Gracie fijó la vista en su reflejo.

– Oh, madre mía.

– Que lindo. -Shirley sonrió ampliamente al espejo.

Lindo no era la palabra adecuada para eso. El pelo de Gracie era totalmente moderno. Rebelde. Desinhibido. Erótico. Todo lo que Gracie no era y su mano tembló mientras lo tocaba.

Estaba mucho más corto de a lo que estaba acostumbrada, apenas por la mandíbula y se esponjaba por los lados. Pero lejos de ser crespo, caía en ondas suaves y bonitas y los rizos rozaban sus mejillas y orejas. Sus rasgos menudos y sus ojos grises habian dejado de estar marchitos por esa masa de pelo y Gracie estaba encantada con su imagen. ¿Era esa realmente ella?

Aún no se había mirado bien cuando Shirley la pasó a Janine y su Mary Kay. Durante la hora siguiente, Gracie aprendió sobre el cuidado de la piel y cómo la aplicación de un buen maquillaje ensalzarían su color natural. Sombras ámbar, rimmel oscuro y Janine hizo de sus ojos el centro de su cara. Cuando estuvo satisfecha, Gracie tuvo que hacerlo sola. Gracie se aplicó el colorete, y el lápiz de labios color coral que Janine le había dado. Luego se miró el espejo con admiración, sin apenas creer que la mujer que le devolvía la mirada fuera ella misma.

El maquillaje era sutil y favorecedor. Con su corte de pelo dulce y temerario, los luminosos ojos grises y las largas pestañas negras, estaba más guapa de lo que nunca había imaginado: femenina, deseable y sí, parecía una gata salvaje. Su corazón latió con fuerza. Ahora parecía diferente. ¿Era posible que Bobby Tom la pudiera encontrar atractiva? Tal vez la empezaría a mirar de otra manera. Tal vez…

Refrenó sus errantes pensamientos. Eso era exactamente lo que ella se había prometido a sí misma que no haría. Todo el buen hacer del mundo no la transformaría en una de esas espectaculares bellezas con las que Bobby Tom salía, y no se iba a permitir construir castillos en el aire.

Cuando Gracie sacó la cartera, Shirley la miró como si hubiera perdido el juicio y le dijo que Bobby Tom se había encargado de todo. Le cayó como un jarro de agua fría. Había entrado en la larga lista de personas a las que Bobby Tom daba dinero y se dio cuenta de que la había añadido a sus obras de caridad.

Debería haberlo previsto. No la veía como una mujer competente e independiente, sino otro caso perdido más. Eso dolía. Quería que la considerara su igual y eso no ocurriría si él pagaba sus gastos.

Había sido fácil prometerse que no tomaría nada de él, pero ahora se había dado cuenta de que en realidad no sería tan fácil. Él tenía gustos caros y esperaría que ella estuviera acorde con él, ¿pero cómo iba a hacerlo con sus limitados ingresos? Pensó en sus ahorros, que eran su única seguridad. ¿Debía gastarlo por sus principios?

No tuvo que pensarlo más que unos segundos para saber que eso era demasiado importante como para que ella se echara atrás. Tensó la mandíbula en una línea terca. Por el bien de su alma y de todo en lo que creía, necesitaba ofrecerse a él libremente y de todo corazón. Lo que quería decir que no podía tomar nada de él. Lo dejaría antes de convertirse en otro parásito en su vida.

Suave, pero firmemente, firmó un cheque para pagar y le pidió a Shirley que le devolviera el dinero a Bobby Tom. El gesto la animó. Sería alguien a quien él no compraba ni pagaba.

Suzy llegó unos momentos más tarde. Ella elogió a Gracie desde todos los ángulos y fue muy efusiva con sus cumplidos. Sólo después de haber dejado la peluquería y estar instaladas en el Lexus para ir a comprar ropa, Gracie se dio cuenta de que estaba algo distraída, pero tampoco ella estaba en su mejor momento porque había pasado una mala noche.

Gracie no había dormido bien, a pesar de la confortable cama del apartamento de encima del garaje de Bobby Tom. La oscura madera y pintura blanca y azul de las habitaciones hacía evidente que no había sido decorada por la misma persona que la casa. Aunque las habitaciones eran pequeñas, eran mucho más lujosas de lo que había supuesto. O de lo que estaba acostumbrada, pensó con desilusión mientras añadía otro pellizco más, en forma de alquiler, a sus dificultades financieras.

