La puerta finalmente se abrió, sus pensamientos y ella se encontraron cara a cara con uno de los hombres más feos que había visto nunca: gigantesco, con grueso cuello y hombros desnudos y protuberantes. Lo miró con interés al tiempo que los ojos del hombre descendían rápidamente por su traje azul marino y su impoluta blusa blanca de poliéster hasta sus zapatos negros.
– ¿Sí?
Enderezó los hombros y alzó la barbilla una pizca.
– Estoy aquí para ver al Sr. Denton.
– Pues ya era hora. -Sin previo aviso, la agarró del brazo y tiró de ella hacia el interior-. ¿Trajiste música?
Ella se alarmó ante la pregunta, percibiendo sólo una vaga impresión del vestíbulo: suelo de caliza y un montón de aluminio en la escultura de la pared junto con un soporte de granito para un casco de samurai.
– ¿Música?
– Claro, le dije a Stella que se asegurara de que traías tu propia música. No importa. Guardo la cinta que se dejó la última chica que vino.
– ¿La cinta?
– Para Bobby Tom en el jacuzzi. Los chicos y yo queríamos darle una sorpresa. Espera aquí mientras lo preparo todo. Luego entraremos juntos.
Sin más, desapareció por una puerta corredera de shoji [3] que había a la derecha. Lo siguió con la mirada, entre alarmada y curiosa. Obviamente la había confundido con otra persona, ya que sabía que Bobby Tom no aceptaba llamadas de Windmill Studios; se preguntó si debería aprovechar el malentendido.
La vieja Gracie Snow habría esperado pacientemente a que regresara para poder explicarle su misión, pero la nueva Gracie Show tenía ante sí la aventura que tan ardientemente deseaba y siguió el sonido de la áspera música a lo largo de un pasillo.
Las habitaciones que pasó no se parecían a ninguna que ella hubiera visto antes. Siempre había estado secretamente ávida de sensaciones y sólo con ver no la llenaba. Sentía comezón en las manos por acariciar la aspereza de la escultura de hierro oxidado y los bloques de granito donde se asentaba, que parecía un árbol prehistórico seccionado. Quería sentir en la punta de sus dedos la textura de las paredes, algunas de las cuales estaban lacadas en un gris pálido mientras que otras estaban cubiertas por trozos de cuero gastado color ceniza. El mobiliario era otro tema, como un diván tapizado en loneta con un estampado tipo cebra que parecía llamarla por señas y el aroma de eucalipto que salía de unas urnas antiguas tentando sus orificios nasales.
Entremezclándose con el eucalipto, distinguió el olor a cloro. Al rodear un gran macizo de grandes rocas que ocultaban artísticamente la pared, abrió más los ojos con sorpresa. El pasillo desembocaba en una lujosa gruta, cuyas paredes eran enormes láminas de vidrio desde el suelo al techo. Palmas, bambú y alguna otra planta exótica se disponían como tumbonas independientes sobre el suelo de mármol negro, haciendo que la gruta pareciera tropical y prehistórica. La piscina de losetas negra y forma asimétrica parecía un estanque escondido donde los dinosaurios podrían acercarse a beber. Incluso las sillas de diseño austero y las mesas hechas de rocas redondeadas se mezclaban con el ambiente.
El decorado podía parecer prehistórico, pero los invitados eran bien modernos. Era un grupo heterogéneo de unas treinta personas. Todas las mujeres eran jóvenes y bellas, mientras los hombres, tanto blancos como negros, tenían músculos protuberantes y gruesos cuellos. No sabía nada sobre futbolistas salvo las malas reputaciones que les precedían y al observar los escasos bikinis utilizados por la mayor parte de las mujeres, no pudo reprimir la pequeña chispa de esperanza de que podrían estar a punto de comenzar algún tipo de orgía. No era que fuese a participar en tal cosa, suponiendo que alguien la invitara, pero sería algo interesante de observar.
Una de las mujeres chilló agudamente centrando la atención en el jacuzzi espumoso que había en el centro de unas rocas redondeadas sobre una plataforma cerca de las ventanas. Cuatro mujeres retozaban en las burbujas y Gracie sintió envidia y admiración al ver los brillantes pechos bronceados que sobresalían por las partes superiores de sus bikinis. Luego desplazó la mirada de las mujeres al único hombre que había en la plataforma, y se quedó paralizada.
