Pero al mismo tiempo la admiraba por el valor que estaba demostrando para salir de su enclaustramiento educacional. Y agradecía que él fuera a desempeñar un papel activo en el intento tardío de aquella mujer por unirse a la revolución femenina. Incluso si sólo jugara un papel sexual. Especialmente si sólo era un papel sexual. El sexo era el mejor inicio de una nueva vida, y él tenía intención de darle una noche que nunca olvidara.
– Una aventura es una cosa, pero yo no quiero vivir con una doble moralidad ni estar con un hombre comprometido.
Sam se echó a reír, pensando en lo solitaria que había sido su vida últimamente.
– Te prometo que no estás invadiendo el territorio de nadie más.
Ella volvió a mirarlo a los ojos.
– ¿Qué les pasa a las mujeres de…? ¿De dónde has dicho que eras?
– No te lo he dicho. Pero soy de California, y a las mujeres de allí no les pasa nada, salvo que casi todas están buscando un compromiso.
Regan apoyó el hombro contra la pared del ascensor.
– ¿Y eso te asusta?
– No es que me asuste. Es que me gusta mi vida tal cual es. Soy piloto, por lo que siempre estoy viajando por todo el mundo -se encogió de hombros-. Estar confinado en un sitio no es lo mío. A menos que sea como ahora. Contigo -le acarició la mejilla y vio cómo sus pupilas se dilataban por el ligero roce.
Acercó los labios a los suyos. El deseo de probarla era muy fuerte, pero no tanto como la necesidad de saber más de ella. El zumbido del ascensor era como un metrónomo que acompañaba la ferviente pasión que latía en su interior. De un momento a otro llegarían a su destino… Se apartó y pulsó el botón de parada del ascensor.
Si ella se sorprendió, no lo demostró.
– Me alegra saber que no estás engañando a nadie -dijo, pasándose la lengua por el labio inferior.
Ya fuera un gesto inconsciente o deliberadamente provocador, el resultado fue el mismo… Una corriente eléctrica que se concentró en la ingle de Sam.
– Jamás haría algo tan despreciable -dijo, intentando diferenciarse a sí mismo no sólo de su ex novio, sino también de las tradiciones que habían marcado su pasado.
– No todos los hombres piensan como tú, y deberían hacerlo -afirmó ella, recalcando su declaración con un pisotón en el suelo. Volvió a hacer un gesto provocador con los labios, y Sam tuvo que contenerse para no besarla con pasión desenfrenada. No estaba preparado. El tiempo acuciaría aún más sus respectivos deseos y liaría que lo que pasara entre ellos fuera verdaderamente espectacular.
– ¿Alguna vez te han dicho que exageras tu acento sureño cuando te enfadas?
Ella se puso colorada.
– Ésa es otra cosa que tengo que superar.
– Por mí no. Tu acento me excita todavía más -se acercó a ella hasta que sintió sus pezones endurecidos a través de la camisa de algodón.
– Eres tú quien me excita -dijo ella con el acento sureño más sensual que él había oído jamás. Le rodeó la cintura con los brazos al tiempo que dejaba escapar una prolongada exhalación, que acabó en un jadeo espeso y sofocante.
La erección de Sam amenazó con romper los vaqueros. Tuvo que apretar los dientes para contenerse, porque, por mucho que la deseara, un ascensor no era el lugar adecuado.
– ¿Sabes otra cosa? -preguntó ella.
– ¿Qué?
Ella le hundió los dedos en el pelo, acariciándole con las uñas la piel ultrasensible de la nuca y llevándolo a un límite insospechado de excitación. Mientras, deslizó la otra mano hasta su trasero y palpó sus glúteos con golpecitos suaves.
– Cuando te dije que necesitaba tener el control, lo decía en serio.
Sin previo aviso, se apartó de él y agitó la hoja blanca de la «sexcapada» frente a sus ojos, igual que él había hecho antes con ella. Y maldito fuera si eso no avivó aún más su deseo.
Regan entró en su apartamento. Cielos, estaba muerta de calor y no por el bochorno veraniego. Las reacciones que Sam podía provocar en su cuerpo con una simple mirada o una simple caricia desafiaban la lógica. Pero la lógica no tenía nada que ver con la química. Él no estaba comprometido ni se relacionaba con mujeres que quisieran algo más que sexo. Y sexo era lo único que ella deseaba de Sam Daniels, piloto de California, que saldría de su vida el domingo siguiente.
Un vistazo al reloj del vestíbulo mientras dejaba las llaves en el aparador le dijo que se acercaba la hora de cenar.
