– Yo… eh… iré a ayudar a Maisie -dijo, retrocediendo otro paso. Entonces tropezó con el primer escalón, perdió el equilibrio y dejó caer el teléfono para agarrarle a la barandilla buscando apoyo.

La mano se cerró en el aire, pero, justo cuando aceptó que nada impediría su caída, el gigante la sujetó y la sostuvo con lo que parecían ser unas manos muy seguras. Muy seguras… y muy grandes.

Era absurdo imaginarse que esas manos estaban abarcándole la cintura. Su cintura no era muy estrecha, sino más bien una cintura práctica equipada con un par de buenas caderas, útiles para apoyar contra ellas a niños pequeños. Pero por un momento sintió que las manos la rodeaban, y comprendió finalmente por qué las mujeres sensatas del pasado se habían permitido agonizar con los pequeños corsés en busca de un aspecto frágil.

Al encontrarse con la mirada de unos ojos dorados y felinos, se sintió muy, muy frágil. Sabía que era una tontería, naturalmente, y que debería hacer un esfuerzo por ponerse de pie antes de provocarle daños en la espalda a aquel pobre hombre.

No tuvo que hacer absolutamente nada, pues él era más que capaz de hacerlo por ella y enseguida la tuvo de pie, con el rostro presionado contra la suave lana de su camisa, inmersa en los penetrantes olores de la ropa limpia, de sudor masculino, de aceite hirviendo…

Muchos hombres se habrían aprovechado de la situación, tirando de ella para conseguir un mayor roce. Pero el gigante, sin embargo, no perdió tiempo en poner espacio entre ambos. Sus fuertes manos permanecieron en la cintura de Jacqui, pero sólo como medida de precaución mientras ella recuperaba el equilibrio y el aliento… algo que le llevó más tiempo del deseado. Lo achacó al hecho de que no era una experiencia habitual tener que levantar la vista para mirar a nadie, y que ese alguien mereciera una inspección más detallada.

No eran sólo sus extraordinarios ojos ni la anchura de sus hombros. Ni tampoco su estatura. Ahora que Jacqui estaba al mismo nivel que él, podía ver que su altura no parecía tan abrumadora. Ciertamente, incluso con tacones habría tenido que levantar la mirada, pero no tanto, y por primera vez desde que superó en altura a todas las chicas y profesores de la escuela, se sintió a gusto con su estatura.

– ¿Se encuentra bien? -le preguntó él.

– Muy bien -consiguió responder ella, aunque sin mucha convicción.

– ¿Seguro? -insistió, sin soltarla.

– Seguro.

– Debería controlar sus nervios. Jacqui Moore -dijo él, soltándola.

– Ha sido un día muy difícil -replicó ella, temblando de frío por la humedad que empapaba su ropa y su pelo.

– Cualquier día que incluya a mi prima es un día difícil -dijo él-. Está tiritando.

– Un poco. Es por la humedad. La niebla es muy penetrante. No puede ser saludable vivir en una nube.

– Hay sitios peores, créame, y la niebla de las montañas tiene sus ventajas. Las visitas indeseadas, por ejemplo, rara vez se quedan más tiempo del necesario.

– Lo creo y usted también puede creerme cuando digo que no tengo el menor deseo de abusar de su hospitalidad un segundo más de lo necesario -dijo ella duramente-. Tengo un avión que tomar.

– Entonces será mejor que deje de tropezar por la casa y haga lo que deba hacer para salir de aquí cuanto antes, ¿no?

Encantador. Realmente encantador. Aunque tampoco el gigante de los cuentos había sido muy pródigo en sonrisas.

– Debo ocuparme de Maisie antes de empezar a llamar por teléfono -dijo, volviendo a la realidad y disponiéndose a recoger su móvil del suelo.

El se le adelantó y agarró el teléfono antes que ella. Se lo tendió y Jacqui volvió a fijarse en sus manos. Y a punto estuvo de volver a dejar caer el móvil cuando sus largos dedos rozaron los suyos.

– Será mejor que se seque usted también. Encontrará toallas en el cuarto de baño.

Ella intentó hablar; quería demostrarle que, al contrario que él, sabía cómo comportarse. Pero tuvo que carraspear unas cuantas veces antes de poder articular palabra.

– Gracias, señor… señor…

– Talbot.

Jacqui esperó a que le diera su nombre completo, pero él no lo hizo. Bueno, no importaba. No le interesaba lo más mínimo su nombre de pila. Si él quería respetar los formalismos, por ella no había ningún problema. La había salvado de una caída únicamente para que ella no tuviese ninguna excusa para retrasar su marcha. Pero ahora que Jacqui estaba en la casa no pensaba irse a ninguna parte hasta haber resuelto el futuro inmediato de Maisie.

