Tragándose los nervios, se acercó a la silla. Él la estudió abiertamente, y ella se encontró deseando haber ignorado el abrasador calor del verano y haberse vestido con un traje chaqueta en vez de con ese vestido de seda color chocolate. La prenda se ataba holgadamente de lado y caía suavemente sobre sus caderas al sentarse. Había adornado el sencillo escote con un collar de oro con un pequeño colgante a juego con los pendientes. Las medias eran del mismo tono castaño que los zapatos de diseño, que tenían pequeños adornos dorados en los tacones. El vestido habría sido ridiculamente caro, de eso estaba segura. Había sido un regalo de cumpleaños de Bobby Tom tras haberse negado a dejar que le comprara un apartamento en Hilton Head.
– Usted dirá, sra. Denton.
Sus palabras tenían un deje de burla. Ella podía tratar con los miembros más agresivos de la junta porque los conocía de toda la vida, pero ahora, con él, estaba claramente fuera de su elemento. Quería huir, sin embargo, tenía un trabajo que hacer. Los niños de Telarosa iban a perder mucho si ese horrible hombre se salía con la suya.
– Estoy aquí en representación de la Junta Escolar de Telarosa, Sr. Sawyer. Quiero tener la seguridad de que ha considerado las consecuencias del cierre que Tecnologías Electrónicas Rosa va a tener en los niños de este pueblo.
Sus ojos se mostraban oscuros y fríos en su cara delgada. Apoyando los codos en el escritorio, juntó los dedos y la escrutó sobre ellos.
– ¿En calidad de qué representa a la Junta?
– Soy la presidenta.
– Ya veo. ¿Y es la misma junta que me echó de la escuela un mes antes de que pudiera graduarme?
Su pregunta la dejó estupefacta y no supo de qué hablaba.
– ¿Y bien, Señora Denton?
Sus ojos se habían oscurecido por la hostilidad, y ella se dio cuenta de que, por una vez, los rumores habían sido ciertos. Way Sawyer creía haber sido ofendido por Telarosa y había regresado para vengarse. Recordó todas las viejas historias. Sabía que Way era hijo ilegítimo, algo que había hecho de su madre, Trudy, y él unos parias. Trudy había limpiado casas un tiempo, incluso había trabajado para la madre de Hoyt, pero finalmente se había convertido en prostituta.
Suzy cruzó las manos en el regazo.
– ¿Tiene intención de castigar a todos los niños sólo por algo que sucedió hace cuarenta años?
– No hace cuarenta años. En ese momento era demasiado niño. -Le dirigió una débil sonrisa que no llegó a curvar las comisuras de su boca-. ¿Piensa que estoy haciendo eso?
– Si traslada Tecnologías Electrónicas Rosa, convertirá Telarosa en un pueblo fantasma.
– Mi compañía no es la única fuente de ingresos. Tienen la industria turística.
Ella observó la mueca cínica de sus labios y se tensó al darse cuenta de que la provocaba sin cesar.
– Los dos sabemos que el turismo no levantará el pueblo. Sin Tecnologías Rosa, Telarosa morirá.
– Soy un hombre de negocios, no un filántropo, y mi responsabilidad es sacar el mejor provecho de la compañía. Ahora mismo, trasladar todo a la planta de San Antonio es lo más conveniente.
Controlando su cólera, ella se inclinó hacia adelante ligeramente.
– ¿Me permitiría mostrarle las escuelas?
– ¿Y que todos los niños corran gritando despavoridos cuando me vean? Creo que paso.
La mofa de sus ojos le dijo que ser el paria del pueblo no lo molestaba en absoluto.
Ella miró hacia abajo, a sus manos entrelazadas en su regazo y luego lo miró a él.
– No hay nada que pueda hacerle cambiar de opinión, ¿no es cierto?
Él la miró a los ojos un largo rato. Ella oyó voces amortiguadas en el área de recepción, el tictac suave del reloj, el sonido de su respiración. Algo que no entendió pasó por su cara y tuvo un presentimiento. Había una tensión casi imperceptible en su postura que era una amenaza para ella.
– Tal vez haya algo. -Su sillón chirrió cuando se reclinó y el gesto duro e inclemente de su cara le recordó las montañas escabrosas de esa parte de Texas-. Lo podemos discutir cenando el domingo en mi casa. Enviaré un coche a recogerla a las ocho.
