El cuarto olía a rosas. Sus manos ardían por explorar las texturas contradictorias entre las cortinas de encaje, la suave cretona, el cristal tallado. Quería acariciar los cojines de muaré con sus flecos y meter las manos en los lazos que mantenían en su lugar la sobrefalda estampada con flores de la mesa. ¿Podría reprimir la tentación de tocar el exuberante helecho que rebosaba en una maceta de mimbre blanca que estaba situada entre ambas ventanas? ¿O de percibir entre sus dedos los pétalos secos que había en un cenicero sobre la repisa de la chimenea?

Y luego le palpitó el corazón cuando Bobby Tom se desplazó hacia el centro de la habitación. Debería parecer estúpido en medio de tales delicadezas, pero en lugar de eso, parecía más inmensamente masculino que nunca. El contraste entre la exquisitez frívola de la habitación y su inflexible fuerza hizo que se derritiera. Sólo un hombre sin ningún tipo de duda sobre su virilidad podría caminar con tal seguridad en medio de un ambiente tan femenino.

Él lanzó su stetson sobre un diván y señaló con la cabeza hacia un arco a sus espaldas.

– Si realmente quieres ver algo impresionante, echa una ojeada a mi dormitorio por ahí atrás.

Pasaron varios segundos hasta que pudo apartar la mirada de él. Con piernas temblorosas se encaminó al pequeño vestíbulo pintado en el tono rosa perla del interior de las conchas que había al fondo de la sala. Se paró en la puerta, él se había desplazado tan sigilosamente que ella no supo que lo tenía detrás hasta que habló.

– Venga. Di lo que estás pensando.

Ella contempló una cama de gran tamaño con brillantes postes dorados y el dosel más increíble que había visto nunca. Un cordón sostenía en lo alto una espumosa cortina, como si fuera una telaraña llena de flores rosa y lilas.

Sus ojos centellearon.

– ¿Tienes que esperar que el príncipe te bese cada mañana para poder despertarte?

Él se rió.

– Siempre tengo la tentación de deshacerme de ella, pero nunca tengo tiempo.

Era una habitación de cuento de hadas, con su cama con dosel, las columnas doradas, la cortina rosa y los cojines acolchados. Dormir allí debía ser como hacerlo en el castillo de la Bella Durmiente. Después de vivir entre paredes beiges y caminar sobre largos pasillos de terrazo, deseaba poder quedarse allí el resto de su vida.

El teléfono comenzó a sonar en el despacho, pero él lo ignoró.

– Hay un pequeño apartamento sobre el garaje donde puedes alojarte. También tengo allí el gimnasio.

Ella lo miró con asombro.

– No me voy a quedar aquí.

– Por supuesto que lo harás. No tienes otro sitio donde quedarte.

Por un momento, ella no supo de qué hablaba y luego recordó la conversación que había mantenido con Willow esa mañana. Windmill Studios le había pagado los gastos mientras era ayudante de producción, pero Willow había dejado claro que en su nuevo puesto no disfrutaba de ese privilegio. Gracie había estado tan contrariada por todo lo demás que no había considerado el problema que se le presentaba.

– Encontraré un motel barato -dijo ella firmemente.

– Con tu sueldo, tendría que ser más que barato; tendría que ser gratis.

– ¿Cómo sabes cual es mi sueldo?

– Willow me lo dijo. Y me hizo preguntarme por qué no compras un bote de limpiacristales y te pones en un semáforo a limpiar parabrisas. Te garantizo que ganarías más dinero.

– El dinero no lo es todo. Estoy dispuesta a hacer un pequeño sacrificio para demostrar mi valía al estudio.

Otra vez el teléfono comenzó a sonar, y otra vez él lo ignoró.

– En caso de que lo hayas olvidado, se supone que nosotros dos estamos comprometidos. La gente de por aquí me conoce demasiado bien para creer que podrías vivir en cualquier otro sitio.

– ¿Comprometidos?

Apretó los labios irritado.

– Recuerdo claramente que estabas a mi lado cuando le dije a todas esas mujeres de la caravana que habías pasado el examen de fútbol.

– Bobby Tom, esas mujeres no se lo tomaron en serio. O al menos no lo harán cuando se lo piensen dos veces.

– Eso es porque no nos hemos puesto a convencerlas.

– ¿Estás diciéndome que quieres en serio que la gente crea que estamos comprometidos? -Casi chilló, ante sus resurgidas esperanzas, sólo para ser firmemente deshechadas por su instinto de supervivencia. Las fantasías solo eran para soñarlas, no para vivirlas. Todo eso sería un juego para él, pero no para ella.

