Anna se sintió menos cansada esa noche y también algo más dispuesta a hundirse en esa agua fría. Mientras Karl y James, con el agua hasta el pecho, arrojaban piedras rosadas en la bajada y se concentraban para ver dónde caían y poder recuperarlas luego, Anna inhaló profundamente, se deslizó por debajo del agua por detrás de Karl y le mordió un tobillo. Karl aulló. Anna lo oyó claramente debajo del agua y afloró a la superficie, gritando y arrojando agua por la boca. Karl había formado un remolino de arena al saltar y patear ante el supuesto ataque.
– ¡Oh, Karl! ¡Qué raro eres! -dijo Anna, jadeante-. Te asustas de un pececito que no produce ni la mitad de la conmoción que un montón de guacos.
Pero una sola mirada de Karl bastó para que supiera que la guerra de juegos se había desatado. Él se agachó, entrecerró los ojos, amenazante, y comenzó a deslizarse con la cara a ras del agua como un cocodrilo; sólo se le veían los ojos mientras avanzaba silenciosamente. La muchacha retrocedía, protegiéndose con las manos.
– ¡Karl… no… Karl… sólo bromeaba! -Anna se sacudía y pataleaba con desesperación, riendo y aullando, tratando de librarse de Karl.
James vociferaba:
– ¡Agárrala! ¡Ya la tienes, Karl!
– ¡James, mierda, soy tu hermana! ¡Se supone que debes estar de mi lado! -gritó Anna, manoteando en el agua con torpeza. Miró por sobre el hombro y vio que no había logrado alejarse.
– ¡Agárrala, Karl! Me dijo “mierda”.
– Ya la oí. ¿No crees que una mujer con semejante boca debe ser castigada?
– ¡Sí! ¡Sí! -gritó el hermano desleal, con entusiasmo y disfrutando cada minuto.
– ¡Traidor! -exclamó Anna con fastidio mientras Karl avanzaba, con un brillo salvaje en la mirada. De repente, desapareció; Anna giró una vuelta entera pero sólo encontró pequeñas ondulaciones que surcaban la superficie.
– ¿Dónde se fue? ¿Karl? ¿Dónde estás…?
Emergiendo como una ballena, Karl arremetió contra Anna, atrapándola con el hombro por detrás de las rodillas y levantándola por el aire mientras el bosque retumbaba con su alarido. Fue lanzada de cabeza y aterrizó con un ignominioso ruido sordo. Salió a la superficie con el pelo arremolinado, lo que provocó una escandalosa carcajada de los hombres, en profunda camaradería.
– Me parece que he creado un nuevo monstruo marino.
Karl señaló a Anna, que venía al ataque con los dedos retorcidos y gruñendo; su rostro lucía hermoso a través de esa maraña de pelo que le chorreaba. Karl simuló no poder defenderse cuando la joven lo atrapó con ambas manos por detrás de la cintura y lo hizo trastabillar. La cosa se puso peor para Anna pues cayó para atrás y Karl quedó sentado sobre ella. Debajo del agua, sus brazos se resbalaron por el cuerpo mojado de Karl y entraron en contacto con otras partes de su cuerpo, además del estómago.
Con gran rapidez, él giró en el agua y la apretó contra su pecho; juntos surgieron repentinamente a la superficie, como un geiser, riéndose uno en la cara del otro.
– ¡Oh, Anna, pequeño monstruo mío! -exclamó-. ¿Qué hacía yo antes de que vinieras?
Todos se fueron a la cama a la misma hora esa noche, la habitación impregnada por el humo del tabaco y la camaradería. Cuando las chalas acallaron su sonido, se oyó la lánguida voz de James:
– Buenas noches, Karl. Buenas noches, Anna.
– Buenas noches -los dos le desearon juntos.
Luego Karl buscó la mano de Anna y, con su pulgar, le dibujó círculos en la palma. Por último, la atrajo más cerca, haciéndola rodar hacia su lado mientras él hacía lo mismo.
– ¿Estás cansada? -murmuró muy cerca de sus labios.
– No -respondió en un susurro, pensando: “¡No, no, no! No estoy para nada cansada”.
– Ayer me desilusioné cuando te fuiste a dormir tan pronto.
– Yo también -murmuró, estremecida por sus simples palabras y el contacto de su áspero pulgar, que la rozaba suavemente. Los latidos de su corazón se aceleraron cuando sintió su palma arder allí donde Karl la había acariciado. Yacían quietos, los ojos muy abiertos, las narices casi tocándose, las dos respiraciones juntas.
