La llevó al dormitorio con una urgencia que la emocionó y asustó a la vez. Le encantaba ver cuanto la deseaba, pero también sabía que lo podía acabar ahuyentando. Siempre había sido algo torpe en las actividades físicas y seguramente ésta no sería la excepción. Miró fijamente la cama de la Bella Durmiente que dominaba la habitación y tragó saliva.

– Es demasiado tarde para dudas, cariño. Me temo que hace dos semanas que pasamos el punto de no retorno. -Se sentó en la cama y se quitó bruscamente las botas y los calcetines. Su mirada vagó sin rumbo hasta la tira de su tanga que se veía a través de la cremallera abierta de sus pantalones cortos.

La empalagosa feminidad del dormitorio lo debería hacer menos intimidatorio, pero sin embargo nunca le había parecido tan abrumador, tan completamente masculino. Su excitación se transformó en ansiedad. Lo miró a los ojos y sólo pudo preguntarse cómo se había metido en ese lío. ¿Cómo había llegado a estar a punto de ofrecerse a un deportista mundano y millonario que era perseguido por las mujeres más bellas del mundo?

Y luego él le sonrió, y sus dudas desaparecieron al tiempo que su corazón se llenaba de amor. Se ofrecía a él porque quería. Creaba recuerdos que la acompañarían el resto de su vida. Él tendió su mano y ella caminó hacia él.

Los dedos que la envolvieron fueron firmes y reconfortantes.

– Todo irá bien, cariño.

– Lo sé.

– ¿Lo sabes? -Cogiéndola por las caderas, la atrajo hasta situarla en medio de sus muslos abiertos.

– Ajá. Ya me dijiste que nada se te resiste.

– Cierto, cariño. Déjalo en mis manos. -Acercó sus labios al pecho de Gracie y metió las manos dentro de sus pantalones cortos para deslizarlos hacia abajo junto con sus bragas. Ella colocó una mano en su hombro y se liberó de la tela de encaje, contenta de estar libre de ella, sintiéndose como una mariposa que finalmente se escapada de una crisálida que la había mantenido cautiva demasiado tiempo. Bobby tom centró la mirada en el nido de rizos cobrizos de entre sus piernas. Cogiéndolo por el brazo, tiró fuertemente de él hasta que se levantó.

Cuando él se puso de pie, ella deslizó sus dedos sobre la cinturilla de sus vaqueros, que colgaban a la altura de las caderas, y descubrió que él no había bromeado cuando le dijo que no llevaba calzoncillos. Le temblaron las manos y vaciló.

Él la tomó por la nuca y ágilmente enredó los dedos entre sus rizos.

– Venga, cariño. No te preocupes.

Sintió la boca seca cuando lentamente tiró con fuerza del tejido suave de los vaqueros. Mirando al suelo, ella se arrodilló. Con infinita lentitud, ella deslizó los vaqueros sobre sus caderas y sobre sus muslos firmes hasta sus tobillos. Él los apartó de una patada. Sintiendo la anticipación, ella se sentó sobre las pantorrillas.

Levantando la mirada de las cicatrices en su rodilla, se paró a la altura de sus caderas.

– Oh, Dios mio…

No había esperado que fuera tan imponente, tan dominante. Abrió la boca sin poder apartar la vista. Era magnífico, mucho más de lo que ella había supuesto. Era increíble tener algo que empujara tan atrevidamente. Arrugó la frente, pero se negó a dejar que el tamaño la preocupara. De alguna manera él se las arreglaría para que ella lo acomodara.

– Ésto va a ser un desastre -murmuró él.

Levantando la cabeza rápidamente le lanzó una mirada herida. Un rubor rojo quemó su piel. Mortificada, se puso rápidamente de pie.

– ¡Lo siento! No quería mirar tan fijamente. Yo…

– ¡No, cariño! -La envolvió entre sus brazos y se rió entre dientes-. No eres tú. Soy yo. Me pones tan cachondo cuando me miras así que corremos el peligro de que se nos vaya todo de las manos en diez segundos.

Ella se sintió tan aliviada de no haber hecho nada mal que una risita subió por su garganta.

– Supongo que entonces, tendríamos que volver a empezar, ¿no?

– Gracie Snow, te estás convitiendo en una auténtica lasciva ante mis ojos. -Pasó la cadena del anillo de la Super Bowl sobre su cabeza-. Esta es, definitivamente, mi noche de suerte.

Comenzó a besarla otra vez. Sus manos estaban por todo su cuerpo, amasando sus nalgas y frotándola contra él. Ella se regocijó de la sensación de su piel desnuda contra la suya. Envolvió los brazos alrededor de su cuello y los elevó hasta rozar con la punta de los dedos la cortina de encaje que colgaba del dosel. Él recorrió su espalda libre, la tendió sobre la colcha, y la colocó en medio de la cama de la Bella Durmiente. Pero él no era un príncipe de cuento de hadas con sólo besos castos en la mente.