– ¿No es eso lo que acabo de decir? En contra de lo que puedes pensar, no hablo sólo para oír el sonido de mi voz. Para todos los de Telarosa, tú eres la futura Sra. de Bobby Tom.

– ¡Te puedo asegurar que no lo soy! Desearía que no hubieras dicho eso. ¡La Sra. de Bobby Tom! ¡Como si la mujer que se casara contigo no fuera más que un apéndice tuyo!

Él soltó un larguísimo suspiro.

– Gracie… Gracie… Gracie… Cada vez que creo que nos estamos entendiendo, haces algo que me demuestra que me equivoco. Lo más importante de tu trabajo como mi ayudante particular es asegurarte que tengo algo de paz y tranquilidad mientras estoy aquí. Exactamente, ¿cómo esperas que ocurra cuando cada Torn, Dick o Harriet que me conocen desde que nací saben de una mujer soltera que quieren que conozca?

Como para probar su teoría, el timbre de la puerta comenzó a repicar. Él lo ignoró de la misma manera que había ignorado su teléfono.

– Déjame explicarte algo. Ahora mismo hay al menos una docena de mujeres entre aquí y San Antonio que tratan de aprenderse de memoria el año en que Joe Theismann jugó la Super Bowl y cuantas yardas penalizan a un equipo si el capitán no aparece para tirar la moneda. Así es como están las cosas. Sin ir más lejos, te garantizo que ahora mismo quien está en la puerta es una mujer o alguien que quiere presentarme a alguna. Esto no es Chicago, dónde puedo controlar a las mujeres que se acercan a mi. Esto es Telarosa, y estas personas me poseen.

Ella trató de apelar a su sentido común.

– Pero nadie en su juicio se va a creer que tú te casarías conmigo. -Los dos sabían que era cierto y no había nada que replicar. El campanilleo se detuvo y comenzaron a golpear la puerta, pero él no se movió-. Pero una vez que te arreglemos un poquito, lo harán.

Ella lo miró con suspicacia.

– ¿Qué significa eso de “arreglemos”?

– Pues justo eso. Vamos a contratar un asesor… uno de esos que transforman a la gente en el programa de Oprah.

– ¿Pero tú ves el programa de Oprah?

– Cuando uno se pasa tanto tiempo en las habitaciones de hotel como yo, te sabes de memoria los programas de la tele.

Ella oyó la diversión en su voz.

– No te estás tomando esto en serio. Sólo me utilizas para no dejar que esas mujeres tomen tu casa.

– Nunca he hablado más en serio. Lo de hoy sólo es una muestra de cómo serán para mí los siguientes meses a menos de que tenga al lado una prometida de verdad. La única persona que sabrá la verdad será mi madre. -El ruido de la puerta finalmente se detuvo y él se dirigió al teléfono-. Voy a llamarla ahora mismo, para estar seguro de que nos sigue la corriente.

– ¡Para! No he dicho que lo fuera a hacer. -Pero quería. Oh, cómo quería. Tenía tan poco tiempo con él que cada segundo era precioso. Y no se formaba falsas ilusiones acerca de sus sentimientos hacia ella, así que no estaba en peligro de confundir ilusión y realidad. Recordó la promesa que se había hecho a sí misma de dar y de no tomar, y por segunda vez en el día, decidió abrir las alas y lanzarse en picado.

Él tenía esa mirada arrogante que decía que sabía que había ganado, y ella se recordó a sí misma que se preocupaba demasiado por él para contribuir al deterioro de su carácter dejándole dictar todas las condiciones. Lo miró directamente y cruzó los brazos.

– Vale -dijo ella con voz baja y decidida-. Lo haré, pero debes prometerme que bajo ningún concepto te volverás a referir a mí como la futura Sra. de Bobby Tom, ¿lo has entendido? Porque si lo vuelves a decir una sola vez, sólo una, le diré personalmente a todo el mundo que nuestro compromiso es falso. Y además anunciaré que eres… eres… -abrió y cerró la boca. Había comenzado con fuerza, pero ahora no podía pensar nada lo suficientemente terrible como para decirlo.

– ¿El asesino del hacha? -ofreció él amablemente.

Como ella no contestó, él lo intentó otra vez.

– ¿Vegetariano?

Repentinamente se le ocurrió.

– ¡Impotente!

Él la miró como si se hubiera vuelto loca.

