Los tres se giraron y vieron a Harry en la puerta, con una bandeja en las manos.
– ¿Entonces, qué es? -preguntó David.
– Para Maisie, es su verdadera madre. Para mí… -hizo una pausa y miró directamente a Jacqui-. Es la luz que brilla al final de un largo túnel. El calor en una fría noche de invierno. El consuelo. La alegría. Lo que hace que mi vida esté completa.
Jacqui apenas fue consciente de la conversación que siguió.
– Entiendo -dijo David.
– No, señor Gilchrist, no tiene ni la menor idea.
– Estamos perdiendo el tiempo aquí, Jessica. Hay cientos de niñeras buscando el trabajo que ofrecemos.
– ¿Es que no han aprendido nada? -preguntó Harry con mucha calma-. Cuidar a un niño no es sólo un trabajo…
David Gilchrist se levantó y agarró a su esposa del brazo.
– Vámonos.
– ¡No! -exclamó Jacqui, poniéndose en pie-. Esperad… -se volvió hacia Harry, suplicándole en silencio que lo entendiera.
Y Harry Talbot. que había expuesto su desprotegido corazón para mantenerla a su lado, supo que iban a destrozárselo otra vez.
– Harry -dijo ella-, ¿te importa ir con David a ver qué hacen las niñas? Tengo que hablar con Jessica.
– Pensaba que ibas a irte con ellos.
– ¿Porque lo prometí? -preguntó Jacqui, apoyándose en la verja mientras veía alejarse el coche de los Gilchrist y se despedía con la mano por última vez de Emma.
– Porque lo prometiste -respondió él fríamente.
– Emma no me necesita. Tiene una madre. Alguien que cuidará de ella porque la quiere, no porque reciba un cheque cada mes.
– Oh, claro…
– David Gilchrist es millonario, guapo y todavía joven. Era inevitable que volviera a casarse.
– Contigo en su casa, no me explico por qué se buscó a otra mujer.
Jacqui se echó a reír.
– Oh, vamos. Sólo era una empleada. Seguramente cree que he encontrado mi lugar junto a… ¿cómo te llamó?
– Un caballero granjero.
– No lo corregiste.
– Por él no merece la pena malgastar el aliento. ¿Emma se ha quedado satisfecha? ¿El brazalete la compensó por tu pérdida?
– No me ha perdido. Ahora lo entiende. Sólo tenía que saber que yo no la abandoné, Harry. La pobre Jessica pensó que tenía que echarme de sus vidas por completo para que Emma la quisiera. No comprendía que el amor de un niño es ilimitado.
– ¿Y ya está?
– No. Llevará su tiempo, pero creo que podrá llamarme de vez en cuando.
– ¿Desde Hong Kong?
– Pueden permitírselo.
– ¿Y qué le has dicho a Emma?
– Que siempre la querré. Y que siempre estará ahí cuando me necesite. No tengo que vivir en la misma casa ni en el mismo país para cumplir esa promesa. Todo lo que tiene que hacer es llamarme por teléfono.
– ¿También le dijiste que puede llamarte a cualquier hora?
– La verdad, Harry, es que le dije algo más. Le dije que podía venir a pasar aquí el verano. ¿Te importa?
¿Importarle? Si Emma iba a pasar allí el verano, eso significaba que Jacqui estaría allí.
– Lo único que me importa es saber si vas a quedarte. Antes pensé que te había perdido.
– ¿Eso pensaste? -preguntó ella, mirándolo a los ojos-. ¿Y habrías dejado que me fuera, igual que hiciste con Maisie?
– No, amor mío. Los Gilchrist te ofrecían un trabajo, yo te ofrezco mi vida. Todo lo que tengo.
– Háblame del futuro, Harry -le pidió ella con un hilo de voz-. Háblame de nuestras vidas.
– Ser la mujer de un médico rural no se parece en nada a la vida de lujo que tendrías en Hong Kong. Y sabiendo lo poco que te gustan las gallinas…
– Ya te dije que me he acostumbrado a las gallinas, y disculpa, pero ¿eso es una proposición?
– ¿Quieres que me ponga de rodillas?
Ella bajó la mirada al suelo. Había un charco de barro en medio del camino, así que tuvo compasión de Harry.
– ¿Por qué no dejamos eso para más tarde? Cuando me demuestres lo que querías decir con eso de «el calor en una fría noche de invierno».
– No es invierno, cariño. El sol brilla con fuerza. El próximo domingo empieza la Pascua.
– He visto nevar en Pascua -dijo ella, estremeciéndose.