James suspiró y el dedo de Karl dejó de moverse. El aliento entibiaba la cara de Anna. Con un ligero movimiento, Karl hizo que sus narices se tocaran. En silencio, dejó que el tacto hablara por él mientras que la sensación de una necesidad más intensa recorría su cuerpo. El apretón en la mano de Anna se hizo casi doloroso. Los labios de él se acercaron con un fugaz movimiento.
“Haz eso otra vez, Karl, más fuerte”, pensó, mientras el corazón le latía salvajemente. Permanecieron inmóviles, como dos niños, rodilla con rodilla, nariz con nariz, labios con labios, aliento con aliento, envueltos en ese creciente sentimiento de bienestar producido por la simple cercanía.
– Hoy todo fue tan bueno, Anna, teniéndote a ti y al niño aquí. Siento… siento tantas cosas -murmuró.
– ¿Qué clase de cosas?
– Cosas acerca de nosotros tres -susurró con voz ronca, deseando poder expresarle mejor lo que sentía-. Trabajar juntos con los leños es bueno; comer juntos, nadar. Me siento… me siento totalmente pleno.
– ¿Es… eso lo que te hace sentir así? ¿Trabajar juntos y todo lo demás? -Empujó el pulgar de Karl para acariciar su palma con el de ella. Por un breve instante, Anna dejó de sentir su tibio aliento sobre la cara y, luego, lo oyó tragar saliva.
– ¿Tú también te sientes así?
– Creo que sí. No lo sé… Karl. Sólo sé que aquí es diferente que en Boston. Es mejor. Nunca tuvimos que trabajar antes. Trabajar aquí, ayudarte… no sé. No parece realmente un trabajo.
Quería agregar cosas que no sabía cómo decir, cosas acerca de su sonrisa, sus bromas, su paciencia, su amor por este lugar, que de alguna manera había empezado a infiltrarse en ella, hasta de la serena paz en el cansancio la noche anterior, un cansancio gratificante como nunca antes había conocido. Pero todas ésas eran cosas que Anna sólo intuía, sin poder ponerlas en palabras todavía.
– Tanto tiempo soñé con tu presencia aquí para ayudarme con la cabaña. Así es como pensé que sería. Salir juntos por la mañana, trabajar todo el día, descansar juntos por la noche. Siento… lo bueno que es volver a reír, reír juntos.
– Me haces reír tan fácilmente, Karl.
– Eso es bueno. Me gusta verte reír. A ti y al muchacho.
– ¿Karl?
– ¿Mm…?
– Nunca tuvimos motivos para reírnos. Aquí, sin embargo, es diferente.
Le complacía haber podido proporcionarle esa satisfacción, algo que Karl no se había propuesto. Sintió que las palabras de Anna no eran solamente una expresión de alegría; intuyó que eran una invitación al afecto. Sin decir nada, se movió y aprisionó parte de su labio superior entre los suyos, como diciendo: “acércate más”.
Anna cedió y sus bocas se encontraron suavemente, apenas abiertas, titubeantes, esperanzadas; sin embargo, el gesto lento, el dejar, voluntariamente, que la otra boca se moviera primero, denotaban una actitud infantil. Hubo sólo ese casto beso la primera noche. Pero ese beso se había gestado con el sol naciente, había sido prenunciado por los “buenos días” de esa mañana, cuando Karl sostenía su carga de madera y Anna sujetaba la cortina de su rincón privado. La certidumbre de ese beso fue creciendo a través del día, se había nutrido con las bromas, el buen humor y la creciente familiaridad entre ellos.
Lentamente, Karl enderezó las rodillas para acercarse más. Esta vez aprisionó totalmente los labios de Anna, sin exigir respuesta al principio pero, poco a poco, su lengua húmeda y tibia comenzó a subir por el borde de los labios de la muchacha como si quisiera saborear algún resto de azúcar allí depositado. Sintió entonces, debajo de su propia lengua, la boca de Anna abrirse por primera vez. Alentado ahora, le tomó la nuca y la atrajo hacia el beso, jugando con la lengua para arrancarla de la pasividad. Lo que Karl esperaba era algún indicio, algún movimiento, alguna señal de aliento. Su exploración obtuvo respuesta en Anna y también ella enderezó las piernas.
Cautelosamente, Anna apoyó su mano sobre la mejilla de Karl. Nunca lo había acariciado antes. El roce de la mano sobre su piel le produjo a Karl una excitación difícil de controlar. Anna sintió la tensión de los músculos de la mejilla cuando Karl abrió la boca aún más. Su lengua entró en la boca de Anna con más fuerza todavía, mientras ella percibía el movimiento a través de su palma y de la mejilla de él.
