– ¿Si? -Respondió ella, educada como siempre, porque la habían enseñado a ser cortés. Porque las mujeres de su edad habían crecido obedeciendo reglas, siempre dispuestas y anteponiendo sus necesidades ante las de los demás.

Abrió la puerta, rasgando levemente la oscuridad del baño. Él no encendió la luz, pero tampoco cerró la puerta y a pesar de lo dicho anteriormente, se sintió agradecida por la débil incandescencia de la otra habitación. Aunque no quería que la viera claramente, temía estar sola con él en la densa oscuridad.

Ella estudió la silueta de su cuerpo mientras se acercaba a la bañera. Si no fuera tan atractivo, entonces no parecería una traición. Era un hombre fuerte, no tan alto como Hoyt, pero igual de imponente aunque de otra manera. No veía ni la tela, ni el color de la bata que llevaba puesta, pero sí como sus manos iban a la cintura; supo que se estaba desatando el cinturón y apartó la vista. ¿Cuántos hombres adultos había visto desnudos? Había conocido el cuerpo de Hoyt casi tan bien como el suyo, y cuando era niña, ocasionalmente había visto a su padre. Cuando Bobby Tom se quedaba en su casa, algunas veces vagaba en ropa interior, pero eso no contaba. Tenía muy poco con lo que comparar.

El agua se agitó cuando él entro en el jacuzzi y acomodó su cuerpo en la esquina opuesta a donde ella se encontraba. El suave zumbido del jacuzzi ocultaba los sonidos exteriores de tal manera que parecían estar solos en medio de ninguna parte. Él apoyó los codos en el borde y sus piernas rozaron las de ella cuando las estiró. Ella se tensó cuando sintió su mano en el tobillo colocando su pie encima de su muslo.

– Relájate, Suzy. Puedes salir de la bañera cuando quieras.

Si lo dijo para que se tranquilizara, sus palabras consiguieron el efecto contrario porque ella supo que no tenía escapatoria. Si no lo hacía esa noche, seguramente se volvería loca.

Él dibujó lentamente un círculo en el empeine de su pie con el pulgar y todo su cuerpo se estremeció en respuesta.

– ¿Sensible? -La cólera que lo había dominado antes parecía haber desaparecido. Dibujó un ocho en el mismo sitio.

– Tengo los pies sensibles.

– Mmm. -En vez de soltarla, comenzó a masajear los dedos del pie, frotándolos entre el pulgar y el índice mientras continuaba acariciando su empeine con la otra mano. A pesar de todo, ella comenzó a relajarse. Ojalá todo pudiera terminar ahí, con un baño caliente y un masaje reconfortante.

Un silencio sorprendentemente acogedor cayó sobre ellos, y los exquisitos movimientos de sus manos en su pie, combinado con el hecho de que él no mostrara intención de atacar, comenzaron a calmarla. Se hundió más profundamente en el agua.

– Deberíamos haber traído aquí una botella de champán. -Él sonó tan relajado como se sentía ella-. Esto es agradable.

Mientras mantenía su sensual juego de cosquilleos, ella supo que tenía que disculparse por el desagradable comentario que había hecho sobre su madre. Nunca había creído que el grosero comportamiento de otras personas sirviera de excusa para abandonar su código moral.

– Lo que dije sobre tu madre fue cruel e inmerecido. Lo siento.

– Te provoqué.

– Eso no me excusa.

– Eres una buena mujer, Suzy Denton -dijo él suavemente.

Una pesada languidez se deslizó sobre sus músculos convirtiéndolos en gelatina. Hacía mucho que nadie la había tocado. Mientras estuvo casada había dado por supuesto disponer de ese tipo de caricias sensuales, pero ya no lo hacía.

Él alcanzó su otro pie. Las puntas de su pelo se hundieron en el agua cuando se sumergió más en la bañera, pero se sentía demasiado relajada como para mantenerse en guardia. Otra vez, él comenzó con sus masajes lentos y profundos. Ella se dijo que era simplemente por el cansancio que la sensación le parecía tan deliciosa.

Él llevó el pie a sus labios y ella sintió el agradable mordisqueo de sus dientes cuando suave y rápidamente fue a la yema de su dedo gordo.

– Supongo que no tengo que preocuparme por que te quedes embarazada.

Su declaración la despertó de su letargo. Trató de incorporarse, pero él mantuvo agarrado su pie, movió la mano a la parte superior de su muslo, donde siguió acariciándola.

– No, no tienes que hacerlo.

– Por cierto, tú tampoco tienes que preocuparte por mi -dijo él.

¿De qué se suponía que no tenía que preocuparse? Se preguntó ella. Seguro que no era de no dejarlo embarazado.