Lo reconoció de inmediato por las fotos. Él permanecía de pie al lado del jacuzzi como un sultán examinando a su harén, y mientras lo miraba, todas sus fantasías sexuales secretas tomaron vida. Ese era Bobby Tom Denton. Santo Dios.
Era la personificación de cada hombre con el que había soñado alguna vez; Todos los chicos del colegio que la habían ignorado, todos los jovencitos que nunca recordaron su nombre, todos los hombres atractivos que habían elogiado su madurez pero que nunca habían pensado en invitarla a salir. Él era una brillante criatura sobrehumana que debía haber sido puesta sobre la tierra por algún Dios perverso, para recordarles a las mujeres feas como ella que algunas cosas eran inalcanzables.
Sabía por las fotos que había visto, que su sombrero vaquero ocultaba un cabello rubio y grueso y que el ala del sombrero escondía unos ojos color azul medianoche. A diferencia de ella, sus pómulos podrían haber sido cincelados por un escultor renacentista. Tenía la nariz firme y recta, la mandíbula fuerte y una boca que debería de venir con una etiqueta de advertencia. Era completa y soberanamente masculino, y mientras lo miraba, sintió el mismo deseo penetrante que experimentaba en las cálidas noches de verano cuando yacía sobre la hierba con los ojos clavados en las estrellas. Él brillaba intensamente, y era totalmente inalcanzable.
Llevaba un sombrero de vaquero negro, unas botas vaqueras de piel de serpiente y un albornoz de terciopelo con motivos rojos y verdes con forma de relámpago. Teníaía una botella de cerveza en una mano y el humo ascendía desde el cigarro que sujetaba en una esquina de su boca. La piel entre el borde de las botas y la bastilla del albornoz estaba desnuda, revelando unas pantorrillas poderosamente fuertes; se le secó la boca al preguntarse si estaría desnudo bajo el albornoz.
– ¡Oye! Te dije que me esperaras junto a la puerta.
Dio un brinco cuando el corpulento hombre que la había dejado entrar apareció detrás de ella con un casete en la mano.
– Stella dijo que eras bastante caliente, pero le dije que quería una rubia. -La miró dubitativamente-. A Bobby Tom le gustan las rubias. ¿Eres rubia bajo la peluca?
Llevó la mano hasta la trenza.
– Realmente…
– Me gusta el disfraz de bibliotecaria que llevas puesto, pero necesitas bastante más maquillaje. A Bobby Tom le gustan las mujeres maquilladas.
Y los pechos, pensó ella, dejando vagar los ojos hacia la plataforma. A Bobby Tom también le gustaban las mujeres con los pechos grandes.
Ella devolvió la mirada al radiocasete, intentando buscar la manera de aclarar el malentendido entre ellos. Cuando comenzaba a formular una explicación razonable, el hombre se rascó el pecho.
– ¿Te dijo Stella que queremos algo especial, ya que está algo deprimido por su retirada? Incluso habla de dejar Chicago para irse a vivir a Texas todo el año. Los chicos y yo creemos que esto le puede divertir. A Bobby Tom le encantan las strippers.
¡Strippers! Gracie cerró los dedos con fuerza alrededor de sus perlas falsas.
– ¡Oh, Dios mío! Debería saber…
– Hubo una stripper con la que pensé que se casaría, pero no pasó su examen sobre fútbol. -Negó con la cabeza-. Todavía no me puedo creer que el mejor receptor del mundo haya colgado su casco por Hollywood. Maldita rodilla.
Ya que él parecía hablar para sí mismo, Gracie no respondió. Estaba intentando asimilar el increíble hecho de que ese hombre la había confundido a ella, -la última virgen de treinta años del planeta- con ¡una stripper!
Era embarazoso.
Aterrador.
¡Era emocionante!
Otra vez, la miró críticamente.
– La última chica que nos envió Stella vino vestida de monja. Bobby Tom casi se muere de risa. Pero estaba más maquillada. A Bobby Tom le gustan las mujeres con más maquillaje. Puedes hacerlo arriba.
Era el mejor momento para poner fin a ese malentendido, se aclaró la voz-: Desafortunadamente, señor…
– Bruno. Bruno Metucci. Jugué con los Stars en la época en la que Bert Somerville llevaba la batuta. Desde luego, nunca fui tan bueno como Bobby Tom.