Ella enlazó su mirada con la de él y lentamente abrió las piernas, ofreciéndose feliz. Él sonrió y se tumbó al lado de ella en la cama, pasando la palma de la mano por su vientre.

– Tienes clase, cariño.

Inclinando la cabeza, la besó otra vez, arrastrando los dedos entre los rizos sedosos, luego los bajó más para acariciar el interior de sus muslos. Comenzando a torturarla con sus caricias, acercándose más y más, pero sin tocarla donde más necesitaba.

Ella perdió el control, arqueándose contra su mano, tensando cada uno de sus músculos.

– ¡Por favor! -susurró sin aliento contra sus labios-. No te detengas…

– No lo haré, querida. Créeme, no lo haré.

Él la abrió, y su respiración se transformó en un sollozo cuando él rozó sus pliegues con la yema del dedo. Se estremeció de pies a cabeza. Metió un dedo dentro de ella, y, de golpe, ella explotó con un grito.

Él la abrazó mientras temblaba en su extásis. Tan pronto como se calmó y lo sintió, todavía rígido, contra su cadera, tuvo ganas de llorar. Todo lo que había querido era dar, no tomar.

– Lo… lo he echado todo a perder. Lo… lo siento tanto. Sabía que lo estropearía. -Se tragó un sollozo-. Quería que… fuera perfecto, pero nunca he sido buena en las cosas fí…físicas. Nadie me quería en su equipo, y ahora ya sabes porqué. Soy un desastre… y tú… tú no lo eres. Lo he… arruinado todo. -Estaba tan afligida por su orgasmo prematuro que apenas sintió sus labios moviéndose sobre su sien.

– Nadie puede ser hábil en todo, cariño. -Su voz tenía un deje extraño y sofocado.

– ¡Pero quería tanto… ser buena en esto!

– Entiendo. -Él se colocó encima de ella y abrió más sus piernas con las suyas-. Algunas veces hay que aceptar los defectos. Ábrete un poco más, cariño.

Era lo mínimo que podía hacer por él.

Otra vez, ella sintió el roce de sus manos en los muslos, y luego su dedo invasor. Él gimió.

– Eres tan estrecha.

– Lo siento. Eso es porque nunca… -Se quedó sin aliento cuando comenzó a mover el dedo lenta y rítmicamente, acariciándola interiormente y provocando ardientes sensaciones. La exploró con sus hábiles e indagadores dedos, creando un sedoso ritmo íntimo.

– ¿Bobby Tom? -Ella murmuró su nombre como si fuera una pregunta.

– No te disculpes, cariño. No puedes evitar ser un fracaso. -En medio de la niebla de su excitación, se percató que él sonreía contra su mejilla húmeda. Pero antes de que se pudiera plantear por qué lo hacía sintió un duro empuje en la estrecha entrada de su cuerpo. Tensó las manos sobre sus hombros cuando sintió el cosquilleo de un placer que invadía todo su cuerpo.

– Oh…

Él se adentró, invadiéndola poco a poco, dándole tiempo para ajustarse a su tamaño. Ella sentía su contención en la tensión de los músculos bajo sus manos. Pero no quería que se contuviera. Llevaba esperándolo una eternidad.

– De prisa -dijo sin aliento-. Por favor, date prisa.

– No quiero, cariño. -Su voz era tensa, como si estuviera levantando pesas.

– Por favor. No te contengas.

– No sabes lo que me pides.

– Lo sé. Lo quiero todo.

Él tembló y se impulsó en su interior. Oleadas de placer recorrieron su piel y calentaron su sangre. Ella levantó las caderas y envolvió las piernas alrededor de las de él. Él enterró las manos bajo ella y la levantó más, empujándose profundamente en su interior. Ella celebró su propia habilidad para soportar su peso, para aceptar su sexo, y dio una boqueada de pura alegría ante su magia de mujer que permitía que su cuerpo acomodara el de él.

Su respiración sonaba áspera en su oído, y ella se movió contra él como si llevara toda la vida haciéndolo. Las sensaciones que la envolvieron fueron las más poderosas que había sentido, como el viento o el trueno. La llevó más y más alto, hacia las nubes, hacia un lugar misterioso donde sólo existía el éxtasis. La humedad de sus cuerpos se mezcló con sus gritos hasta que alcanzaron el cielo. Por un momento permanecieron allí, perfectamente suspendidos. Luego se dejaron caer juntos en una cascada de lluvia plateada.

