– ¿Suficiente para qué?
– Suficiente para construir la vida que deberíamos haber tenido años atrás y no tuvimos, porque yo no pude cumplir mis promesas.
Ahora Matthieu lo reconocía de buen grado, pero entonces no era así.
– ¿Qué quieres decir? -se inquietó ella.
Matthieu fue al grano:
– ¿Quieres casarte conmigo, Carole? -preguntó, cogiendo su mano y mirándola a los ojos.
Ella guardó silencio durante unos momentos y luego negó con la cabeza, haciendo un esfuerzo sobrehumano.
– No, Matthieu, no quiero -respondió con seguridad.
El se puso serio. Temía que ella dijese eso y que fuese demasiado tarde.
– ¿Por qué no?
Matthieu parecía triste, aunque no perdió la esperanza de convencerla.
– Porque no quiero casarme -dijo ella en tono cansado-. Me gusta mi vida tal como es. Me he casado dos veces. Eso es suficiente. Quise a mi difunto marido. Era un hombre maravilloso. Y pasé diez años buenos con Jason. Tal vez no se pueda tener más. Te quise a ti con todo mi corazón y te perdí.
Eso había estado a punto de matarla, pero no lo dijo. De todos modos él lo sabía y llevaba quince años lamentándolo. Carole lo había superado con el tiempo. El, nunca.
– No me perdiste. Te fuiste -le recordó él, y ella asintió.
– Yo nunca te tuve -corrigió Carole-. Tu esposa sí, y Francia también.
– Ahora soy viudo y estoy retirado -señaló Matthieu.
– Sí, así es. Yo no. Soy viuda, pero no estoy retirada. Quiero hacer unas cuantas películas más, si consigo papeles decentes -dijo animada de nuevo-. Podría tener que viajar a mil sitios, igual que hacía cuando estaba casada con Jason, e incluso cuando estaba contigo. No quiero a nadie en casa que se queje, ni tampoco que me siga a todas partes. Quiero tener mi propia vida. Aunque no vuelva a hacer películas, deseo ser libre para hacer lo que quiera. Por mí, la ONU, las causas en las que creo. Quiero pasar tiempo con mis hijos y escribir ese libro, si alguna vez puedo volver a encender mi ordenador. No sería una buena esposa.
– Yo te quiero tal como eres.
– Y yo también te quiero a ti. Pero no deseo estar atada ni adquirir esa clase de compromiso. Y, sobre todo, no deseo que vuelvan a romperme el corazón.
Eso era lo esencial para ella, más que su carrera y sus causas. Tenía demasiado miedo. Ya sabía que volvía a estar enamorada. Era peligroso para ella y no quería abandonarse a él. La última vez había sido muy doloroso, aunque ahora él ya no estuviese casado.
– Esta vez no te rompería el corazón -dijo Matthieu con cara de culpabilidad.
– Tal vez sí. Las personas se hacen eso unas a otras. El amor es eso. Estar dispuesto a arriesgarte a que te rompan el corazón. Yo no lo estoy. Ya me pasó una vez y no me gustó. No quiero que me lo vuelvan a romper, y menos el mismo hombre que lo hizo la primera vez. No quiero sufrir tanto ni amar tanto. Tengo cincuenta años y soy demasiado mayor para empezar de nuevo.
Carole no aparentaba su edad, pero la sentía, sobre todo desde el atentado.
– Eso es ridículo. Eres una mujer joven. Todos los días se casan personas mayores que nosotros.
Se moría de ganas de convencerla, pero se daba cuenta de que no lo estaba consiguiendo.
– Son más valientes que yo. Pasé por ti, por Sean y por Jason. Eso es suficiente. No quiero volver a hacerlo.
Carole se mostraba inflexible y Matthieu supo que hablaba en serio, aunque seguía decidido a hacerla cambiar de opinión. Cuando salieron del restaurante aún discutían. Matthieu no había conseguido nada. No era así como él esperaba que saliesen las cosas.
– Además, me gusta mi vida en Los Ángeles. No quiero volver a vivir en Francia.
– ¿Por qué no?
– No soy francesa, sino estadounidense. No quiero vivir en el país de otra persona.
– Ya lo hiciste y esto te encantaba -insistió él, intentando recordárselo.
Sin embargo, ella lo recordaba muy bien. Por eso él la asustaba. Esta vez Carole tenía más miedo de sí misma que de él. No quería tomar una decisión equivocada.
– Sí, me encantaba. Pero me sentí feliz cuando volví a mi país y me di cuenta de que este no era mi sitio. Eso era parte de nuestro problema. «Diferencias culturales», lo llamabas tú. Eso te permitía vivir conmigo y estar casado con ella, e incluso tener un bebé ilegítimo. No quiero vivir en un sitio en el que piensan de una forma tan distinta de como pienso yo. Al final, sufres al tratar de ser algo que no eres en un lugar que no es el tuyo.
