– Lo siento, Gracie. Tienes razón. Dime como empieza.
– Dices: “Y tú deberias…
– Ya me acuerdo: “ Y tú deberias venir con una advertencia, querida”. Joder, eso es todavía más estúpido. No es extraño que no la pueda recordar.
– Pues no es tan mala como la siguiente: “Por qué no me registras y miras si la tengo.” -Ella miró el guión con preocupación-. Tienes razón, Bobby Tom. Esto es realmente estúpido. No creo que al guionista le gusten más las escenas de amor que a tí. El resto del guión es por el estilo.
– Ya te lo dije. -Él se incorporó en el sofá-. Me dan ganas de tener una de esas pataletas en plan estrella que se lee en People. Necesitamos que se reescriba.
– En realidad, no hay tiempo para eso. -Ella miró otra vez el guión-. Sabes, esto podría funcionar si los dos lo decís con naturalidad. Sólo con una sonrisa. Los dos sabeis que es estúpido. Una especie de broma sexual, nada más.
– A ver -Tendió la mano para que se lo pasara. Ella se lo dio y él lo estudió-. Puede que tengas razón. Hablaré con Natalie sobre ello. Cuando no tiene delante ese bebé, alguna que otra vez muestra algunos atisbos de sentido común.
Pasaron los diez minutos siguientes estudiando el guión. En cuanto Bobby Tom decidía hacer algo, lo hacía bien. Resultó tener una memoria rápida y cuando lo llamaron al escenario, lo sabía sin fallos.
– Te vienes conmigo, Gracie.
– Me temo que no puedo. Tengo que hacer demasiadas cosas. -Si bien Bobby Tom no sentía nada por Natalie, era un hombre saludable y viril, e inevitablemente, iba a disfrutar de todo ese contacto físico. Ella no quería verlo. ¿Qué mujer en sus cabales observaría deliberadamente al hombre que amaba hacer el amor con otra mujer, especialmente una tan bella como Natalie Brooks?
– Todo lo demás tendrá que esperar. Te quiero conmigo allí mismo, en el cañón. -Se puso un par de botas de cuero.
– Molestaré. Será lo único que haga.
– Es una orden, Gracie. De tu jefe. -Agarró rápidamente el guión y su brazo y la empujó a la puerta. Pero cuando iba a agarrar el picaporte, se paró repentinamente. Girándose, la comenzó a estudiar de una manera que hizo que punzadas de excitación recorrieran su piel.
– Gracie, cariño, si no te importa, me gustaría que me dieras tus bragas antes de irnos.
– ¡Qué!
– Creo que lo dije bien claro.
Su pulso aceleró a toda velocidad ante el sonido de esa ronca voz arrastrada.
– ¡No puedo salir sin bragas!
– ¿Por qué no?
– Porque… porque estaría afuera, y estaría…
– Estarías desnuda bajo esa linda faldita tuya, pero mientras aparentas ser una dama delante de todo el mundo, yo lo sabría.
Otra vez, la recorrió con la mirada, haciendo que su piel se volviera húmeda y caliente. Él no entendía que ella no era el tipo de mujer que se paseaba sin ropa interior, ni siquiera en su versión “arreglada”.
Ante su vacilación, él suspiró pacientemente con exageración, de la manera que lo hacía cuando quería manipular a alguien.
– No me puedo creer que discutamos por esto. Aparentemente todas esas distracciones de estas dos semanas han hecho que olvides nuestro trato. Tú y yo sabemos lo que hay debajo de la falda. -Otro suspiro-. Nunca pensé que tendría que darte a ti, una catequista, un sermón sobre ética.
Ocultando el deseo con una risa nerviosa, que sólo lo animaría a ser todavía más escandaloso, intentó sonar razonable.
– Las catequistas no se pasean sin ropa interior.
– Indícame la parte de la Biblia donde pone eso.
Esta vez ella se rió.
– Estoy perdiendo la paciencia, querida. -Las chispas en aquellos ojos azul oscuro, la dejaron sin aliento. -Dámelas, querida. O te las quitaré.
Oh, Señor, esa voz arrastrada y ardiente. Reptaba por su cuerpo como una caricia íntima, y ella tuvo un momento de pura temeridad. Toda una vida de moderación, donde había sido la vieja Gracie Snow, voló ante sus ojos. Ahora, era una mujer salvaje.
Con la piel ardiendo, le dio la espalda, metió las manos bajo su falda, y bajó unas braguitas amarillo dorado.
Bobby Tom se rió entre dientes y las tomó de sus manos.
– Gracias, querida. Creo que me inspirarán.
Las metió hasta el fondo del bolsillo de sus vaqueros; eran tan diminutas que no dejaron ni el más mínimo bulto.
