Bobby Tom la observó con diversión mientras se los secaba suavemente con un kleenex.
– Para ser una yanqui que no sabe quien es George Strait ni Waylon Jennings, has tenido una actitud muy correcta.
– ¡Oh, Anton, Mira! ¡El rifle de Davy Crockett!
Gracie sintió una punzada de envidia al mirar como Natalie reclamaba la atención de su marido hacia los contenidos de una gran urna de cristal. Su intimidad era evidente en cada roce que intercambiaban, en cada mirada. Natalie había podido atravesar la fea fachada exterior de su marido hasta llegar al hombre que había debajo. ¿Sería posible que Bobby Tom pudiera hacer eso con ella algún día?
Se obligó a no seguir con esa fantasia. No tenía necesidad de torturarse con lo imposible.
Después de la visita al Alamo, caminaron por Riverwalk algunas manzanas. Allí, dieron un paseo en uno de los barcos de turistas que recorrían el río bajo los puentes de piedra, luego vagaron por los sinuosos senderos de losetas. Terminaron en un centro comercial conocido como La Villita, donde Bobby Tom le compró a Gracie unas gafas de sol color lavanda con cristales con la forma de Texas y Gracie le compró a cambio una camiseta en la que se podía leer: “No soy muy listo, pero puedo levantar cosas pesadas”. Natalie y Gracie se rieron por la camiseta hasta que les cayeron las lágrimas, mientras Bobby Tom fingía una gran indignación. Al mismo tiempo que se detenía otra vez delante del espejo y se admiraba.
Después, pararon en el restaurante más conocido del Riverwalk, Zuni Grill. Mientras comían pollo frito y frijojes negros con queso de cabra, disfrutaron de la vista de la gente que pasaba ante ellos.
Bobby Tom acababa de tomar una cucharada del postre de Gracie, un crepé dulce de crema al whiskey, cuando ella sintió que se ponía tenso. Siguió la dirección de sus ojos hacia la calada escalera metálica que conducía a la planta de arriba del restaurante para ver como Suzy Denton bajaba los escalones.
Way Sawyer descendía justo detrás de ella.
capítulo 19
Natalie, que volvía a la mesa después de su tercera llamada telefónica para preguntar por Elvis, vio a Way Sawyer y Suzy en las escaleras.
– Bobby Tom, ¿no es esa tu madre? ¿Quién es ese hombretón que está con ella?
– Cuidadito, chérie -dijo Anton-. No vayas a ponerme celoso. -Natalie se rió como si Anton hubiera dicho el chiste más tonto que uno se podía imaginar.
– Se llama Way Sawyer -dijo Bobby Tom tensamente.
En ese momento Suzy divisó a su hijo, y se quedó petrificada. Parecía como si quisiera escapar, pero como era imposible, se dirigió hacia la mesa con obvia renuencia. Way la siguió educadamente.
Cuando llegó a su altura, su boca se curvó en una quebradiza sonrisa.
– Hola.
Todos, salvo Bobby Tom, le devolvieron el saludo.
– Observo que el bebé y tú lograsteis volver al pueblo sin contratiempos -dijo Way dirigiéndose a Gracie.
– Pues sí. Fue muy amable por su parte detenerse.
Bobby Tom la observó fijamente, preguntando con la mirada. Ella lo ignoró y aclaró para Natalie y Anton cómo se habían conocido Way y ella. Además los presentó, ya que Bobby Tom no parecía inclinado a hacerlo.
La tensión entre madre e hijo era tan patente que Gracie casi podía sentir el aire vibrando a su alrededor. Way comenzó a explicar con una voz que sonó evasiva:
– Tengo un apartamento no demasiado lejos. Cuando llegué para comer, ví a la Sra. Denton sola y la persuadí para que me permitiera hacerlo con ella, pero ahora tengo que volver a mis asuntos. -Mirándola, tomó su mano y la estrechó-. Me alegra haber disfrutado de su compañía, Sra. Denton. Un saludo para todos. -Con una inclinación de cabeza, dejó el restaurante.
Gracie rara vez había oído una disculpa menos convincente. Se dio cuenta de que la mirada de Suzy seguía a Way entre las mesas hacia la puerta.
Ya que Bobby Tom se mantenía en silencio, fue Gracie la que invitó a Suzy a unirse a ellos.
– Acabamos de pedir el postre, ¿por qué no le pedimos al camarero otra silla?
– Oh, no. No, gracias. Tengo… que irme.
Bobby Tom habló finalmente.
– Es un poco tarde para que conduzcas hasta casa esta noche.
