– Está bien, cariño. Parte de la diversión es la anticipación. -Paseó las yemas de sus dedos por los nudos de su columna vertebral.

– No quiero anticipación -gimió ella-. Quiero que empecemos de una vez para poder terminar ya.

– Querida, empezamos hace un par de horas. ¿Aún no te has dado cuenta? Sólo porque llevemos puestas todavía nuestras ropas, no quiere decir que no hayamos empezado desde el mismo momento en que te subiste a la camioneta esta noche. -Dibujó círculos sobre los relieves de su columna.

Ella giró la cabeza para mirarle. Él sacó la mano de su jersey y le sonrió. Ella imaginó ver ternura en sus ojos, pero debía ser sólo porque era lo que deseaba ver. La camioneta comenzó a rebotar y se enderezó.

– ¿Dónde estamos?

– En el río. Te dije dónde iríamos, como en secundaria. Gradualmente, cariño, para que no te sientas defraudada. Aunque si fueramos estrictos en eso, primero tomaríamos un helado en el Dairy Queen, pero si te digo la verdad, creo que no puedo tener las manos alejadas de ti ni un minuto más. -Él detuvo la camioneta, apagó el motor y los faros, luego bajó la ventanilla. Entró la fresca brisa de la noche y ella oyó el sonido de agua corriendo. A través del parabrisas, la luz de la luna iluminaba las hojas de pacana y los cipreses que crecían en la ribera.

Ella tragó.

– Hemos venido aquí, para… Ya sabes… Aquí. ¿En la camioneta?

– ¿Quieres que te dé el orden del día?

– Bueno, yo…

Él sonrió y se quitó el sombrero.

– Ven aquí, Gracie Snow. Llegó el momento.

capítulo 15

Gracie se deslizó en los brazos de Bobby Tom tan fácilmente como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Él apoyó en ella la barbilla mientras metía una mano bajo su jersey. Con la oreja presionada contra su pecho, ella oyó el latido fuerte y regular del corazón de Bobby Tom.

Él rozó su pelo al tiempo que acaricaba la piel de su espalda con el pulgar.

– Gracie, cariño, sabes que esto no es para siempre, ¿verdad? -Su voz era tierna y más seria de lo que nunca había oído-. Eres una buena amiga y no quiero lastimarte, pero no soy de los que se atan. Aún puedes cambiar de idea si piensas que no puedes manejar algo temporal.

Ella había sabido desde el principio que su relación no era para siempre, pero no porque él no fuera de los que sientan cabeza. Simplemente no se ataría a alguien tan ordinario como ella. A él le iban rubias despampanantes y pelirrojas de infarto, mujeres con cuerpos modelados por el aerobic y magnificos pechos. Reinas de la belleza y del rodeo que posaban nada más que con una sonrisa. Su esposa, sería alguien así, pero Gracie esperaba que por lo menos tuviera tambien algo de cerebro o él nunca sería feliz.

Ella aspiró su olor y dibujó la L de su vieja camiseta de secundaria con la yema del dedo.

– Lo sé. No estoy esperando un final feliz. -Levantó la mirada hacia él y lo observó con gran seriedad-. No quiero nada de ti.

Él levantó una ceja, claramente desconcertado por su declaración.

– Lo digo en serio, lo sabes. No quiero ropa, ni dinero, ni tu autógrafo para ninguno de mis parientes. No voy a vender tu historia a los periódicos sensacionalistas, ni a pedirte que hagas negocios conmigo. Cuando me vaya. No me llevaré nada de ti.

Él entrecerró los ojos con una expresión inescrutable.

– No sé por qué dices todo eso.

– Por supuesto que lo sabes. Todos toman algo de ti, pero yo no lo haré. -Levantó la mano y acarició la línea dura de su mandíbula con los dedos. Luego tomó su stetson y lo dejó caer en el asiento de atrás.

– Bobby Tom, muéstrame cómo complacerte.

Él cerró los ojos y, solo por un instante, pensó haberlo sentido temblar, pero cuando abrió los ojos, vio allí acechando la guasa familiar.

– ¿Te has puesto esa ropa interior de fantasía esta noche?

– Si.

– Ese es un buen principio.

Ella se lamió los labios, recordando repentinamente que había olvidado algo de suma importancia. Decidida a sonar práctica, se aclaró la voz.

– Yo… probablemente necesites saber algo antes de que vayamos más lejos… Tomo la píldora -dijo de sopetón.

– ¿Desde cuando?

