Se acurrucó contra él, quien la rodeó con un brazo y dejó el mando en la mesa para cambiarlo por la cerveza. Una música que no reconoció empezó a sonar por los altavoces, y unos créditos a los que no prestó atención aparecieron en la pantalla.

– ¿Quieres un sorbo? -le ofreció él.

– Claro -respondió ella. Hizo ademán de agarrar su propia botella, pero él le tendió la suya.

Regan llevó los labios al extremo de la botella y dejó que él vertiese lentamente la cerveza en su boca. El borde de la botella estaba cálido por la boca de Sam, y el sabor a cebada mezclado con el calor le resultó una combinación deliciosamente erótica. De pronto, la cerveza se le derramó por la barbilla y él tuvo que retirar la botella para que Regan pudiera tragar.

Ella se echó a reír por el desastre y levantó la mano para limpiarse la cara, pero él se la detuvo a mitad de camino y se inclinó hacia delante para besarla. Con la lengua le limpió la cerveza de la boca y alrededores, al tiempo que la excitaba.

Regan no podía recordar cuándo había sido la última vez que hiciera el tonto con un hombre de esa manera. Se sintió henchida de entusiasmo. Reptó hacia arriba y se colocó encima de él, cubriéndolo con su cuerpo en toda su longitud. El recuerdo de lo mucho que quería tener el control cruzó su mente, al tiempo que la fantasía del libro rojo la tentaba con provocativas posibilidades. Él entrelazó las manos en sus cabellos y un gruñido de placer retumbó en su pecho, reverberando a través de Regan y convirtiendo sus pezones en dos puntas dolorosamente endurecidas. Necesitaba tocarlo, sentir sus manos rodeándola y masajeándole los pechos. Nunca le había pedido a un hombre lo que quería. Nunca había tenido el valor de expresar con palabras su deseo. Tal vez ya fuese dora de hacerlo.

– Dámelo todo, cariño -una voz ronca y femenina articuló los pensamientos de Regan.

– ¿Quién ha dicho eso? -preguntó ella, levantando la cabeza.

– Parece que a Dagwood le gusta el porno – dijo él, señalando la televisión.

Regan se giró y vio a una pareja en un sofá. Las semejanzas con Sam y ella eran grandes, desde el pelo negro azabache del hombre hasta los mechones rubios de la mujer. Pero, a diferencia de Sam y Regan, la pareja estaba completamente desnuda, y, a diferencia de Regan, la mujer no estaba en absoluto acobardada por su propia sexualidad ni deseo. Como tampoco lo estaba el hombre.

– ¿Alguna vez has visto una de éstas? -le preguntó Sam, rodeándola con los brazos y extendiendo las manos bajo la blusa.

Ella negó con la cabeza. No sabía si se sentía más avergonzada, horrorizada… o secretamente intrigada.

– ¿Quieres que la apague? -le sugirió él, posiblemente en deferencia a la delicada sensibilidad de Regan.

– No -respondió ella suavemente. Porque empezaba a darse cuenta de que no era tan delicada como una vez había creído. Después de todo, había llevado a Sam a su apartamento y ahora estaba viendo cómo la mujer de la pantalla interpretaba sus fantasías. La mujer ejercía el control al orquestar los movimientos y posturas de ambos, con el claro objetivo de intensificar al máximo su propio placer. La sorpresa inicial al descubrir los gustos de su ex novio dio paso al asombro por comprobar que aquello la excitaba.

Capítulo 3

Su hermosa sureña estaba excitada. Ya lo estaba antes de la película, pero ahora… Ahora, tendida sobre él, veía cómo una pareja lo estaba haciendo en la televisión. Sam sonrió.

El jet lag se había esfumado, especialmente desde que ella cambiara de postura y se sentara con la pelvis firmemente encajada sobre su ingle. Tal vez no la conociera muy bien, pero sabía que aquella experiencia era nueva para ella. Iría despacio, tanto como ella necesitara, pero el instinto le decía que una vez que Regan se pusiera en marcha, ni ella ni la «sexcapada» podrían ir despacio.

Deslizó las manos en torno a su cintura, resbalando los dedos contra su piel suave. Pero ella no lo había mirado a los ojos desde que descubriera lo que salía en la pantalla.

– No hay nada malo en excitarse con una película.

– Nunca me ha parecido algo decente -dijo ella. De nuevo hablaba con un acento más marcado de lo normal, lo que delataba sus nervios. Sam se echó a reír.

– Tampoco lo es cazar a un hombre en una agencia de bodas, cariño, y aquí estamos. Deberíamos aprovecharnos, ¿no crees?

