– Tal vez, si las cosas hubieran sido diferentes. Pero había estado alejado de ella tanto tiempo que me había olvidado. Me trataba como a un desconocido.

– No te había olvidado, Harry. Pensaba que la habías abandonado y te castigaba por ello.

El consiguió esbozar una pequeña sonrisa.

– Eso son sólo elucubraciones, Jacqui.

– Posiblemente. Pero tienes que preguntarle una cosa. Si de verdad te olvidó, ¿por qué me dijo que quería ser médico cuando fuera mayor?

A Harry le dio un vuelco el corazón.

– ¿Cuándo? ¿Cuándo te ha dicho eso?

– De camino aquí. Le pregunté si iba a ser modelo como su madre, y declaró que iba a ser médico como…

– ¿Como quién?

– No acabó la frase. ¿Has notado cómo hace eso? Te dice las cosas a medias. Ahora me doy cuenta de que estuvo a punto de decirme en una ocasión que su abuela no se encontraba aquí. Con Maisie hay que formular la pregunta exacta.

– Lo supo por Sally, quien obviamente sabía que su madre no estaba aquí.

– ¿Has hablado con ella?

– La llamé antes. Ella también dijo algo extraño. Dijo que no estaba previsto que tú te quedaras. Pareció irritarse bastante por tu dedicación al trabajo.

– ¿En serio? -preguntó Jacqui, sonriendo-. ¿Por qué será? Vamos a ver… ¿Podría ser porque quisiera darte una oportunidad para volver a acercarte a Maisie? ¿Para restablecer la relación que una vez tuvisteis?

– ¿Estás insinuando que Sally se ha hartado de jugar a ser madre y quiere desprenderse de Maisie para poder dedicarse a su amante?

– Tú eres quien la conoce, no yo. ¿De verdad es tan superficial? -esperó, pero no obtuvo respuesta-. De una cosa estoy segura, Harry. Maisie quiere quedarse aquí contigo. Y tal vez Sally sepa eso también -puso una mano sobre la suya-. Puede que, a pesar de las apariencias, tu prima sea algo más que guapa.

Él la miró y sacudió la cabeza, como si fuera incapaz de hablar.

– ¿Qué? -lo apremió ella.

– Me pregunto cómo has llegado a ser tan sabia.

– Ojala lo fuera -agarró la cadena de su muñeca y la apretó contra el corazón.

– Háblame de él.

– ¿De él?

– ¿No hay un él?

Ella negó con la cabeza, y fue entonces cuando Harry comprendió realmente lo indefenso que estaba. Porque quizá con el tiempo pudiera ayudarla a vencer el recuerdo de un hombre, pero ¿cómo competir con una mujer?

– Lo prometí, ¿no? -dijo ella en tono arrepentido.

– Sí, y seguro que nunca has roto una promesa en tu vida.

– Sólo una vez. Le prometí a Emma que nunca la dejaría, pero al final no me quedó más remedio -se desabrochó la pulsera y la sostuvo en alto-. Encargué que le hicieran esto para su cumpleaños, el mes pasado. Quería que supiera que si estaba dispuesta a perdonarme, podíamos seguir adelante -dejó la pulsera sobre su palma y cerró la mano-. Su familia me la envió de vuelta.

– ¿Su familia?

Ella lo miró extrañada, y él comprendió de repente que Emma no era una amante, sino una niña.

– ¿Cuánto tiempo fuiste su niñera? -le preguntó rápidamente, antes de que ella imaginara lo que había estado pensando.

– Años. Demasiado tiempo, quizá. Me preguntaste por qué dejé la Universidad. Lo hice por Emma. Creo que eres la única persona que conozco que puede entender por qué.

– Tomaré eso como un cumplido.

– Lo ha sido -dijo ella, y se dio la vuelta, como si le doliera demasiado continuar. Se dispuso a agarrar la taza de café, pero él la detuvo.

– Déjalo. Está frío -se levantó e hizo que ella también se levantara-. Prepararé un poco. ¿O vas a soltarme otro sermón sobre lo malo que es beber café por la noche?

– Ya tengo bastante con contarte la historia de mi vida -dijo ella con una tímida sonrisa.

– En ese caso, añadiré algo para aliviar el dolor -respondió él. Agarró una botella del aparador y se la tendió a Jacqui para que él pudiera abrir la puerta.

En la cocina, echó al perro del sofá, hizo sentarse a Jacqui y preparó un chocolate caliente con unas gotas de brandy. Jacqui aceptó la taza, tomó un sorbo y sonrió.

– Oh, sienta bien.

– Es lo que mi niñera me hacía cuando necesitaba consuelo -explicó él.

– ¿Te daba brandy?

– Sólo un poco. Vamos, arrímate -le ordenó, levantando el brazo-. Tienes que recibir el consuelo completo.

