– Mamá, escucha, las cosas no son lo que parecen -dijo, intentando explicar las mentiras de Darren.
Kate resopló ruidosamente.
– Gracias a Dios. ¿Quieres decir que no te estás acostando con un desconocido?
Regan sacudió la cabeza y se apoyó contra la encimera de la cocina. Tenía el presentimiento de que iba a necesitar que algo la sostuviera.
– Mamá, tengo veinticinco años y…
– Tomaré eso como un «sí» -la cortó Kate con un chillido de desesperación-. Oh, Dios mío, sabía que no debía dejar que te fueras a Chicago antes de la boda. Si te hubieras quedado en casa, podríamos haberte vigilado y nada de esto habría sucedido.
Regan ya le había recordado su edad a su madre. Era inútil repetírselo.
– ¿No te das cuenta de que el pobre Darren está hundido? -le preguntó Kate-. Y tu padre también. Al fin habías encontrado a un buen hombre, pero no podías quedarte con él, ¿verdad? -le espetó con reproche. Gracias a su hija, tendría que soportar la humillación delante de sus amigas. Una vez más.
Regan abrió la boca para protestar, pero se dio cuenta de que sería librar una batalla perdida. Recordó aquella ocasión en la que se negó a acudir a un baile de gala en el club de campo con el hijo del mejor amigo de su padre, porque la última vez que estuvieron a solas él había intentado forzarla. Sus padres no la habían creído, y habían optado por pensar que su hija estaba siendo exigente, obstinada y cabezota y que los desafiaba a propósito. De ninguna manera podría creerla ahora. Era inútil intentarlo.
A Kate siempre le había gustado la idea de tener unas hijas a las que pudiera exhibir ante sus amigas del club de campo y en las bodas y compromisos sociales, como hacían las demás con sus hijas. Pero cuando Regan demostró tener sus propios gustos y necesidades, su madre no supo qué hacer con ella. Ni siquiera intentó comprenderla, como tampoco hizo su padre, pues había delegado la educación de las niñas en Kate.
Con todo, ahora se encontraban en una encrucijada, y Regan no podía permitir que prevaleciera la versión de Darren. Tenía que exponer la verdad.
– Mamá, escúchame -le pidió, armándose de paciencia-. Darren y yo hemos roto. Me estaba engañando con…
– Una compañera de trabajo -dijo Kate, sorprendiendo a Regan-. Ya lo sé. Darren nos advirtió que te pondrías a la defensiva y que te inventarías una historia como ésta para culparlo. Nos dijo que has estado actuando así desde que te fuiste a Chicago. Él ha tenido que matarse a trabajar para montar la nueva oficina, pero tú no lo entendías. Te has mostrado fría y distante y al final te has buscado a otro hombre que te prestara más atención.
Regan se echó hacia atrás, golpeándose deliberadamente la cabeza contra el armario. Pero con eso no consiguió desmayarse ni hacer desaparecer la ridícula fe de su madre en Darren.
– Tengo un plan -dijo Kate.
Regan puso los ojos en blanco.
– No quiero saberlo.
– Claro que sí. Tu padre puede hablar con Darren, y estoy segura de que él aceptará volver contigo.
Ella negó con la cabeza.
– No quiero volver con Darren. ¿No has oído lo que te he dicho? Darren me estaba engañando. Él no me quiere, y…
Su madre dejó escapar un suspiro de exasperación.
– El amor no tiene nada que ver con un buen matrimonio, Regan Ann Davis. Lo que importa es casarse con alguien de tu misma categoría y vivir la vida que te ha correspondido. Fin de la historia.
Fin de la historia para Kate, tal vez, no para Regan.
– ¿Te da igual que Darren me haya sido infiel? -preguntó, odiando la vocecita infantil que usaba para suplicar la aprobación de su madre. Pero nunca conseguiría nada de Kate. No cuando su madre se conformaba con mucho menos de lo que merecía para sí misma. Pero Regan no era igual. Ya no. Y se había acabado el disimulo. Estaba cansada de intentar ser alguien que no era y de ocultar la verdad para no herir los sentimientos de sus padres.
– Supongo que debería haberte hablado hace tiempo de los hombres y de lo que necesitan -dijo Kate, resignada-. Los hombres engañan. Es su naturaleza. Pero si eres capaz de aceptarlo, tendrás todo lo que puedas desear en la vida. Todo lo que mereces.
Regan se enrolló el cable telefónico en los dedos mientras su madre hablaba.
