Sam no supo qué lo intrigaba más, si el libro rojo, las mejillas coloradas… o ella. Tenía unos ojos grandes y azules en los que se intuían la tristeza y profundos secretos, una piel de porcelana y la figura más hermosa que él había visto en su vida. Y ella no podía desviar la mirada.
Había pasado mucho tiempo desde que experimentara una reacción tan fuerte y visceral hacia una mujer. Tanto tiempo que decidió que valía la pena aventurarse un poco más.
Avanzó hasta el sofá y se sentó junto a ella, apoyando un brazo tras la cabeza de la mujer.
– Hola -la saludó, y se inclinó hacia ella. Una fragancia floral invadió sus sentidos y le provocó una erección instantánea. No tenía una reacción tan rápida desde que era un niño.
Ella inclinó la cabeza, rozándose el hombro con sus mechones rubios.
– Hola -respondió, batiendo las pestañas de un modo que denotaba falta de práctica y sensualidad al mismo tiempo. Añadido al sugerente acento sureño, el gesto disparó el deseo de Sam.
Bajó la mirada hasta sus manos, que descansaban sobre sus muslos. No llevaba anillo en ningún dedo, sólo una marca intrigante en el dedo anular de la mano izquierda. Todos los indicios hacían suponer que estaba soltera.
Uno a cero para él, pensó Sam.
– ¿Qué hace una chica tan guapa como tú en un lugar como éste? -preguntó, escogiendo la vía de acercamiento más obvia que se le ocurrió.
Tal y como esperaba, ella puso los ojos en blanco y se echó a reír. Su risa tenía una ligera entonación de coquetería que a Sam le encantó.
– ¿Dama de honor o estás planeando tu boda? -siguió él al no recibir respuesta.
Ella dejó escapar un largo suspiro.
– Intento cancelar una.
– ¿Una boda?
– La mía -respondió ella, apartando la mirada.
Aquello lo pilló desprevenido. Ahora se explicaba el atisbo de tristeza en sus ojos.
– Estoy seguro de que ha sido decisión tuya -le dijo. ¿Qué hombre en sus cabales dejaría a una mujer como aquélla?
– Creo que me tomaré eso como un cumplido -dijo ella.
– Lo es.
Ella lo miró entonces a los ojos, y por primera vez su sonrisa iluminó todo su rostro. No había ni rastro de dolor, tristeza ni debilidad. Tan sólo una mujer seductora.
Siguiendo un impulso, Sam le tomó la mano y entrelazó los dedos con los suyos. La mujer abrió los labios en una mueca de sorpresa y batió las largas pestañas de sus ojos grandes y, si Sam no se equivocaba, ansiosos. Recuperada del shock inicial, era obvio que le gustaba el tacto de su mano tanto como a él le gustaba el suyo.
Porque a Sam verdaderamente le gustaba. La piel de la mujer era tan suave como su voz y tan cálida como el deseo que lo obligaba a permanecer junto a ella.
– ¿Fue idea tuya o de él? De anular la boda, me refiero.
– Suya -respondió ella encogiéndose de hombros. Incluso aquel gesto cotidiano estaba impregnado de una delicadeza exquisita-. Pero nos ha hecho un favor a los dos. Aunque sea un mentiroso hijo de perra -masculló en voz baja.
– A mí me parece que estás mejor sin él.
– Dime algo que no sepa -replicó ella irónicamente, volviéndose hacia él-. ¿Y qué hace un hombre como tú en un sitio como éste? -una extraña sonrisa curvó sus labios-. ¿Eres el novio, el padrino o el ujier?
– El padrino.
Ella lo recorrió descaradamente con la mirada, desde la punta de los zapatos hasta lo alto de la cabeza.
– Eso sí que me lo creo.
– Creo que me lo tomaré como un cumplido.
Ella se echó a reír.
– Lo es. Y creo que deberías decirme lo que estás buscando -le dijo, bajando la mirada a sus manos entrelazadas.
Una vez más lo dejaba perplejo. Acostumbrado a llevar la iniciativa, Sam no supo cómo responder. Se sentía atraído por ella. La deseaba sexualmente. Ése había sido el comienzo. Pero ahora se daba cuenta de que esa mujer estaba herida y, aunque su reacción lo desconcertara, quería aliviarle su dolor y oír otra vez su risa. Quería volver a casa el domingo sabiendo que la había dejado con un recuerdo feliz.
Pero la única manera de describir su deseo era una aventura sin compromiso. Su cuerpo estaba dispuesto y preparado desde que la vio. El único problema radicaba en que el estado de esa mujer era muy vulnerable y él no quería causarle más dolor. La decisión tenía que ser de ella.