– Desde antes de salir de New Grundy. Como había decidido que esto iba a ser un nuevo comienzo, necesitaba estar preparada para no perderme ninguna… nueva experiencia. -Miró fijamente la T voladora de su camiseta-. Pero si bien yo estoy preparada, tú has tenido una vida muy activa -otra vez se aclaró la voz-, sexualmente hablando. -Hizo una pausa-. Asi que espero que… uses condones.

Él sonrió.

– Sé que esta conversación no es fácil para ti, pero has hecho lo correcto; asegúrate de hacer lo mismo con tus futuros amantes. -Una sombra tiñó su rostro y tensó los músculos que rodeaban la boca. Luego, acarició su mejilla con los nudillos-. Ahora voy a decirte algo, que si bien es verdad, no quiero que me creas ni por un segundo porque a los hombres no les gusta usar condones y te diran cualquier cosa para evitar ponérselos.

»El hecho es, cariño, que estoy limpio como una patena. Tengo los análisis que lo prueban. Incluso antes de todos esos casos de paternidad, he sido realmente cuidadoso en todas la relaciones que he mantenido.

– Te creo.

Él suspiró.

– ¿Qué voy a hacer contigo? Sabes que miento más que Pinocho. Soy la última persona de la tierra a la que deberías creer en algo así de importante.

– Siempre te creeré. Nunca he conocido a nadie que le repugne tanto la idea de lastimar a otra persona. Es algo irónico, ¿no?, considerando la violenta manera en que te ganabas la vida.

– ¿Gracie?

– ¿Sí?

– No llevo ropa interior.

Levantó la mirada de golpe.

Él sonrió ampliamente y besó la punta de su nariz. Lentamente su sonrisa se desvaneció y sus ojos se oscurecieron. Deslizándose fuera del volante hacia su lado del asiento, ahuecó su mandíbula entre sus manos y bajó la boca para cubrir la de ella.

En el instante en que sus labios la tocaron, su cuerpo revivió con las sensaciones y sintió como si cada una de sus células vibraran con nueva vida. Su boca era caliente y suave sobre la de ella y entreabrió los labios para él. La punta de su lengua se deslizó entre ellos y ella celebró el placer de tomar cualquier parte de él dentro de su cuerpo. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello y tocó su lengua con la de ella. Con el movimiento se subió su top y él aprovechó para meter una de sus manos debajo, justo por encima de su cintura.

Cuando su beso se hizo más hondo, ella sintió el calor húmedo de su cuerpo a través de su camiseta. Hundió los dedos en sus hombros y tomó su lengua más profundamente en su boca. El resto del mundo desapareció, y sólo quedaron las sensaciones. Le comenzaron a arder los pulmones, y se dio cuenta de que se había olvidado respirar. Se echó para atrás para coger aire. Él enterró los labios en la V de su garganta y mordisqueó el delicado hueso con sus dientes.

– ¡Bobby Tom! -jadeó su nombre.

– ¿Sí, cariño? -Su respiración era aún más superfical que la de ella.

– ¿Lo podemos hacer ahora?

– No, cariño. No estás lista.

– Oh, lo estoy, realmente lo estoy.

Él se rió entre dientes, luego gimió cuando repasó con los pulgares sus costados desnudos.

– Esto es simplemente el precalentamiento. Ven aquí. Más cerca. -La izó hasta que la montó a horcajadas sobre su regazo.

Cuando ella se acomodó encima de él, lo sintió duro y rígido, presionando contra ella a través de sus vaqueros y sus pantalones cortos.

– ¿Yo provoqué eso? -murmuró ella contra sus labios.

– Hace unas tres horas -murmuró él.

Con un estremecimiento de placer, ella se asentó en su regazo. Frotando sus caderas contra las de él, y tomando su boca.

– Para -gimió él.

– Eres tú quien quería jugar -le recordó, hablando contra sus labios abiertos.

– Algunas veces soy demasiado listillo para mi gusto. ¡Dios, no hagas eso!

– ¿Hacer qué? -Ella meció su pelvis otra vez, queriendo hacer desaparecer las barreras entre ellos.

Él agarró la bastilla de su top y tiró hacia arriba, arrastrando su sujetador al mismo tiempo. La empujó hasta que su espalda chocó contra el salpicadero, exponiendo sus pechos.

