Maisie volvió a encogerse de hombros, mirándose los zapatos.

– Sí, supongo.

– No es porque no me gustes, no es porque seas negra. Es porque tengo que tomar un avión dentro de…-miró su reloj y vio que el tiempo pasaba demasiado deprisa-. Dentro de muy poco.

– Como mi madre -dijo la niña en un tono desprovisto de toda emoción, sugiriendo que también ella iba a abandonarla. No era justo, pero Jacqui supuso que, si estuviera en el lugar de Maisie, tampoco le importaría mucho lo que fuera justo.

– No, como tu madre no -replicó. Selina Talbot estaría volando en primera clase, y llegaría a Beijing más fresca y descansada de lo que ella llegaría a España tras pasar tres horas en un vuelo chárter-. Tu madre está trabajando, y eso es muy importante para ella. Yo sólo me iba a España… -ya estaba hablando en pasado-. De vacaciones.

– Oh -pareció momentáneamente alicaída, pero enseguida se animó-. ¿Tienes que irte a España? Es estupendo pasar las vacaciones aquí… normalmente -añadió como si acabara de recordar que Harry estaba en la casa.

– Estoy segura. Cuando tu abuela se encuentra aquí. Y puedes montar tu poni.

– Hay muchos animales más. No tenemos ninguno en casa, porque Londres no es un buen lugar para ellos, pero mi madre siempre los está recogiendo de la calle y los envía aquí, porque mi abuela tiene mucho sitio. Hay perros, gatos, gallinas, patos y conejos -se le iluminó repentinamente el rostro y levantó las manos-. También hay burros, para pasear a los niños por una playa. Pero si tienes que irte -su expresión se ensombreció y dejó caer las manos-, lo entenderé.

Maldición.

– Gracias, Maisie, pero no me voy a ninguna parte hasta que haya alguien para cuidarte. ¿Entendido?

Maisie no la miró a los ojos y se limitó a clavar la punta del pie en la alfombra deshilachada.

– ¿Aunque pierdas el avión?

– Aunque pierda el avión -le aseguró Jacqui.

– ¿Lo prometes?

«Lo prometo».

Una simple promesa que, una vez pronunciada ante una niña, no podía romperse. Una promesa que debía hacerse con sumo cuidado, porque no siempre podía mantenerse. Pero Maisie esperaba ansiosa su respuesta, y la verdad era que no iba a irse a ninguna parte hasta asegurarse de que la niña quedaba en buenas manos. No era un compromiso para toda la vida.

– Lo prometo. Maisie.

– Está bien. Y si no encuentras a nadie más, te quedarás y cuidarás de mí hasta que vuelva mi madre, ¿verdad?

– ¿Encontró todo lo que necesitaba?

Jacqui no creía que pudiera alegrarse tanto de ver a Harry Talbot, pero así fue.

– Sí -respondió, levantándose rápidamente-. Gracias.

– Será mejor que vaya a calentarse a la cocina -dijo él, y bajó la mirada hasta la niña-. Hola, Maisie.

Jacqui sintió cómo Maisie le apretaba la mano.

– Hola -respondió, sin mirarlo-. ¿Puedo ver los cachorros de Meg?

Cachorros, conejos, burros y su propio poni. No era extraño que la niña quisiera quedarse allí. ¿Y dónde estaría la llama?

– Están en el establo. Pero no voy a sacarte con esa ropa

– Puede cambiarse -dijo Jacqui-. Si fuera tan amable de traer su bolsa de mi coche… No está cerrado.

Harry Talbot la miró con dureza, advirtiéndole que no lo tomara por tonto.

– llevaré los cachorros a la cocina -dijo, y se alejó sin esperar respuesta.

Al entrar en la cocina, Jacqui vio que en la mesa había puesto una tetera y un pastel de cerezas.

– ¿Quieres un poco de té, Maisie? ¿O prefieres leche?

– Te. por favor. Y un poco del pastel de Susan.

Jacqui le sirvió una taza de té y le añadió una buena cantidad de leche. Mientras estaba cortando el pastel, el móvil empezó a sonar. Era Vickie. Le tendió el plato a Maisie y se llevó el teléfono al despacho para poder hablar libremente.

– Bueno, Vickie, ¿qué tienes?

– No he podido localizar a Selina, pero le he dejado un mensaje pidiéndole que me llame enseguida. En cuanto lo haga, me dirá qué alternativas tiene.

– Buen intento, pero Maisie dice que su madre está de camino a China. No oirá el mensaje hasta mañana.

– Oh… -murmuró Vickie, y soltó una palabra que ninguna niñera respetable usaría, ni siquiera en privado.

– ¿Qué pasa? Vickie? ¿Creías que no lo averiguaría?