– Entiendo. Bueno, lo que pasa es que…
Un chillido de mujer surgió del jacuzzi y la distrajo. Levantó la vista para ver a Bobby Tom mirando con indulgencia a las mujeres que retozaban a sus pies, mientras en la ventana a sus espaldas se veía brillar tenuemente en la distancia las luces del lago Michigan. Por un momento tuvo la ilusión de que él flotaba en el espacio, un vaquero cósmico, con su stetson, sus botas y su albornoz, un hombre que no estaba gobernado por las mismas reglas gravitatorias con las que los ordinarios mortales estaban atados a la tierra. Parecía llevar puestas espuelas invisibles en esas botas, espuelas que giraban a velocidad supersónica, como una rueda de chispas brillantes que iluminaban todo lo que él hacía en su vida.
– Bobby Tom, me dijiste que me volverías a hacer las preguntas -dijo una de las mujeres desde las burbujas del jacuzzi.
Lo había dicho bastante alto y se oyeron gritos de ánimo cada vez más elevados entre los invitados. Como si fueran un solo cuerpo, todos se giraron hacia la plataforma, aguardando su respuesta.
Bobby Tom, con el cigarro en la boca y el botellín de cerveza en una mano, metió la otra en el bolsillo del albornoz y la miró con preocupación.
– ¿Estás segura de que estás preparada, Julie, cariño? Sabes que sólo tienes dos oportunidades y fallaste la pregunta sobre la carrera de Eric Dickerson y su record de cien yardas la última vez.
– Estoy segura. He estudiado muchísimo.
Julie tenía el mismo aspecto que si estuviera posando en bañador para la portada de Sports Illustrated. Cuando salió del agua, su cabello rubio y mojado caía en pálidos mechones sobre sus hombros. Se sentó en el borde del jacuzzi, mostrando un traje de baño formado por tres diminutos triángulos turquesa bordeados en amarillo brillante. Gracie sabía que muchas de sus amistades desaprobarían un bañador tan revelador, pero como fiel creyente de que cada mujer debía resaltar sus atractivos, Gracie pensó que estaba maravillosa.
Alguien bajó el volumen de la música. Bobby Tom estaba sentado sobre una de las grandes rocas redondeadas y apoyó una de sus botas vaqueras de piel de serpiente sobre la otra rodilla desnuda.
– Ven aquí y te daré un beso de buena suerte. Y no me decepciones esta vez. He puesto mi corazón en que tú serás la señora de Bobby Tom.
Mientras Julie cumplía con su petición, Gracie contempló inquisitivamente a Bruno.
– ¿Les hace un examen sobre fútbol?
– Por supuesto. El fútbol es la vida de Bobby Tom. No cree en el divorcio, y sabe que no podría ser feliz con una mujer que no entendiera el juego.
Mientras Gracie intentaba asimilar esa información, Julie besaba a Bobby Tom, que luego palmeó su trasero mojado enviándola de regreso a su sitio en el borde del jacuzzi. Los invitados se habían arremolinado cerca de la plataforma para observar el espectáculo. Gracie aprovechó que Bruno también miraba el intercambio para subir uno de los escalones que había a sus espaldas para no perderse nada.
Bobby Tom dejó el cigarro en un cenicero negro.
– Está Bien, cariño. Comencemos con los quarterbacks. Terry Bradshaw, Len Dawson y Bob Griese, ¿cúal de ellos obtuvo el mejor promedio? Ya ves que intento facilitarte las cosas. No te pido los porcentajes de cada uno, sino que me digas cual fue el mejor.
Julie lanzó su pelo mojado y liso sobre su hombro y le dirigió una sonrisa confiada.
– Len Dawson.
– Realmente bien. -Las luces del jacuzzi apuntaban hacia el techo, y su cara estaba visible bajo el ala del sombrero. Aunque Gracie estaba demasiado lejos para estar segura, creyó detectar una chispa de diversión en esos ojos azul oscuro. Como una estudiante devota de la naturaleza humana, estaba plenamente interesada en observarlo.
– Ahora veamos si has resuelto tus lagunas del último examen. Vamos a 1985 y nombra el mejor receptor de la NFC.
– Bien. Marcus Allen.
– ¿Y de la AFC?
– Curt… ¡No! Gerald Riggs.
Bobby Tom se llevó la mano al corazón.
– ¡Uf!, por un momento me has detenido el corazón. De acuerdo, ahora ¿el gol de campo más largo en un partido de la Super Bowl?
– 1970. Jan Stenerud. 4ª Superbowl.
Él miró a la gente y sonrió ampliamente.
– ¿Soy yo el único que está oyendo campanas de boda?
Gracie sonreía ante su aire chulesco cuando se inclinó hacia adelante para murmurar en el oído de Bruno:
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