Regan clavó la mirada en los ojos de aquel guapo desconocido de pelo negro y sintió que se derretía como el chocolate al sol. Su cara necesitaba un afeitado y sus ojos verdes ardían de deseo. Era exactamente el tipo de hombre con el que ella fantaseaba para ejercer su independencia.
Sin embargo, por muy interesado que se hubiera mostrado al principio, y por muy descarado que hubiera sido al tomarla de la mano, ahora parecía dudoso.
– Deja que te lo ponga fácil -dijo ella, acercándose. Tomó aire en una profunda y temblorosa inspiración. Después de todo, nunca le había hecho una proposición a un hombre y todo aquello era muy repentino. Por mucho que quisiera olvidarse de su refinamiento sureño, no le vendría mal un poco de ese decoro tan anticuado.
– Acabo de salir de una mala experiencia y de momento no busco nada duradero. Pero sí quiero hacerme cargo de mi vida y quiero empezar ahora -se detuvo y lo miró fijamente a los ojos. El corazón le latía desbocado sólo de mirarlo, y la respiración se le cortó cuando vio las llamas de deseo en las profundidades de sus penetrantes ojos-. Y quiero empezar contigo.
Él se llevó su mano a la boca y presionó los labios contra los nudillos. Una ola de calor líquido le lamió la piel a Regan.
– Te escucho -murmuró él, obviamente interesado.
Si con un simple beso en la mano podía provocarle ese calor, Regan se preguntó qué podría hacer con los labios y la lengua en otras partes de su cuerpo.
No podía creer que estuviera teniendo esos pensamientos con un hombre al que acababa de conocer, ni que estuvieran teniendo una conversación semejante. Pero ella había querido empezar su nueva vida justo en ese momento y el destino le había enviado a aquel hombre. No estaba dispuesta a rechazarlo.
– Sólo tengo este fin de semana, antes de volver a Georgia y darle la noticia de la ruptura a mi familia.
Él asintió con un brillo malicioso en los ojos.
– Qué casualidad… Yo también tengo este fin de semana antes de volver a California. Salvo un par de compromisos formales que debo atender, puedo ser todo tuyo. ¿Qué tienes pensado?
Regan aferró el tirante del bolso con su mano libre. Dentro estaba la página doblada de su «sexcapada». ¿Estaría dispuesto aquel hombre a juegos de sumisión?
¿Lo estaría ella?
– Estoy cansada de ser una buena chica y de hacer siempre lo correcto.
– Quieres ser mala.
Ella asintió.
– Muy mala -respondió. Con manos temblorosas, abrió el bolso y sacó la hoja para ofrecérsela a… Parpadeó sorprendida-. Me acabo de dar cuenta de que ni siquiera sé tu nombre.
Él miró la hoja y luego a ella, con sus verdes ojos llenos de intriga y deseo.
– Bueno, si vas a atarme, creo que antes deberíamos presentarnos.
Capítulo 2
– Regan Davis -dijo ella, ofreciéndole la mano para que se la estrechara. Era un gesto ridículo, teniendo en cuenta que él ya le había besado la piel y que sus pezones se marcaban a través del sujetador y la blusa.
– Sam Daniels -dijo él con una sonrisa torcida-. Me parece absurdo que nos estrechemos las manos en una situación como ésta, ¿no crees?
Le había leído el pensamiento. Y sí, a ella también le parecía absurdo. Pero las presentaciones formales exigían un apretón de manos formal, y Regan Davis había sido educada como una mujer decente.
– Demonios… -masculló, obligándose a expulsar la blasfemia desde el fondo de su garganta.
Él arqueó interrogativamente una ceja y Regan suspiró.
– Verás, soy una dama sureña en todos sus aspectos y quiero desprenderme de esa educación refinada, pero si sigo cayendo en ese comportamiento tan correcto, nunca tendré la aventura que quiero -explicó. Su pundonor le impediría salir de Divine Events con aquel hombre, ¡y lo que más deseaba era acabar en una cama con él!
– Sí, Regan, la tendrás -dijo él, tirando de ella para ponerla en pie.
Regan se estremeció por el modo tan seductor con que pronunciaba su nombre.
– Sólo tienes que recordar que hemos dejado muy atrás la fase de las presentaciones formales y no tendrás ningún problema -siguió él. Agitó la hoja de la «sexcapada» frente a los ojos de Regan antes de doblarla y metérsela en el bolsillo trasero de los vaqueros, que se ceñían tentadoramente a un perfecto trasero masculino-. Si quieres recuperarla, tendrás que venir a por ella -añadió con una sugerente sonrisa.
