– Creo que ya está -dijo ella con una sonrisa de satisfacción.
Sam no podía estar más complacido de que su amante estuviera disfrutando con los preparativos, pero ahora le tocaba a él dominar la situación.
– Levanta las manos.
Ella lo miró con ojos muy abiertos.
– ¿Por qué?
– Porque quieres que yo tome la iniciativa y eso es lo que voy a hacer -respondió él con voz áspera.
Regan no preguntó nada más y elevó las manos por encima de la cabeza, y Sam se inclinó hacia delante y le cubrió de tórridos besos los pechos erguidos, antes de pasar a lamerle ávidamente la carne mientras subía en dirección a sus labios. Podría besar a aquella mujer eternamente, pero había necesidades más urgentes que atender, por lo que se separó de ella y levantó el cuerpo. Extendió las manos sobre los muslos de Regan y esperó a que ella lo mirara.
Entonces, sin romper el contacto visual, deslizó un dedo en su interior, separando sus pliegues carnosos. Se dijo a sí mismo que quería asegurarse de que estaba preparada para recibirlo, pero lo que realmente quería era sentirla. Retiró el dedo, empapado, y se frotó el extremo del látex mientras ella seguía ansiosa con la mirada todos sus movimientos, sin bajar los brazos. Por lo visto no sólo le gustaba tener el control; podía acatar órdenes con la misma disposición.
Era una mujer delicada y peculiar, y él se prometió a sí mismo que lo haría despacio y con calma. Con cuidado, empujó el extremo de su pene en el interior de Regan. Ella soltó un largo gemido y fue imposible seguir procediendo con lentitud, pues ella dobló las rodillas y lo hizo avanzar hasta el fondo, demostrándole que quería recibirlo de golpe.
– Dios… -gimió Regan.
– Sí… -murmuró él. Había encontrado el Cielo en la tierra, y apretó la mandíbula para saborear al máximo las sensaciones que lo invadían.
Pero quería que ella también las saboreara, y sólo había una manera de garantizar el pleno contacto hasta el final. Debía ser capaz de empujar tan rápido y fuerte como ella quería, y como él necesitaba.
– Agárrate a las rodillas -le dijo con un guiño-. Va a haber sacudidas.
Ella sonrió.
– Lo que tú digas, Sam. Tú eres el piloto…
Bajó los brazos y se aferró a sus rodillas, manteniendo las piernas separadas y ofreciéndole el acceso total a su interior.
Sam la penetró por completo de una sola embestida y se perdió en el calor de su sexo y la fricción de sus cuerpos mientras encontraban el ritmo adecuado. Colocó los brazos a ambos lados de su cabeza y empujó cada vez con más fuerza y brío. Regan lo recibía enteramente, aceptándolo hasta el fondo de su sexo mientras movía la pelvis en círculos. Sus gemidos y frenéticas sacudidas indicaban que su orgasmo estaba próximo.
También lo estaba el suyo, y cuando finalmente los dos alcanzaron el orgasmo a la vez, Sam se dejó arrastrar por el placer como nunca lo había hecho con ninguna otra mujer. Nunca.
Capítulo 4
Regan se ató el cinturón de la bata de seda y volvió junto al hombre al que había dejado en el salón. Sam estaba sentado en el sofá, vestido únicamente con los vaqueros. Había apagado el vídeo y la televisión. Regan seguía sorprendida, no sólo por la película porno, sino también por la reacción que había tenido a la misma y el abandono de todas sus inhibiciones que había seguido.
Sintió cómo el cuerpo se le volvía a calentar y se ciñó aún más la bata en torno al pecho.
– Es un poco tarde para ser modesta, nena -le dijo Sam, haciendo un gesto con el dedo para que se acercara.
– Tienes razón -admitió ella, sentándose junto a él en el sofá-. Estaba pensando que debes de tener hambre.
Él apoyó el brazo en el respaldo del sofá y le dedicó su sonrisa más devastadora.
– Se podría decir que me has abierto el apetito.
– ¿Siempre eres tan incorregible? -preguntó ella, riendo.
– Sólo cuando el público lo merece.
Ella puso los ojos en blanco.
– Bueno, Chicago tiene las mejores pizzerías del mundo. Si te apetece podemos salir -sugirió. No sabía qué más ofrecerle a aquel hombre con el que tanto había intimado y al que sin embargo tan poco conocía. Y quería saber más de él.
– Prefiero que nos traigan la pizza aquí. Tenemos muy poco tiempo para estar juntos.
