Él colgó de golpe el teléfono y se incorporó para sentarse con la espalda contra las almohadas.

– Me ha dicho que te recuerde que tienes una reunión del comité de “La casa de Bobby Tom”. Pero no vas a ir. Condenados tontos.

– De hecho, creo que sí que iré. Uno de los dos tiene que saber que se traen entre manos.

– Una locura, eso es lo que están haciendo y será mejor que te mantengas alejada porque puede ser contagioso. -Sus ojos vagaron por sus pechos-. ¿Estás lista para el segundo asalto o prefieres quedarte aquí sentada farfullando toda la noche?

Ella sonrió.

– Definitivamente estoy lista para el segundo asalto. Pero… -Buscó valor, determinada a no dejar que se saliera en todo con la suya, aunque tuviera más experiencia que ella y no confiara del todo en sus nuevas habilidades como sirena sexual-. Estoy preparada para el segundo asalto, pero esta vez seré yo quien lleve la voz cantante.

Él la miró con cautela.

– ¿Exactamente qué quieres decir?

– No hay razón para que finjas ignorancia, Bobby Tom. Creo que nos entendemos perfectamente.

Él se rió entre dientes.

Ella cogió la arrugada sábana que cubría sus caderas y la apartó de un tirón.

– Pienso que el mejor lugar para satisfacer mi curiosidad puede ser la ducha.

– ¿La ducha?

– No me estás prestando atención.

– Claro que te la presto. ¿Pero estás segura de estar preparada? Tomar una ducha conmigo significa que seguro que pasas de principiante a maestra en sólo una noche.

Ella lo miró y curvó sus labios en una sonrisa tan vieja como Eva.

– No puedo esperar más.

capítulo 16

Subieron al avión al día siguiente, y ella se sintió emocionada por las sensaciones de volar en una pequeña avioneta. Bobby Tom le había anunciado esa mañana que la llevaba a Austin para poder enseñarle parte de la ciudad, incluyendo los lugares frecuentados por los universitarios. El día era claro, y mientras él identificaba ríos y cañones al volar por encima, ella lo miraba de reojo arrobada.

La noche anterior él había sido todo lo que ella había soñado que sería: Tierno y exigente, había alabado su pasión negándose a dejarla atrás. Ella había entregado todo lo que llenaba su corazón, y no lamentaba nada. Cuando pasaran los años y llegaran las últimas horas de su vida, sentiría placer al recordar que una noche había sido absolutamente amada por Bobby Tom Denton.

– Es genial estar fuera del alcance de ese teléfono -dijo él mientras viraba el avión-. Luther me llama unas seis veces al día, eso sin mencionar lo que me agobian todos los demás.

– Realmente no puedes culpar al alcalde Baines por estar nervioso a causa del torneo de golf -señaló-. Faltan dos meses para el Festival de Heaven y aún no le has dado la lista de quien acudirá. ¿No crees que deberias comenzar a llamar a tus amigos para invitarlos?

– Supongo -dijo sin entusiasmo.

– Sé lo que te pasa. No te importa hacerle favores a todo el mundo, pero eres incapaz de pedir ninguno.

– No lo entiendes, Gracie. A los deportistas los andan acosando todo el tiempo. Si no es por una cosa, es por otra.

– ¿Estás diciéndome que ninguno de esos hombres te ha pedido un favor?

– Algunos.

– Apuesto que más que alguno. -Le dirigió una sonrisa compasiva-. ¿Por qué no me das una lista de tus amigos? Puedo hacer mañana las llamadas en tu nombre.

– Tú lo único que quieres es tener el número de teléfono de Troy Aikman. Lo siento, cariño, pero no creo que sea tu tipo.

– Bobby Tom…

– ¿Hmmm?

– Lamento hacer que tengas una baja opinión de mi, pero no tengo ni la más remota idea de quien es Troy Aikman.

Él puso los ojos en blanco.

– Es un quarterback bastante bueno, cariño. Llevó a los Cowboys a ganar un par de Super Bowls.

– Supongo que me costaría mucho pasar tu examen de fútbol.

– Sólo espero que ninguna de las mujeres de por aquí decida desafiarte.

Esperaba que el avión traquetease al aterrizar en la pequeña pista, pero se posó con tanta suavidad que apenas se notó. ¿Había algo que él no hiciera bien?

Una vez en tierra, se subieron a un coche que le habían llevado hasta la pista de aterrizaje y la llevó a la ciudad, para enseñarle el nuevo ayuntamiento que estaban construyendo y el campus de la universidad de Texas. Al atardecer, paseaban por el lago, un lugar muy popular del centro de Austin.