– ¿Le vas a decir a todo el mundo que yo soy impotente?

– Sólo si me vuelves a poner ese horroroso título.

– En serio, te aconsejo que retomes la idea del asesino del hacha. Es más creíble.

– Tú fanfarroneas mucho, Bobby Tom. Pero personalmente creo que es lo único que sabes hacer.

Las palabras se escaparon antes de que ella tuviese tiempo de pensarlas, y no pudo creer que las hubiera dicho. Ella, una virgen de treinta años sin ningún tipo de experiencia en flirteos, había lanzado un reto sexual a un libertino profesional. Él la miró boquiabierto, y ella se percató que finalmente lo había dejado mudo. Aunque sus rodillas empezaban a tener una alarmante tendencia a temblar, alzó la barbilla con desdén y se marchó del dormitorio.

Cuando llegó al vestíbulo delantero, había comenzado a sonreír. Seguramente un enemigo como Bobby Tom no dejaría un comentario de ese tipo sin respuesta. Seguramente, ahora mismo, él planeaba una forma apropiada de vengarse.

capítulo 10

– El Sr. Sawyer la recibirá ahora, Sra. Denton.

Suzy se levantó del sofá de cuero y cruzó la zona lujosamente amueblada de recepción hacia el despacho del Director General de Tecnologías Electrónicas Rosa. Entró y oyó un chasquido suave cuando la secretaria de Wayland Sawyer cerró la puerta de nogal a sus espaldas.

Way ni siquiera levantó la cabeza del escritorio. Ella no estuvo segura de si era una forma de ponerla en su lugar o si simplemente no tenía mejores modales de los que había tenido en secundaria. Fuera la opción que fuera, no era una buena señal. Desde el pueblo y todo el condado, habían enviado a importantes representantes a hablar con él y su respuesta nunca había sido comprometida. Sabía que ella, como presidenta de la Junta de Educación, era el último y más patético escalón.

La oficina estaba decorada con un estilo biblioteca inglesa, con paredes revestidas con paneles de madera, sofás de piel color Borgoña y pinturas de caza. Mientras caminaba lentamente sobre la alfombra persa, él continuó estudiando unos documentos a través de unas gafas de media luna que se parecían mucho a las de ella; se había visto forzada a comprarlas recientemente, después de toda una vida de visión perfecta.

Le había dado dos vueltas a los puños de su camisa azul, revelando unos antebrazos sorprendentemente musculosos para un hombre de cincuenta y cuatro años. Ni la camisa, ni la corbata de rayas azul marino y rojas pulcramente anudada, ni las gafas podían ocultar el hecho de que parecía más un hombre que trabajaba con las manos que el dueño de la empresa. Parecía una versión algo mayor de Tommy Lee Jones, el actor texano que era el preferido de su club de bridge.

Intentó no ponerse nerviosa ante su silencio, pero no era una de esas jóvenes que se encontraban más en su elemento en una sala de juntas que en una cocina. Cuidar de su jardín le interesaba mucho más que competir con los hombres por el poder. Además estaba educada a la antigua usanza y acostumbrada a la cortesía.

– Quizá no haya venido en buen momento -dijo con suavidad.

– Enseguida estoy con usted. -Su voz sonó impaciente. Sin mirarla, señaló con la cabeza una de las sillas de delante de su escritorio, como si ella fuera un perro al que dar órdenes. El ofensivo gesto la hizo darse cuenta de lo inutil de su misión. Wayland Sawyer había sido imposible en secundaria y obviamente no había cambiado. Sin decir una palabra, se giró y comenzó a atravesar la alfombra hacia la puerta.

– ¿A dónde piensa que va?

Ella se giró hacia él y dijo con suavidad:

– Obviamente no quiero hacerle perder el tiempo, Sr. Sawyer.

– Me corresponde a mí juzgarlo. -Se quitó las gafas y señaló una silla-. Por favor.

La palabra fue pronunciada como una orden y Suzy no pudo recordar cuando sintió tal aversión instantanea hacia alguien; Aunque, mirándolo bien, no había sido en ese instante. Way le llevaba dos años, iba más avanzado en el instituto y era el tipo de chico con el que salían sólo las más espabiladas. Aún tenía un vago recuerdo de una vez en que él estaba detrás del gimnasio con un cigarrillo colgando del labio y una mirada dura como la de una cobra en los ojos. Era dificil reconciliar a ese matón con el hombre de negocios multimillonario, pero había algo que no había cambiado. La había aterrorizado entonces y la aterrorizaba ahora.