– Gracie, ¿puedes venir aquí, por favor?

Ella casi se cayó en redondo. Supuso que si él no se hubiera detenido la noche anterior, no estaría tan ansioso por enfrentarse a su mirada, y cuando ella se acercó, parecía que arrastraba bloques de hormigón en sus pies. Su arrugado traje azul marino parecía hecho para una monja de ochenta años, y se preguntó cómo alguien podía tener tan mal gusto al elegir la ropa. Ella se detuvo delante de él y se subió las gafas de sol a lo alto de la cabeza, donde se hundieron en la masa de su pelo. Él examinó sus ropas arrugadas, sus ojos rojos y su piel pálida. Lamentable.

Ella no se pudo enfrentar a su mirada, así que tuvo claro que estaba todavía avergonzada. Considerando los modales autoritarios que solía exhibir, se dio cuenta que tenía que probar otra estrategia si quería que no estuviera tan cortada en su compañía. Aunque normalmente no estaba en su naturaleza patear a alguien ya hundido, supo que no sería bueno para su futuro común si no le ponía la zancadilla ahora mismo y le recordaba quien era el jefe.

– Cariño, hay unos recados que tienes que hacer para mí. Ahora que trabajas para mí, he decidido que te dejaré conducir mi T-Bird contraviniendo mi buen juicio. Tienes que echarle gasolina. Mi cartera y las llaves están en la mesa de la caravana que me asignaron. Y hablando de la caravana. No está tan limpia como querría que estuviera. Tendrás que comprar una fregona y algún producto de limpieza cuando vayas al pueblo, así podrás ponerla como los chorros del oro.

Captó su atención de inmediato tal y como él había supuesto que haría.

– ¿Estás insinuando que esperas que limpie el suelo de tu caravana?

– Sólo lo que esté sucio. Y, cariño, cuándo vayas al pueblo, pasa por la farmacia y me compras una caja de condones.

Abrió la boca repentinamente escandalizada.

– ¿Quieres que te compre condones?

– Exactamente. Cuando eres un blanco andante de casos de paternidad, aprendes a ser realmente cuidadoso.

Un rubor subió desde su cuello al nacimiento del pelo.

– Bobby Tom, no voy a comprarte condones.

– ¿No lo harás?

Ella negó con la cabeza.

Él metió las puntas de sus dedos en el bolsillo de atrás de los vaqueros y sacudió la cabeza con pesar.

– Esperaba no llegar a estos extremos, pero veo que necesitamos aclarar cómo será nuestra relación desde el principio. ¿Recuerdas cúal es el nombre de tu nuevo puesto?

– Vengo a ser algo así como tu… eh… ayudante personal.

– Exactamente. Y eso quiere decir, se supone, que me ayudas personalmente.

– Eso no significa que sea tu esclava.

– Esperaba que Willow te lo hubiera explicado todo bien -suspiró-. Cuándo te explicó tus nuevas tareas, ¿no te dijo que yo era el jefe?

– Creo que lo mencionó.

– ¿Y no dijo nada sobre que se supone que harás lo que yo te diga que hagas?

– Ella… estoy segura que no se refería a eso… -dijo ella.

– Oh, te aseguro que lo hacía. A partir de ahora, soy tu nuevo jefe y siempre que obedezcas mis órdenes, nos llevaremos bien. Y ahora apreciaría que limpiaras ese suelo antes de que acabemos por hoy.

Pareció que sus fosas nasales expelían llamas y casi podía ver el vapor saliendo por sus orejas. Apretó los labios como si estuviera a punto de escupir explosivos y cogió su bolso.

– Muy bien.

Él esperó hasta que ella estuvo casi fuera de su alcance para llamarla.

– ¿Gracie?

Ella se giró, con ojos recelosos.

– Sobre los condones, cariño. Asegúrate que los coges extragrandes. Algo más pequeño me aprieta demasiado.

Hasta ese momento, Bobby Tom nunca había visto a una mujer sonrojarse sobre un sonrojo, pero Gracie lo hizo. Ella palpó su cabeza buscando las gafas de sol, las colocó bruscamente sobre los ojos y huyó.

Él se rió entre dientes con suavidad. Suponía que debería de sentirse mal por intimidarla de esa manera, pero sin embargo, estaba desproporcionadamente satisfecho consigo mismo. Gracie era una de esas mujeres que podían volver loco a un hombre si se lo permitía. Por esa razón, era mejor establecer el orden natural de las cosas desde el principio.


