Él se sentó sobre la cama y miró como ella trabajaba durante varios minutos. Cuando finalmente habló, era obvio por el destello de sus ojos que tenía otra cosa que no era el futuro en su mente.

– Te aseguro, Gracie, que me enojaste tanto que casi me hiciste olvidar lo precioso que se ve ese trasero tuyo con esos vaqueros. -Se quitó el sombrero y palmeó el colchón-. Ven aquí, cariño.

– No sé si me gusta lo que veo en tu cara. -Lo cierto era que le gustaba mucho. Estar sola con él en una pequeña habitación hacía que pensara en cuánto tiempo había pasado desde la última vez que habían hecho el amor.

– Te aseguro que te gustará bastante. Si supieras cuánto tiempo solía pasar en este mismo dormitorio soñando con conseguir desnudar a una chica, ni siquiera se te ocurriría negarte.

– ¡Habrase visto! -Ella se movió hasta ponerse delante de él.

Él la agarró por la parte trasera de sus muslos y la atrajo hacia sus piernas abiertas.

– ¿Conseguiste desnudar alguna? -Él abrió el botón de sus vaqueros y se inclinó hacia delante para mordisquear su ombligo.

– Me temo que no. Mi madre era bastante estricta. -Sus labios se movieron más abajo, hacia la cremallera-. Cuando estaba en noveno grado, casi lo conseguí con la hija de una amiga suya que estaba de visita, pero supongo que nuestras madres tenían una especie de radar para este tipo de cosas, porque cada vez que se podía poner interesante, Suzy aparecía con un plato de Oreos.

– Así es que te tuviste que conformar con los asientos traseros o los aparcamientos del río. -Ella comenzaba a sonar jadeante.

– Eso fue mucho después. -Él subió las manos por debajo de la colorida blusa de ganchillo y ahuecó sus pechos sobre el sujetador. La respiración de Gracie se volvió más entrecortada cuando él frotó los pulgares sobre sus pezones, jugando a rozarla con la seda hasta que sintió como se derretía.

– Uhmm -murmuró él-. Hueles a melocotones otra vez.

Antes de que pasara mucho tiempo los dos estaban desnudos y haciendo el amor de una manera tan dulce en esa estrecha cama que todos los pensamientos sobre el futuro se evaporaron. Cuando acabaron y Gracie yacía desmadejada encima de él, que curvaba la mano sobre su trasero, ella finalmente abrió los ojos lo suficiente como para ver la sonrisa satisfecha de su cara.

– Tuve que esperar un montón de años para conseguir desnudar una mujer en mi habitación, pero ha valido la pena cada minuto de espera.

Ella le acarició el cuello con la nariz y sintió la suave abrasión de su barba contra su sien.

– ¿Soy mejor que Terry Jo?

Su voz era ronca cuando rodó a un lado y ahuecó su pecho.

– Terry Jo era simplemente una chica, cariño. Tú eres una mujer hecha y derecha. No hay comparación posible.

Ella oyó un ruido en el piso de abajo y elevó la cabeza rápidamente al darse cuenta que la puerta del dormitorio estaba abierta. Tuvo un presentimiento.

– ¿Cerraste la puerta de la calle cuando regresaste?

– Creo que no.

Pero antes de que dijera nada más, se oyó la inconfundible voz del alcalde Luther Baines al pie de las escaleras.

– ¿Bobby Tom? ¿Estás ahí arriba?

Con una boqueada, Gracie se puso de pie y agarró su ropa. Bobby Tom bostezó, luego sacó sus piernas por un lado de la cama con lentitud.

– Será mejor que no te acerques más, Luther. Gracie está desnuda aquí arriba.

– ¿En serio?

– Conseguí que se desnudara para mí.

Gracie podía sentir como se ruborizaba de pies a cabeza y le dirigió una airada mirada de enfado. El le sonrió ampliamente.

– ¿Por qué no nos esperas en la cocina? -gritó Bobby Tom-. Bajaremos en unos minutos.