– Estos músculos deberían venir con licencia.
– Y tú deberias venir con una advertencia, querida.
– Por qué no me registras y miras si la tengo.
Natalie y Bobby Tom sonrieron mientras decían el estúpido diálogo, haciéndolo sonar provocativo, pero sin empalagar. Estaban encima de la manta que Gracie había ido a recoger horas antes, que estaba extendida en un claro del bosque lleno de hierba y sombreado por sicomoros y robles.
– Es exactamente lo que voy a hacer. -Bobby Tom siguió sonriendo mientras abrazaba con fuerza a Natalie y deshacia el nudo que cerraba su blusa campesina.
¿Y por qué estaba sonriendo?, pensó Gracie, apartando la vista de la tela que caía dejando al descubierto el cremoso hombro de Natalie. Realmente era un maestro en convertir el sexo en un jueguecito divertido.
La cálida brisa se coló bajo su falda, acariciando su trasero desnudo. Dejando hipersensible su piel. Estaba excitada por su desnudez y asustada de que una repentina racha de viento levantara la parte delantera de su falda y mostrara su secreto al mundo. Todo era culpa de Bobby Tom. Ya era bastante malo haberla convencido de salir casi desnuda, pero mientras él y Natalie rodaban, él había agravado su pecado mirándola y tocando deliberadamente el bolsillo de sus vaqueros, recordándole lo que allí había. Nunca había compartido un secreto sexual con un hombre, y la hacía sentirse mareada y febril.
Los árboles susurraban por encima de ella, y el aire en el cañón llevaba un leve aroma a cedro. El diálogo continuó hasta que se interrumpió por el suave sonido de un beso. A pesar de su intención de comportarse profesionalmente, no se resignaba a mirar. Quería ser la mujer que estuviera en sus brazos sobre la manta. A solas con él, sólo los dos. Desnudos.
– ¡Oh, mierda!
La exclamación de Natalie interrumpió su ensueño.
– ¡Corten! -gritó el director-. ¿Qué sucede? -Gracie miró al mismo tiempo a Bobby Tom y a su bella acompañante-. ¿Te duele algo, Natalie?
– Me subió la leche. Dios mío, lo siento muchísimo. Estoy empapada. Necesito una blusa nueva.
Bobby Tom se puso de pie tan rápidamente como si hubiera estado expuesto a una enfermedad mortal.
– Diez minutos, para todos -anunció el director-. Los de guardarropa, otra blusa para la señorita Brooks. Y será mejor que traigais otra también para el Sr. Denton.
Bobby Tom se quedó helado.
Bajó la cabeza.
Una expresión de absoluto horror apareció en su rostro cuando vio dos círculos húmedos en la parte delantera de su camisa.
Una risita se escabulló por los labios de Gracie. Ella pensó que nunca había visto a nadie desabotonar una prenda tan rápidamente. Se la pasó al ayudante de guardaropa e inmediatamente se acercó a Gracie.
– Vamos.
Con los ojos entrecerrados y la mandíbula fuertemente apretada, la guió a través de los árboles sobre el terreno rocoso, caminando tan rápido que ella tropezó. Él tiró de ella, pero no aflojó el paso. Sólo cuando estaban fuera de la vista de los demás, se paró y se apoyó contra el tronco de un nogal.
– Esto es la peor experiencia de mi vida. No puedo hacerlo, Gracie. Antes me comería una rata que ir allí para quitarle la blusa a esa mujer. No puedo hacer el amor con una madre que está dando de mamar.
Él parecía tan apesadumbrado que Gracie no pudo evitar sentir simpatía por él, si bien iba contra sus sentimientos más feministas. Intentó usar su tono más razonable, algo verdaderamente difícil cuando estaba tan cerca de él.
– La función del pecho de una mujer es alimentar a los bebés, Bobby Tom. No dice nada bueno de ti que lo encuentres tan ofensivo.
– No es que lo encuentre ofensivo. Es sólo que no permite que me olvide de que estoy besando a la esposa de otro. Hacer el amor con Natalie Brooks es algo imposible. En contra de lo que puedas haber oído, no me lío con mujeres casadas.
– No, supongo que no. A tu peculiar manera, machista, tienes sentido del honor.
Algunos hombres habrían visto que era un cumplido un tanto dudoso, pero Bobby Tom pareció complacido.
– Gracias.
Se miraron el uno al otro durante un buen rato. Cuando él habló, su voz sonó ronca.
– Me temo que vas a tener que ponerme de mejor humor para que haya alguna oportunidad de que el trabajo de hoy sea decente.
– ¿Ponerte de mejor humor?