– Te juro que no sabía adónde iba su madre. Éste era un simple trabajo de… ¿Has dicho a China?

– De donde viene la seda -respondió Jacqui mordazmente-. Va a pasearse por la Gran Muralla con una ropa que ni tú ni yo podremos permitimos nunca. Debes tener un contacto de emergencia.

– Por supuesto -dijo Vickie, carraspeando-. Su abuela. En High Tops.

– Oh, vamos…

– ¡Lo digo en serio! Mira, es verdad que quiero tenerte en mi base de datos. Has nacido para ser niñera. Pero no soy tan tonta como para creer que podía engañarte.

– ¿Ah, no? ¿Entonces qué hago aquí?

– Está bien, está bien. Admito no haber jugado del todo limpio al encargarte el trabajo. Simplemente quería recordarte cuál era tu papel antes de que te fueras a la playa a meditar sobre tu futuro. Y admito también que me aproveché de este encargo hasta tener el trabajo adecuado para ti…

– Podría demandarte -espetó Jacqui.

– Lo siento mucho, pero estaba desesperada. No sabía cómo hacerte ver que estás hecha para esto. Pero no soy ninguna estúpida. Lo último que quiero es que te enfades y nunca vuelvas a hablarme ni a trabajar para la agencia.

– Pues no parece que lo estés consiguiendo…

– Sé que no lo parece, pero tienes que creerme.

Jacqui no quería pensar en eso de momento.

– ¿Qué ha salido mal? Aunque las fotos de madre e hija fueran una tapadera para las revistas del corazón, no puedo creer que Selina Talbot se desentienda de su hija hasta este punto. Tuvo que haber hablado con su madre antes de enviar aquí a la niña.

– ¿Sinceramente? No tengo ni idea. Tal vez su secretaria o su agente, o cualquiera de sus lacayos se equivocó al hacer los preparativos. ¿Quién hay en la casa?

– El primo de Selina, pero dejar a Maisie con él no es una opción. No he visto a nadie más, aunque Maisie me ha asegurado que una mujer viene todos los días a limpiar.

– Y tú tienes un vuelo que tomar.

– Y yo tengo un vuelo que tomar. Bueno, ¿dónde estás? Porque supongo que vendrás de camino, ¿no? -le preguntó, aunque la señal era demasiado clara como para Vickie estuviera hablando por el manos libres del coche.

– Jacqui, por favor, intenta entenderlo. Si pudiera irme naturalmente que lo haría, pero ya he tenido que aplazar una reunión vital por culpa de esto. No podré salir antes de las seis, y… -se calló de repente.

– ¿Y?

– Nada.

– Dímelo, Vickie.

– Me han regalado unas entradas para la ópera. Es una Gala en Covent Garden, pero si pudiera escaparme a tiempo para hacer algo, me habría sacrificado…

– ¡Calla! Por favor, no te maldigas a mi costa. El Asunto es que, a menos que Mary Poppins se presente en menos de media hora, puedo ir olvidándome de mis dos semanas de descanso.

– Lo siento. De verdad que lo siento. Por supuesto, Selina Talbot te pagará el dinero de tus vacaciones…

– No regatees con su dinero.

– Si quiere contratar otra vez los servicios de la agencia pagará lo que haga falta.

– Si bueno, tendrá que correr con los gastos, ya que no creo que mi seguro de viaje cubra esta circunstancia tan especial. Pero lo que menos importa ahora es el precio del billete. Aquí hay una niña pequeña sin nadie para cuidarla.

– Tú estás ahí. Y ya que has perdido el vuelo, podrías ocuparte de ella.

Vaya, qué sorpresa. Jacqui ni siquiera se molestó en sugerirle que buscara una sustituía. Y además, le había prometido a Maisie que se quedaría.

– ¿Cuánto tiempo?

– No lo sé. El trabajo sólo consistía en dejar a la niña. Pero hablaré con Selina mañana. Hasta entonces, me tienes en tus manos, Jacqui.

– Al gigante no va a gustarle nada -dijo ella-. No soporta la compañía.

– ¿El gigante? ¿Ése es el hombre con quien no dejarías a Maisie? ¿Vais a estar bien? Tal vez deberías llevar a Maisie al hotel más cercano y…

– Maisie quiere quedarse aunque no le guste el gigante, lo que indica que es más gruñón que peligroso…-la voz se le quebró ligeramente al recordar sus ojos, sus manos, el tacto de su camisa. Tragó saliva. Sí había peligro-. Permaneceremos lo más lejos de él que sea posible hasta que tú o Selina encontréis una solución.

– Eres un sol, Jacqui. Me aseguraré de que quede reflejado en tus honorarios.