Tenía razón. Estaban a viernes por la tarde y él se iba el domingo. Pero antes de que pudiera decir nada, él siguió:
– Y preferiría no compartirte con nadie más, ni siquiera con un camarero -dijo, introduciendo los dedos en la bata y acariciándole el hombro. Sus palabras la complacieron tanto como sus caricias.
– Por mí perfecto, siempre que no sea una excusa para evitar que te vean conmigo en público -se burló ella. Le encantaría disfrutar de más intimidad con él.
– Eso mismo. Cualquier hombre que te mirara sería un rival para mí, y no estoy yo para librar ningún duelo -dijo él con un brillo jocoso en la mirada, aunque en su voz se percibía una entonación posesiva que a Regan le encantó.
– Voy a por el menú de las pizzas -se levantó y se dirigió hacia la cocina, pero en ese momento sonó el timbre de la puerta-. Vaya, ¿quién podrá ser ahora? -se acercó a la puerta y miró por la mirilla. Soltó un gemido al ver a su ex novio-. Tenemos problemas.
Sam se levantó y se acercó a ella.
– ¿Qué clase de problemas?
– Darren.
– ¿Quieres que espere en la otra habitación? – preguntó él, aunque por su tono de voz quedó muy claro que prefería estar presente.
Pero obviamente respetaría su decisión, y ella apreció la sugerencia.
– No te preocupes. Seguramente haya venido a recoger algunas cosas que se dejó.
– ¿Cómo la cinta de vídeo? -preguntó él con sarcasmo.
– Oh, no. Dudo que tenga el valor de pedir eso.
– Entonces, ¿por qué no se la ofrecemos simplemente?
Regan se giró y le dio un ligero cachete por la burla, pero él le agarró la mano y tiró de ella para besarla apasionadamente. Fue un beso enloquecedor y excitante de lenguas entrelazadas. Un beso que pareció prolongarse indefinidamente hasta que el timbre y los golpes en la puerta los interrumpieron.
– Abre la puerta, Regan. El portero me ha dicho que estás en casa -gritó Darren, impaciente.
Y el portero debería haberle pedido permiso a ella para dejar entrar a Darren, pensó Regan.
– Déjalo pasar -sugirió Sam-. Ahora que pareces bien besada…
El rubor cubrió las mejillas de Regan, pero tuvo que admitir que a una parte de ella, una parte visceral que siempre había ignorado a favor de los buenos modales, le gustaba la idea de ser sorprendida en su apartamento con un hombre sexy… después de haber hecho el amor.
Le abrió la puerta un iracundo Darren, que tenía el rostro congestionado y el puño en alto, dispuesto a aporrear otra vez la puerta.
– Has tardado mucho.
– No sabía que debiera seguir viviendo según tu horario -replicó ella-. ¿Qué haces aquí?
– Me dejé algunas cosas -respondió él, y entró en el apartamento sin ser invitado.
– Te dije que llamaras antes -le recordó, pero Darren sólo se preocupaba de guardar las formas con sus colegas y amigos, no con ella.
– Estaba por aquí cerca.
Regan se volvió y descubrió que Sam se había ocultado en otra habitación. Suspiró. No importaba que estuviera bien besada o no, pues Darren no le había dedicado una segunda mirada. Su único interés era una caja con sus cosas, y por lo visto pensaba que ella la había dejado en el armario del pasillo, pues se detuvo para rebuscar en un interior.
Regan puso los brazos en jarras, irritada porque la tratara como si fuese invisible en su propia casa.
– Darren, tú ya no vives aquí. No puedes entrar avasallando de esa manera como si ésta hiera tu casa.
– Creía que era mi empresa la que sigue pagando la hipoteca. Y ahora, ¿dónde están mis cosas?
Regan apretó los dientes.
– No creo que esa excusa sirviera ante un juez.
Darren la ignoró y abrió la puerta del armario, sólo para cerrarla con un portazo a los dos segundos.
– Ya has oído a la dama -dijo Sam, quien parecía haber decidido tomar el control.
Al oír aquella voz masculina, Darren se giró rápidamente.
– ¿Quién eres tú?
Sam, que seguía desnudo de cintura para arriba, se cruzó de brazos y clavó la mirada en Darren.
– Soy el hombre a quien ella ha invitado a su casa -miró a Darren de arriba abajo-. No como tú.
Regan se mordió el interior de la mejilla, disfrutando con aquel despliegue de testosterona pura.
Darren se volvió hacia ella.
– Regan, ya sé que te he hecho daño, pero traerte a un desconocido… No imaginé que pudieras caer tan bajo. A tus padres los vas a matar del disgusto.