El apartamento se distribuía en una salita con una pequeña cocina americana con un dormitorio aparte, que daba al mismo patio que el estudio de Bobby Tom. Ambas habitaciones daban al patio trasero y cuando fue incapaz de dormir, se había levantado, sólo para darse cuenta de que no era la única insomne. Abajo, había visto la oscilante luz que emitía la tele por la ventana de su estudio.

La brillante luz del sol caía sobre los rasgos de Suzy, haciendo sentir culpable a Gracie de abusar demasiado de ella.

– No tenemos que ir hoy.

– Me apetece mucho.

Su respuesta parecía genuina, así que Gracie no protestó más. Al mismo tiempo, pensó que necesitaba ser honesta con Suzy.

– Me avergüenzo por este compromiso falso. Traté de convencerle de que toda la idea era ridícula.

– No desde su punto de vista. La gente de aquí siempre va tras él por un motivo u otro. Si todo esto le da un poco de paz mientras está en el pueblo, estoy totalmente a favor. -Declaró sin dudar, mientras giraba hacia la calle mayor-. Tenemos una buena tienda de moda en el pueblo. Millie estará encantada contigo.

Al oír “tienda de moda” sonaron campanas de alarma en la cabeza de Gracie.

– ¿Es cara?

– Eso no importa. Bobby Tom lo pagará todo.

– Él no pagará mis ropas -dijo ella quedamente-. No lo permitiré. Las compraré yo y, me temo que tengo un presupuesto limitado.

– Por supuesto que paga él. Todo esto fue idea suya. -Gracie negó con la cabeza tercamente.

– ¿Hablas en serio?

– Muy en serio.

Suzy pareció aturdida.

– Bobby Tom siempre paga.

– No mis cosas.

Por un momento Suzy no dijo nada. Luego sonrió y giró cambiando la dirección del coche.

– Me encantan los desafíos. Hay un centro comercial de tiendas de outlet a unos cincuenta kilómetros de aquí. Esto va a ser divertido.

Durante las tres horas siguientes, Suzy fue como un sargento de entrenamiento, conduciéndola de una tienda a otra, donde le mostró ropas de marca a precio de ganga. Prestó poca atención a las preferencias de Gracie, y la vistió con ropas juveniles y provocativas que Gracie nunca se hubiera atrevido a escoger para sí misma. Suzy seleccionó una falda transparente y una blusa de firma de seda brillante, un vestido sin mangas que se abría desde la mitad del muslo hasta la pantorrilla, vaqueros lavados a la piedra con tops ceñidos y escandalosos, jerseys de algodón que se pegaban a sus pechos. Gracie probó cinturones y gargantillas, sandalias y zapatos de tacón, deportivas con diamantes falsos y pendientes plateados de diversas formas. Cuando la última bolsa fue guardada en el maletero del Lexus, Gracie había gastado un enorme pellizco de sus ahorros. Se sentía deslumbrada y bastante nerviosa.

– ¿Estás segura? -Miró el corpiño rojo brillante que había sido su última compra. El top se ceñía de tal manera que no podía llevar sujetador y la tela centelleaba con lentejuelas doradas. Un cinturón de cinco centímetro sujetaba el pantalón corto y sus cómodos zapatos habían sido sustituidos por unas sandalias rojas. Esa ropa la hacía sentir como si no fuera ella.

Por enésima vez esa tarde, Suzy la tranquilizó.

– Esto es lo que quería para ti.

Gracie luchó por controlar su pánico. Las mujeres feas no se ponían ese tipo de ropa. Se agarró como a un clavo ardiente a lo que ella vio como una excusa válida para mostrar su punto de vista.

– Estas sandalias no son muy estables.

– ¿Te molestan que sean abiertas?

– No. Pero quizá sea porque siempre he llevado zapatos cómodos.

Suzy sonrió y palmeó su brazo.

– No te preocupes, Gracie. Estás genial.

– No parezco yo.

– Pues yo creo que pareces exactamente tú. Y también creo que ya era hora.


*****

¿Quién diantres conducía su T-Bird? ¡Y conducía también condenadamente rápido! Bobby Tom había seguido la estela de polvo que dejaba desde unos dos kilómetros desde lo alto del corral donde se habia subido para estudiar la escena que tocaba por la tarde.

El T-Bird abandonó la carretera, todavía levantando polvo, y se paró justo delante de su remolque. Como estaba a contraluz por el sol poniente, sólo vio que una chica pequeña y sexy vestida de rojo bajaba del coche y su presión sanguinea se disparó. ¡Maldición! Gracie era la única persona autorizada para conducir su T-Bird. Le había encargado que lo recogiera en el Garaje de Buddy cuando acabara de hacer sus comprar, pero obviamente ella había decidido darle otra de sus lecciones y habia enviado a una de esas aves de rapiña a hacer su trabajo.