– No voy a volver a casa. Voy con una amiga a ver la sinfónica en el Performing Arts Center.
– ¿Qué amiga?
Gracie casi podía ver como Suzy se resquebrajaba bajo el desagrado de Bobby Tom y se puso furiosa con él por intimidarla. Si su madre quería verse con Way Sawyer, era asunto de ella y no de él. Suzy se lo debería de decir. Pero en ese momento, Suzy parecía una niña y Bobby Tom había adoptado el papel de padre intransigente.
– Nadie que conozcas. -Suzy se pasó la mano por el pelo-. Bueno, adiós a todos, disfrutad del postre. -Rápidamente dejó el restaurante, girando a la izquierda al llegar a la acera; en dirección opuesta a Way Sawyer.
A Suzy le latía con fuerza el corazón que golpeaba incesante contra sus costillas. Se sentía como si la acabaran de atrapar cometiendo adulterio y supo que Bobby Tom jamás la perdonaría. Apuró el paso sobre la acera, cruzándose ciegamente con las parejas que paseaban o los grupos de turistas japoneses. Los tacones de sus zapatos negros repiqueteaban con un ritmo frenético sobre el asfalto. Había pasado casi un mes desde esa noche ilícita que había pasado con Way y nada había sido lo mismo desde entonces.
Recordó lo tierno que había sido con ella a la mañana siguiente, a pesar de su silenciosa actitud condenatoria. Cuando iban para el campo de golf, le había dicho que nunca la tocaría otra vez, pero que le gustaría seguir viéndola. Ella se había comportado como si no tuviera ningún tipo de alternativa -como si fuera a cerrar Tecnologías Rosa si no hiciera lo que le pedía- pero en lo más profundo de su corazón no lo creía. A pesar de su fachada de intransigencia, algo le decía que la inclemencia no formaba parte de su naturaleza.
Al final, había continuado viéndole. Como no había contacto físico entre ellos, se dijo a sí misma que no era una traición, no hacía daño a nadie. Y como no podría encarar la verdad, fingió ante sí misma que iba con él contra su voluntad. Mientras jugaban al golf, hablaron de sus jardines y de cómo entretener a sus compañeros de trabajo, aunque ella se recordaba así misma que era un rehén renuente y que el destino de Telarosa descansaba sobre sus hombros. Y que como él se preocupaba por ella la había dejado en paz.
Pero lo que acababa de pasar, ponía fin a toda esa charada. En un instante, el frágil mundo de ilusión que había edificado a su alrededor se hizo pedazos. Qué Dios la perdonara pero quería estar con él. Sus reuniones habían sido como chispas brillantes en su predecible y monótona vida diaria. La hacía reírse y sentirse joven otra vez. La hacía creer que la vida aún merecía ser vivida y llenaba su dolorosa soledad. Pero al dejar que significara tanto para ella, había traicionado sus votos matrimoniales y ahora su pecado había quedado al descubierto ante la única persona de la tierra ante la que quería ocultar su debilidad
El portero la dejó entrar en el edificio donde estaba el duplex de Way, y tomó el ascensor que conducía a su apartamento. Buscó en el bolso la llave que le había dado, pero antes de que pudiera introducirla en la cerradura, él abrió la puerta desde dentro.
Su cara tenía las mismas arrugas sombrías que recordaba de sus primeros encuentros y casi esperaba que soltara algún comentario mordaz, pero, en lugar de hacerlo, cerró la puerta y la cogió entre sus brazos.
– ¿Estás bien?
Sólo por un momento, se permitió descansar la mejilla contra la parte delantera de su camisa, pero incluso esa breve comodidad la sintió como una traición a Hoyt.
– No sabía que él iba a estar allí -dijo ella apartándose-. Fue tan inesperado.
– No dejaré que te moleste por ello.
– Es mi hijo. No podrás detenerle.
Él caminó hasta la ventana y, apoyando la mano en la pared que había al lado, miró hacia abajo.
– Si pudieras haber visto la expresión de tu cara cuando estábamos allí… -Enderezó los hombros al tiempo que inspiraba profundamente-. No me creyó cuando le dije que nos habíamos encontrado por accidente. No fui lo suficientemente convincente. Lo siento.
Era un hombre orgulloso, y ella entendió lo que le había costado mentir.
– Yo también lo siento.
Él la miró y su expresión fue tan sombría que ella quiso llorar.
– No puedo soportalo más, Suzy. No puedo seguir escondiéndome. Quiero poder pasear contigo en Telarosa y poder ir a tu casa. -Le dirigió una mirada larga e indagadora-. Quiero poder tocarte.
