– ¿No es esto un poco humillante?
– No sí ella gana. ¿Tienes idea de lo que vale Bobby Tom?
Bastante, supuso. Oyó como él hacía dos preguntas más, las cuales contestó Julie perfectamente. Además de bella, la rubia estaba bien informada, pero Gracie tenía el presentimiento de que no lo suficiente como para ser rival de Bobby Tom Denton.
Otra vez, murmuró al oído de Bruno.
– ¿Creen esas jovencitas que él va en serio?
– Por supuesto que va en serio. ¿Por qué crees si no que un hombre al que le gustan las mujeres tanto como a él no se ha casado nunca?
– Tal vez sea gay -sugirió ella, sólo para hacerle pensar.
Las frondosas cejas de Bruno se elevaron rápidamente y empezó a hablar como si se estuviera ahogando.
– ¡Gay! ¿Bobby Tom Denton? Joder, tiene más muescas en su haber que un cazador de la frontera. Jesús, que no te oiga decir eso. Si lo hiciera probablemente…, bueno, no quiero ni imaginarme lo que haría.
Gracie siempre había creído que cualquier hombre completamente heterosexual no debería sentirse amenazado por la homosexualidad, pero ya que no era precisamente una experta en comportamiento masculino, pensó que quizás se estaba perdiendo algo.
Julie contestó una pregunta sobre alguien llamado Walter Payton y otra sobre los Steelers de Pittsburgh. Bobby Tom se levantó de su silla y comenzó a pasearse por el borde trasero de la plataforma, como si estuviera pensando profundamente, cosa que Gracie no se creyó ni por un momento.
– Bien, querida, ahora concéntrate. Esta es la pregunta que te puede echar del pasillo central de la iglesia; ya estoy viendo los preciosos bebés que tendríamos. No había sentido tanta presión desde mi primera SuperBowl. ¿Estás concentrada?
Las arrugas inundaban la perfecta frente de Julie.
– Concentradísima.
– De acuerdo, cariño, ahora no me decepciones. -Llevó la cerveza a sus labios, la vació, y colocó sobre el suelo la botella-. Todo el mundo sabe que entre los postes de la portería tienen que haber cinco metros y 16 centímetros. La altura máxima del larguero…
– ¡Tres metros desde el suelo! -gritó Julie.
– Ay, cariño, te respeto demasiado para insultar tu inteligencia con una pregunta tan fácil. Espera hasta que termine, o prefieres que te haga una pregunta sobre penaltis.
Ella lo miró tan afligida que Gracie la compadeció.
Bobby Tom cruzó los brazos sobre el pecho.
– La altura máxima del larguero es tres metros desde el suelo. Los postes verticales tienen que sobresalir al menos nueve metros quince centímetros por encima del larguero. Esta es tu pregunta, cariño, y antes de que contestes, recuerda que tienes mi corazón en tus manos. -Gracie esperó impacientemente-. Para que tengas la oportunidad de ser la Sra. de Bobby Tom Denton, dime las dimensiones exactas del listón de la parte superior de cada uno de los postes verticales.
Julie se levantó rápidamente del borde del jacuzzi.
– ¡Lo sé, Bobby Tom! ¡Lo sé!
Bobby Tom rompió el silencio.
– ¿En serio?
Una suave risita nerviosa se escapó de los labios de Gracie. Le estaría bien que Julie contestase a la pregunta.
– ¡Un metro cincuenta y dos centímetros por diez centímetros!
Bobby Tom se apretó el pecho.
– ¡Ay, mi amor! Acabas de arrancarme el corazón y estamparlo contra el suelo.
La cara de Julie se arrugó.
– Es un metro veintidós centímetros. Un metro veintidós centímetros, cariño. Estuvimos a sólo treinta centímetros de la dicha conyugal eterna. No puedo recordar la última vez que me sentí tan deprimido.
Gracie lo observó tomar a Julie entre sus brazos y besarla a fondo. Ese hombre podía ser la representación más patente del machismo de Estados Unidos, pero no tenía más remedio que admirar su audacia. Observó con fascinación como su mano bronceada y excepcionalmente fuerte se cerraba sobre la parte del trasero de Julie que quedaba al aire. Los músculos del suyo propio se pusieron inconscientemente tensos en respuesta.
Los invitados comenzaron a moverse y algunos de los hombres subieron a la plataforma para ofrecer sus condolencias a la bella perdedora.
– Vamos. -Bruno tomó el brazo de Gracie, y antes de que ella lo pudiera detener, la había arrastrado hacia delante.
Jadeó alarmada. Lo que había empezado como un simple malentendido había comenzado a írsele de las manos y precipitadamente se volvió hacia él.