Apretó los dientes y miró airadamente, todavía entrecerrando los ojos ante el sol e intentando averiguar quién era, pero no veía más que un cuerpo pequeño y bonito, con un pelo sexy y una cara oculta tras unas gafas de sol redondas. Se juró que Gracie se las pagaría. Tenía que plantearse mejor lo que hacía si pensaba que un compromiso falso iba a justificar ese tipo de cosas.

Y se quedó paralizado cuando el sol arrancó unos destellos cobrizos de ese pelo alborotado. Su mirada bajó sobre ese cuerpo bien proporcionado y por las piernas delgadas hasta un par de tobillos que hubiera reconocido en cualquier parte y sintió como si lo hubieran desnucado. Al mismo tiempo, se llamó cien veces tonto. Él era quien había tenido la idea de “arreglar” a Gracie. ¿Por qué no se había preparado para los resultados?

Gracie observó con aprensión como él se acercaba. Lo conocía lo suficiente bien a esas alturas para saber cómo se comportaba Bobby Tom con las mujeres; podía predecir exactamente lo que iba a decir. La halagaría escandalosamente, probablemente le diría que era la mujer más bonita que había visto en su vida y bajo esa andanada de cumplidos absurdos, ella no tendría ni la más remota idea de lo que él pensaba realmente sobre los cambios en su apariencia. Sólo si fuera honesto con ella podría saber si se veía ridícula o no.

Se detuvo delante de ella. Pasaron varios segundos esperando que apareciera esa sonrisa de donjuan y comenzara a fluir ese adulador lenguaje. Él se frotó la barbilla con los nudillos.

– Parece que Buddy hizo un buen trabajo. ¿Te dio la factura?

Estupefacta, ella observó cómo la rodeaba y se dirigía hacia el faro que Buddy había reparado, agachándose para examinar las ruedas nuevas. Su placer se desvaneció en ese momento, y se sintió humillada.

– Está en la guantera.

Él se levantó y la miró con chispas en los ojos.

– ¿Por qué demonios conducías tan rápido?

Porque la chicas bonitas con frívolas sandalias abiertas y cabello rebelde son espíritus libres que no se ocupan de cosas tan mundanas como los límites de velocidad.

– Supongo que estaba pensando en otras cosas. -¿Cuándo iba a decirle que ella era la cosita más bonita que había visto en su vida, como le decía a todas las mujeres que se le ponían delante?

Apretó los labios molesto.

– Había pensado que condujeras el T-Bird mientras estuvieramos aquí, pero creo que he cambiado de idea después de ver a la velocidad que ibas. Conducías el coche como si te estuvieran persiguiendo.

– Lo siento. -Ella rechinó los dientes mientras la cólera sustituida su dolorosa decepción. Ella había gastado hoy una fortuna, y a él no parecía impresionarle.

– Apreciaría mucho que no volvieras a hacerlo.

Ella enderezó los hombros y alzó la barbilla decidida a no dejar que la intimidara. Por primera vez en su vida, sabía que estaba guapa y si él no lo pensaba así, era una lástima.

– No ocurrirá de nuevo. Ahora si acabaste de gritarme, voy a ver a Natalie. Le dije que vigilaría a Elvis durante toda la tarde.

– ¡Se supone que eres mi ayudante, no la niñera!

– Las dos cosas son lo mismo -escupió ella.

capítulo 11

El Lincoln marrón se detuvo ante la entrada de la amplia casa de ladrillo blanqueado que Wayland Sawyer había construido orientada hacia el río. Mientras el chófer se acercaba para abrir la portezuela, Suzy pensó que Sawyer no podía haber encontrado mejor manera de mostrar su éxito ante la gente de Telarosa que con esa magnífica casa. Según los rumores, tenía pensado conservarla para pasar los fines de semana una vez hubiera cerrado Tecnologías Electrónicas Rosa.

Cuando el chófer abrió la portezuela y la ayudó a bajar, Suzy se dio cuenta de que tenía las palmas de las manos húmedas. Desde su reunión con Sawyer dos días antes, no había podido pensar en otra cosa. Había preferido vestir unos cómodos y holgados pantalones en lugar de un vestido. La chaqueta a juego llegaba a la altura de las caderas y tenía impresa una caprichosa escena de un dibujo de Chagall en tonos coral, turquesa, fucsia y aguamarina. Sus únicas joyas eran su alianza y los pendientes de diamantes que Bobby Tom le había regalado al firmar su primer contrato con los Stars.