Matthieu vio que el dolor que le había causado era tan hondo que quince años más tarde las cicatrices aún estaban en carne viva, todavía más que la de su mejilla. Las heridas que él le había infligido eran demasiado profundas. Eso había afectado incluso su opinión acerca de Francia y los franceses. Lo único que Carole quería era volver a casa y pasar el resto de su vida a solas y en paz. Matthieu se preguntó cómo la habría convencido Sean de casarse con él. Y luego se vio abandonada de nuevo cuando él murió. Ahora había cerrado las puertas de su corazón.
Hablaron de ello durante todo el camino de regreso al hotel y se despidieron en el coche de él. Esta vez Carole no quiso que él subiese. Le besó ligeramente en los labios, le dio las gracias por la cena y salió del coche deprisa.
– ¿Lo pensarás? -le suplicó él.
– No, no lo haré. Ya lo pensé hace quince años y tú no lo hiciste. Me mentiste a mí, Matthieu, y a ti mismo. Te pasaste casi tres años tratando de ganar tiempo. ¿Qué pretendes de mí ahora? -dijo ella con los ojos tristes y muy abiertos.
Matthieu vio que no había esperanza, pero no quiso creerlo.
– Perdóname. Déjame quererte y cuidar de ti durante el resto de mi vida. Juro que esta vez no te fallaré.
– Puedo cuidar de mí misma -dijo ella con tristeza tras bajar del coche, mirándole a través de la ventanilla abierta-. Estoy demasiado cansada para volver a arriesgarme.
Carole se volvió y subió a toda prisa los peldaños del Ritz, seguida de los escoltas. Matthieu la contempló hasta que desapareció. Mientras se alejaba en su coche, de vuelta a casa, lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas. Ahora sabía con certeza lo que llevaba semanas temiendo y no había querido creer. La había perdido.
18
A la mañana siguiente, sentada a la mesa del desayuno frente a Stevie, Carole estaba más callada de lo normal. Mientras Stevie tomaba una tortilla de rebozuelos y varios pains au chocolat, Carole leía el periódico en silencio.
– Para cuando volvamos a casa voy a pesar ciento cincuenta kilos más -se quejó Stevie.
Stevie se preguntaba si Carole se encontraba bien. Apenas había dicho una palabra desde que se había levantado.
– ¿Qué tal fue la cena de anoche? -le preguntó Stevie por fin.
Carole dejó el periódico, se arrellanó en su butaca y suspiró.
– Fue muy bien.
– ¿Adonde fuisteis?
– A L'Orangerie, en la lie Saint Louis. Matthieu y yo íbamos mucho por allí.
Era uno de los restaurantes favoritos de él y también se había convertido en uno de sus preferidos, junto con Le Voltaire.
– ¿Te encuentras bien?
Carole asintió en respuesta a su pregunta.
– Solo estoy cansada. Los paseos me han sentado bien.
Había salido con Matthieu cada día para caminar y charlar durante horas.
– ¿Estaba disgustado por lo del Herald Tribune?
– Un poco. Ya se le pasará. No sé cómo puede ponerse a dar lecciones de ética. Es un milagro que nadie se enterase antes, aunque éramos muy prudentes en aquellos tiempos. Nos jugábamos mucho. Se le había olvidado.
– Seguramente el interés desaparecerá -la tranquilizó Stevie-. De todos modos, nadie puede probar nada ahora. Ha pasado demasiado tiempo.
Carole volvió a asentir. Estaba de acuerdo.
– ¿Lo pasaste bien? -quiso saber Stevie.
Esta vez Carole se encogió de hombros y luego miró a su secretaria y amiga.
– Me pidió que me casara con él.
– ¿Que hizo qué?
– Me lo pidió. Que nos casáramos -repitió.
Stevie se quedó atónita y encantada. Sin embargo, Carole se mostraba completamente inexpresiva.
– ¡Dios! ¿Qué dijiste?
– Dije que no -contestó Carole con una voz dolorosamente tranquila.
Stevie se la quedó mirando.
– ¿De verdad? Me daba la impresión de que aún estabais enamorados y pensé que él trataba de volver contigo.
– Así es. O era.
Carole se preguntaba si él volvería a hablarle. Seguramente estaba ofendido después de lo de la noche anterior.
– ¿Por qué le dijiste que no?
Aunque la presencia de Matthieu le preocupó al principio, ahora Stevie estaba decepcionada.
– Es demasiado tarde. Todo eso es agua pasada. Todavía le quiero, pero me hizo demasiado daño. Fue muy duro. Además, no deseo volver a casarme. Se lo dije anoche.
– Puedo entender las dos primeras razones. No se puede negar que te hizo daño. Pero ¿por qué no quieres volver a casarte?