Quizás habían pasado minutos o horas antes de que recuperara sus sentidos. Volvió a percibir el mundo poco a poco: el roce del aire fresco en su brazo, el sonido distante de un avión a reacción en lo alto. El cuerpo de él se sentía pesado entre sus brazos. Pero le encantaba su peso y experimentó una sensación de pérdida cuando sintió la suave succión al salir de ella.

Él rodó sobre su estómago, manteniendo la cara hacia ella y colocando el brazo sobre su pecho, justo debajo de sus pechos. Él cerró los ojos y, cuando se puso boca arriba, lo estudió, memorizando cada detalle de su cara: El sensual labio inferior, las pestañas que descansaban sobre sus mejillas, la nariz recta y firme y el húmedo rizo rubio en su sien. Su piel parecía dorada bajo la suave luz de la lámpara. Era tan guapo que la dejaba sin respiración.

La alegría la invadió. Quería bailar; Quería subir al tejado y gritar de júbilo. Nunca había estado tan llena de energía.

– ¿Bobby Tom?

– Uhmm…

– ¿Puedes abrir los ojos?

– Urgmm…

Ella pensó en una caricatura que había visto hacía mucho tiempo de unos ratones danzando en la tela de un paraguas. Así era como se sentía ella, desnuda en la cama con ese hombre, tan feliz como un ratón bailando en la tela de un paraguas.

– Es todavía mejor de lo que pensé que sería. Sabía que eras un amante excelente -y realmente lo eres, Bobby Tom- te aseguro que eres excepcional. Pero no deberías haberte reído de mi cuando pensé que lo había echado todo a perder con mi orgasmo precoz.

Él abrió un ojo y, manteniendo la mejilla contra la almohada, la miró fijamente.

– En caso de que aún no te hayas enterado, no existe nada que se parezca a un orgasmo precoz en las mujeres.

– ¿Y por qué se supone que debería saberlo? Voy a hacerte una crítica constructiva, así que no te ofendas, pero tienes la molesta costumbre de hacer chistes a los que sólo tú ves la gracia.

Él sonrió y levantó el brazo que reposaba bajo sus pechos para juguetear con su pelo entre sus dedos.

– Es que era irresistible -se echó a reir a carcajadas-. Un orgasmo precoz.

– Los hombres los tienen. No veo porqué las mujeres no lo iban a tener.

– Joder, las mujeres modernas lo quieren todo, ¿no es cierto? Pues bien, cariño, eso es algo que los hombres nos reservamos para nosotros solos, aunque nos llevéis al Supremo. -Bostezó y comenzó a rodar sobre su espalda, llevándose la sábana con él.

Ella se sentó con la espalda contra el cabecero.

– ¿Tienes hambre? Yo sí. No pude tragar bocado antes, por lo nerviosa que estaba, pero te juro que ahora me comería hasta un caballo. Me voy a preparar un sandwich, o mejor, un tazón de cereales, o sopa. O tal vez…

– Eres una charlatana, ¿no?

– ¿Crees que lo podemos hacer de nuevo?

Él gimió.

– Necesito un poco de tiempo para recuperarme. No soy tan joven como era hace unas dos horas.

– Creía…, bueno, sé que hay diferentes posturas y todo eso, pero, para ser completamente sincera, me siento fascinada por… eh… el órgano masculino, y no he tenido oportunidad de estudiarlo bien, y…

Ella se interrumpió cuando la cama comenzó a temblar por su risa.

– ¡Órgano masculino!

Ella lo miró con mala cara.

– No le veo la gracia. Soy demasiado vieja para ser tan ignorante y tengo un montón de años que recuperar.

Bobby Tom arrugó la frente con fingida alarma.

– No en una noche, espero.

– Creo que de alguna manera no tendrías problema para seguirme el ritmo. -Ella no había pasado por alto que, a pesar de sus palabras, él había estado observando algunas partes de su cuerpo con cierto interés.

El teléfono se entrometió. Aunque el que estaba en la mesita al lado de la cama estaba sin timbre, oyeron el que estaba en el despacho y que había sonado intermitentemente desde que entraron en la casa. Ya estaba acostumbrada al hecho de que él dejaba que su contestador cogiera la mayor parte de sus llamadas y no le había dado importancia. Esta vez él suspiró y estiró el brazo para cogerlo.

– Puede que si contesto, quien quiera que sea nos deje en paz por el resto de la noche. Hola… No, Luther, no importa, no estaba dormido… Ajá. Bueno, debería de tener confirmada la lista en un par de días… ¿Quieres que venga también, George Strait? -Puso los ojos en blanco-. No puedo hablar más, Luther. Tengo una llamada en la otra línea y estoy seguro de que vendrá Troy Aikman. Bien, se lo diré.