– ¿Qué cosas son ésas? ¿Dinero? ¿Una casa grande, fría y solitaria? ¿Eso es lo que merezco? -preguntó. ¿Era eso lo que Kate pensaba que merecía su hija?
Los ojos se le llenaron de lágrimas al tiempo que la asaltaban los recuerdos de su infancia. Imágenes de su madre llorando en la cama cuando su padre no volvía a casa, mientras Regan y sus hermanas se cantaban nanas entre ellas para intentar ahogar el eco de los sollozos.
Ella quería algo más sus hijos. Y para sí misma.
– Son cosas importantes, cariño -dijo Kate-. ¿Qué puedes hacer sin ellas? Dime, ¿quién podrás ser sin dinero y sin estatus social?
Regan tragó saliva. La respuesta le vino sin tener que pensarla.
– Seré yo -dijo con voz suave pero decidida-. Regan Davis -no quería ser nada más.
Y su piloto tampoco quería que fuera nada más. En sólo un fin de semana había recorrido un emocionante camino de nuevas experiencias, descubriendo su fuerza interior y sus verdaderos deseos.
Y ese camino lo había empezado en su visita a Victoria's Secret y el consiguiente descubrimiento del libro rojo de las «sexcapadas» en el vestíbulo de Divine Events.
Pero la búsqueda de sí misma no se había completado hasta que no contó con la aceptación de Sam. Y estaba encantada con el descubrimiento de la verdadera Regan. Le gustaba ser una mujer sin apenas inhibiciones a la que no la preocupaba lo que pudiera pensar la gente y que actuaba según sus instintos más básicos.
Regan había creído que tendría que encontrarse a sí misma y averiguar quién era realmente y qué deseaba en la vida, pero ya lo sabía. Todo lo que tenía que hacer era salir del cascarón que su familia había creado y que luego Darren había mantenido, y aventurarse ella sola en el mundo exterior.
Y una vez que lo hiciera, una vez que estableciera su propia identidad, tal vez sus padres pudieran verla de un modo diferente. O tal vez no. Pero al menos sería feliz consigo misma. No importaba lo triste que estuviera ahora.
– Regan, ¿me estás escuchando? -la voz aguda de su madre la obligó a concentrarse en el teléfono-. He dicho que nos necesitas a nosotros y a Darren. Llámalo y discúlpate. Estoy segura de que aceptará volver contigo después de que tu padre hable con él.
– No -por primera vez, Regan se atrevía a expresar con palabras su desafío, aun sabiendo que con aquella actitud orgullosa e independiente jamás conseguiría el amor y la aprobación de su madre. Pero por nada del mundo estaría dispuesta a ceder.
– ¿Cómo has dicho? -preguntó Kate.
Regan se imaginó a su madre adoptando una pose erguida y altanera y respirando profundamente.
– He dicho que no. No voy a disculparme. No quiero volver con Darren, ni aunque él quisiera volver conmigo, lo cual no es el caso.
– Tonterías.
– Pregúntaselo la próxima vez que llame, ¿de acuerdo? Él rompió conmigo -y cuánto se alegraba ahora de que así fuera-. Pero al menos hizo que me diera cuenta de que me respetaba a mí misma lo suficiente como para no conformarme con un hombre que no me quiere. Darren no me quiere. Y desde luego, no me respeta.
Reprimió una carcajada, ya que no se esperaba a Darren llamando a su puerta para suplicarle una segunda oportunidad. Pero sus padres no podían verlo de la misma manera. Estaban empeñados en echarle la culpa a su hija y en creerse las mentiras de Darren. Éste los conocía lo suficiente para jugar con ellos a su antojo… y ganar.
– Si te niegas a colaborar ahora, no podré sacarte de esto -le advirtió su madre.
Regan enderezó los hombros.
– No te estoy pidiendo que lo hagas -dijo, tragando saliva. Aceptaba a su madre tal cual era y confiaba en que algún día Kate hiciera lo mismo con ella.
Se hizo un largo silencio al otro lado de la línea, antes de que se oyera la ruidosa respiración de Kate. Seguramente estaba sorbiéndose las lágrimas.
– Tu padre va a llevarse una profunda decepción, Regan, y yo no podré mirar a nadie en el club de campo -dijo su madre. No la estaba amenazando; sólo estaba declarando una verdad incuestionable, y Regan comprendió lo devastador que podía ser para Kate su acto de rebeldía.