– Suzy, son los años noventa. Se supone que debes preguntar a tus potenciales amantes sobre sus precauciones sexuales y adicción a las drogas. -Se percíbía la diversión de su voz.

– Válgame Dios.

– Es un mundo nuevo.

– Y no muy agradable.

Él se rió entre dientes.

– Lo tomo como que no voy a tener que responder preguntas.

– Si tuvieras algo que esconder, no habrías sacado el tema a colación.

– Es cierto. Ahora date la vuelta y deja que te frote los hombros.

Cansado de esperar a que ella se moviera, tiró con fuerza y suavidad de sus muñecas y la giró hasta que ella se deslizó entre sus piernas abiertas. Ella sintió los músculos de su pecho contra su espalda. Al cambiar de posición sus caderas, se percató de que estaba bastante excitado. Una chispa de excitación la recorrió de pies a cabeza, seguida inmediatamente por una sensación de culpabilidad.

– Dame el jabón -murmuró él, su voz fue tan suave como una caricia, mientras sus pulgares trabajaban los músculos de sus hombros-. Está a tu derecha.

– No, yo…

Para su sorpresa, él hundió los dientes en la curva de su cuello. La mordió allí, sin dolor, pero con la suficiente fuerza como para recordarle quien tenía el mando. Ella recordó que los sementales frecuentemente mordían a las yeguas que cubrían, a veces incluso hacían sangre a su pareja. Al mismo tiempo, una voz oscura le susurraba que ella sólo tenía que levantarse del agua para que la dejara ir. Pero la voz era demasiado lejana como para que le hiciera caso mientras Way recorrían sus hombros y sus pechos con las palmas de sus manos.

– Reclínate -murmuró él-. Déjame tocarte.

Había debido de coger el jabón él mismo porque sus manos estaban resbaladizas y las sensaciones que despertaba era tan exquisita que le escocieron los ojos por las lágrimas. No quería traicionar a Hoyt. No quería que fuera tan bueno, pero hacía demasiado tiempo y cuando sus manos calientes y jabonosas rodearon sus pechos, no se pudo resistir. Se permitiría disfrutar de la íntima caricia por un momento, luego se distanciaría.

Su mano fue de un lado a otro, acercándose más y más a los núcleos de su pasión. Su respiración se hizo ligera. Él rozó sus pezones, luego los apretó con fuerza entre sus dedos y empezó a masajearlos como había hecho con sus pies. La sensación fue deliciosa y familiar, como si oyera su canción favorita después de mucho tiempo. Se había olvidado de lo maravilloso que era. Su cuerpo se volvió más pesado y lánguido hasta que pareció fusionarse con el de él.

Él abandonó sus pezones y volvió a hacer perezosos círculos alrededor de sus pechos, bromeando suavemente hasta que otra vez llegó a las puntas, para apretarlas con fuerza y soltarlas. Ella se retorció contra él. Él rodeó los pechos otra vez. Esta vez ella gimió cuando alcanzó sus pezones y los apretó entre sus dedos.

Su respiración era ahora más pesada, y sentía como su cuerpo se hinchaba de deseo. Besando su oreja, la elevó sobre sus muslos, con la espalda todavía contra su pecho. Sintió como sus labios tiraban con fuerza de la oreja. Comenzó a lamerla allí, en la piel de detrás del pendiente y tembló ante la sensación poco familiar. No podía acordarse si Hoyt había hecho eso alguna vez, pero cuando trató de recordar, sus pensamientos se perdieron.

Él separó sus piernas e introdujo sus rodillas entre ellas. Sus manos jabonosas pasaron de sus pechos al interior de sus muslos. Ella no entendió lo que él pretendía cuando movió sus cuerpos, abriendo más sus muslos y acercando sus caderas al borde de la bañera. Entonces, sintió el chorro de agua cayendo sobre ella a borbotones.

Se quedó sin aliento y casi saltó de su regazo, tratando de escaparse del chorro de agua que salía de una de las boquillas de un lateral de la bañera.

Ella escuchó su risa diábolica en su oreja, suave y seductora.

– Relájate, Suzy. Goza.

Y, Dios la perdonara, ella gozó.

Él jugó con sus pechos, mordisqueó sus orejas y hombros con sus dientes, chupó suavemente el tierno músculo de su cuello. Cambió su cuerpo de posición a fin de que el chorro de agua, la golpeara a ella o a él. Ella perdió todo control de sí misma y ni siquiera se le ocurrió protestar cuando él se introdujo dentro de ella desde atrás y dejó que el agua cayera donde estaban unidos. Ella trató de moverse sobre él, pero no se lo permitió. Y cada vez que estaba a punto llegar al clímax, él se detenía lo suficiente para que no ocurriera.