– Sí, lo creo -respondió ella. Lo miró a los ojos y sonrío, volviendo a ser la mujer que había llevado a Sam a casa.

– Entonces vamos a olvidarnos de la decencia -dijo él, y para enfatizarlo la agarró con fuerza y empujó la pelvis hacia arriba, intensificando el contacto y el placer del roce.

Tenía el cuerpo tensionado por la excitación, y los gemidos que salían del televisor sólo serían para inflamar su deseo. Y cuando Regan se unió al coro con un largo suspiro de deleite, Sam casi eyaculó en los vaqueros.

– Eso no ha sido nada decente, cariño -le dijo, imitando su acento al tiempo que le dedicaba un guiño malicioso.

Ella sacudió la cabeza, alborotando su rubia melena alrededor de su rostro acalorado.

– Creo que me gusta ser mala -murmuró. El deseo empañaba sus ojos. De repente, pillándolo por sorpresa, enganchó los dedos en el cinto de los vaqueros y apretó fuertemente los cuerpos.

Él no tuvo que tocarla para saber que si la penetraba la encontraría resbaladiza, húmeda y ardiente… sólo por él. Igual que él estaba duro como una piedra sólo por ella.

La fricción de los vaqueros contra su erección no alivió para nada su creciente necesidad. Sobre él, aquella sexy amazona lo montaba frenéticamente, capturando su pene entre los muslos y llevándolos a ambos a unas cotas de placer de auténtica locura.

Una ola tras otra de éxtasis azotaba su cuerpo sin descanso, entrecortándole la respiración y acercándolo más y más al límite. Estaba más allá de la lógica y la razón, pero apretó los dientes y consiguió reprimirse, dejando que ella alcanzara antes el orgasmo. Y cuando así fue, se obligó a abrir los ojos y vio cómo ella se deshacía en un arrebato de gloria pura. El cuerpo de Regan se estremeció, sus muslos se tensaron, sus caderas rotaron y su pelvis se presionó contra la erección de Sam, disfrutando de cada espasmo hasta que quedó saciada y se desplomó contra su pecho, flácida, exhausta y jadeante.

– Dios mío, Sam… ha sido increíble.

– ¿Algo que decir sobre tener el control?

– Oh, sí -respondió ella, calentándole el cuello con su aliento-. Y también sobre perderlo.

Él no podía estar más de acuerdo. Apretó la mandíbula por la presión de los vaqueros.

– ¿Crees que estás lista para más?

Ella levantó la mirada y sonrió.

– No veo por qué no -dijo, y se apartó rápidamente de él-. Enseguida vuelvo -desapareció en otra habitación y volvió a los pocos segundos con un envoltorio en la mano-. Darren siempre estaba preparado -explicó, arrojándole el preservativo sobre el pecho-. Nunca pensé que fueran a ser de utilidad después de que él se marchara, pero… -hizo un gesto de desagrado con los labios, pensativa.

– ¿Qué? -la animó él. Por un momento la curiosidad pudo con el deseo.

– Pero tampoco sirvieron de mucho cuando él vivía aquí. Siempre estaba cansado -frunció el ceño-. Supongo que eso es lo que ocurre cuando gastas todas tus energías con otra mujer -se colocó las manos en las caderas, lo que empujó hacia delante sus pechos e hizo que los pezones se le marcaran en la blusa de seda.

– Ven aquí -ordenó él, y ella saltó a su regazo y recuperó la postura original.

Sam había pensado en quitarse los pantalones e introducirse en ella para sofocar la necesidad que recorría sus venas. Pero ahora que la tenía sobre él, quería más.

Quería probarla, saborearla y devorarla. Se había recostado contra el brazo del sofá y ella estaba sentada a horcajadas sobre él. Aprovechándose, se aupó ligeramente y la agarró de la blusa para tirar de ella. Sin apartar la mirada de sus ojos, acercó los labios a uno de sus pechos. Ella tuvo tiempo de negarse, pero no lo hizo y él cerró la boca en torno al pezón hinchado, succionándolo a través de la seda.

Regan dejó escapar un jadeo.

– Me estás matando.

– Espero que no -murmuró él, y con un fuerte tirón le abrió la blusa, dejando a la vista sus pechos cubiertos por una fina capa de encaje.

Regan ahogó un gemido de asombro ante aquella muestra de dominación masculina. Por un lado estaba asustada, pero por otro estaba encantada por el giro que habían tomado los acontecimientos. Había deseado que un hombre se volviera loco de deseo por ella, y parecía que al fin lo había encontrado.