Una vez que colgara, no habría vuelta atrás, a menos que se arrastrara a los pies de sus padres para implorar perdón. Y eso era algo que jamás haría.
– Lo siento, mamá -dijo, apartándose las lágrimas de los ojos. No lamentaba llegar a ser quien realmente era, sino el dolor que le estaba infligiendo a sus padres, quienes no sabían ser de otra manera.
El clic que sonó al otro lado confirmó las sospechas de Regan sobre el final que tendría la conversación. Colgó el teléfono con manos temblorosas y se sentó en la encimera de la cocina.
Aunque ahora estaba verdaderamente sola, no sentía ningún vacío interior. Se tenía a ella misma. Y sobreviviría sin el apoyo de su familia o el dinero de su ex novio. Tenía suficiente experiencia como relaciones públicas para conseguir un trabajo en cualquier parte. Por primera vez en su vida, se daba cuenta de que tenía fe en sus capacidades.
Y tenía que agradecerle a Sam la inestimable ayuda que le había prestado. Sam Daniels, un hombre que le permitía ser ella misma… y que la amaba por ser ella misma. Apostaría la vida a que la amaba, porque era amor lo que ella sentía por él. La garganta se le secó y el corazón se le aceleró al permitirse pensar esas palabras por primera vez.
Amaba a Sam. Y estaba segura de que él también la amaba, a su manera. Pero no se engañaría pensando que el amor cambiaría a Sam… Su piloto necesitaba la libertad para sobrevivir. E igual que él la aceptaba, ella lo aceptaría.
Se preguntó si en la concepción solitaria que Sam tenía del mundo habría lugar para ella. Para los dos. Y se dio cuenta de que sólo había un modo de averiguarlo.
Capítulo 7
Sam alzó su copa para brindar por los novios.
– Por una vida de salud, felicidad e hijos que se parezcan a Cynthia -dijo, provocando a Bill-. Salud.
La multitud aplaudió y Bill se apartó de su novia para darle un cálido abrazo a Sam y palmearlo en la espalda.
– Que seas muy feliz -le dijo Sam a su amigo. No sólo se lo decía desde el corazón; finalmente comprendía que era posible la felicidad para toda la vida.
Durante años había creído que el compromiso, el matrimonio y los deseos de una mujer nunca encajarían con los suyos. Siempre había visto la situación de sus padres como un claro ejemplo a evitar, y las mujeres con las que se había relacionado nunca le habían demostrado que estaba equivocado. Hasta ahora.
En su arrogancia masculina, nunca había imaginado que la emoción y los nervios le revolvieran el estómago. Nunca había pensado que llegaría a desear tanto a una mujer ni que estaría dispuesto a casi todo con tal de mantenerla en su vida.
Simplemente, nunca había conocido a la mujer adecuada.
Pero ahora la había conocido, y sin ella no era nada. Demonios, una dama de honor se le había insinuado y otra incluso le había metido mano, y aunque las dos eran muy atractivas, ninguna le había interesado lo más mínimo. Ni siquiera para mantener una conversación. Sam sabía que pasaría mucho tiempo intentando olvidar el breve idilio con Regan.
Se fue al bar a pedir un whisky escocés, y luego se dirigió hacia la entrada principal para apartarse del ruido y la gente. Se apoyó contra la pared y observó el salón de baile, donde el novio y la novia bailaban la canción lenta que interpretaba el grupo de música.
– Es curioso, pero nunca te hubiera imaginado como el tipo de hombre que se mantiene al margen de la fiesta.
La voz de Regan lo pilló por sorpresa, y por un momento pensó que estaba alucinando, tan fuerte era su deseo por ella. Se volvió y la vio junto a él, con un vestido negro que le llegaba por las rodillas, un chal alrededor del cuello, una capa de maquillaje que no necesitaba y el pelo recogido en lo alto de la cabeza.
– ¿Qué haces aquí? -le preguntó él, sin recuperarse del impacto que le había producido verla y sin atreverse a esperar nada.
Ella se encogió de hombros y aferró con los dedos un pequeño bolso negro.
– Buscándote.
Las puertas del salón de baile se abrieron de par en par, interrumpiéndolos. Sam la agarró de la mano y la llevó hacia el pasillo de los baños y los teléfonos, donde pudieran estar a solas.
– ¿Cómo me has encontrado? -le preguntó, porque nunca le había dicho dónde iba a celebrarse la boda.
Ella soltó un suspiro largo y fingido.
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