– ¿Quieres comer o beber algo? -le preguntó. Se dio la vuelta y se quedó atónita al encontrárselo casi pegado a ella.
– Desde luego -respondió él en un susurro, colocando una mano sobre su cabeza y aprisionándola entre su cuerpo y la pared, igual que había hecho en el ascensor. Sólo que esa vez estaban en la intimidad de su apartamento. No había peligro de que nadie los interrumpiera.
Con la mano libre le levantó la barbilla y acercó la boca a sus labios.
– Llevo queriendo probarte desde que te vi.
– No veo nada que pueda detenerte ahora -susurró ella. Y entonces, por haberse prometido a sí misma que mantendría el control, le tomó el rostro en sus manos y tiró de él hacia su boca.
Para ser dos desconocidos encajaron a la perfección, pensó Regan. Él la besó con una intensidad que corroboraba sus palabras anteriores. Ella había deseado a un hombre cuyos ojos ardieran de lujuria solo por ella, cuyos besos la hicieran temblar y cuyo cuerpo se retorciera por el deseo que ella le inspirara. Y lo había encontrado a él.
Sam hacía del beso un arte. Sus labios eran de una textura exquisita y su lengua se desenvolvía a la perfección. Sabía a menta y seductora virilidad, y una corriente de calor se arremolinó en el interior de Regan. Los pechos se le hincharon, los pezones se le endurecieron dolorosamente y un aluvión de humedad le empapó la entrepierna.
Llevó los dedos desde sus mejillas sin afeitar hasta la nuca, donde descubrió un punto especialmente sensible para hacerlo gemir y conseguir que la apretara aún más contra la pared, haciéndole sentir la dureza de su erección. Y también descubrió que cuando él le mordisqueaba y succionaba el labio inferior, la espalda se le arqueaba involuntariamente y los pechos se aplastaban contra su torso robusto.
No supo cuánto tiempo permaneció de pie, de espaldas contra la pared, perdida en el placer subliminal de un beso, pero las sensaciones eróticas siguieron creciendo en su interior como una espiral de fuego. Y cuando él interrumpió el beso, ya había llegado a la conclusión de que no era ella quien ejercería el control. Tendría que saltar sin paracaídas y esperar que el peligro potencial de aquel vuelo glorioso mereciera la pena.
Él apoyó la cabeza contra la suya, respirando entrecortadamente.
– Creo que me vendría bien una copa. Ella se obligó a llenarse los pulmones de aire.
– Por supuesto. Vamos a ver qué tengo.
Se escabulló por debajo de su brazo y se dirigió hacia la cocina. Abrió la nevera y examinó su escaso contenido. Teñía que ir a la compra.
– Puedo ofrecerte una copa de vino blanco. O… -se arrodilló para examinar la bandeja inferior-. Hay un pack de cervezas que dejó mi ex.
– Una cerveza estaría bien. Y no hace falta que me traigas un vaso. Vamos a pasar por alto las comodidades -dijo, dejando muy clara su doble intención.
Cuando se juntaban eran combustible puro, y no había la menor finura ni delicadeza en lo que pretendían. Regan se alegró. El corazón le latía con entusiasmo y quería demostrar con aquella experiencia la clase de mujer que podía ser.
– Ponte cómodo -le dijo mientras sacaba dos botellas. Le encantaba usar su acento sureño sin el menor escrúpulo, sabiendo que a Sam le gustaba.
Cuando volvió al salón, lo encontró sentado en el sofá de cuero. Se había quitado los zapatos y tenía el mando a distancia en la mano.
– Parece que el vídeo estaba encendido -dijo él-. ¿Hay algo que merezca la pena ver?
Ella negó con la cabeza.
– No lo sé. Normalmente veo la televisión en el dormitorio, pero a Darren le gustaba ver películas con sus amigos cuando yo estaba fuera en alguna obra benéfica -lo cual era bastante a menudo.
Poco después de llegar a Chicago, su novio le había dado una lista de organizaciones a las que su bufete estaba planeando prestar ayuda voluntaria, y le había sugerido que empezara a recaudar fondos inmediatamente. Aunque había justificado su razonamiento alegando que eso la ayudaría a hacer amigos, Regan se daba cuenta ahora de que lo que realmente buscaba eran noches libres para jugar con sus amiguitas.
Apartó aquel recuerdo y se sentó junto al hombre que iba a ser su amante durante el fin de semana, guardando una distancia respetable. Pero antes de que pudiera pensar en su próximo movimiento, él la agarró de la mano y tiró de ella.