Ella se dejó caer en el sofá, sabiendo que había llegado el final pero sin ser capaz de aceptarlo.
– Lo siento -repitió ella.
– Tengo que dejarte ir -dijo él quedamente.
El pánico se apoderó de ella y cerró las manos a los costados.
– ¿Estás utilizando lo ocurrido como una salida? Ya te has divertido lo suficiente y ahora quieres deshacerte de mi y de paso trasladar Tecnologías Rosa.
Si estaba sorprendido por su injusto ataque, no mostró ninguna señal.
– Esto no tiene nada que ver con Tecnologías Rosa. Esperaba que te hubieras dado cuenta a estas alturas.
Ella le echó a la cara todo su dolor y culpabilidad.
– ¿Le gusta a los hombres como tú tener algún tipo de club donde os contais las historias sobre las mujeres a las que seducís con amenazas? Se debieron reír de ti cuando fuiste detrás de una vieja como yo en vez de ir detrás de una jovencita pechugona.
– Suzy, para -dijo él cansado-. Nunca tuve intención de amenazarte.
– ¿Estás seguro de que no quieres joderme otra vez? -Su voz se atoró por las lágrimas-. ¿O fue tan desagradable que con una vez te llegó?
– Suzy… -Se acercó a ella, y ella supo que quería tomarla entre sus brazos, pero antes de que la pudiera tocar, se levantó de un salto y se apartó de él.
– Me alegro de que todo esto termine -dijo ella furiosa-. En primer lugar nunca quise que ocurriera y así las cosas volverán a ser como eran antes de que entrara en tu despacho.
– Yo no. Estaba condenadamente solo. -Se paró delante de ella, pero no la tocó-. Suzy llevas viuda casi cuatro años. Dime por qué no podemos estar juntos. ¿Aún me odias?
Su cólera se desvaneció. Lentamente, ella negó con la cabeza.
– Nunca te odié.
– Nunca tuve intención de trasladar Tecnologías Rosa; ¿Lo sabes, verdad? Fui yo quien esparció el rumor. Fue una niñería. Quería que los del pueblo sufrieran por como trataron a mi madre todos esos años. Era una niña de dieciséis años, Suzy, y fue brutalmente violada por tres hombres, pero fue la única castigada. Bueno, nunca quise que te cruzaras en mi camino y jamás me lo perdonaré.
Ella torció el gesto, rogándole en silencio que no dijera nada más, pero él no se detuvo.
– Esa tarde cuando entraste en mi despacho, te miré y me sentí una vez más como el niño del otro lado.
– Y me castigaste por ello.
– No era mi intención. Nunca fue mi intención chantajearte para que te acostaras conmigo -seguramente ahora lo sabes- pero estabas tan bella esa noche en mi dormitorio…, te deseaba tanto que no pude dejarte ir.
Comenzaron a caerle lágrimas de los ojos.
– ¡Me obligaste! ¡No es culpa mía! ¡Me sedujiste! -Incluso a sus oídos, sus palabras sonaron como si fuera una niña que no quería responsabilizarse de sus acciones y culpaba a quien tuviera alrededor.
La miró con ojos tan cansados y tristes que ella quiso llorar. Cuando habló, su voz era ronca y llena de dolor.
– Es cierto, Suzy. Te obligué. Fue culpa mía. Sólo mia.
Ella se obligó a mantenerse en silencio y dejar que todo acabara así, pero su innato sentido del honor se rebeló. Era su pecado mucho más que de él. Mientras se giraba, murmuró-: No, no lo fue. Todo lo que tenía que hacer era decir no.
– Había pasado demasiado tiempo para ti. Eres una mujer apasionada y me aproveché de eso.
– Por favor no mientas por mí; bastante lo he hecho yo. -Aspiró entrecortadamente-. No me obligaste. Podía haberme marchado en cualquier momento.
– ¿Por qué no lo hiciste?
– Porque… me gustaba.
Él la tocó.
– Lo sabes, ¿no? Me enamoré de ti esa noche. O quizá hace treinta años, y nunca pude superarlo.
Ella presionó las yemas de sus dedos sobre sus labios.
– No digas eso. No es cierto.
– Me enamoré de ti, Suzy, si bien sé que no me puedo comparar con Hoyt.
– Esto no es algo para hacer comparaciones. Él era mi vida. Nos casamos para siempre. Y cuando estoy contigo, lo traiciono.
– Eso es una locura. Eres viuda, y en este país, las mujeres no se tiran a la pira funeraria de su marido muerto.
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