No era una invitación educada, sino una orden directa y expresada de la manera más insultante. Ella quería decirle que cenaría con el demonio antes que con él, pero era mucho lo que estaba en juego, y mientras miraba esos ojos sombríos e implacables, supo que no se podía negar.
Recogiendo su bolso, se levantó.
– Muy bien -dijo ella suavemente.
Él ya se había puesto sus gafas y devuelto su atención a los informes. Cuando dejó su oficina, él no se molestó en despedirse.
Ella todavía echaba chispas cuando llegó al coche. ¡Qué persona tan despreciable! No tenía experiencia en tratar con gente así. Hoyt había sido abierto y claro, todo lo contrario a Way Sawyer. Mientras buscaba las llaves del coche, se preguntó qué quería de ella.
Sabía que Luther Baines esperaba una llamada suya tan pronto como llegase a casa, y no sabía qué decirle. Ciertamente no le podía contar que había estado de acuerdo en cenar con Sawyer. No se lo podía decir a nadie, especialmente a Bobby Tom. Si alguna vez se enteraba cómo la había intimidado Sawyer, se pondría furioso, y había demasiado en juego como para que él interfiriera. No importaba cuanto la contrariara, tenía que manejar ese asunto ella sola.
– Te digo que no entro, Bobby Tom.
– Ya, no vayas a dejar que esos flamencos rosas y el tractor en un jardín de flores te echen para atrás, Gracie. Realmente Shirley es muy buena peluquera.
Bobby Tom abrió la puerta del Hollywood Hair de Shirley, que estaba ubicada en el garaje de una pequeña casa de dos pisos, en una polvorienta calle residencial. Como él no tenía que estar en el rodaje hasta el mediodía, había aprovechado la mañana para empezar a “arreglarla”. Él le dio un codazo para empujarla dentro del salón de belleza, e inmediatamente, se le puso la piel de gallina en los brazos. Como en cualquier lugar público de Texas, la peluquería tenía el aire acondicionado a la temperatura de un congelador.
Tres de las paredes estaban pintada en un tono de rosa igual al de las pastillas antiácido Pepto-Bismol, mientras que la cuarta era negra y estaba cubierta con espejos con marcos dorados. Había dos peluqueras en el salón: una era una morena muy arreglada con un vestido de premamá azul claro, la otra era una rubia explosiva vestida de sport con uno de los peinados más pronunciados que había visto en su vida. Sus voluminosos muslos estaban embutidos en unos pantalones elásticos púrpura y una camiseta rosa muy ceñida a un par de pechos enormes. En la camiseta se leía: DIOS, REZO POR QUE SEAN INTELIGENTES.
Gracie rezó por que Shirley, que era quien se suponía que le arreglaría el pelo, fuera la morena, pero Bobby Tom ya caminaba hacia la otra peluquera.
– Hola, muñeca.
La mujer levantó el enorme montículo de su pelo negro hacia él y dijo con una voz gutural:
– Bobby Tom, guapisimo hijo de puta, ya era hora de que vinieras a verme.
Él plantó un beso en su mejilla cubierta con un montón de colorete. Ella golpeó su trasero con la mano libre.
– Todavía estás en buena forma.
– Viniendo de una experta como tú, lo considero el mejor de los cumplidos. -Él sonrió a la otra peluquera y a su cliente, luego saludó a las dos mujeres que curioseaban desde los cascos de los secadores-. Velma. Sra. Carison. ¿Cómo ‘stán señoras?
Ambas rieron tontamente. Bobby Tom pasó el brazo alrededor de los hombros de Gracie y le hizo dar un paso adelante.
– Atención a todas, ésta es Gracie Snow.
Shirley la miró con manifiesta curiosidad.
– Hemos oído muchas cosas sobre ti. Así que tú eres la futura Sra. de Bobby Tom.
Él rápidamente se adelantó.
– Gracie es algo feminista, Shirley, no le gusta nada que la llamen así. Para ser honestos, le pondrá un guión al apellido.
– ¿En serio?
Bobby Tom se encogió de hombros con las palmas de las manos extendidas, como el último hombre cuerdo en un mundo loco.
Shirley se giró hacia Gracie, y arqueó sus cejas pintadas.
– No hagas eso, cariño. Gracie Snow-Denton suena francamente peculiar. Como si tuvieras algún castillo en alguna parte de Inglaterra.
– O una nota de un mapa meteorológico -sugirió Bobby Tom. Gracie abrió la boca para explicar que ella no tenía intención de unir con guión su apellido, pero entonces la cerró mientras veía la trampa que él le había puesto. Chispas diabólicamentes plateadas bailaban en sus ojos y ella reprimió firmemente una sonrisa. ¿Era ella la única persona de la tierra que le veía las intenciones?
