Recordarlo debería haberlo apaciguado, pero no lo hizo. De alguna manera, su opinión era importante para él, puede que porque lo conocía bastante mejor que cualquier otra persona que se le pasara por la cabeza. Esa certidumbre lo hizo sentir tan vulnerable que fue repentinamente insoportable. Apagando el puro en un cenicero de porcelana china, tomó la decisión de cómo iba a manejarla exactamente. Durante los siguientes días, sería cordial, pero frío. Le daría tiempo para que meditara lo mal que se había comportado y se diera cuanta de qué lado estaban sus lealtades. Entonces, cuando entendiera quién mandaba en su relación, le daría la espalda.

Su mente siguió dando vueltas. Saldrían con destino a Los Angeles inmediatamente después del Festival de Heaven, y en cuanto estuvieran fuera de ese pueblo de locos, ella entraría en razón. ¿Pero qué ocurriría cuando terminaran de rodar la película y ella ya no tuviera trabajo? Tal y como mantenía el contacto con los ancianitos que había dejado atrás y que hubiera adoptado otros cuantos de Arbor Hills, comenzaba a creer que los asilos podrían ser su vocación, igual que el fútbol para él. ¿Qué pasaría si decidía volver a New Grundy?

La idea lo intranquilizó. Confiaba más en ella que en cualquier ayudante que hubiera tenido y no tenía intención de perderla. Simplemente le haría una oferta que no pudiera rechazar, así trabajaría para él a tiempo completo. Una vez que estuviera oficialmente en su nómina con un buen sueldo, todas esas tontas discusiones sobre el dinero pertenecerían al pasado. Rumió la idea. Podía ponerse difícil cuando él se cansara del lado físico de su relación. Bueno, estaba bastante seguro que podía sacarla de su cama sin destruir la amistad que había llegado a significar tanto para él.

Examinó los posibles fallos de su plan, pero no encontró ninguno. Después de todo, manejar a cualquier mujer, incluso una como Gracie, era mucho más fácil analizando con calma la situación, y se felicitó por su habilidad por hacer precisamente eso. Antes de darse cuenta, la tendría donde quería, acurrucada junto a él en su cama, dibujando pequeñas X sobre su corazón.

capítulo 20

– ¿Dónde crees que deberíamos poner los llaveros, Gracie?

Gracie acababa de terminar de desenvolver el último de los ceniceros blancos de porcelana con la forma de Texas que iban a vender de recuerdo. Llevaban un Cupido señalando la situación de Telarosa y una nota en letra roja que decía:


HEAVEN, TEJAS

UN LUGAR EN EL CORAZÓN


La pregunta de los llaveros provenía de Toolee Chandler, presidenta del comité de la “Casa de Bobby Tom Denton” y esposa del dentista más ocupado del pueblo. Toolee estaba al lado del mostrador de lo que sería la tienda de regalos, pero antes había sido el porche cerrado de Suzy y Hoyt Denton. La transformación de la que había sido la casa de la infancia de Bobby Tom en una atracción turística no estaba aún terminada, aunque sólo faltaban tres semanas para el Festival de Heaven.

Suzy y Hoyt se habían deshecho de la mayoría de los muebles años atrás, cuando se habían mudado, pero el comité había buscado en sótanos y tiendas de segunda mano algunos similares e incluso en alguna ocasión había logrado encontrar el original. Muchas de las casas de esa época estaban decoradas en los tonos verdes y dorados populares de esos años, pero Suzy los había matizado con brillantes detalles en rojo, muy poco convencionales entonces, pero que ahora daban un definitivo toque de encanto.

Incluso la responsabilidad de la organización del viaje y alojamiento de las celebridades dejaban a Gracie demasiadas horas libres. Desde que Bobby Tom y ella habían discutido, hacía casi tres semanas, había pasado la mayor parte de las tardes en Arbor Hills, o allí, ayudando a Terry Jo y Toolee a dejar todo listo en la casa de la niñez de Bobby Tom.

Ahora miraba dudosa los llaveros. Como tantas otras cosas de la tienda de regalos, reproducían la imagen de Bobby Tom, aunque él no había autorizado su uso. La foto situada en un disco de plástico naranja fluorescente le mostraba en plena actividad: Los pies en movimiento, el cuerpo curvado en una graciosa c y los brazos extendidos para coger un pase. Pero el uniforme azul y blanco de los Chicago Stars había sido sustituido chapuceramente por el de los Dallas Cowboys y la frase escrita con letras brillantes rezaba: “Debería haber sido un Cowboy”.