– Vale -contestó el alcalde-. Y, Gracie, Terry Jo le contó a la Sra. Baines tu idea de lo del centro social y dijo que estaría encantada de ayudar a formar un comité de voluntarios.

Las mejillas de Gracie se ruborizaron todavía más mientras buscaba un paquete de kleenex en su bolso.

– Agradézcaselo de mi parte, Sr. Baines -dijo ella débilmente.

– Oh, se lo puedes agradecer tú misma. Ha venido conmigo, está a mi lado.

Gracie se quedó helada.

– Hola, Gracie -gritó alegremente la Sra. Baines -. Hola, Bobby Tom.

La amplia sonrisa de Bobby Tom se hizo más amplia.

– Hola, Sra. Baines. ¿Hay alguien más ahí abajo?

– Solo el Pastor Frank de la iglesia baptista -contestó la esposa del alcalde.

Gracie dejó escapar un pequeño gritito de alarma.

Bobby Tom le despeinó el pelo y se rió ahogadamente en voz baja.

– Están bromeando, cariño.

– La sra. Frank y yo pensamos que la idea de un centro para personas de la tercera edad es maravillosa, señorita Snow. -El hueco de la escalera se llenó con el sonido profundo de una voz que era inequívocamente pastoral-. La iglesia baptista se compromete a ayudarla en su proyecto.

Con un gemido, Gracie se dejó caer en la cama, mientras Bobby Tom comenzaba a reírse tan fuerte que ella finalmente tuvo que golpearlo con una almohada.

Después, nunca pudo recordar con nitidez cómo consiguió bajar las escaleras para enfrentarse a varios de los más prominentes ciudadanos de Telarosa. Bobby Tom le llegó a decir que su actitud había sido como la de la Reina Isabel de Inglaterra sólo que más digna, pero nunca supo si creerle o no.

capítulo 21

La mañana del viernes que se inauguró “La casa de Bobby Tom” fue cálida y brillante, un día claro de principios de octubre. Los colegios habían cerrado por la celebración del Festival de Heaven y los jardines estaban abarrotados con jóvenes y no tan jóvenes. Todo el pueblo había recibido instrucciones para vestirse de época durante el fin de semana. Muchos de los hombres se habían dejado crecer barba y bigote, y las faldas de las mujeres ondeaban con la brisa. Los adolescentes se arremolinaban entorno a los coches aparcados en las calles. Toda su concesión a vestirse de época era, igual que en Bobby Tom, llevar vaqueros y stetsons.

– … y así, en esta bella mañana de octubre, reunidos bajo la sombra de estos viejos árboles en honor a…

Mientras Luther soltaba el discurso, Bobby Tom estudió la muchedumbre desde su ventajosa situación en la pequeña plataforma que se había construido delante del taller. Su madre estaba sentada a su lado, Gracie estaba al otro lado. Gracie había protestado por tener que sentarse con los dirigentes, pero él había insistido. Estaba preciosa con un vestido amarillo con botones color cereza, un sombrero de paja antiguo y unas gafas de sol muy modernas.

El comité del Festival de Heaven había tenido intención de inaugurar la casa ese mismo día por la noche, pero Bobby Tom se había negado. Sus amigos deportistas que participaban al día siguiente en el torneo de golf comenzarían a llegar al mediodía y quería pasar toda aquella vergüenza antes de que ninguno pusiera un pie en Telarosa, aunque tenía que admitir que ya no protestaba tanto sobre ese proyecto desde que a Gracie se le había ocurrido la idea de que la casa también albergase el centro cívico. Ella era, por lo que veía, la mujer con las mejores ideas que había conocido nunca.

Mientras Luther seguía con el discurso, la mirada de Bobby Tom cayó sobre su madre. Deseaba saber que era lo que le pasaba. En los últimos diez días había intentado hablar con ella varias veces sobre lo ocurrido, pero cada una de las veces ella había desviado la conversación mostrándole unas plantas nuevas en su jardín o algún folleto de un crucero.