*****

Una hora más tarde, con las compras hechas, sacaba el Thunderbird de Bobby Tom del aparcamiento de la farmacia. Sus mejillas todavía ardían cuando recordaba lo que había ocurrido allí dentro. Después de haberse recordado a sí misma que las mujeres modernas y socialmente responsables compraban condones a todas horas, reunió el descaro suficiente para comprarlos sólo para ver venir a Suzy Denton hacia ella justo en ese momento.

La caja reposaba delante de ella como una granada sin espoleta. Suzy la vio, claro está, e inmediatamente se puso a estudiar la foto de un perro bicéfalo de la primera plana de un periódico sensacionalista. Gracie quiso morirse.

Ahora compartía sus sentimientos con Elvis, que estaba a su lado en una sillita de bebé.

– Cuando creo que no puedo pasar más vergüenza delante de Suzy, pasa siempre algo más.

Elvis eructó.

Ella sonrió a pesar de sí misma.

– Que fácil es decir eso. Tu no tuviste que comprar los condones.

Él se rió con satisfacción y sopló una burbuja de saliva. Cuando estaba a punto de abandonar el rancho, se había topado con Natalie, que frenéticamente miraba alrededor tratando de encontrar a alguien responsable al que encomendar a Elvis durante una hora, mientras ella rodaba la primera escena del día. Cuando Gracie se presentó voluntaria, Natalie la había cubierto de gratitud y de una larga serie de instrucciones, relajándose finalmente cuando Gracie había comenzado a tomar apuntes.

La resaca de Gracie había desaparecido y ya no le dolía la cabeza. Había recuperado un vestido limpio, uno de un triste negro y dorado todo arrugado. Había recuperado la maleta del maletero y se había cambiado de ropa antes de dirigirse hacia donde estaba en ese momento. Ahora, se sentía otra vez humana.

Acababa de llegar al límite del pueblo cuando un olorcillo delatador llegó a su nariz, seguido por los sonidos desafortunados de un bebé al que no le gustaba llevar un pañal sucio. Lo miró.

– Hueles fatal.

Él frunció la cara y comenzó a gemir. No había tráfico, así que echó el coche a un lado, donde se dispuso a cambiar al bebé. Acababa de ponerse detrás del volante cuando sintió el crujido de la grava.

Mientras se volvía a sentar, observó a un hombre con un imponente traje gris que se bajaba de un BMW granate aparcado detrás de ella en la carretera. Para ser un hombre mayor, era muy atractivo: pelo oscuro moteado de gris, cara atractiva y un cuerpo en forma que no parecía tener ni un gramo de grasa de más.

– ¿Necesita ayuda? -preguntó, parándose al lado del coche.

– No, pero muchas gracias. -Señaló el bebé con la cabeza-. Tuve que cambiar un pañal.

– Ya veo. -Él le sonrió, y ella respondió con otra sonrisa. Era bonito saber que había personas preocupadas en el mundo dispuestas a echar una mano a otras personas.

– ¿Éste es el coche de Bobby Tom Denton, no?

– Sí, lo es. Soy su ayudante, Gracie Snow.

– Encantado, Gracie Snow. Soy Way Sawyer.

Sus ojos se abrieron ligeramente cuando recordó las conversaciones que había oído sin querer por el teléfono del coche entre Bobby Tom y el alcade Baines. Ese era el hombre sobre el que hablaban en toda Telarosa. Se percató que era la primera vez que oía el nombre de Way Sawyer sin las palabras “hijo de puta” delante.

– Observo que ha oído hablar de mi -dijo él.

Ella salió al paso.

– Llevo sólo un día en el pueblo.

– Entonces sí ha oído hablar de mi. -Él sonrió ampliamente y señaló a Elvis con la cabeza, que comenzaba a retorcerse en su asiento otra vez-. ¿Es suyo ese bebé?

– Oh, no. Es de Natalie Brooks, la actriz. Lo estoy cuidando.

– Este sol no es bueno -dijo-. Será mejor que regrese. Encantado de conocerla, Gracie Snow. -Saludó, y dándose la vuelta, se encaminó a su coche.

– Encantada de conocerle también, Sr. Sawyer -gritó Gracie-. Y gracias por detenerse. No todo el mundo lo haría.

Él agitó una mano y, cuando ella se reincorporó a la carretera, se preguntó si la gente de Telarosa no exageraría con respecto a la vileza del Sr. Sawyer. Le había parecido un hombre muy agradable.

A pesar de su pañal seco, Elvis arrugó la cara y comenzó a llorar. Ella miró el reloj y vio que había pasado una hora.

– Es el momento de regresar, vaquero.

La bolsa con la caja de condones chocó contra su cadera y recordó su intención de no ignorar los defectos de Bobby Tom sólo porque se había enamorado de él. Con un suspiro de resignación, aceptó que tenía que tomar cartas en el asunto. Si bien él era oficialmente su jefe y hacía latir su corazón a toda velocidad, él necesitaba recordar que no podía pisotearla sin aceptar las consecuencias.