– Oh, no, no vas a convencerme con eso. Estoy de vacaciones. Hace seis meses te dije que no volvería a hacer esto por dinero, y lo dije en serio.

– Pero…

– Pero nada. Limítate a localizar a Selina Talbot y averigua en qué demonios estaba pensando, qué va a hacer con su hija y, lo más importante, cuándo va a volver a casa. Mientras tanto, yo iré a decirle a Harry Talbot que tiene invitadas.

– Te lo debo, Jacqui.

”Sí. me lo debes”, pensó ella mientras colgaba. Levanto la mirada y vio a Maisie en la puerta, sosteniendo en brazos una bola de pelo negro.

– ¡Mira, Jacqui! -exclamó, reluciendo de alegría-. ¡Es precioso!

– Sí que lo es -corroboró Jacqui, agachándose junto a la niña y acariciando al cachorro en la cabeza-. ¿Cómo se llama?

– No sé si tiene nombre.

– Entonces deberías pensar en uno -le sugirió, levantándose-. Pero debe de estar echando de menos a sus hermanos. Tengo que hablar con el señor Talbot.

– Ha vuelto al sótano -dijo Maisie, devolviendo el cachorro a la cesta donde estaban los demás perritos-.Creo que está arreglando la caldera.

– ¿Ah, sí?

– Es una pérdida de tiempo. Mi abuela dice que está definitivamente estropeada. Por eso ella… -se interrumpió.

– ¿Por eso qué, Maisie?

– Por eso va a comprar una nueva.

– Oh, claro. En ese caso, será mejor que no volvamos a molestarlo. Iré a sacar nuestras cosas del coche.

– Puedes llevar el coche hasta la parte trasera para no tener que cargar con las cosas. Es lo que hace todo el mundo.

– Bien pensado, Maisie.

– Puedes dejarlo en la cochera, si quieres.

– Mejor espero a que Harry lo sugiera -dijo ella. Antes de tomarse más libertades, tenía que ver la reacción de Harry cuando supiera que iban a quedarse-. No tardaré. No te muevas de aquí mientras estoy fuera. Y no toques nada.

– No, Jacqui.

– ¿Lo prometes?

La niña la miró y sonrió, y en ese instante Jacqui supo que su destino estaba sellado. No se iría a ninguna parte hasta que Maisie hubiera acabado con ella.

– Lo prometo.

Harry Talbot levantó la cabeza al oír el motor de un coche. El ruido demostraba sin lugar a dudas que el tubo de escape había sufrido bastante en el camino de la montaña. Le había prometido a su tía que arreglaría la caldera antes de que ella volviese de sus vacaciones. Y lo haría. Lo último que necesitaba era recibir visitas. Incluso había convencido al cartero para que le dejara el correo en la tienda del pueblo.

Maldición, se había refugiado allí para evitar toda compañía. Quería estar solo. ¿Acaso era pedir demasiado?

Soltó la llave inglesa y se dirigió hacia las escaleras. Si Jacqui Moore bajaba el camino con el tubo de escape medio suelto, no quedaría nada de él cuando alcanzara la carretera. Pero cuando abrió la puerta principal, no vio ni rastro de su coche. Escuchó con atención, pero no oyó nada, lo cual lo sorprendió. Debería haber sentido alivio, pero caminó hacia la verja, casi esperando ver cómo Jacqui detenía el coche en el camino.

No, no sentía alivio. Sólo culpa. Al día siguiente volvería a estar solo. Mientras tanto, llamaría al taller del pueblo y se preocuparía en ofrecerle ayuda a Jacqui. Uno de los perros, grande y mestizo con pretensiones de sabueso, se unió a él con la esperanza de otro paseo.

– Olvídalo, chucho -espetó Harry, volviendo a la casa. Tuvo que agarrar al perro por el collar para que no traspasara la puerta-. Mejor vamos a la parte de atrás. Susan nos matará a los dos si manchamos de barro su suelo inmaculado -cerró la puerta y siguió al perro a la parte de atrás.

Entonces se detuvo en seco cuando vio el VW apartado en el patio. Alertada por el perro al lanzarse hacia ella, Jacqui Moore se apartó con un respingo del asiento trasero, Como si la hubieran pillado en un delito.

– ¿Qué demonios cree que está haciendo? -masculló, olvidando por un momento que su primera intención hacía sido impedir que se fuera y ayudarla.

Una pregunta estúpida, pues podía ver perfectamente lo que hacía. Estaba descargando sus cosas del coche.

– ¿Le importaría no usar ese lenguaje delante de Maisie? -replicó ella, dándole a la niña una pequeña bolsa blanca.

– Lo siento -dijo él. Se acercó más y llamó al perro antes de que las pusiera perdidas de barro-. Lo preguntaré otra vez. ¿Qué demonios cree que está haciendo?