– ¿Sabes? Cuando te vi por primera vez. pensé que eras el gigante que me asustaba en mis pesadillas infantiles.

– Sí, oí cómo me describías a Vickie Campbell -ladeó la cabeza y sonrió, y ella se acurrucó contra él. Permanecieron en silencio durante un rato bebiendo el chocolate, y Harry sintió cómo Jacqui se iba relajando poco a poco. Pensó que podría ser feliz sólo estando sentado allí con ella, abrazándola, pero había demonios que afrontar, y cuanto antes, mejor-. Háblame de Emma, Jacqui -le pidió, quitándole la taza y dejándola en el suelo. Ella debía de estar lista para hablar, porque no dudó ni un segundo.

– Siempre me han gustado los niños. Mis hermanas eran mayores que yo, y ya tenían hijos cuando entré en la Universidad. Vickie Campbell las conocía, me vio cuidando a los niños y me ofreció la posibilidad de trabajar temporalmente de niñera para ella, durante las vacaciones. Mi trabajo consistía en llevar a los niños de un sitio para otro, como se suponía que debía hacer con Maisie. y suplir alguna baja imprevista, cuando una niñera se declaraba en huelga o cuando una madre tenía que ir al hospital -bajó la vista hacia la taza-. O cuando moría.

– ¿Eso fue lo que sucedió con Emma? ¿Su madre murió?

Ella asintió.

– Un accidente de coche. Una tragedia horrible. Su marido no pudo superarlo. Emma era muy joven, y estaba muy enfadada. No entendía por qué su madre la había dejado. Estuve con ellos todo el verano, y ella estaba empezando a abrirse y a confiar en mí cuando llegó el momento de volver a la Universidad. ¿Qué iba a hacer? Si la dejaba. Emma perdería por segunda vez en su vida a la única persona en quien confiaba y nunca volvería a creer en nadie.

– Sé que nunca dejarías a una persona que te necesitara -dijo él, pensando en cómo la había visto con Maisie.

– Nunca intenté que olvidara a su madre, ni tampoco ocupar su lugar. Pero su madre sólo era una cara en una fotografía, tan insustancial como un ángel. En los aspectos prácticos, yo era su madre. Y también su padre. porque el verdadero apenas le hacía caso. Le prometí que siempre estaría a su lado, que jamás la abandonaría.

– ¿Qué ocurrió?

– David Gilchrist era banquero. Un hombre guapo y muy rico. Yo había sido la niñera de Emma durante casi cuatro años. cuando un buen día trajo a casa a una mujer que había conocido en sus viajes y, con mucha calma, me comunicó que se habían casado. Y con la misma calma le dijo a Emma que tenía una nueva madre. Emma, enfrentada a una perfecta desconocida, declaró rotundamente que yo era la única madre a la que ella quería. En un abrir y cerrar de ojos, me pusieron de patitas en la calle y se mudaron a Hong Kong.

– ¿Y la pulsera?

– Me la devolvieron con una breve nota recordándome que sólo había sido una empleada y pidiéndome que no volviera a ponerme en contacto con Emma. Nada de regalos de cumpleaños ni de Navidad. Ni tampoco tarjetas. Nada. La nueva señora Gilchrist envió la pulsera a la agencia, en vez de mandármela directamente a mí, para dejarlo aún más claro.

– Tuvo que ser muy duro.

– Sí, lo fue, pero supongo que temía que, si no borraba el recuerdo que Emma tenía de mí, nunca podría disfrutar de su amor, y tal vez tuviese razón. Me impliqué tanto emocionalmente que olvidé la primera regla de una niñera. El niño que cuidas no es tuyo. Tienes que estar preparada para dejarlo…

Parpadeó y no pudo evitar que se le escapara una lágrima, que él le quitó con el pulgar.

– No hay reglas en lo que respecta a los niños, Jacqui. Los quieres porque no puedes evitarlo, y cuando los pierdes, sufres.

– Tienes otra oportunidad con Maisie. No la desaproveches.

– Gracias a ti.

– Creo que ha sido cosa de ambos, Harry.

– Pero el mérito es tuyo. ¿Cuántas mujeres se habrían quedado?

– Fue Maisie la que quiso quedarse.

– ¿Entonces estás preparándote para marcharte, ahora que has acabado tu labor de Mary Poppins? -preguntó él, intentando mantener la voz serena.

– ¿Cómo voy a marcharme? Has hecho que se lleven mi coche. Y Maisie me prometió que me lo pasaría muy bien si pasaba aquí mis vacaciones.

– ¿Y qué le prometiste tú a ella?

– Sólo que me quedaría mientras me necesite, Harry. He aprendido la lección. Se acabaron las promesas para siempre.

– ¿Todas?