– Ahora verás algo que no habrás visto en New Grundy.

Ella contempló los imponentes edificios que rodeaban el lago y el puente que lo cruzaba. La gente sentada en los botes del lago parecía esperar algo, como que comenzaran unos fuegos artificiales. De pronto divisó un gran número de aves bajando en picado desde el cielo. Percibió también un olor débilmente acre que le recordaba un zoo.

– Hoy he visto muchas cosas. ¿Qué más me vas a enseñar?

Su amplia sonrisa mostraba un atisbo de picardía.

– Un espectáculo de la madre naturaleza. ¿Te gustan los murciélagos, cariño?

– ¿Murciélagos? -Ella miró fijamente las oscuras y extrañas aves. El olor vagamente picante inundó sus fosas nasales. Percibió un sonido rechinante- No serán… ¡Oh, Dios mío!

En ese preciso instante, una oscura oleada de murcielagos salió del puente, miles de ellos. Y luego otros miles más. Observó embelesada como cada vez salían más, llenando el cielo como si fuera una humareda. Gritó alarmada cuando varios descendieron en picado demasiado cerca para su tranquilidad.

Bobby Tom se rió y la atrajo contra él.

Gracie no era una debilucha y no se habría perdido el espectáculo por nada del mundo, pero los murciélagos eran murciélagos y cuando otro se acercó más de lo deseado, se cobijó automaticamente bajo su pecho, lo cual sólo lo animó a reirse más fuerte.

– Sabía que te gustaría. -Frotó su espalda-. Austin es la ciudad del mundo que tiene la mayor población de murciélagos. Se cuelgan bajo ese puente. No sé como lo saben exactamente, pero dicen que esos murciélagos comen más de veinte mil kilos de insectos en una noche. Normalmente no salen hasta que es más de noche, lo que hace que sea más dificil verlos, pero ha habido mucha sequía últimamente así que salen antes para encontrar alimento. Eso me recuerda que tengo hambre. ¿Qué te parece que vayamos a un mexicano?

– Suena genial.

Como siempre, comer en algún lugar con Bobby Tom supuso conocer gente nueva. Terminaron en Hole in the Wall, uno de los cafés teatros con más tradición de Austin, escuchando alguno de los músicos más famosos de la ciudad. Ella quería pagar su cena, pero como era de esperar él se hizo cargo de la cuenta de todas las personas allí presentes, así que esperó hasta que se dirigían al coche para sacar el dinero de la cartera.

Él la miró.

– ¿Qué es eso?

Ella se preparó, sabiendo que él no aceptaría.

– Te pago mi cena.

Arqueó las cejas rápidamente, y la miró como si fuera a explotar.

– ¡Por supuesto que no! -La hizo meter el dinero en el bolso.

Sabía que perdería en cualquier forcejeo físico con él, así que decidió añadir el dinero al que ya le pagaba.

– No pienses que me voy a olvidar de dártelo, especialmente ahora que hemos dormido juntos. Eso hace todavía más importante que te lo pague. Te lo dije, Bobby Tom, no aceptaré nada de ti.

– ¡Era una cita para cenar!

– Donde cada uno paga lo suyo.

– ¡Nunca pago a escote! ¡Nunca pagaré a escote, así que olvídalo! Por cierto, eso me recuerda… encontré un montón de dinero en el cajón de mi escritorio ayer por la mañana. Pensé que lo había metido allí y luego lo había olvidado, pero ahora lo estoy dudando. No sabrás nada de eso por casualidad, ¿verdad?

– Es el dinero del alquiler.

– ¡Estás loca! ¡No tienes que pagarme ningún alquiler!

– … y también es para pagar el vestido negro que me compraste.

– El vestido fue un regalo. Ni se te ocurra pensar que me devolverás el dinero que costó.

– No pienso aceptar regalos de ti.

– ¡Estamos comprometidos!

– No estamos comprometidos. Pago mi parte, Bobby Tom. Ya sé que va a ser algo difícil para ti aceptarlo, pero es de suma importancia para mí y quiero tu promesa de que respetarás mis deseos, especialmente ahora que hemos dormido juntos.

Él apretó los dientes.

– Eso es lo más ridículo que he oido nunca. Si crees que voy a tocar un solo centavo de ese dinero, puedes esperar sentada.

– Lo que hagas con él es cosa tuya, pero yo pago mis deudas.

