– Creía que te gustaba París.
Stevie se quedó atónita ante sus palabras. Tal vez fuese demasiado tarde. No lo creía, pero Carole casi la había convencido.
– Aunque París me encanta, no soy francesa. No quiero que me digan qué le pasa a mi país, el asco que damos los estadounidenses o que no entiendo nada porque vengo de un país distinto, que además es poco civilizado. Matthieu atribuía la mitad de nuestros problemas a las «diferencias culturales» porque yo esperaba que se divorciara a fin de vivir conmigo. Llámalo anticuado o puritano, pero la cuestión es que no quería acostarme con el marido de otra. Quería el mío propio. El me lo debía. Pero se quedó con ella.
Las cosas eran más complicadas, sobre todo debido al puesto que él ocupaba en el gobierno, pero su insistencia en que tener una amante estaba bien era típicamente francesa, y eso a ella siempre le disgustó mucho.
– Ahora es libre. No tendrías que enfrentarte a ese obstáculo. Si le quieres, no entiendo qué te detiene.
– Soy demasiado gallina -dijo Carole tristemente-. No quiero que vuelvan a hacerme daño. Prefiero irme antes de que eso ocurra.
– Eso es triste -dijo Stevie apenada, mirando a su amiga.
– Desde luego. Fue triste hace quince años, cuando le dejé. No te lo puedes imaginar. Los dos estábamos destrozados. Los dos lloramos en el aeropuerto. Pero yo no podía quedarme más tiempo, tal como estaba la situación. Y tal vez ahora sería alguna otra cosa. Sus hijos, su trabajo, su país… No le imagino viviendo fuera de Francia. Y yo no quiero vivir aquí, al menos de forma estable.
– ¿No podéis buscar alguna solución intermedia? -preguntó Stevie.
Carole negó con la cabeza.
– Es más sencillo no hacerlo. Nadie se sentirá decepcionado ni pensará que tiene menos de lo que merece. No nos haremos daño el uno al otro, ni nos insultaremos, ni nos faltaremos al respeto. Creo que los dos somos demasiado mayores.
Había tomado una decisión y nada iba a cambiarla. Stevie sabía cómo era cuando se ponía así. Carole era terca como una muía.
– Entonces, ¿vas a pasar sola el resto de tu vida, con tus recuerdos y viendo a tus hijos unas cuantas veces al año? ¿Qué pasará cuando tengan sus propios hijos y ya apenas tengan tiempo para verte? ¿Y luego qué? ¿Haces una película cada pocos años o abandonas? ¿Escribes un libro, pronuncias un discurso de vez en cuando a favor de alguna causa que tal vez ni siquiera te importe para entonces? Carole, esa es la estupidez más grande que he oído en mi vida.
– Lamento que opines eso. Para mí tiene sentido.
– No lo tendrá dentro de diez o quince años, cuando te sientas sola y te hayas perdido todos estos años con él. Para entonces puede que incluso haya fallecido y habrás desperdiciado la oportunidad de estar con un tipo al que llevas queriendo casi veinte años. Lo vuestro ya ha superado la prueba de la tragedia y el tiempo. Os seguís queriendo. ¿Por qué no aprovecharlo mientras se puede? Todavía eres joven y guapa, y te queda algo de recorrido en tu carrera. Pero cuando eso desaparezca, estarás muy sola. No quiero ver cómo te ocurre eso -dijo Stevie, muy entristecida.
– ¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Renunciar a todo por él? ¿Dejar de ser quien soy? ¿No hacer películas? ¿Abandonar la labor que hago para UNICEF y quedarme aquí, cogida de su manita? No es esa la persona que quiero ser de mayor. Tengo que respetarme y ser fiel a mis convicciones. Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?
– ¿No puedes tener ambas cosas? -dijo Stevie-. ¿Tienes que ser Juana de Arco y hacer voto de castidad para serte fiel a ti misma?
Quería que Carole tuviese en su vida algo más que el trabajo para entidades benéficas, las películas esporádicas y las visitas en vacaciones a sus hijos. También merecía ser amada y feliz, y tener compañía durante el resto de sus días o mientras durase el amor.
– Puede que sí -dijo Carole rechinando los dientes.
Stevie la estaba disgustando, lo cual era exactamente lo que ella esperaba, pero le parecía que sus palabras no le llegaban.
Las dos mujeres volvieron a leer el periódico, mutuamente frustradas. Era raro que discrepasen tanto. Ninguna de ellas le habló a la otra hasta que a mediodía vino la doctora a ver a Carole.
