– ¿Eres médico? -le preguntó ella.
– Sí, y puedo decirte que el pronóstico es dolor de cabeza y un chichón del tamaño de un huevo.
– Eso también podría decirlo yo… -le costaba trabajo hablar-. ¿De verdad eres médico?
– He perdido un poco de práctica -admitió él-, pero podré ocuparme de un pequeño bulto en la cabeza.
– ¡Pequeño! -exclamó ella.
– Bien, ya casi te has recuperado por completo. Iré por una bolsa de hielo.
– No es necesario.
– ¿Cuestionas mi diagnóstico? ¿También eres médico?
– Tu sarcasmo sobra -espetó ella-. Has leído mi curriculum y sabes exactamente lo que soy.
– Me he hecho una idea, pero me gustaría saber por qué dejaste la carrera de Enfermería -dijo, pero levantó un dedo para que no hablara, casi rozándole los labios-.Guarda silencio y no te muevas. Enseguida vuelvo.
– Sólo iba a decirte que no te metieras en lo que no te importa -murmuró ella testarudamente, pero sólo cuando él hubo salido del despacho. Estaba claro que Harry sabía de lo que estaba hablando al aconsejarle que no hablara, porque nada más hablar deseó haberlo obedecido.
– Susan está preparándote una taza de té -dijo él al regresar un par de minutos después, con hielo triturado y envuelto en un trapo. Se lo presionó suavemente contra la frente-. ¿Qué tal?
– Frío -respondió ella-. Maravillosamente frío -añadió, ya que lo primero no sonaba muy agradecido. Sin embargo, la idea del té le provocaba náuseas, aunque no se lo dijo-. Gracias -levantó una mano para sostener el hielo, y los dedos se entrelazaron brevemente con los de Harry al intercambiar posiciones-. ¿Qué está haciendo Maisie? -preguntó, más como distracción que porque realmente le interesara saberlo.
– Siendo Maisie.
Era extraño, pero Jacqui comprendió exactamente a lo que se refería.
– ¡Maldita sea! -exclamó, sintiéndose tan estúpida como culpable-. ¿Qué habré hecho con mi móvil? Estaba segura de habérmelo metido en el bolsillo.
– Tal vez se te haya caído en alguna parte. Lo encontrarás cuando se ponga a sonar.
– ¡Pero lo necesito ahora! -protestó-. Lo siento… -se apresuró en disculparse, pues se estaba comportando como Maisie-. Necesito saber lo que está pasando. Maisie no debería quedarse en un lugar tan aislado como éste.
– Creía que habías dicho que quería quedarse.
– No se trata de eso -apoyó los codos en la mesa e intentó pensar a pesar del dolor-. Pero tienes razón. Parece sentirse muy contenta aquí.
– Pero tú quieres seguir adelante con tu vida.
– Yo no he dicho eso -replicó ella, mirándolo-. ¿Lo he dicho?
– No -pareció que iba a decir algo más, pero cambió de opinión y guardó silencio por unos momentos-. ¿Le has encontrado una ropa más adecuada?
– Le he encontrado una sudadera y unos vaqueros, pero no quiere ponérselos.
– No puede pasarse toda la vida con esos vestidos de fiesta -objetó él-. Tiene que llevar ropa normal.
– Tu confianza dice mucho de ti, pero sí, supongo que tienes razón. Por suerte, he encontrado esto -se metió la mano en el bolsillo de la camisa y extrajo la foto-. Es su madre, llevando la misma ropa.
Harry contempló la foto durante unos segundos y se la devolvió.
– ¿Ha funcionado?
– ¿Cambiarías tú el tafetán rosa por unos viejos pantalones de peto sin protestar?
– Afortunadamente, nunca he tenido que tomar esa decisión.
A Jacqui le pareció ver el atisbo de una sonrisa. Quizá sólo fuera su imaginación, pero de todos modos la animó a seguir.
– La verdad es que tuve una idea genial y le propuse que le haría una foto igual que ésta. Y parece haber funcionado.
– Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Necesitas una cámara? Tiene que haber una por alguna parte.
– Gracias, pero tengo mi propia cámara. Me iba de vacaciones, ¿recuerdas?
– ¿Entonces qué hace todavía Maisie con esa cosa rosada con volantes? No será por falta de cachorros.
– No, pero no se trata sólo del cachorro… Tú también apareces en la foto original, y Maisie quiere una exactamente igual. No hay prisa -añadió rápidamente, sin darle tiempo a pensar-. La ropa se está lavando y el tiempo no es el más propicio para sacar fotos en el exterior. Mientras tanto, seguiré buscando mi teléfono.
– Jacqui…
Ella hizo un esfuerzo por levantarse, pero las rodillas no le respondían. Intentó convencerse de que no tenía nada que ver con el modo en que Harry había pronunciado su nombre, con una suavidad exquisita, como si sólo lo hubiera dicho por el placer de oírlo…
– Lo siento -añadió él, rompiendo el encanto.