Aquélla sí que era una idea emocionante, pero antes de que Regan pudiera responder, una voz los interrumpió.
– Hola -los saludó Cecily Divine, propietaria de Divine Events, entrando en el vestíbulo-. ¿Puedo ayudaros?
– No, gracias, ya nos íbamos -dijo Regan, tomando la decisión por ambos.
Cecily asintió.
– Muy bien. Ha empezado a llover. ¿Queréis que os pida un taxi?
Si Cecily pensaba que había algo extraño en ellos, no lo demostró.
– ¿Regan? -preguntó Sam, dejándole a ella la elección del transporte.
– Podemos tomar el tren. Mi apartamento está en Lincoln Park, junto a la estación DePaul -dijo. Y una de sus decisiones era ser más mundana y dejar de moverse en taxi cuando podía desplazarse en tren o autobús.
Cecily se encogió de hombros.
– Como queráis. Iré a atender a otros clientes -se acercó a Regan y le dio un rápido abrazo-. Cuídate, ¿de acuerdo? -se apartó y le estrechó la mano a Sam-. Te veré esta noche para la cena de ensayo.
Como el torbellino que era, Cecily desapareció tan rápidamente como había aparecido.
– ¿Listo? -preguntó Regan.
– Siempre. He venido directamente desde el aeropuerto, así que tengo la bolsa en el guardarropa.
Fue a por sus cosas, sin mostrar la menor vacilación ante la perspectiva de irse con ella. Regan tampoco lo dudaba, pero aun así tragó saliva.
Sam volvió con una bolsa de viaje en la mano y juntos se encaminaron hacia la salida. Él abrió la puerta y la sostuvo para que ella saliese.
– Tú primero.
– Eres un cúmulo de contradicciones -dijo ella, riendo-. ¿Quién eres en realidad? ¿El caballero que le abre la puerta a una dama o el hombre que está dispuesto a dejarme el control?
Él ladeó la cabeza, irradiando una seguridad total.
– Que me aspen si lo sé, pero una cosa es segura… Gracias a esa fantasía tuya, al final del día habremos aprendido mucho más el uno del otro.
Y Regan tenía el presentimiento de que aprendería incluso más de sí misma.
Sam entró en el vestíbulo de un bloque de apartamentos de cristal y dejó escapar un silbido al contemplar la lujosa decoración.
– Esto sí que es lujo.
Regan esperó hasta llegar a los ascensores para volverse hacia él.
– Según la agencia inmobiliaria, Lincoln Park tiene más restaurantes por habitante que cualquier otro barrio de la ciudad. Puedo hacer una reserva en uno distinto para cada día de la semana y no repetir ninguno en una buena temporada.
– Parece el sueño de una mujer trabajadora.
Ella levantó la vista y lo miró con sus grandes ojos azules.
– No soy una mujer trabajadora, así que no lo sé.
Entraron en el ascensor y las puertas se cerraron tras ellos. Sam apoyó una mano contra el espejo y acorraló a Regan entre su cuerpo y el rincón.
Así que ella no trabajaba…
– ¿A qué te dedicas? -le preguntó.
Ella se encogió elegantemente de hombros.
– Presido comités de ayuda, recaudo dinero para obras benéficas… Cualquier cosa que hiciera feliz a mi familia y a mi novio. Y a cambio ellos se aseguraban de que fuera tratada como una princesa. Hasta que Darren descubrió su doble moralidad. La misma que mi madre aceptó en mi padre -hizo un mohín con los labios-. No importa que la engañe mientras la trate bien… ¿Qué te parece ese código ético?
– El engaño nunca es justificable -dijo él con vehemencia. Ningún hombre debería hacer una promesa y romperla deliberadamente. Era algo que iba contra sus más profundas creencias. De una cosa estaba completamente seguro… Si aquella mujer fuera su esposa, él jamás se extraviaría.
– ¿Estás diciendo que eres hombre de una sola mujer? -le preguntó ella. Parecía que se tomaba a la ligera sus palabras, pero su expresión era de profunda gratitud.
– Estoy diciendo que si estuviera contigo, no habría nadie más -le apartó de la frente un mechón, mojado por la lluvia.
– Vaya, estupendo -murmuró ella, batiendo las pestañas en un gesto de evidente alivio.
A Sam no lo sorprendía que aquella belleza sureña hubiera sido educada en el lujo y la abundancia, todo lo contrario a él, ni que fuera una mujer mantenida por su ex novio o su familia. Las tradiciones sureñas eran difíciles de romper, y él no pensaba utilizarlas como arma arrojadiza, ya que ella no había conocido otra cosa.
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