– Bueno, señor Talbot, le pido disculpas por abusar de su hospitalidad de esta manera, pero como me va a llevar bastante tiempo solucionar todo esto, y como molestarlo parece inevitable, ¿sería posible que me ofreciera una taza de té? -le preguntó, sin recibir respuesta-. Mientras iré a ocuparme de Maisie. O quizá prefiera ocuparse usted personalmente de ella y así yo podré irme a tomar mi avión.

– No puede dejarla aquí conmigo.

– No, estaba claro que no podía hacerlo. Pero ¿sería su negativa una reacción de pánico por su fobia a los niños? ¿O acaso sabía de lo que estaba hablando?

Jacqui tenía que admitir que no parecía muy asustado. Al contrario, hablaba como un hombre decidido y sin miedo. Conociera o no las leyes sobre la protección de los niños, no era un asunto de importancia para él. Simplemente estaba declarando las cosas como eran.

– Es usted el único familiar disponible -señaló ella, aunque eso no suponía ninguna diferencia. No podía dejarle a Maisie sin la autorización expresa de Selina Talbot. A diferencia de una madre irresponsable, la agencia no podía dejar a la niña con cualquiera y desaparecer.

Por suerte, él no pareció darse cuenta de la situación, y guardó silencio durante unos segundos mientras sopesaba las alternativas. Finalmente, se encogió casi imperceptiblemente de hombros.

– ¿Indio o chino?

– Indio, por favor -dijo ella sin perder la sonrisa-. Es un momento para tomar algo tonificante, más que refinado, ¿no cree?

No se quedó para esperar una respuesta. Se dio la vuelta para poder ver dónde pisaba y subió las escaleras en busca de su carga. Maisie, con las manos en las caderas y las medias enrolladas por los tobillos, la miraba con el ceño fruncido desde la puerta del baño.

– ¿Dónde estabas? ¡Llevo horas esperándote! ¡Te dije que tenía que ir al baño!

– Lo sé -admitió Jacqui con más suavidad-. Pero no vuelvas a desaparecer, ¿de acuerdo?

– Está bien -murmuró Maisie.

– Lo digo en serio.

– ¡Está bien! Ya te he oído.

– Así me gusta.

Le colocó las medias a Maisie y, mientras la niña se lavaba las manos, aprovechó para usar las toallas que le había ofrecido Talbot. Con suerte, su ropa se secaría en la cocina y no pillaría una neumonía pero viendo cómo estaba siendo su suerte, no contaba con ello.

– Muy bien, Maisie, vamos a ver si podemos solucionar este lío.

– ¿Qué lío?

– Bueno, tu abuela no se encuentra aquí…

– Ya lo sé.

– ¿Lo sabes?

– Lo he oído -dijo Maisie-. No importa. Puedo quedarme hasta que venga mi madre. Tengo una habitación en una de las torres, ¿sabes? Se decoró especialmente para mí. Las paredes son malvas y las cortinas de encaje, y tiene vistas al campo donde viven el poni y los burros. El poni es mío.

– ¿En serio? A tu edad yo también tenía un pequeño poni.

– ¿Sí?

– Aja. Se llamaba Applejack. Era de color naranja con manzanas pintadas en el trasero.

Maisie la miró con lástima.

– Mi poni es de verdad. Se llama Fudge. ¿Te gustaría conocerlo?

– No creo que haya tiempo para eso, Maisie. El caso es que necesitas algo más que una habitación…

– Tengo más…

– Más que una habitación y un poni. Necesitas a alguien que cuide de ti.

– Están Harry… y Susan.

– ¿Susan? -repitió Jacqui. ¿El gigante se llamaba Harry y tenía una esposa? Bueno… estupendo. Si Harry Talbot estaba casado, o si aquella mujer era su novia, las cosas podrían solucionarse. Suponiendo que Vickie pudiera contactar con Selina Talbot antes de que ésta saliera del país-. ¿Quién es Susan?

– Viene todas las mañanas a limpiar.

– Oh. ¡Genial! -exclamó, borrando la sonrisa de su rostro. No había nada por lo que sonreír-. Mira, Maisie, ha habido una pequeña confusión. Pero no tienes que preocuparte por nada. La señora Campbell va a llamar a tu madre desde la agencia, y seguro que encuentra una solución.

Maisie suspiro.