– ¿Quizá sea mejor colgarlos detrás de la puerta? -sugirió Gracie.

– No creo -dijo Toolee-. Nadie los podrá ver ahí.

Esa había sido la esperanza de Gracie. Deseaba que Bobby Tom interrumpiera la utilización indiscriminada de su imagen, pero no iba a sacar el tema a colación cuando ya había tanta tensión entre ellos. Se hablaban educadamente, e incluso, cuando había gente cerca, él pasaba su brazo alrededor de su cintura para disimular, pero pasaban muy poco tiempo juntos y todas las noches se retiraba a dormir cada uno a su dormitorio.

Cuando Gracie llevaba un montón de ceniceros a los estantes y comenzaba a colocarlos, llegó Terry Jo desde la sala con un lápiz en la oreja y un portapapeles en la mano.

– ¿Alguien ha encontrado la caja de las tazas?

– Aún no -contestó Toolee.

– Probablemente la habré dejado en algún lugar estúpido. Os lo juro, desde que Way Sawyer ha anunciado que no cerraba Tecnologías Rosa, he estado tan distraída que no me centro en nada.

– Luther lo ha hecho presidente honorario del festival -agregó Toolee como si no lo hubieran hablado ya varias veces. El anuncio de Way Sawyer había aliviado a todos, y Way había pasado de ser el enemigo público número uno de Telarosa a ser el héroe local.

– Finalmente las cosas van bien en el pueblo. -Terry Jo sonrió y observó los estantes que había ante los ventanales que las rodeaban. Justo delante de ella había un despliegue de imanes para nevera donde se leía la aburrida leyenda: “¡Me crié en el infierno de Heaven, Texas!”-. Recuerdo el verano que el Sr. Denton cerró este porche. Bobby Tom y yo solíamos meternos mano aquí y Suzy nos traía zumo de uva. -Suspiró-. Ver esta casa reconstruida ha sido como un viaje a mi infancia. Suzy dice que siente como si retrocediera veinte años cada vez que entra por la puerta, pero creo que es muy duro para ella ya que el Sr. Denton no está aquí para compartirlo. No sé. No parece estar bien últimamente.

Gracie también estaba preocupada por Suzy. Cada vez que la había visto desde aquella tarde en San Antonio, parecía más frágil. Al colocar el último de los ceniceros en el estante, decidió que ese podría ser un buen momento para mencionar una idea que había hablado antes con Suzy.

– Es una lástima que la casa esté vacía casi todo el tiempo.

– Poco podemos hacer sobre eso -dijo Toolee-. Los turistas sólo vendrán los fines de semana y en fechas especiales, como el Festival de Heaven.

– Ya, pero es una pena mantenerlo cerrado el resto del tiempo, especialmente cuando se podría utilizar para más cosas.

– ¿Cuáles?

– He visto que en Telarosa no existe un lugar de reunión para la gente mayor. Esta casa no es muy grande, pero tiene un salón y una sala de estar muy cómodos. He pensado que sería el lugar ideal para que los ancianos se reúnan para jugar a las cartas o hagan talleres o traigan un orador de vez en cuando. Arbor Hills no está lejos y allí no tienen demasiado sitio. Quizá podrían traer a algunos de sus residentes para las actividades semanales.

Toolee apoyó la mano en la cadera.

– ¿Cómo no se me habrá ocurrido a mí?

– Es muy buena idea -convino Terry Jo-. Estoy segura que podríamos encontrar voluntarios. ¿Por qué no ponemos en marcha un comité? Llamaré por teléfono a mi suegra tan pronto llegue a casa.

Gracie suspiró aliviada. Windmill terminaría de rodar allí en pocas semanas y ella se sentiría mejor sabiendo que había aportado su granito de arena en ese pueblo que había llegado a amar y que podía mejorar tanto.


*****

Varias horas más tarde, Bobby Tom aparcó su camioneta delante de la casa donde había crecido. Su T-Bird era el único coche a la vista, así que supo que Gracie estaba todavía allí, pero que el resto de voluntarios se habían ido a cenar a sus casas. Mientras miraba la pequeña casa blanca de una sola planta, tuvo la extraña sensación de que el tiempo se había detenido y era niño otra vez. Casi podía ver a su padre saliendo del garaje con la vieja cortadora de cesped Toro y parpadeó varias veces. Por Dios, cómo echaba de menos a su padre.