– Ya lo he vivido todo. Me divorcié, me quedé viuda y me rompieron el corazón en París. ¿Por qué tengo que arriesgarme de nuevo a todo eso? No tengo por qué. Mi vida es más fácil así. Ahora estoy a gusto.
– Ya hablas como yo -comentó Stevie, consternada.
– Tú eres joven, Stevie. Nunca has estado casada. Deberías hacerlo por lo menos una vez, si quieres a Alan lo suficiente para adquirir esa clase de compromiso. Yo quería a los hombres con los que me casé. Jason me dejó. El pobre Sean murió, demasiado joven. No quiero volver a empezar, en especial con un tipo que ya me rompió el corazón una vez. ¿Por qué arriesgarme?
Carole le amaba, pero en esta ocasión quería que su cabeza controlase su corazón. Era más seguro.
– Ya, pero no pretendió portarse mal contigo, por lo que yo entiendo. Al menos según lo que me has dicho. Se vio atrapado en su propio lío. Tenía miedo de dejar a su esposa, era un alto cargo del gobierno y le nombraron para otra legislatura, cosa que complicó las cosas aún más. Pero ahora está retirado del ministerio y ella murió. No es probable que vuelva a meter la pata. Y te hace feliz, o eso parece. ¿Estoy en lo cierto?
– Sí -dijo Carole con sinceridad-, así es, pero me da igual que no vuelva a meter la pata. Si se muere, me quedaré destrozada -dijo desolada-. Es que no quiero volver a poner mi corazón en juego. Duele demasiado.
Ya había sido bastante duro perder a Sean y tratar de recuperarse de nuevo. Habían sido dos años. Y cinco años de tristeza tras dejar a Matthieu en París. Cada día, Carole esperaba que él llamase para decir que había dejado a su esposa y nunca lo hizo. Se quedó. Hasta que ella murió.
– No puedes rendirte sin más -dijo Stevie, entristecida. No se había dado cuenta de que Carole se sintiese así-. No es propio de ti abandonar.
– Ni siquiera quería casarme con Sean. Me convenció él.
Pero entonces yo tenía tu edad. Ahora soy demasiado mayor para casarme.
– ¿A los cincuenta años? No seas ridícula. Solo aparentas treinta y cinco.
– Me siento como si tuviera noventa y ocho. Mi corazón tiene trescientos doce años. Créeme, ha estado a punto de palmarla más de un par de veces.
– ¡Vamos, Carole, no me vengas con esas! Ahora estás cansada porque has pasado por un terrible calvario. Te vi la cara cuando volvimos a París para cerrar la casa. Querías a ese hombre.
– A eso me refiero. No quiero volver a sentirme así. Me quedé destrozada. Cuando me fui de aquí y me despedí de él pensé que moriría. Lloré por él cada noche durante tres años. O dos por lo menos. ¿A quién le hace falta eso? ¿Y si me deja o se muere?
– ¿Y si no es así? ¿Y si eres feliz con él, esta vez de verdad, ni robado ni prestado, ni tampoco escondiéndote? Quiero decir realmente feliz, llevando una relación y una vida como es debido. ¿Vas a arriesgarte a perderte eso?
– Sí -respondió Carole sin un atisbo de duda en la voz.
– ¿Le quieres?
– Sí. Le quiero, por muy asombroso que resulte, incluso para mí, después de tanto tiempo. Creo que es un hombre maravilloso, pero no deseo casarme con él ni con nadie. Quiero ser libre de hacer lo que me plazca. Sé que suena muy egoísta. Puede que siempre haya sido egoísta. Quizá por eso está enfadada Chloe y por eso me dejó Jason por otra. Estaba tan ocupada dedicándome a ser una estrella de cine que tal vez me perdí lo importante. Creo que no, pero nunca se sabe. Crié a mis hijos y quise a mis maridos. Nunca dejé a Sean ni un minuto antes de que muriese. Ahora quiero hacer lo que me apetezca, sin preocuparme por si ofendo a alguien, le fallo, le cabreo o apoyo una causa que no le gusta. Si me apetece subir a un avión e irme a alguna parte, lo hago. Si no quiero llamar a casa, no lo hago. Y todos contentos. De todos modos, ya no hay nadie en casa. Además, quiero escribir mi libro sin preocuparme por si le decepciono o por si piensa que debería estar en otra parte, haciendo lo que le convenga. Hace dieciocho años, habría dado mi vida por Matthieu. Habría renunciado a mi carrera por él si me lo hubiese pedido. También lo habría hecho si me lo hubiese pedido Jason. Quería tener hijos con Matthieu y ser su esposa, pero de eso hace mucho tiempo. Ahora no estoy tan ansiosa por renunciar a todo. Tengo una casa que me gusta, amigos que aprecio, veo a mis hijos siempre que puedo. No quiero quedarme aquí en París, deseando estar en otra parte, y, lo que es peor, con un hombre que podría hacerme daño y ya lo hizo una vez.
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