*****

– Cuatro.

– Paso.

– Paso.

Nancy Kopek le dirigió a su pareja de bridge un suspiro de exasperación.

– Así no, Suzy. Te pedía ases. No deberías haber pasado.

Suzy Denton sonrió como pidiendo disculpa a su pareja.

– Lo siento. Perdí la concentración. -En vez de en la partida de bridge, se había puesto a pensar en lo que había sucedido en la farmacia algunas horas antes. Gracie parecía prepararse para hacer el amor con su hijo y como le caía muy bien, no quería que Bobby Tom le hiciera daño. Nancy inclinó la cabeza hacia las otras dos mujeres que se sentaban a la mesa-. Suzy está ida porque Bobby Tom está en casa. No se ha centrado en toda la tarde.

Toni Samuels se inclinó hacia adelante.

– Le vi en el DQ anoche, pero no tuve oportunidad de mencionarle a mi sobrina. Se volverá loco por ella.

La pareja de Toni, Maureen, frunció el ceño y echó un seis de espadas.

– Mi Kathy es bastante más su tipo que tu sobrina, ¿no crees, Suzy?

– Voy a por bebidas. -Suzy se levantó, contenta de tener una excusa para escapar unos minutos. Normalmente disfrutaba las partidas de bridge de los jueves por la tarde, pero la de ese día no le estaba gustando nada.

Cuando llegó a la cocina, colocó las gafas en el mostrador y se dirigió a la ventana en vez de ir hacia la nevera. Observó como un pájaro revoloteaba y se posaba sobre el magnolio del fondo del patio; inconscientemente presionó con la punta de los dedos el parche transparente que suministraba a su cuerpo el estrógeno que él mismo ya no producía. Parpadeó para eliminar el aguijón repentino de las lágrimas. ¿Cómo era posible que fuera tan vieja como para tener la menopausia? Parecía como si sólo hubieran pasado unos años desde ese día caluroso de verano cuando se había casado con Hoyt Denton.

Una oleada de desesperación la invadió. Había perdido tanto. Él había sido su marido, su amante, su mejor amigo. Había perdido su olor a limpio cuando salía de la ducha. Había perdido la sensación de sus brazos rodeándola, las palabras de amor que murmuraba en su oído cuando la empujaba a la cama, su risa, sus chistes malos y sus horribles bromas. Mientras miraba el pájaro, cruzó fuertemente los brazos sobre el pecho, intentando imaginar por un momento que era él quien la abrazaba.

Había cumplido cincuenta años el día antes de que su coche hubiera perdido el control en medio de una terrible tormenta. Después del entierro su pena desesperada se había mezclado con una cólera que la corroía por haberla dejado sola y haber puesto fin a un matrimonio que era el objetivo de su vida. Habían sido unos días horribles y ella no sabía como habría sobrevivido sin Bobby Tom.

La había llevado a París después del entierro, y habían pasado un mes explorando la ciudad, pequeños pueblos franceses, recorriendo chateaux y catedrales. Se habían reído juntos, habían llorado juntos, y, a través de su dolor, ella había sentido una humilde gratitud por los dos jóvenes asustados que habían logrado tener tal hijo. Sabía que se estaba apoyando en él excesivamente en los últimos tiempos, pero temía, que si no lo hacía, él también desaparecería.

Había estado firmentente convencida cuando nació que sería el primero de los muchos niños que tendrían, pero no habían venido más y algunas veces deseaba que volviera a ser su bebé. Quería sostenerlo en su regazo, besar su cabecita, vendar sus heridas y aspirar ese olorcillo típico de los niños. Pero su hijo hacía mucho tiempo que era un hombre, y esos días de untar las picaduras de mosquito con calamina y curar las pupas con besos, se habían ido para siempre.

Ojalá Hoyt estuviera vivo todavía.

He perdido tanto, vida mía. ¿Por qué tuviste que dejarme sola?


*****

A las seis, el rodaje había terminado por ese día. Cuando Bobby Tom se alejó del corral, estaba acalorado, cansado, sucio e irritable. Llevaba comiendo polvo toda la tarde, y el día siguiente prometía más de lo mismo. Hasta donde él sabía, ese Jed Slade era la mayor estupidez personificada en un ser humano que había visto nunca. Bobby Tom no se consideraba un experto en caballos, pero sabía lo suficiente como para no tener ninguna duda de que no era un ranchero digno de respeto, si fuera él, borracho o no, no trataría de montar un caballo mientras estaba así.