– No tengas miedo -le dijo él con voz grave y profunda. En su mirada ardía el deseo que ella tanto había anhelado.

Regan negó con la cabeza.

– No lo tengo. Estoy…

– ¿Excitada? -preguntó él con una sonrisa irónica y a la vez complacida.

Ella asintió.

– Esa es la palabra, pero no olvides que ésta es mi fantasía -le recordó, pero en el fondo sabía que los juegos de sumisión podían esperar. Se permitiría experimentar el control de Sam y luego tomaría ella la iniciativa.

Mientras tanto, Sam permanecía con las manos pegadas a los costados y ella tenía que hacer algo al respecto. Sintiéndose cada vez más atrevida, se desabrochó el cierre frontal del sujetador y expuso sus pechos al aire fresco y a la mirada ardiente de Sam. A continuación, lo agarró por las muñecas y le colocó las palmas sobre sus pechos. Al primer contacto de sus manos fuertes y cálidas sobre la carne suave, los pezones se le solidificaron en pequeños guijarros y una corriente de deseo líquido le empapó la entrepierna. La espiral de pasión volvía a crecer en su interior. Aquel hombre le hacía sentir cosas que nunca había experimentado.

Él cerró los ojos y emitió un débil gruñido, pero no hizo ningún otro movimiento por tocarla.

– ¿A qué estás esperando? -le preguntó ella, frustrada.

– Instrucciones, cariño. Has dicho que es tu fantasía.

Sí, lo había dicho, pero le gustaba el lado agresivo que había visto en Sam. Mientras tanto, el preservativo seguía en su pecho, donde ella lo había dejado antes.

– He cambiado de idea -dijo, asegurándose de que él comprendía sus reglas-. Ahora quiero… -se interrumpió, pues no sabía cómo expresar sus necesidades sexuales.

Él arqueó una ceja.

– Dilo -la apremió-. Cualquier cosa que quieras, dímela -su cuerpo estaba rígido y excitado, sólidamente masculino, esperando a que ella estuviese preparada.

– Quiero que lleves tú la iniciativa.

– ¿Y?

– Quiero sentir la fuerza que has estado conteniendo, y quiero sentirla dentro de mí -habiéndolo confesado soltó una larga espiración, pero antes de que pudiera decidir si se sentía más aliviada u orgullosa, Sam la apartó de su postura.

No supo cómo consiguió hacerlo tan rápidamente, pero en un abrir y cerrar de ojos se encontró tendida de espaldas, mientras él se desnudaba sobre ella, arrojando la camisa y los vaqueros al suelo.

Regan tampoco estaba dispuesta a perder más tiempo. Se sentó y dejó que la camisa rasgada y el sujetador abierto se deslizaran por sus hombros. Ahogo cualquier asomo de vergüenza y se quitó los pantalones. Cuando finalmente se detuvo, levantó la mirada y vio a Sam, preservativo en mano, contemplando su cuerpo desnudo. Pero no tuvo que preocuparse por la modestia, porque su atención estaba centrada en él. En su gran tamaño y dureza masculina…

– Oh, Dios mío -murmuró. Se lamió los labios y se obligó a mirarlo a los ojos. Sam no había estado tan excitado en toda su vida, y la mujer responsable estaba desnuda frente a el. Nunca había visto un cúmulo de contradicciones semejante en una sola persona tan apetecible. En un minuto era la típica damisela sureña, tímida y recatada, y al siguiente era una mujer agresiva y dominante. No sólo quería cumplir sus fantasías, sino que también deseaba cederle el control a él. ¿Quién era la verdadera Regan?

¿Y por qué necesitaba desesperadamente averiguarlo?

Se movió sobre ella hasta que su erección tocó la suave capa de vello púbico y sintió cómo la humedad femenina le mojaba la piel. Cerró los ojos y se empapó de la increíble sensación de aquel momento… el instante previo a la inmersión en aquella fuente de calor que sólo lo aguardaba a él.

Ella le quitó el preservativo y rasgó el envoltorio.

– ¿Puedo? -preguntó, sosteniendo el preservativo en sus delicadas manos.

Sam no tuvo más remedio que reírse.

– Adelante.

Demonios, podía hacerle todo lo que quisiera y más, con o sin su permiso. El deseo lo estaba volviendo loco.

La determinación se reflejó en la expresión de Regan mientras le colocaba el preservativo en la punta y desenrollaba el látex a lo largo del pene. Sólo su férrea voluntad, y la certeza de que prefería estar dentro de ella impidió que Sam se vaciara en su mano.