Regan se encogió al oír su acusación, y más aún sabiendo que Darren había escogido deliberadamente sus palabras para atacarla en su punto más débil. Sus padres apenas habían tolerado que se fuera a vivir con él. Únicamente lo habían permitido porque aceptaban a Darren como yerno, y porque él los había convencido con su facilidad de palabra. Si supieran que estaba teniendo una aventura sexual, su madre se encerraría en su habitación con una jaqueca y su padre… Se estremeció sólo de pensarlo.
Pero antes de que pudiera responderle a Darren, Sam la agarró de la mano y le acarició la palma con el pulgar, recordándole todo lo bueno que había en su relación, por breve que ésta fuera.
– Mira, Dagwood, no tienes ni idea del tiempo que hace que conozco a Regan ni de lo que hay entre nosotros -dijo, acercándose a Darren-. Y tampoco quieras saber lo que puede haber entre tú y yo -añadió, apretando la mano de Regan en un gesto de apoyo que ella agradeció enormemente.
Darren frunció el ceño.
– Quiero mis cosas.
Regan se encogió de hombros.
– Podrías haberte ahorrado el viaje si hubieras llamado como te pedí. Las llevé al trastero. No quería tenerlas en casas.
– Pero sabías que iba a venir por ellas -dijo él, acostumbrado como estaba a que Regan lo obedeciera en todo.
– Y tú sabías que estabas comprometido, pero eso no te impidió relegarme a un último plano. Diría que estamos en paz -declaró ella, frotándose las manos. La avergonzaba admitir lo deliciosa que le resultaba la venganza.
Especialmente con Sam a su lado.
– Has cambiado, Regan -dijo Darren, sacudiendo lentamente la cabeza en un gesto más irritante de lo que ella recordaba-. Tus padres no estarán nada contentos.
– Pues no se lo digas -sugirió Sam.
– Tarde o temprano descubrirán que hemos acabado. No importa quién se lo diga -dijo Regan-. Y tienes razón, Darren. He cambiado. Lo suficiente para que no me importe lo que piensen de mí -pronunció cada palabra con orgullo y convicción, a pesar de las repercusiones.
Sam le sonrió, tan complacido como ella, y llevó a Darren hacia la puerta.
Regan lo observó, fascinada. Sam era un caballero en más aspectos de los que un hombre como Darren podría comprender, o incluso sus padres, con toda su aparente cortesía. Sam era un caballero en el corazón, donde únicamente importaba. La educación refinada no hacía a un ser humano más decente. Sam llevaba la decencia en el interior.
Y en el exterior tampoco había comparación posible entre Sam y Darren. Su ex novio era más delgado y pálido que Sam, y el chico de oro de Savannah parecía perdido al lado de su piloto.
Su piloto, en sólo una tarde, había sacado su lado más atrevido y le había demostrado que tenía más valor y confianza en sí misma de lo que nunca había imaginado. Lo suficiente para afrontar la decepción que sin duda se llevaría su familia cuando se enteraran de su ruptura. Pero ¿era lo bastante valiente para valerse por sí sola?
– ¡Darren, espera! -lo llamó, antes de que Sam pudiera cerrar la puerta tras él.
– Lo siento, pero no vas a convencerme, Regan. Tengo que hablar con Kate y Ethan -dijo Darren-. Querrán saber que has caído en una espiral de degradación moral. Te llevarán de vuelta a casa o te enviarán de vacaciones a algún sitio hasta que se olvide este incidente.
– No, imbécil -se oyó a sí misma espetar-. Olvidas tu cinta -dijo. Sacó la película porno del vídeo y corrió a dársela con una fioritura.
Rojo como un tomate, Darren agarró la cinta y se marchó echó una furia.
Sam cerró la puerta.
– Idiota -masculló.
– Y que lo digas -corroboró Regan con una sonrisa-. No creía que me sentiría con ganas de celebrar la marcha de Darren, pero esto ha sido increíble -se echó a reír y empezó a dar vueltas con los brazos extendidos.
Nunca había experimentado una sensación de libertad tan exquisita.
– ¿Te has divertido? -preguntó él, echando el cerrojo.
– ¡Demonios, claro que sí! Y se lo debo a él -sacudió la cabeza, sorprendida-. No es que a Darren le importe que yo esté con otro. A fin de cuentas, él me engañó primero. Pero la cara que puso cuando te vio y cuando le di la cinta… no tiene precio.
"Hasta el final" отзывы
Отзывы читателей о книге "Hasta el final". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Hasta el final" друзьям в соцсетях.