– ¿Por qué? No tienes la culpa de que me haya dado un golpe en la cabeza.
– Siento lo de tus vacaciones.
Ah, eso…
– Te prometo que no diré una palabra más al respecto si permites que Maisie tenga la foto que quiere.
Harry soltó un débil gruñido, pero no parecía molesto por el chantaje emocional.
– Si consigues que salga el sol, te prometo que me someteré a la sesión de fotos.
Su respuesta insinuaba que conocía bastante mejor que ella las previsiones meteorológicas para High Tops.
No importaba. Lo había prometido. Y el sol tenía que salir alguna vez. Después de todo. el cielo estaba despejado en la vieja foto de Selina, ¿no?
– Gracias -respondió con una sonrisa-. Y ahora que hemos resuelto esta cuestión, ¿podría tomar un par de aspirinas?
– Sólo si te acuestas durante una hora y dejas que te hagan efecto.
– ¿Me estás mandando a la cama?
Nada más decirlo se arrepintió. En su estado actual, tendría que dejar que Harry la llevara en brazos, y no creía que acurrucarse contra su pecho y escuchar sus latidos la ayudara mucho.
– ¿Qué pasa con Maisie? -preguntó, intentando borrar la imagen de su cerebro.
– Susan se ocupará de ella.
– Susan tiene muchas cosas que hacer. Los animales, las tareas domésticas…
– Eso no es tu problema.
Jacqui había esperado que se ofreciera voluntario para cuidar de Maisie, pero la cabeza le dolía demasiado para preocuparse por ello.
– De acuerdo, pero no voy a irme a la cama. Tendrás que pedirles a esos perros que me dejen compartir el sofá.
– También podría insistir en que te examinaran con rayos X, porque obviamente no estás bien de la cabeza. Vamos, podrás poner los pies en alto en la biblioteca.
– ¿La biblioteca? ¿Quieres decir que vas a dejarme pisar el área lujosa de la casa?
Parpadeó, sorprendida. ¿Realmente acababa de decir eso? Sin duda el golpe en la cabeza había sido más fuerte de lo que pensaba. Vio cómo Harry apretaba la mandíbula y respiraba hondo.
– Creo que «lujosa» sería decir demasiado, pero al menos no acabarás cubierta de pelos de perro.
Jacqui pensó que debería decir algo, pero no se le ocurrió nada sensato, así que dejó que él le pusiera una mano bajo el codo y la ayudara a levantarse.
– ¿Puedes caminar?
– Pues claro que puedo caminar -declaró ella, haciendo lo posible por ignorar las vueltas que daba la habitación-. No soy una inválida.
– No, sólo eres una espina en el trasero. ¿No eres capaz de cerrar la boca?
– Claro que… -se detuvo-. Era una pregunta con trampa, ¿verdad?
Él no respondió, posiblemente para demostrarle que uno de los dos tenía algo de control sobre su boca, aunque también podía ser para no echarse a reír. Jacqui entrevió los paneles del vestíbulo, el pie de la escalera de roble y de repente se encontró en una habitación donde se respiraba un ambiente cálido y familiar.
Las cortinas de terciopelo que una vez habían sido verdes se habían desteñido hasta quedar en un tono gris plateado. Una alfombra persa, de hermoso diseño pero raída y deshilachada, cubría el suelo. Había un inmenso sofá junto a una bonita chimenea, dispuesta con troncos esperando a ser encendidos y proyectar el resplandor de las llamas sobre las estanterías que se alineaban en las paredes. No se parecía en nada a la casa de piedra del gigante de los cuentos. Realmente, la primera impresión no siempre era la más acertada… Harry se acercó a la chimenea y se agachó para encender el fuego, aunque no hacía frío en la habitación. Jacqui se sentó en el borde del sofá mientras él avivaba las llamas, observando sus hábiles movimientos y su rápida reacción cuando un tronco se cayó del montón. Cerró los ojos y olvidó el dolor de cabeza, reemplazado por un inimaginable dolor en el estómago.
– ¿Jacqui? -la voz de Harry le hizo abrir los ojos de nuevo-. ¿Estás bien?
– Sí -respondió ella, aunque sin mucha convicción.
– Pareces un poco pálida. ¿Te has mareado?
Sí, se había mareado, pero no por el golpe en la cabeza.
– Estoy bien, de verdad.
Él la miró unos segundos más, antes de volverse hacia el fuego. Cuando estuvo satisfecho con el resultado, colocó una rejilla protectora delante de la chimenea.
– ¿Quieres que me lleve eso?
Jacqui bajó la mirada hacia el hielo, que empezaba a fundirse en su regazo.
– Nada de esto es necesario -protestó-. Debería estar…
– ¿Qué?