La neuróloga se mostró satisfecha de la evolución de su paciente y de lo mucho que había caminado. El tono muscular de sus piernas empezaba a recuperarse, su equilibrio ya era bueno y su memoria mejoraba exponencialmente. La doctora estaba segura de que Carole podría volver a Los Ángeles en la fecha prevista. No había ninguna razón médica que se lo impidiese. La doctora dijo que volvería a visitarla al cabo de unos días y que debía continuar con lo que estaba haciendo. Le dijo unas palabras a la enfermera y luego dijo que regresaba al hospital.
Cuando la doctora se marchó, Stevie pidió el almuerzo para Carole, pero la dejó sola en la mesa y decidió comer en su propia habitación. Estaba demasiado disgustada por lo que Carole le había dicho para poder charlar con ella. Pensaba que Carole estaba cometiendo el mayor error de su vida. El amor no se presentaba todos los días y, si a Carole había vuelto a lloverle del cielo, Stevie pensaba que era un crimen desperdiciarlo, y, lo que era peor, echar a correr porque tenía miedo de que volviesen a hacerle daño.
Carole se aburrió durante la comida. Stevie había dicho que le dolía la cabeza, aunque Carole sospechaba que no era cierto. Después de caminar de un lado a otro del salón de la suite durante un rato se decidió a llamar a Matthieu al bufete, aunque pensó que tal vez hubiese salido a almorzar. Su secretaria se lo pasó de inmediato. Matthieu estaba comiendo un bocadillo en su mesa. Llevaba todo el día de un humor pésimo. Le había contestado mal dos veces a su secretaria y había cerrado de un portazo la puerta de su despacho después de hablar con un cliente que le había fastidiado. Era evidente que no tenía un buen día. Su secretaria nunca le había visto así y se mostró prudente al decirle quién estaba al teléfono. El cogió la llamada enseguida, esperando que Carole hubiese cambiado de opinión.
– ¿Estás demasiado enfadado para hablar conmigo? -preguntó Carole con voz suave.
– No estoy enfadado, Carole -dijo él con tristeza-. Espero que llames para decirme que has cambiado de parecer. La oferta sigue en pie -añadió con una sonrisa.
Estaría en pie para siempre, mientras él viviera.
– Pues no. Sé lo que me conviene. Me asusta demasiado volver a casarme, al menos por ahora, y no quiero. Esta mañana lo he hablado con Stevie. Ella dice que dentro de diez o quince años cambiaré de opinión.
– Para entonces habré muerto -dijo él, impasible.
Carole se estremeció.
– Más te vale que no sea verdad. ¿Qué era eso, una oferta a corto plazo o a largo plazo?
– A largo plazo. ¿Estás jugando conmigo?
Matthieu sabía que se lo merecía. Se merecía todos los golpes que ella le asestara, después de lo que le había hecho en el pasado.
– No estoy jugando contigo, Matthieu. Trato de encontrarme a mí misma y ser fiel a mis convicciones. Te quiero, pero tengo que ser fiel a mí misma; de lo contrario, ¿quién soy yo? Eso es todo lo que tengo.
– Siempre te fuiste fiel a ti misma, Carole. Por eso me dejaste. Te respetabas demasiado para quedarte. Por eso te quiero.
Era un callejón sin salida para ambos, por él entonces y por ella ahora. Siempre estaban atrapados entre opciones imposibles que tenían que ver con el respeto hacia los demás o el respeto hacia uno mismo y, a veces, con ambas cosas al mismo tiempo.
– ¿Quieres cenar conmigo esta noche? -le preguntó ella.
– Me encantaría -contestó él aliviado. Temía no volver a verla antes de que se marchase.
– ¿Vamos a Le Voltaire? -le preguntó Carole-. ¿A las nueve?
Era la hora de cenar habitual en París, incluso un poco temprano.
– Perfecto. ¿Quieres que te pase a buscar por el hotel?
– Nos veremos allí.
Carole era mucho más independiente que en los viejos tiempos, pero a él también le encantaba eso. No había nada en ella que no le encantase.
– Con una condición -añadió de pronto.
– ¿Cuál es?
Matthieu se preguntaba qué se le habría ocurrido.
– No volverás a pedirme que me case contigo.
– Esta noche no, pero no acepto esa condición a largo plazo.
– De acuerdo. Me parece justo.
La respuesta de Carole le llevó a esperar poder convencerla algún día. Tal vez cuando se recuperase por completo de su accidente o cuando terminase el libro. Iba a pedirle otra vez que se casara con él algún día y confiaba en que al final aceptase. Estaba dispuesto a esperar. Ya habían esperado durante quince años; por un poco más no pasaría nada. O incluso mucho más. Matthieu se negaba a rendirse, dijera lo que dijese ella.