– No podrá hacerlo. Mi madre estará ahora en el avión, y hay que apagar el móvil cuando se viaja en avión.

– ¿Sabes adonde va tu madre?

– Pues claro. Va a hacerse una sesión de fotos a la Gran Muralla china. Está al otro lado del mundo, ¿sabes?

– Sí, eso he oído.

– Mi madre me dijo que se tarda una eternidad en llegar.

No exactamente una eternidad, pensó Jacqui, pero estaba claro que Selina Talbot no respondería a llamadas personales hasta el día siguiente. Maisie la miró con los ojos muy abiertos y expresión solemne.

– Está bien. Puedes quedarte y cuidar de mí.

– ¡No!

– ¿Por qué no esperamos a ver lo que dice la señora Campbell? -sugirió Jacqui, apartando la ridícula idea de que la niña formara parte de aquella conspiración. Estaba rozando la paranoia. Además, no habían pasado más de dos horas desde que su madre la había dejado en la agencia. Mientras que la mayoría de los mortales necesitarían todo ese tiempo para llegar al aeropuerto y facturar, estaba segura de que para las personas como Selina Talbot el tiempo era infinitamente más flexible. Era posible que el avión aún no hubiese despegado.

– ¿No quieres cuidar de mí? -le preguntó Maisie.

– No se trata de lo que yo quiera -respondió ella. Quizá en otro tiempo, en otra vida…

Maisie la miró fijamente.

– ¿Es porque no soy hija de mi madre? ¿Porque soy de un color distinto al de ella?

Capítulo 3

JACQUI se sintió como si acabara de recibir un mazazo. El hecho de que Maisie fuese negra no tenía la menor importancia para ella, pero era posible que su adopción por Selina Talbot la hubiese expuesto a toda clase de comentarios desagradables de la gente celosa y desconsiderada.

Y Jacqui había estado tan inmersa en sus propios problemas, que se había dejado engañar por la aparente seguridad de la niña, creyendo que nada de lo que sucedía su alrededor la afectaba.

Lo último que necesitaba en esos momentos era ser responsable de la hija de otra persona. Pero eso no importaba. Con su madre volando hacia el otro extremo del mundo y su abuela de vacaciones, la única persona que quedaba para cuidarla era el gigante. Y eso no iba a ocurrir nunca. Maisie necesitaba seguridad, e iba a tenerla, sin importar cómo afectara eso a sus propios planes.

– No, Maisie. No tiene nada que ver con que seas adoptada -le aseguró con firmeza-. Simplemente es…

Maisie levantó la cabeza y la miró a los ojos.

– Creo que es por eso por lo que Harry no me quiere.

A Jacqui se le encogió el corazón al oírla.

– Oh, estoy segura de que eso no es cierto -respondió automáticamente, pero recordaba la fría expresión del gigante al ver a Maisie esperando en el coche, y cómo la niña se había ocultado en el asiento, como si quisiera esconderse de Harry Talbot.

Harry.

El nombre no encajaba con él. Era un nombre para un hombre que abrazaba a alguien en apuros, que supiera cómo ofrecer ánimo y consuelo. No para un hombre que rechazaba a una niña pequeña sólo porque fuese adoptada. En realidad, no se le ocurría ningún nombre lo bastante horrible para una persona tan malvada. Jacqui quería abrazar a Maisie, demostrarle que al menos había una persona en el mundo que se preocupaba por ella. En otras palabras, la suya era una reacción emocional que le salía directamente del corazón. No podía dejarse llevar por las emociones, así que reprimió el deseo de abrazar a Maisie y se sentó en un escalón para estar al mismo nivel que la niña. La tomó de las manos y se dirigió a ella con el tono más serio que pudo adoptar.

– Escúchame, Maisie Talbot. Para mí no supone ninguna diferencia el color de tu piel. Me daría igual que fueras rosa o azul, con el pelo verde y manchas moradas, ¿entendido?

Maisie la miró en silencio durante un largo rato, hasta que finalmente se encogió de hombros, como si aquello no le importara nada.

– Sí.

No era una muestra excesiva de confianza, pero ¿qué podía esperarse? Jacqui sabía muy bien que con los niños no había resultados inmediatos. Tendría que demostrarle que su preocupación era sincera. Y como sospechaba que no conseguiría nada quitándole importancia a la situación, empezaría contándole la verdad.

– Eres una niña muy inteligente, así que no voy a mentirte. Tenemos un problema. El plan era muy sencillo. Tenía que traerte aquí y dejarte con tu abuela. Y tú sabes que no debería quedarme aquí ni un minuto más, ¿verdad?