Buscando el teléfono. Llamando a Vickie para averiguar lo que estaba pasando. Pero, como Harry le había recordado, Maisie quería quedarse allí. Entonces, ¿por qué no podía limitarse a descansar y dejar que las cosas siguieran su curso?
– Nada.
– Respuesta correcta -dijo él.
Y esa vez, sus labios se curvaron lo suficiente para definir aquella mueca como una sonrisa. Una sonrisa torcida. Ligeramente irónica, incluso. Pero una sonrisa al fin y al cabo.
– Ahora pon los pies en alto mientras voy a buscar las aspirinas.
Antes de que ella pudiera protestar, se inclinó, le levantó los pies con una mano, le quitó los zapatos y los dejó sobre el sofá.
Capítulo 7
CUANDO Harry regresó unos minutos más tarde con una aspirina y una manta, Jacqui se había quedado dormida. Él la contempló durante un rato. Había recuperado el color de las mejillas y respiraba con normalidad, pero tenía unas manchas oscuras bajo los ojos. Unas manchas que no tenían nada que ver con el golpe en la cabeza. Las había visto la noche anterior, cuando Jacqui había bajado a la cocina sin maquillaje, y sospechaba que hacía tiempo que no dormía bien. Un síntoma que él conocía bastante. Sin duda había un hombre detrás de todo aquello.
¿Por qué si no se iba sola de vacaciones?
Dejó las aspirinas en la mesita y, tan delicadamente como pudo, cubrió a Jacqui con la manta.
– ¿Cómo está? -preguntó Susan, que entraba en ese momento con el té.
– Se ha dormido. El descanso le sentará bien.
– No debería quedarse sola. Mi sobrino se cayó una vez de un árbol y…
– Sí, gracias, Susan. Me quedaré y le echaré un ojo. Deja la bandeja.
– De acuerdo. Estaré arriba limpiando las habitaciones, por si me necesita.
– Llévate a Maisie contigo. No quiero que venga a molestar a Jacqui.
Susan dejó escapar un sonido que sólo las mujeres de cierta edad podían emitir, pero que expresaba claramente lo que estaba pensando. Sabía que Harry no quería que Maisie lo molestara a él.
– Debería estar en el colegio, jugando con niñas de su edad.
– Ahórrate el sermón para Sally.
– Seguro que la señora Jackson, su tutora, estaría encantada de aceptarla hasta el final del trimestre.
– Seguro, pero no va a quedarse -dijo Harry.
– Si usted lo dice… -dejó la bandeja en la mesa-. Bueno, no puedo perder el tiempo cotilleando. Si necesita algo, ya sabe dónde estoy.
– ¿Podrías buscar el móvil de Jacqui? No estaba en el despacho, así que debe de habérsele caído en el piso de arriba.
– De acuerdo.
Al girarse hacia la puerta, los dos se encontraron con Maisie, que parecía temerosa de entrar en la habitación.
– ¿Está muerta? -susurró-. ¿La he matado?
– ¿Tú? -exclamó Susan-. ¿Cómo se te ocurre pensar eso?
Harry se acercó rápidamente a la puerta.
– Se ha golpeado la cabeza contra la mesa, Maisie. No ha sido culpa tuya.
– Pero parecía…
– Se pondrá bien. Sólo necesita descansar un rato. Ahora vete con Susan.
– Prefiero ir al colegio. ¿Puedo? ¿Al colegio del pueblo? Por favor…
– No, Maisie -se negó Harry, sorprendido por la impaciencia de la niña-. Tu madre no ha metido en tu equipaje ropa adecuada para este tiempo…
– ¡No le eches la culpa a ella! ¡No es culpa suya! Yo hice mi equipaje. ¡Quería estar guapa para gustarte!
Nada más decirlo, se dio la vuelta y se alejó corriendo, como aterrorizada por sus propias palabras.
– ¿Sabe, señor Harry? -dijo Susan-. No me corresponde a mí decirlo, pero esa niña necesita un poco de orden en su vida.
– Tienes razón, Susan -afirmó él-. No te corresponde a ti decirlo.
La mujer soltó un bufido que expresó claramente lo que estaba pensando y salió tras Maisie. El sabueso se había aprovechado de la llegada de Susan para deslizarse en la biblioteca y tumbarse junto a la chimenea, esperando no llamar la atención. Harry añadió otro tronco al fuego y se volvió para asegurarse de que Jacqui seguía dormida. Estaba acurrucada de costado, con la mejilla apoyada sobre las manos y un mechón sedoso deslizándose sobre su frente. Con mucho cuidado, deslizó un dedo bajo el mechón y se lo apartó del rostro. Y fue entonces cuando vio la cadena de plata en la muñeca. La había notado antes, cuando Jacqui sostenía el hielo contra la frente, pero ahora pudo ver el corazón plateado. Tenía un mensaje grabado. Unas diminutas palabras que Harry sabía que no debía leer, pero que saltaron a la vista al reflejar la luz de las llamas.
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