– Bueno, ahora que lo dices, puede que tengas razón. Seguramente tengamos una helada esta noche -la rodeó con un brazo mientras volvían a la casa-. ¿Puedo hacer algo más por ti? -Detesto ese cartel de «Prohibido el paso» que hay en la verja.
– Lo quitaré ahora mismo.
– Y deberíamos tener una cabra, ¿no crees?
– ¿Una cabra? -preguntó él, riendo-. ¿Alguna vez has intentando ordeñar una cabra?
– No, pero todos los minifundios tienen una cabra.
– ¿Qué te hace pensar que esto es un minifundio?
– Dos campos, cinco burros, un poni, un montón de gallinas y conejos…
– Mira a tu alrededor -la interrumpió él-. Hasta donde alcance tu vista, desde lo alto de las colinas hasta la carretera principal.
– ¿Todo eso? Pero entonces el pueblo…
– El pueblo formaba parte de la finca original, pero mi abuelo les cedió la propiedad a los aldeanos, hace cincuenta años. Casi toda la tierra está arrendada a los granjeros locales.
– ¡Pero es un terreno enorme! ¿Cómo vas a comprárselo a tu tía?
– Al precio de hoy sería imposible, pero se lo compré hace diez años, cuando tía Kate quería costear la carrera de Sally,
– ¿Pero ella siguió viviendo aquí?
– Lo único que cambió fue el titular de la propiedad. La autoricé legalmente a que siguiera ocupándose de todo como siempre había hecho, y debo decir que ha hecho un buen trabajo. Acabo de descubrir que me ha hecho ganar una pequeña fortuna al vender un terreno junto al pueblo para construir casas. Gracias a medidas como ésa, el pueblo prosperará y no quedará desierto -la miró con una sonrisa-. ¿Aún quieres una cabra?
– ¿Puedo cambiarla por un poni para Maisie? Uno más fuerte que pueda montarse.
– Estaba pensando que podríamos regalarle uno por su cumpleaños.
«Podríamos»… A Jacqui le pareció la palabra más bonita que jamás hubiera oído.
– Perfecto -dijo, entrelazando el brazo con el suyo.
– Y también podríamos darle algunos hermanos.
Jacqui se detuvo y lo miró.
– Eso es un plan a largo plazo.
– Puesto que ésta va a ser una noche bastante fría, podríamos empezar a planearlo, si quieres -dijo él, y la tomó en sus brazos-. Y también podríamos fijar una fecha para la boda -añadió, antes de darle un beso largo y apasionado que no dejó ninguna duda respecto a sus sentimientos-. No debemos esperar demasiado.
Todo el mundo estuvo de acuerdo en que junio era el mes perfecto para una boda en el campo. La iglesia había sido engalanada con flores, por cortesía de Selina Talbot para justificar su ausencia. Se había casado con su millonario y no quería interrumpir su luna de miel por nadie ni siquiera por Maisie, una de las damitas de honor.
La naturaleza se había encargado de adornar el camino con hileras blancas de perejil, dedaleras y resplandecientes ranúnculos amarillos. El grupo de las damas de honor, compuesto por Maisie. Emma y las sobrinas de Jacqui, todas ellas con flores en el pelo. fue conducido hasta la iglesia en un carrito tirado por un pequeño poni. Jacqui lo seguía un par de minutos después en otro, acompañada de su padre, con los arreos también cubiertos de flores.
– ¿De verdad no te importa que no me case en casa? -le preguntó ella.
– Éste es tu hogar, Jacqui -respondió él apretándole la mano-. Nunca te he visto tan feliz.
– Os estoy muy agradecida a mamá y a ti por cuidar de Maisie mientras estamos fuera.
– Éste es un lugar mágico, cariño. Estoy seguro de que lo pasaremos muy bien.
La ceremonia fue solemne, con los votos matrimoniales que los unían de por vida y que no sólo fueron expresados con palabras, sino también con los ojos, los corazones y las almas. Pero la diversión que siguió no tuvo nada de ceremoniosa.
La comida se dispuso bajo una inmensa carpa en el campo más llano de toda la finca, y los invitados se servían a sí mismos. Un grupo de violinistas se encargó de tocar un repertorio de animadas melodías al que nadie pudo resistirse.
La fiesta se alargó mucho después de que los protagonistas principales se hubieran escabullido para empezar su luna de miel, una celebración de amor, vida y placer.
Como la señora de la tienda le dijo a la mujer del párroco, después de varias copas de champán, era como si el pueblo hubiera vuelto a la vida tras un largo invierno.
Liz Fielding
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