Ella estaba apretada contra él, con el rostro levantado. Él levantó la mano, inseguro, muerto de miedo, pero había estado huyendo demasiado tiempo. Era el momento de decir lo que quería. A Maisie de vuelta en su vida. Una nueva vida. Y a Jacqui.

– ¿Y si te dijera que te necesito?

– No me conoces, Harry.

Él le tocó la mejilla, apartándole el pelo del rostro. Se sentía como un chico a punto de dar su primer beso. Ella le clavó la mirada serena de una mujer preparada para esperar.

– Tu personalidad brilla en todo lo que haces. Yo soy el único riesgo aquí, pero te pido que te arriesgues. ¿Te quedarás?

– ¿Qué me estás pidiendo?

Él le respondió rozándole ligeramente los labios con los suyos.

– Ya lo sabes.

Se produjo un silencio que pareció interminable. hasta que se abrió la puerta de la cocina.

– He estado pidiendo un vaso de agua desde… -empezó a decir Maisie, pero se detuvo al verlos abrazados-. Ups.

Eso fue todo. El momento había pasado, y Jacqui se apresuró a llenar un vaso de agua y dárselo a la niña.

– Vamos, cariño, te acompaño a la cama -le dijo-.Mañana hay que levantarse muy temprano.

Pero Maisie se negó a que le metieran prisa. Bebió lentamente, y al acabar miró a Harry con el ceño fruncido.

– ¿Hay algún problema? -preguntó él, y rezó por que no le dijera que había cambiado de opinión y que no quería ir a la escuela. Ya había empezado a imaginársela traspasando las puertas del colegio en su primer día.

– Tú eres mi papá, ¿verdad?

– Sí -respondió, luchando contra el nudo que se le había formado en la garganta-. Lo soy.

– Entonces, si estás besando a Jacqui. ¿eso significa que ella va a ser mi mamá?

– Ya tienes una mamá -se apresuró a decir Jacqui intentando evitarle a Harry la vergüenza de responder.

– No -dijo Maisie-, Yo tengo una madre. No es lo mismo.

Capítulo 11

CUÁL es la diferencia, Maisie? -preguntó Harry, antes de que Jacqui pudiera llevarse a la niña.

Jacqui sintió que estaba al borde de un precipicio. Un paso en falso significaría el desastre total. Había estado mintiéndose a sí misma si fingía no haber deseado que Harry la besara. Lo había deseado desde aquel instante de conexión en el establo, cuando él examinaba su coche. Y aquella conexión la había obligado a admitir que deseaba mucho más que un beso. Pero sabía que si se dejaba llevar por la pasión, no podría controlar sus sentimientos. Qué fácil le resultaba imaginar que lo que sentía, lo que Harry sentía, era algo más que una atracción fugaz, un efímero deseo… Y qué fácil sería confundir su responsabilidad con Maisie con lo que sentía por Harry…

En cuanto a Harry… debía de estar más confuso que nunca. La niña a la que amaba y a la que había perdido estaba de vuelta en su vida. Sería muy fácil si no estuviera implicado el bienestar Maisie, pero Jacqui no estaba dispuesta a confundir de nuevo su papel. De ningún modo heriría a otra niña con promesas que no podían cumplirse. Maisie, quien naturalmente no tenía ese problema. se limitó a encogerse de hombros.

– Las mamas hacen cosas. Buscan polluelos, cocinan, tienen tiempo para jugar… Mi madre siempre está ocupada. Siempre está de viaje. Jacqui es como la mamá de un cuento.

Jacqui vio cómo Harry se quedaba boquiabierto.

– Bueno, pues Jacqui cree que ahora deberías estar en la cama -levantó la mirada-. ¿Verdad, papi?

– Así es -respondió él, y levantó a Maisie en brazos-. Hay que acostarse temprano para levantarse temprano y así poder ir de compras. Tenemos que conseguirte el uniforme para el colegio, ¿verdad? ¿Estás segura de que quieres ir?

Maisie respondió con una risita, y Jacqui, cuyo primer impulso fue seguirlos arriba, se detuvo en la puerta de la cocina y aprovechó que no se percataban de su ausencia para recoger la bandeja de la biblioteca y lavar las tazas.

Después, se dedicó a ordenar las botas por número. Pero cuando acabó, Harry aún no había vuelto, de modo que subió las escaleras y miró en la habitación de Maisie. La niña se había quedado dormida mientras Harry le leí un cuento, pero él no se había movido, incapaz de apartar los ojos de ella. Había dicho de sí mismo que era un riesgo, pero no había nada malo en que un hombre contemplase a una niña con tanta ternura y amor, y Jacqui se avergonzó por haber dudado del buen gusto de sus hormonas. Obviamente reconocían a un buen hombre cuando lo veían.