Ella comenzó a sollozar.

– Por favor…

– ¿Qué quieres? -murmuró él mientras se introducía más profundamente.

– Por favor, deja… déjame…

– ¿Quieres que se repita, Suzy? ¿Es lo qué quieres? ¿Quieres más?

Su tierno canturreo avivó su excitación.

– Sí… sí… -Ella le rogaba, pero lo necesitaba tanto que no se podía detener.

Su voz era suave, ronca y tierna.

– Todavía no, amor. Todavía no.

Ella sollozó cuando él la elevó apartándola de él. Ella trató de volver a sus brazos, pero él se levantó. A la luz tenue, ella podía ver su silueta y su miembro duro y grueso. Instintivamente, ella se puso de pie y le abrazó, desvergonzada y descarada, olvidando que ese hombre no era su marido y ella no había deseado eso.

Él gimió y cogió su muñeca.

– Un momento. Sólo un momento.

Él salió del agua y puso la bata sobre su cuerpo mojado. Sin molestarse en atarla, la sacó de la bañera y la envolvió en una toalla. Entonces la tomó entre sus brazos y la llevó al dormitorio como si ella fuera una virgen yendo al lecho nupcial.

Ella apretó la cara contra su hombro cuando él entró en la habitación débilmente iluminada. No quería verlo, no quería recordar quien era él ni quien era ella ni que estaba a punto de traicionar a su marido. ¿Qué hacía ella a punto de perderse en la inconsciencia sexual en brazos de un desconocido?

– No enciendas la luz. -Necesitaba que la oscuridad ocultara la vergüenza de lo que ese hombre despertaba en ella, sobre todo cuando no era capaz de resistirse.

Él se detuvo. Ella levantó la cabeza para mirarlo y vio que su pelo estaba mojado y su expresión era insondable.

Esperaba que la dejara sobre la cama, pero en lugar de eso, la llevó en la dirección opuesta, hacia una puerta que no había advertido antes. Ella lo observó inquisitivamente, pero no la miró. Él empujó la puerta entreabierta con el pie y entró.

Para su sorpresa, la había metido en un gran vestidor. Había filas de trajes caros y camisas a medida, botas y sombreros ordenados, un montón de vaqueros y de camisas vaqueras. Intoxicantes aromas masculinos la envolvieron: colonia, cuero y el olor a limpio que desprendía la ropa lavada. La dejó sobre el suelo enmoquetado e inmediatamente cerró la puerta a sus espaldas. Rápidamente descendió entre ellos una oscuridad tan espesa que ella contuvo el aliento.

Su voz llegó a ella ronca y peligrosa:

– Sin luz.

Cuando él tiró de la toalla, esta cayó. Luego él se debió echar hacia atrás, porque ya no la tocaba.

Pasaron los segundos. Su corazón comenzó a latir a toda velocidad. Ella permaneció desnuda en la oscuridad, sin saber con certeza lo cerca que él estaba. Incluso el sonido de su respiración era sofocado por el distante zumbido del aire acondicionado. La oscuridad la desorientaba. Era demasiado densa y absoluta. Pensó en muerte y tumbas. Se giró y luego se giró otra vez, pero el movimiento fue un error porque perdió la orientación. Se llevó la mano a la garganta luchando contra la histeria creciente.

– ¿Way?

Nada.

Dió un paso involuntario hacia atrás. La ropa rozó su cuerpo desnudo. Se esforzó en oír el sonido de su respiración, cualquier movimiento, cualquier chasquido, cualquier cosa.

De la nada, surgió una mano que tocó su muslo. Dio un salto del susto. Porque no podía ver ni oír nada y la mano pareció incorpórea, como si proviniera de un amante obsesivo, que no fuera humano, sino demoníaco. Rozó sobre el parche en su cadera, y ella se tensó. Siguió, tocándola en la cintura, subiendo hacia su pecho, acariciándola hasta torturar sus pechos.

Ella ya no podía permanecer sumisamente delante de este amante demoníaco. Teniéndolo al alcance de sus manos, sabiendo donde estaba. Tocó su pecho y se dio cuenta de que se había quitado la bata. El vello de su pecho era suave bajo sus dedos. El pecho de Hoyt no había sido tan peludo y la extrañeza ante ese cuerpo aumentó su oscura fantasía de que estaba con un diablo. La forma de sus músculos bajo sus manos se sentía extraña, diferente a lo que había tocado durante tres décadas. Estaba sola en ese espacio cerrado y oscuro con un amante demoníaco y su decadente cuerpo suplicaba silenciosamente su contacto.