La soledad lo envolvió. Se sentía separado de las personas más importantes de su vida. Su madre y él no habían sido más que educados el uno con el otro desde el incidente en San Antonio, hacía tres semanas y él apenas podía admitir ante sí mismo cuánto echaba de menos a Gracie. No era que no la viera, sino que no era lo mismo. Ella lo trataba como si no fuera nada más que su jefe, haciendo todo lo que le pedía sin ningún tipo de queja. Si alguien le hubiera dicho antes que echaría de menos la manera en que trataba de mangonearlo, habría respondido que no le contaran chorradas, pero no podía negar que ella se había hecho un hueco en su vida.

Pero bueno, tenía que demostrarle quien mandaba allí y ahora que estaba bastante seguro que había entendido su punto de vista, era el momento de hacer las paces. Tenía intención de dejarle muy clarito todo eso. Podía ser condenadamente terca, pero en cuanto la hiciera callar a besos, todo estaría bien otra vez. A medianoche, estaría en su cama, dónde pertenecía.

Cuando bajó de la camioneta, Suzy aparcó tras él. Ella le echó una mirada al salir del coche, luego se dirigió a la parte posterior del vehículo y abrió el maletero. Él se acercó cuando ella estaba a punto de coger una gran caja de cartón.

– ¿Qué es esto?

– Tus viejos trofeos del instituto.

Él tomó la caja.

– ¿No habrás bajado tu sola todo esto del ático?

– Hice varios viajes.

– Deberías haberme llamado.

Ella se encogió de hombros. Él vio las sombras bajo sus ojos y la palidez de su tez. Su madre se cuidaba bastante y nunca había pensado en ella como en alguien mayor, pero esa tarde, aparentaba cada uno de sus cincuenta y dos años e incluso más. También parecía profundamente infeliz y su conciencia lo acusó de que era probable de que fuera el responsable de las ojeras. Las palabras de Gracie resonaron en su cabeza, haciéndole sentir todavía peor. Ella había tratado de decirle que su madre necesitaba su apoyo, pero no la había querido escuchar.

Él puso la caja de cartón bajo el brazo y se aclaró la voz.

– Lamento no haber podido pasar más tiempo contigo últimamente. Hemos trabajado doce horas cada día y… bueno… he estado ocupado -terminó él de forma poco convincente.

Parecía que ella no podía mirarlo a la cara.

– Sé por qué no te has pasado por casa, y soy yo quien lo siente. -Le tembló la voz ligeramente.

– Es culpa mía. Lo sé.

– No voy a volver a verlo, te lo prometo.

Un sentimiento de alivio aplastante lo inundó. A pesar de que Way Sawyer era el nuevo héroe del pueblo, había algo en ese hombre que a Bobby Tom le desagradaba. Le rodeó los hombros con el brazo y la abrazó.

– Me alegro.

– Fue…, es algo difícil de explicar.

– No tienes que hacerlo. Simplemente nos olvidaremos de este tema.

– Sí. Probablemente sea lo más conveniente.

Rodeándola con su brazo libre, la condujo hacia la casa.

– ¿Por qué no os llevo a cenar fuera a Gracie y a ti esta noche? Podríamos ir a O’Leary.

– Gracias, pero tengo una reunión.

– Pareces cansada. Quizá deberías tomartelo con más calma.

– Estoy bien. Es que ayer me quedé hasta muy tarde leyendo. -Se adelantó para subir las escaleras. Llevó la mano al pomo, pero la puerta estaba cerrada con llave. Él la estaba rodeando para llamar al timbre pero detuvo el brazo en el aire cuando ella empezó a presionar frenéticamente el pomo.

– ¡Maldito seas!

– Está cerrada con llave -dijo él, alarmado por su comportamiento.

– ¡Contéstame! -golpeó con el puño contra la puerta, con la cara contraída por la desesperación-. ¡Contéstame, maldito seas!

– ¿Mamá? -alarmado colocó rápidamente la caja con los trofeos sobre el suelo.

– ¿Por qué no me contesta? -lloró ella, las lágrimas comenzando a caer por sus mejillas-. ¿Por qué no está aquí?

– ¿Mamá? -Él trató de cogerla entre sus brazos, pero ella se resistió-. Mamá, no pasa nada.

– ¡Quiero a mi marido!

– Sé que lo quieres. Lo sé. -La apretó contra él. Ella encorvó los hombros y él no supo que hacer para ayudarla. Había pensado que el dolor que ella había experimentado por la muerte de su padre habría disminuido durante esos años, pero su pena parecía tan profunda como el día de su entierro.