– Bruno, hay una cosa que tenemos que comentar. Es realmente gracioso, de verdad, y…
– ¡Oye, Bruno! -Otro hombre enorme, éste con el pelo rojo, se acercó a ellos. Recorrió a Gracie con la mirada y luego la volvió a Bruno con aire crítico.
– No lleva suficiente maquillaje. Sabes que a Bobby Tom le gustan las mujeres maquilladas. Y espero que sea rubia bajo esa peluca. Y también que tenga tetas. Esa chaqueta es tan floja que no se sabe que tiene. ¿Tienes tetas, muñeca?
Gracie no sabía que la asombraba más, que le preguntaran si tenía tetas o que la llamaran muñeca. Se quedó momentáneamente sin palabras.
– Bruno, ¿a quién tienes aquí?
Le dio un vuelco en el estómago al oír la voz de Bobby Tom. Él se había acercado al borde de la plataforma del jacuzzi y la miraba con gran interés y algo casi parecido a la especulación.
Bruno palmeó el radiocasete.
– Lo chicos y yo pensamos que estaría bien un poco de diversión.
Gracie observó con creciente temor como una amplia sonrisa se extendía por la cara de Bobby Tom, revelando unos dientes blanquísimos. Sus ojos encontraron los de ella, que sintió como si caminara demasiado rápido en una cinta móvil.
– Acércate aquí, cariño, para que el viejo Bobby Tom te pueda echar un vistazo antes de que comiences. -Su suave voz con acento texano recorrió su cuerpo e hizo desaparecer su habitual sentido común, por lo que dijo lo primero que le pasó por la mente.
– Yo… ehhh… tengo que ponerme primero más maquillaje.
– No te preocupes por eso ahora.
Dejó escapar súbitamente un pequeño grito de consternación cuando Bruno la empujó el trecho que le faltaba por recorrer. Antes de que pudiera echarse para atrás, la gran mano de Bobby Tom se cerró alrededor de su muñeca. Con frialdad, ella miró hacia abajo, a los dedos largos y afilados que sólo momentos antes habían moldeado el trasero de Julie y que ahora la izaban a su lado en la plataforma.
– Dejadle sitio a la dama, chicas.
Alarmada, observó como las mujeres dejaban el jacuzzi para observarla. Intentó explicarse.
– Sr. Denton, es necesario que le diga…
Bruno presionó el botón del radiocasete, y su voz quedó ahogada por completo por la áspera música de “The Stripper”. Los hombres comenzaron a ovacionar y silbar. Bobby Tom le dirigió un guiño alentador, la soltó y se dio la vuelta para sentarse en una de las grandes rocas redondeadas y observar la función.
Sus mejillas ardieron ruborizadas. Permaneció de pie, sola, en medio de la plataforma del jacuzzi, con todos los ojos de la habitación clavados en ella. ¡Todos esos especimenes con un físico perfecto estaban esperando que ella, la imperfecta Gracie Show, se desnudara!
– ¡Vamos, cariño!
– ¡No seas tímida!
– ¡Muévete, cariño!
Mientras algunos de los hombres hacían ruidos animales, una de las mujeres puso los dedos entre los labios y silbó. Gracie los contempló con impotencia. Comenzaron a reírse, como cuando en su clase de inglés de segundo año de secundaria se había reído cuando los algodones que acolchaban su sujetador habían cambiado de posición. Eran adultos en una fiesta de animales comportándose conforme a su especie, y aparentemente pensaban que iba a renunciar.
Mientras seguía allí, paralizada delante de ellos, la idea de ser confundida con una stripper se volvió repentinamente menos bochornosa que pensar en explicar a toda esa gente, a gritos sobre la música, lo que realmente le había traído hasta allí, provocando que se dieran cuenta de lo paleta que era.
No más de cinco metros la separaban de Bobby Tom Denton, y supo que todo lo que tenía que hacer era acercarse lo suficiente como para susurrarle su identidad. En cuanto él supiera que era Windmill quien la había enviado, él sentiría tanta vergüenza por su error que la ayudaría a salir discretamente y cooperaría con ella.
Una nueva ráfaga de ruidos soeces se elevó sobre la música que salía del radiocasete. Con lentitud, ella levantó la pierna derecha varios centímetros y estiró el pie dentro de su zapato negro. Una vez más volvieron a reírse.
– ¡Así!
– ¡Enséñanos más!
La distancia entre Bobby Tom y ella parecía ahora de unos cien kilómetros. Tirando con fuerza de la falda de su traje azul marino, le dio la espalda con indecisión. Más silbidos se unieron a la risa cuando la bastilla llegó a la altura de la rodilla.