– La próxima vez no esperes que te lo pida -le dijo con voz áspera y los ojos brillantes.
Quería tenerla cerca, descubrió Regan. Al haber estado pensando en Darren, había vuelto a adoptar su actitud prudente y recatada. Pero ahora estaba con Sam, y a él le gustaba que fuera atrevida.
– ¿Para qué clase de obras benéficas colaboras? -le preguntó, pulsando el botón de rebobinado en el mando.
Ella enroscó las piernas en el sofá y se acurrucó contra su pecho.
– No quiero aburrirte con detalles.
Él la miró ofendido.
– Si no quisiera saberlo, no te lo preguntaría.
Ella asintió, aceptando su argumento.
– El bufete de Darren ofrece asesoramiento legal gratuito a una residencia de mujeres y a muchas de sus residentes. Empleo mis habilidades sociales para recaudar dinero para la causa. Es la única clase de trabajo que hacía en casa y que quería continuar aquí, en algún centro de juventud.
Una cálida sonrisa de aprobación curvó los labios de Hunter.
– Ya había supuesto que tenías un gran corazón. Me alegro de que me lo hayas demostrado.
– Con halagos no llegarás a ninguna parte -le dijo ella. No quería mentiras ni ampulosos cumplidos. Lo que más le gustaba de Sam era su actitud sensata y realista. No necesitaba que la adulara como si ella fuera su perrita bien entrenada. Como había hecho Darren.
– Ya he llegado a donde quería… Contigo. Y me gusta lo que quieres hacer. No te imaginas cuánta gente necesita tus habilidades.
Ella puso los ojos en blanco.
– Claro que lo sé. De lo contrario no malgastaría mi tiempo recaudando dinero para ellos -dijo, cansada de oír las mismas palabras que Darren había empleado para animarla a realizar labores sociales… y con las que se beneficiaba a él mismo en primer lugar.
Pero a Regan le importaba un bledo si el bufete de Darren se beneficiaba de sus esfuerzos o si éstos ayudaban a Darren en su ascenso profesional. Tal vez hubiera estado guiada por su familia y hubiera tomado el camino que se esperaba de ella, pero se había mantenido firme y había elegido ayudar a quienes más lo necesitaban.
– No te lo tomes al pie de la letra -dijo él en tono dolido-. Y si digo que hay muchas mujeres o niños que te necesitan, lo digo por propia experiencia. Un orfanato donde yo estuve de niño tuvo que cerrar por falta de fondos. A nadie le importaba lo más mínimo que los niños a los que echaron a la calle se convirtieran en drogadictos o delincuentes.
Su revelación la dejó perpleja, porque hasta ese momento nada sabía de la infancia de aquel hombre tan seguro de sí mismo, y se alegró de que le estuviera ofreciendo algunos detalles.
A su lado el cuerpo de Sam se tensó, creando una barrera invisible entre ellos. Regan sintió una pesada carga de culpa en los hombros por haberlo malinterpretado.
– Lo siento. Es que soy muy susceptible por mi falta de experiencia laboral. Pensaba que estabas siendo paternalista conmigo, como…
– No soy como Darren -dijo él, recordándole algo que ella ya sabía.
Regan suspiró, esperando no haber arruinado la oportunidad antes incluso de haber empezado.
– ¿Podemos dar marcha atrás y empezar de nuevo? -le preguntó. Quería volver a la naturalidad que habían compartido y a las chispas sexuales que habían prendido antes de que empezaran inadvertidamente a indagar en sus respectivas vidas.
Él se echó a reír, aliviando la tensión, y Regan dejó escapar un suspiro de alivio.
– Yo ya lo he hecho -dijo él, y como si quisiera corroborarlo, apuntó con el mando al televisor y pulsó el play-. Vamos a ver qué película nos ha dejado Dagwood.
Regan se rió por el pseudónimo con que Sam se refería a su ex novio.
– Soy fan de la serie Embrujada.
Sam sonrió.
– Si tu Darren se parece al Darren de la serie, Endora no se equivocaba.
Regan no pudo reprimir una carcajada. Sam parecía haberle colgado una etiqueta a su ex. Y en cuanto a la película, no se imaginaba qué clase de película habría elegido Darren. Ni siquiera sabía nada de sus gustos televisivos. Sabía que prefería el vino seco al afrutado y su bebida favorita era el champán. Casi toda su relación se había basado en lo superficial. Sacudió la cabeza. Tenía suerte de ser independiente al fin. Y más suerte aún por estar con Sam.
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