajaron del coche de Matthieu frente a la puerta del Ritz. Carole le había invitado a cenar en su suite y él había aceptado. Matthieu le estaba entregando las llaves de su coche al voiturier, con Carole agarrada de su brazo, cuando les sorprendió el destello de una instantánea. Sobresaltados, ambos levantaron la mirada hacia el fotógrafo y Carole sonrió la segunda vez, mientras Matthieu aparecía digno y severo. Ni siquiera en el mejor de los casos le gustaba que le hiciesen fotos, pero desde luego detestaba ser fotografiado por los paparazzi de la prensa del corazón. Cuando vivían juntos siempre fueron prudentes, pero ahora corrían mucho menos peligro. No tenían nada que ocultar, aunque era desagradable que les fotografiasen y hablasen de ellos. Desde luego, ese no era el estilo de Matthieu, que entró en el hotel quejándose. Últimamente utilizaban la puerta principal; era más sencillo que pedir cada vez que le abriesen a Carole la puerta de la rue Cambon. Cuando la fotografiaron llevaba pantalones grises y el abrigo de Stevie, y tenía las gafas oscuras en la mano. Era evidente que la reconocieron, aunque al parecer ignoraban quién era Matthieu.

Carole se lo mencionó a Stevie cuando subieron.

– Ya lo averiguarán -se limitó a decir Stevie.

A Stevie le preocupaba que Carole pasase tanto tiempo con Matthieu. Sin embargo, parecían felices y relajados, y Carole iba recuperando las fuerzas día a día. Al menos estar con él no le estaba perjudicando.

Stevie encargó al servicio de habitaciones la cena para ellos. Carole pidió foie gras salteado y Matthieu, un filete. Stevie cenó en su habitación con la enfermera. Ambas comentaron que Carole estaba mejorando. Se la veía más fuerte y había recuperado el color. Y, lo que era más importante, Stevie se daba cuenta de que parecía feliz.

Matthieu se quedó hablando con ella hasta las diez de la noche. Siempre tenían muchas cosas que decirse; nunca se les acababan los temas de conversación interesantes para los dos. La policía se había vuelto a poner en contacto con Carole para pedirle una declaración adicional sobre el atentado del túnel. Querían saber si recordaba algo más, pero no era así. Carole había perdido el conocimiento enseguida, tan pronto como explotó el coche situado junto al de ella. Sin embargo, tenían montones de declaraciones de otras personas. La policía consideraba que, a excepción del muchacho que fue a buscarla al hospital, todos los terroristas habían muerto. No había más sospechosos.

Matthieu le habló de algunos de los casos en los que estaba trabajando en el bufete y volvió a insistir en que quería jubilarse. Carole opinaba que no era una decisión acertada, salvo que encontrase alguna otra ocupación.

– Eres demasiado joven para jubilarte -insistió.

– Ojalá lo fuese, pero no es así. ¿Y tu libro? -preguntó él-. ¿Has pensado algo más?

– Pues sí -reconoció ella.

Sin embargo, aún no estaba preparada para volver al trabajo. Tenía otras cosas en mente, como por ejemplo a Matthieu, que empezaba a ocupar su cabeza día y noche. Carole intentaba resistirse. No quería obsesionarse con él, sino limitarse a disfrutar de su compañía hasta que se fuese a casa. Se daba cuenta de que era bueno que se marchase pronto, antes de que las cosas se descontrolasen entre ellos, como ya había sucedido.

Esa noche volvieron a besarse antes de que él se marchase, tanto por el pasado como por el presente. Sentían una mezcla de hábito y deseo, alegría y tristeza, amor y miedo.

Pasaron el resto del tiempo hablando del trabajo de Matthieu, del libro y la carrera de ella, de sus hijos y de todo lo que se les ocurrió. Nunca paraban de hablar. A ambos les encantaban sus cambios de impresiones. Para Carole suponía un reto tener conversaciones inteligentes con él pues eso la forzaba a exigirle a su mente ser lo que fue antes. A veces aún le costaba encontrar una palabra o un concepto, y todavía no había averiguado cómo manejar su ordenador. Los secretos de su libro seguían encerrados en él. Stevie se había ofrecido a ayudarla, pero Carole insistía en que no estaba preparada. Aquello requería demasiada concentración.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Stevie le trajo los periódicos. Tenía un montón. Carole salía con Matthieu en la primera plana de todos ellos; le habían reconocido y le identificaban por su nombre. En la foto, Matthieu salía sobresaltado y con la cara larga, mientras que Carole estaba preciosa, con una sonrisa amplia y desenvuelta. Habían utilizado la segunda foto, en la que sonreía. Estaba guapa; la cicatriz de la mejilla se veía un poco, aunque no lo suficiente para disgustarla. Y el Herald Tribune había hecho los deberes. No solo habían identificado a Matthieu como ex ministro del Interior, sino que era evidente que aquello había despertado la curiosidad de algún reportero celoso, joven o viejo. Habían revisado sus archivos durante el tiempo en que ella había vivido en Francia y comprobaron si existía alguna fotografía de ellos juntos de esa época. Habían encontrado una buena, tomada en una gala benéfica en Versalles. Carole se acordaba muy bien. Tuvieron el buen sentido de no acudir juntos a la fiesta. Arlette estaba allí con él, y Carole había acudido con un actor con el que había hecho una película, un viejo amigo que visitaba París en esos días. Formaban una pareja deslumbrante y fueron el blanco de todas las fotografías. Aunque las admiradoras del actor lo ignoraban, él era homosexual. Fue la coartada perfecta para Carole.