La joven nunca había experimentado el beso como algo placentero. Ahora se había despertado en ella el conocimiento de que las cosas podían ser diferentes de como ella las había pensado. Y no había nada sórdido ni desagradable en ello. No sentía el impulso de apartar a ese hombre, su piel no lo rechazaba, las lágrimas no le herían los ojos. Prevalecía la sensación de que ese hombre la estaba honrando y, en consecuencia, dignificaba el acto que se proponían realizar. Adivinaba en Karl el asombro creciente que experimentaba en llevarla paso a paso hacia la concreción final. Anna sintió que ella también crecía y se expandía como los pétalos de una flor hasta que la belleza del capullo se revela.
Relajando los músculos lentamente, Karl se apoyó sobre el pecho de Anna y descansó allí, para ver cuál sería su respuesta.
Pero Anna sólo puso la mano sobre la desnuda piel de su hombro y exploró al tacto el contorno de los músculos. Recordaba muy bien esa parte de su cuerpo, después de haberlo visto trabajando al sol esos dos últimos días.
Karl hundió la cara en la almohada que había rellenado con anea para Anna, deleitado por esa mano exploratoria que se deslizaba por su espalda. Pero necesitaba más; arqueó, entonces, el cuerpo y liberó la otra mano de la muchacha, que tenía aprisionada bajo su peso. Viendo que Anna no pareció entender lo que necesitaba, tomó él mismo la mano y la llevó hasta su hombro. Se recostó, luego, sobre el cuerpo de Anna con la cabeza otra vez escondida en la almohada.
Anna trajo a su mente el vivido recuerdo de la expresión en el semblante de Karl cuando le contó que hacía entrar a Nanna en la casa para que le hiciera compañía en el invierno. También recordó el modo en que la mano de Karl jugueteaba con la oreja de la cabra. Nunca se había imaginado que los hombres necesitaran esas simples caricias.
Los años de soledad se disipaban con cada caricia de la mano en su piel. Sus corazones unidos en el fuerte abrazo, hablaban de esa necesidad de afecto que ambos habían cobijado durante tanto tiempo. En el interior de Anna, que había sentido también la falta de afecto durante largos años, una voz desesperada le advertía que podría llegar a perder todo ese calor una vez que Karl llevara el acto a su clímax. Pero era algo hermoso poder sentirse identificado con otro ser humano, y no pudo evitar que sus manos siguieran, por un rato más, acariciando la espalda de Karl.
– ¡Oh, Anna! ¿Qué me estás haciendo? -dijo con voz ronca, incorporándose de repente y sujetándola por los brazos con sus dos manos-. ¿Sabes lo que me estás haciendo? -susurró con tal vehemencia, que Anna se preguntó si no había ido demasiado lejos. Pero, con el movimiento de Karl, el colchón crujió y oyeron a James darse vuelta en la cama. La cabeza de Karl dio un respingo de alerta.
Esperaron un momento y luego Anna murmuró:
– Creo que ya lo sé, Karl, pero… -Había recibido de James el respiro que necesitaba. Ella misma estaba confundida, deseando y temiendo, al mismo tiempo, ir más allá-. Karl, desearía… -Nunca había temido tanto herir los sentimientos de alguien. Era algo nuevo para Anna, esta preocupación por Karl. Sabía que tenía que obrar con mucho cuidado-. Sólo pasaron tres días. Siento que cada día hemos podido conocernos un poco más y mejor pero creo que necesitamos más tiempo.
Se había producido aquello que más temía: la había presionado demasiado. Ahora ya sabía que los dos se gustaban. No obstante, trató de mirar todo desde el punto de vista de Anna. Tal vez tuviera miedo de ser lastimada. No podía culparla por ello.
– No debí haberte presionado tanto -admitió-. Sólo pensé en tocarte pero me resulta difícil controlarme.
– Karl, no seas tan duro contigo mismo. Me gustó y está bien que me hayas tocado y besado. Te voy conociendo mejor a medida que puedo responder a tus caricias, como cualquier mujer a su esposo. Por favor, compréndeme…
No sabía realmente cómo decir lo que quería. Lo deseaba, sí; sin embargo, necesitaba posponer el momento de la consumación porque temía que después Karl la encontrara despreciable y eso significaría el fin de este interludio de adaptación que tanto estaba disfrutando.
También deseaba ser cortejada durante un tiempo más. No tenía nada que ver con el hecho de que fuera o no virgen. Anna era mujer y como tal había soñado con un novio de uniforme con charreteras. ¿Cómo explicarle a Karl que no era el uniforme lo que importaba, que ella necesitaba disfrutar un poco más de ese período previo? Anna deseaba que la cortejaran estando ya casada. Aun a ella le sonaba absurdo. Tenía que tratar de explicarle.
"Hacerse Querer" отзывы
Отзывы читателей о книге "Hacerse Querer". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Hacerse Querer" друзьям в соцсетях.