– ¡Eres ardiente, nena! ¡Nos encanta!
– ¡Quítate la peluca!
Bruno se adelantó de entre la gente para dibujar un círculo con el dedo índice. Al principio no entendió lo que quería, pero luego se dio cuenta de que le ordenada girarse hacia Bobby Tom mientras se desvestía. Tragando saliva, se enfrentó a esos ojos azul oscuro.
Él echó el stetson hacia atrás sobre su cabeza y habló en voz alta para que pudiera oírle:
– Deja las perlas para el final, cariño. Me gustan las damas con perlas.
– ¡Nos aburrimos! -gritó uno de los hombres a voz en cuello-. ¡Quítate algo!
Ella casi perdió el valor. Sólo el pensar qué diría su superior si salía a toda mecha de la casa sin haber cumplido su misión hizo que se envarara. ¡Gracie Snow no huía! Este trabajo era la oportunidad que había estado esperando toda su vida, y no iba a acobardarse ante la primera adversidad.
Lentamente se quitó la chaqueta. Bobby Tom le sonrió aprobatoriamente, como si ella hubiera hecho algo asombroso. Los tres metros que todavía les separaban parecían un millón de kilómetros. Él puso el tobillo de una de sus botas de vaquero sobre la rodilla opuesta, y el albornoz se abrió involuntariamente para revelar un muslo desnudo, poderosamente fuerte. La chaqueta se le cayó de los dedos.
– Así, corazón. Lo estás haciendo muy bien. -Sus ojos centellearon de admiración, como si fuera la bailarina con más talento que hubiera visto en su vida en vez de la más inepta.
Con una serie de torpes movimientos, ella se acercó contoneándose, tratando de ignorar los exagerados abucheos que comenzaba a proferir la audiencia.
– Realmente bien -dijo él-. Creo que nunca vi nada que me gustara tanto.
Con un contoneo final de caderas, llegó a su lado, con todo salvo la chaqueta, y forzó sus labios tensos con una sonrisa. Desafortunadamente, cuando ella se inclinó hacia adelante para murmurar lo que pasaba en su oído, su mejilla rozó el ala del stetson, inclinándolo. Con una mano, él lo enderezó mientras, con la otra, la ponía sobre su regazo.
La fuerte música ocultó su chillido de protesta. Ella se quedó por un momento aturdida y muda ante las sensación de su cuerpo duro bajo el suyo y la pared sólida de su pecho presionando contra su costado.
– ¿Necesitas ayuda, cariño? -Dirigió su mano al botón superior de su blusa.
– ¡Oh, no! -protestó ella agarrando firmemente su brazo.
– Un espectáculo muy interesante, cariño. Un poco lento, pero probablemente eres principiante. -Le mostró una amplia sonrisa que tenía más regocijo que lascivia-. ¿Cómo te llamas?
Ella tragó saliva.
– Gracie…, esto…, Grace. Grace Snow. Señorita Snow -completó, en un intento tardío de poner algún tipo de distancia entre ellos-. Y no soy…
– Señorita Snow… -arrastró las palabras, saboreándolas como si fueran un vino de solera. El calor de su cuerpo enturbiaba su cerebro e intentó escapar de su regazo.
– Sr. Denton…
– Ve al grano, querida. Los chicos se impacientan. -Antes de que lo pudiera detener, le abrió el botón del cuello de su blusa blanca de poliéster-. Debes ser nueva en esto. -La punta de su dedo índice exploró el hueco de la base de su garganta, haciéndola temblar-. Pensé que conocía a todas las chicas de Stella.
– Sí, yo…, digo no, yo no soy…
– No te pongas nerviosa ahora. Estás haciéndolo genial. Y tienes unas piernas muy bonitas, si no te importa que te lo diga. -Sus ágiles dedos abrieron el siguiente botón.
– ¡Sr. Denton!
– Señorita Show.
Ella vio la misma diversión que había notado en sus ojos un rato antes cuando estaba examinando a Julie sobre fútbol, y se dio cuenta de que había desabotonado otro botón, exponiendo su sujetador de color melocotón, con su gran escote central y su borde de encaje. Ropa interior provocativa era una cosa tonta en una mujer fea, por tanto era un secreto celosamente guardado. Boqueó con repentina vergüenza.
Un ronco bullicio aumentó entre la gente, pero no fue en respuesta a su sujetador color melocotón, sino a una de las mujeres que sobre la mesa de billar se había quitado la parte superior del bikini y lo hacía girar sobre su cabeza. Gracie se dio cuenta de inmediato que esa mujer necesitaría algo que recogiera más que su sujetador.
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