La atrajo hacia su pecho y presionó su boca sobre la de ella como si quisiera devorarla. Su respuesta fue inmediata. Las llamas recorrieron su sangre a toda velocidad y ella respondió a su pasión con la suya. Su boca estaba abierta, su lengua era agresiva. Hundió los dedos en su pelo grueso mientras él metía la mano bajo la falda. Sus grandes manos ahuecaron su trasero y la levantó del suelo. Ella lo rodeó con las piernas y sintió la ruda abrasión de la tela de los vaqueros contra la sensible piel del interior de sus muslos. Él se giró de tal modo que la espalda de Gracie se apretara contra el tronco del árbol. Ella sintió su deseo, grueso y duro, contra sí y una parte suya, muy lasciva, quiso desgarrar la cremallera de sus vaqueros para que no hubiera ninguna barrera entre ellos.
Los años de privación la llevaron más allá de los límites del control. Hambrienta, gimió y le apretó más entre sus muslos.
Ella oyó una suave maldición. Él suavizó el agarre de su culo y la bajó hasta que sus pies tocaron el suelo.
– Lo siento, cariño. Me sigo olvidando de cuanto te excitas. No debería haber comenzado esto.
Ella se apoyó contra él. Él la cogió por la nuca y la atrajo contra su pecho desnudo. Él olía a jabón, a limpio y a verano. Ella apretó sus ojos cerrados, deseando haber manifestado más control.
– Dame mis bragas, por favor.
Ella temió que se negara, pero aparentemente él comprendió que ya se había divertido bastante. La soltó para meter la mano en el bolsillo. Ella fijó los ojos en su pecho cuando le entregó el naylon amarillo dorado. Cuando él habló, no había ni rastro de risa en su voz y tenía el filo acerado de la determinación.
– Mañana por la noche nadie detendrá lo que hemos empezado.
Antes de que ella pudiera contestar, él se dio la vuelta y se marchó.
A ella le llevó varios minutos arreglarse; a regañadientes regresó al lugar donde rodaban la película. Natalie se había vestido con una blusa limpia, y mecía a Elvis entre sus brazos mientras cantaba una canción. Bobby Tom, todavía con el pecho desnudo, permanecía de pie entre ella y el director, que parecía darles los últimos consejos. El director se dio la vuelta para hablar con un cámara y uno de los maquilladores abordó a Natalie con un bote de laca.
Natalie lo detuvo con la mano.
– Un momento. No quiero que Elvis respire eso. ¿Puedes cogerlo, Bobby Tom? -Sin esperar su consentimiento, metió con fuerza el bebé entre sus brazos y se alejó unos pasos para que le rociaran el pelo.
Bobby Tom arqueó las cejas con alarma. Al mismo tiempo, su cuerpo reaccionó con el instinto de un receptor profesional y automáticamente acercó el bebé a su pecho.
Elvis emitió un gorgoteo feliz. Rozando con familiaridad la piel con la mejilla, instintivamente movió la cabeza buscando sobre el bien formado músculo pectoral desnudo de Bobby Tom y abrió su ávida boquita.
Bobby Tom le dirigió una severa mirada.
– Ni lo sueñes, colega.
Elvis rió entrecortadamente y se chupó los dedos.
capítulo 14
Al caer la tarde siguiente, Gracie y Bobby Tom estaban sentados en la última fila de las gradas de madera del Instituto de Telarosa, mirando el campo vacío de fútbol.
– No me puedo creer que nunca fueras a un partido de fútbol en secundaria -dijo él.
– Había mucho que hacer en Shady Acres por las tardes. Era difícil poder salir. -Incluso a sus oídos, sonaba tensa. El día anterior, en el cañón, él había dicho que esa noche sería la noche en que acabarían lo que habían comenzado y ella estaba tan nerviosa que apenas podía soportarlo. Al mismo tiempo, él estaba tan frío y controlado como siempre. Quería matarlo.
– Parece como si no te hubieras divertido demasiado de niña. -Rozó el costado de su pierna y ella dio un brinco. La miró con aire inocente, luego se estiró para coger un muslo de pollo del envase que había comprado para comer, junto con patatas fritas, ensalada y pan de ajo.
Quizá su roce había sido accidental. Por otra parte, conociéndolo como lo conocía, era muy posible que él deliberadamente la estuviera distrayendo. Debía saber que ella estaba impaciente desde que había abierto la puerta de su pequeño apartamento y lo había visto de pie al otro lado con unos vaqueros, el stetson, y una camiseta descolorida de los Titans del Instituto de Telarosa que podía tener sus buenos quince años, y que en aquel tiempo podría haber quedado perfecta sobre sus espectaculares pectorales, pero ahora, definitivamente le apretaba. Como Bobby Tom siempre llevaba la ropa impecable, supo que vestir la desgastada camiseta era intencionado. Formaba parte de su intento de recrear una cita de secundaria.
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