Ella dejó escapar un gritito cuando él levantó un seno y llevó el pezón a su boca. Clavó los dedos en sus hombros mientras la succionaba. Su posición, montando a horcajadas sobre sus rodillas y apoyándose contra el salpicadero, era incómoda, pero su cuerpo ya no le pertenecía a ella y la tensión poco familiar entre sus muslos abiertos sólo aumentó su excitación. Ella sintió la succión caliente de su boca, el latido entre sus piernas, la humedad de su fina camiseta desgastada bajo las palmas de sus manos. Él metió bruscamente las manos bajo sus muslos y deslizó los pulgares bajo las perneras de sus pantalones cortos.

Incorporándose, ella tomó la camiseta y la sacó de los vaqueros, luego, tanteó entre sus cuerpos hasta la lengüeta de su tensa cremallera. La tomó y comenzó a bajarla. Él ya había abierto la suya y antes de que se diera cuenta, le había bajado los pantalones cortos hasta donde sus muslos abiertos tensaban la tela.

El sonido áspero de su respiración llenaba la camioneta. Ella se deslizó hacia atrás sobre sus muslos hasta que estuvo arrodillada en el asiento a su lado y pudo bajar la cremallera con ambas manos. Él sacó la camiseta sobre su cabeza y en el proceso golpeó el volante con el codo haciendo sonar el claxón. Maldijo, y ella se inclinó hacia sus tetillas para tomarlas en su boca mientras seguía luchado con la terca cremallera.

Sintió en la lengua la dura prominencia. La lamió, tal como él había hecho con ella y sintió como todo su cuerpo se ponía rígido.

Abrió la cremallera.

Él la separó bruscamente, lo suficiente como para sacarle el top por la cabeza y arrojarlo al asiento de atrás. Siguió el sujetador y ella permaneció de rodillas delante de él, excitada, con el pelo alborotado, el anillo de la Super Bowl colgando entre sus pechos desnudos y los desabrochados pantalones cortos deslizandose hasta sus caderas.

Ella contempló la cremallera abierta.

– Está demasiado oscuro -murmuró-. No te puedo ver. -Tocó su estómago con la punta de un dedo.

– ¿Quieres verme?

– Oh, sí.

– Gracie… -sonaba como si luchara por respirar con normalidad-. Parecía una buena idea, pero las cosas van un poco más rápido de lo que había pensado y la camioneta es demasiado pequeña. -Giró la llave en el arranque y metió la marcha con tal brusquedad que ella chocó contra la puerta. La ruedas salpicaron grava cuando metió la marcha atrás y luego la primera. La camioneta rebotó sobre la tierra compacta de la carretera oscura.

Ella se inclinó sobre el asiento de atrás para coger su top. Él la agarró del brazo antes de que lo pudiera localizar.

– Ven aquí. -Sin esperar su consentimiento, la empujó hacia abajo hasta que Gracie yació sobre su espalda, con la cabeza sobre el muslo de Bobby Tom. Entonces él comenzó a conducir demasiado rápido, usando la mano libre para atormentar su pecho.

La camioneta salió disparada a través de la noche con sus dedos acariciándola. A través del parabrisas, ella podía ver el cielo y las copas de los árboles. Estaba al borde de algo inexplicable y cuando no pudo soportar más su dulce tortura, se giró y presionó sus pechos contra él.

La camioneta surcaba la carretera oscura, y su cremallera abierta raspó su mejilla. Ella presionó los labios contra su estómago duro y plano, tocando cada músculo. Él gimió y levantó el muslo de Gracie. Ahuecó la palma de la mano sobre sus pantalones cortos. Movió el talón de la mano y ella comenzó a volar.

– No, no lo harás -murmuró él, apartándose-. No esta vez. No hasta que esté dentro de ti.

Ella siguió viaje en el borde del asiento mientras él conducía alocadamente hacia su casa. Una lluvia de grava chocó contra el lateral del vehículo al dar un frenazo. Al cabo de unos segundos, había apagado el coche y saltado al suelo.

Ella todavía buscaba su top en el asiento de atrás cuando abrió la portozuela.

– No vas a necesitarlo -tomándola de la cintura la sacó de la camioneta.

Si bien la casa estaba apartada y el patio desierto, ella se tapó los pechos con las manos mientras la conducía sobre la hierba. Ella vio su amplia sonrisa con el reflejo de la solitaria luz que iluminaba el porche y se dio cuenta de que él presentaba la misma imagen que en las primeras escenas de la película, con el pecho desnudo y la cremallera de los vaqueros abierta. El sordo ruido de sus botas en las escaleras del porche de madera ahogaba por completo el ligero golpeteo, mas suave, de sus sandalias. Metió la llave en la cerradura y, cuando abrió la puerta, la condujo bruscamente dentro de la casa.