– ¡No son deudas!

– Lo son para mí. Te lo dije desde el principio. No aceptaré nada de ti.

Él la miró conteniendo la respiración. Cuando llegaron al coche, se quitó el stetson y golpeó con él contra su pierna. Ella tuvo la impresión de que hubiera preferido golpearla a ella.

Su vuelo de regreso a Telarosa fue silencioso. No le gustó que la armonía del día se hubiera roto, pero él necesitaba entender que ella no cedería en eso. Cuando llegaron a casa, parecía haberse calmado un poco. Ella le agradeció la maravillosa excursión y subiendo las escaleras se dirigió al apartamento, donde se despojó de la ropa y entró en la ducha.

Cuando salió, contuvo el aliento al encontrarlo sentado en la única silla del dormitorio, desnudo, salvo por los vaqueros.

– Cerré la puerta -dijo ella.

– Soy el dueño, ¿recuerdas? Tengo llave.

Apretó con los dedos la toalla blanca en la que se había envuelto. Él no sonreía, y ella no sabía como encararlo.

– Tiéndete en la cama, Gracie.

– Tal vez… tal vez deberíamos hablar de esto.

– ¡Hazlo!

Ella se tendió sobre la cama.

Él se levantó de la silla y bajó la cremallera. Ella clavó los dedos en el colchón, sintiendo una inquieta combinación de nerviosismo y excitación. Él se acercó a ella.

Su corazón latió tan pesadamente en su pecho que lo sentía resonar en la garganta. Él se inclinó y se deshizo de la toalla.

– ¿Vas a pagarme por esto también?

Antes de que pudiera contestarle, había agarrado una de las almohadas y la metía bajo sus caderas.

– Qué…

– Éstate quieta. -Apoyando la rodilla en el borde de la cama, cogió sus muslos con las manos y los separó. Por un momento, la estudió, luego se sentó a los pies de la cama y la abrió con los pulgares.

Se quedó sin respiración cuando él bajó la cabeza. Sintió la abrasión de la barba en el interior de sus muslos cuando mordisqueó la suave piel que encontró a su paso.

– Ahora voy hacer que supliques -dijo él.

Entonces, como no había podido dominarla con la fuerza de su voluntad, la conquistó de otra manera.


*****

Al final, Suzy no había tenido ninguna otra opción. Había pasado casi un mes desde que Way Sawyer había hecho su horrible proposición, y no había podido dejar de pensar en ello. Él, finalmente, había regresado al pueblo hacía una semana, pero no la había llamado hasta el día anterior. Sólo el sonido de su voz ya la había aterrorizado y cuando había señalado que tenía que invitar a algunos socios de negocios en San Antonio y quería que hiciera de anfitriona para él, apenas había podido responder.

Tan pronto colgó el teléfono, había tratado de localizar a Bobby Tom, no para decirle lo que había ocurrido -eso no podía hacerlo- sino solamente para oír el familiar sonido de su voz. Sin embargo, supo, cuando habló con Gracie, que habían pasado el día en Austin.

Mientras el Lincoln se alejaba de su casa para dirigirse a San Antonio, la histeria amenazó con dominarla. Se sentía como una menopaúsica Juana de Arco a punto de sacrificarse por el bien de los suyos. Pero no era tan tonta como para pensar que se lo fueran a agradecer. Cuando su relación con Way fuera del dominio público, sería absolutamente condenada por haberse unido al enemigo.

El apartamento de Way ocupaba las dos últimas plantas de un bello edificio de caliza blanca, bastante antiguo, que estaba situado en la parte alta del famoso Riverwalk de San Antonio. Una criada le abrió la puerta, tomó su maleta del coche y la informó que el Sr. Sawyer llegaría en cualquier momento.

El duplex tenía un aire tropical. Paredes color vainilla con detalles en blanco contrastaban con los cómodos sofas tapizados en rojo, amarillo brillante y verde. La mitad inferior de las altas y estrechas ventanas estaba ocupada por una reja negra de hierro y exuberantes plantas adornaban las esquinas, transmitiendo una atmósfera tranquila que se oponía a la ansiedad que la embargaba. La criada la condujo a un pequeño dormitorio del mismo piso, donde podía empezar a arreglarse. La habitación, obviamente, era para invitados, pero Suzy no tenía ni idea de por qué la criada la había instalado allí, si era una decisión suya o una orden de Way. Se aferró a la esperanza de que dormiría allí, sola, esa noche.