Shirley reanudó lo que estaba haciendo en la cabeza que tenía delante, al tiempo que estudiaba a Gracie por el espejo.
– He oído que no dejas que se arregle, Bobby Tom, pero nunca hubiera pensado que habías llegado hasta tal punto. ¿Qué se supone que tengo que hacer con ella?
– Lo dejaré en tus manos. La belleza de Gracie es del tipo gata salvaje, así que no seas demasiado conservadora.
Gracie estaba consternada. ¡Bobby Tom acababa de dejarla en manos de una peluquera con un gigantesco cardado rubio y maquillada como los Ringling Brothers [13] que le había dicho que no fuera conservadora cuando la peinara! Intentó replicar, pero él le dio un besito rápido en los labios.
– Tengo que ponerme en marcha, cariño. Mamá vendrá a recogerte para ir de compras, así podrás ir eligiendo tu ajuar. Ahora que te permito ponerte guapa otra vez, no puedes negarte a casarte conmigo.
Todas las mujeres estallaron en risas ante la absurda idea que cualquier mujer no aprovechara la oportunidad de casarse con Bobby Tom Denton. Él inclinó su sombrero para saludarlas y se dirigió a la puerta. A pesar de lo molesta que estaba, se preguntó si era la única que había sentido como si la luz del sol se fuera con él.
Seis curiosos pares de ojos se centraron en ella. Ella sonrió débilmente.
– Realmente no soy del tipo gata salvaje. -Se aclaró la voz-. Algunas veces exagera y…
– Siéntate, Gracie. Estaré contigo en un momento. Por ahí anda el People de este mes para que le eches un vistazo.
Profundamente intimidada por esa persona que tenía el futuro de su pelo en sus manos, Gracie se dejó caer en una silla y agarró la revista. Una de las mujeres de los secadores la miró fijamente a través de los cristales de sus gafas, y Gracie se preparó para lo inevitable.
– ¿Cómo os conocisteis Bobby Tom y tú?
– ¿Cuánto hace que os conoceis?
– ¿Cuándo pasaste el examen?
Las preguntas caían rápidas e implacables, y no se detuvieron cuando Shirley la llamó a su silla y empezó a trabajar. Como a Gracie no le gustaba mentir, tuvo que ceñirse lo más cerca posible de la verdad, sin pronunciar realmente ninguna mentira además de intentar supervisar el daño que le infligían a su pelo. Algo que de todas maneras no podía ver, ya que Shirley mantenía su silla desviada del espejo.
– Esta permanente te queda bien en algunas partes, Gracie, pero en otras está horrible. Necesitas que te capee el pelo. Me encantan las capas. -Las tijeras de Shirley comenzaron a volar y su mojado pelo rojizo comenzó a caer en todas las direcciones.
Gracie toreó una pregunta sobre la regularidad de su ciclo menstrual mientras se preocupaba por lo que ocurría en su pelo. Si Shirley se lo cortaba de más, entonces no podría recogerlo en una trenza, la cuál, aunque no era precisamente bonita, la hacían parecer pulcra y sencilla.
Un rizo de casi nueve centímetros cayó sobre su regazo y su ansiedad aumentó.
– Shirley, yo…
– Janine se encargará del maquillaje. -Shirley señaló con la cabeza a la otra peluquera-. Precisamente comenzó a vender productos de Mary Kay esta semana y está buscando clientas. Bobby Tom dijo que quería comprarte un lote de cosméticos para reemplazar todo lo que perdiste en ese terremoto sudamericano cuando protegías al vicepresidente.
Gracie casi se ahogó, luego luchó por contener la risa. Él era exasperente, pero también divertido.
Shirley conectó el secador e hizo girar la silla hacia el espejo. Gracie jadeó conternada. Parecía una rata mojada.
– Te enseñaré a peinartelo tú misma. Fíjate en los dedos. -Shirley empezó a revolver entre los mechones de pelo y Gracie vio cómo los rizos comenzaban a salir disparados de su cabeza. Quizá los pudiera mantener bajo control con una de esas diademas anchas, pensó con desesperación. O quizá, sólo debería comprarse una peluca.
Entonces, tan gradualmente que apenas lo podía creer, algo maravilloso comenzó a ocurrir.
– Así. -Shirley finalmente dio un paso atrás, sus dedos habían hecho magia.
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