Carole llegó a las nueve en punto a Le Voltaire, en el Quai Voltaire. Los escoltas iban en el coche con ella y Matthieu estaba en el umbral del restaurante cuando llegó. Hacía una noche muy clara, con un gélido viento de diciembre que soplaba a su alrededor. Matthieu la besó en la mejilla cuando ella se acercó y Carole levantó la mirada y sonrió. Matthieu solo quería decirle que la amaba. Le parecía que llevaba toda la vida esperándola.
Se sentaron en un rincón del restaurante, muy concurrido a aquellas horas. Un camarero trajo a la mesa crudités y pan tostado y caliente con mantequilla.
Llegaron a los postres sin tocar temas delicados. Después, mientras mordisqueaban unos dulces de moca y chocolate, que según Carole la tendrían despierta toda la noche, Matthieu le dijo por fin lo que pensaba. Había tenido una idea después de hablar con ella esa tarde. Si no estaba dispuesta a acceder al matrimonio, él tenía otro plan.
– Hace tiempo, cuando te conocí, me dijiste que no eras partidaria de vivir con alguien sin estar casada. Eras partidaria del pleno compromiso del matrimonio. Y yo estuve de acuerdo contigo. Al parecer, ya no opinas lo mismo. ¿Qué te parecería un arreglo informal de convivencia, en el que fueses libre de ir y venir? Una especie de política permisiva -le dijo Matthieu con una sonrisa.
Carole continuó comiendo granos de moca. Ya había tomado bastantes para permanecer despierta hasta la semana siguiente, y él también. Pero ¿quién necesitaba dormir cuando el amor y tal vez toda una nueva vida estaban al alcance de la mano?
– ¿Qué significa eso exactamente? -preguntó Carole, mirándole con interés.
Por lo menos, Matthieu era creativo, obstinado y decidido, al igual que ella. Ese carácter les había mantenido juntos años atrás. Eso y el mutuo amor que sentían.
– No lo sé. He pensado que tal vez se nos podría ocurrir algo que funcione para los dos. Si he de serte sincero, yo preferiría casarme contigo. Eso se ajusta a mis nociones de decoro, y además siempre he querido casarme contigo. Me encanta la idea de que seas mi esposa y sé que a ti también te encantaba. Puede que ahora no nos haga falta el papeleo ni los títulos, si eso te limita demasiado. ¿Y si vives conmigo en París durante seis meses y yo vivo contigo en California durante los otros seis meses del año? Podrías ir y venir a tu gusto, viajar, hacer tus proyectos, escribir y ver a tus hijos. Te estaré esperando siempre que quieras. ¿Eso te convendría más?
– No me parece justo para ti -dijo ella con sinceridad-. ¿Qué sacarías tú? Pasarías mucho tiempo solo.
– Te tengo a ti, amor mío -contestó él, dándole una palmadita en la mano-. Eso es todo lo que quiero, y el tiempo que puedas dedicarme, sea el que sea.
– No estoy segura de que vivir juntos me parezca bien, ni siquiera ahora, aunque lo cierto es que fuimos felices. Sin embargo, me resultaba demasiado embarazoso no estar casada contigo y podría volver a ocurrirme.
Además, el arreglo que Matthieu sugería no protegería el corazón de Carole de volver a sufrir, ni a ninguno de ellos de dejar al otro. Pero no había forma de garantizar eso. No había garantías. Carole arriesgaría su corazón en cualquier caso. Sin embargo, las palabras que Stevie le había dicho por la mañana no habían caído en saco roto.
– ¿Qué quieres tú? -preguntó él con sencillez.
– Me da miedo sufrir.
– A mí también -confesó él-. No hay manera de asegurarnos de que no sufriremos. Si nos queremos, quizá tengamos que arriesgarnos. ¿Y si nos limitamos a ir y venir durante un tiempo y vemos cómo funciona? Yo podría ir a visitarte a Los Ángeles después de las fiestas.
Carole sabía que él se iba con sus hijos, y ella misma quería estar con los suyos. Además, con un poco de suerte, asistiría a la boda de Stevie en Las Vegas en Nochevieja.
– Podría viajar el uno de enero, si te parece bien -sugirió Matthieu amablemente-. Podría quedarme el tiempo que te viniese bien y luego tú podrías venir a visitarme a París en primavera. ¿Por qué no probamos a ir de aquí para allá durante un tiempo en función de tus planes y vemos cómo funciona? ¿Qué te parece?
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