Luther agitó los brazos y gritó ante el micrófono preparando el terreno para el apoteósico final.

– ¡Y ahora os presento al ciudadano modelo de Heaven, Texas! Al hombre con dos anillos de la Super Bowl… ¡Al hombre que se ha dado desinteresadamente al pueblo, al gran estado de Texas y a los Estados Unidos de América! ¡El mejor receptor de la historia del fútbol profesional… nuestro hijo predilecto… Bobby Tom Denton!

Bobby Tom se puso de pie ante los gritos de la multitud y se acercó al podio, resistiendo el deseo de romperle los dedos a Luther mientras le daba la mano. Tenía que dar un discurso, pero no le preocupaba. Llevaba dando discursos delante de esa gente desde que estaba en secundaria y sabía exactamente qué decir.

– ¡Es bueno estar en casa otra vez!

Fuertes aplausos y silbidos.

– Veo por aquí, a la gente que ayudó a mis padres a educarme, no penséis que lo he olvidado.

Más aplausos.

Él continuó con el discurso, intentarlo animarlo lo suficiente como para no morirse de aburrimiento, pero moderándolo para que la gente no se hartara. Cuando terminó, le dio a su madre las tijeras para cortar la cinta que se extendía ante la puerta principal. Más aplausos y “La casa de Bobby Tom Denton” y futuro centro cívico de la tercera edad, quedó oficialmente inaugurada.

Mientras su madre se giraba para saludar a sus amigos, él puso el brazo sobre los hombros de Gracie. Entre la preparación del Festival de Heaven y sus brutales rodajes diarios, no habían podido pasar tanto tiempo juntos como a él le hubiera gustado. Últimamente, se daba cuenta de que no disfrutaba de un chiste sólo porque ella no estaba con él para compartirlo. Era una de las muchas cosas buenas de Gracie, entendía la gracia de la vida como no lo hacía ninguna otra persona.

Bajó la cabeza para poder murmurar en su oído.

– ¿Qué te parece si ponemos una excusa y desaparecemos un par de horas?

Ella lo miró con genuina consternación; otra de las cosas que le gustaban de ella. Nunca trataba de disimular su placer ante sus caricias, ni negaba su relación física.

– Me encantaría si pudiéramos, pero sabes que tienes que volver al rodaje. Ya te dan mañana el día libre. Además, necesito ir al hotel para rellenar todas las tarjetas de bienvenida de tus amigos. Te recuerdo que tienes que estar en el club de campo a las seis de la tarde para poder saludar previamente a todos en privado.

Él suspiró. Ella aún no lo sabía, pero cuando esa película estuviera terminada, ellos dos iban a pasar unos días desnudos en una isla desierta donde no hubiera ni teléfonos ni nadie que hablara inglés.

– Está bien, cariño. Pero no me gusta la idea de que conduzcas tú sola de noche al club. Voy a pedirle a Buddy que te lleve.

– Por favor no lo hagas. No estoy segura de lo que me llevará hacer todos mis recados esta tarde y será mejor que lleve el coche.

Él estuvo de acuerdo a regañadientes y se marchó para regresar al rodaje.

Cuando Gracie lo vio irse a contraluz, la luz del sol parecía brillar tenuemente alrededor de él y casi pudo ver la ruedas plateadas de las espuelas invisibles que siempre se imaginaba que llevaba. La gente de Windmill se iría a Los Angeles próximamente y Willow no le había dicho nada de si iría con ellos. Gracie no se podía creer que todo fuera a acabar tan pronto.

Los últimos días, había jugueteado con la excitante posilidad de que Bobby Tom se pudiera enamorar de ella. Ante esa idea le ardieron las mejillas mientras regresaba al coche. Si bien se decía a sí misma que pensar eso era peligroso, no se lo podía sacar de la cabeza. ¿Cómo podría mirarla con tal ternura si ella no le importase? Era tan receptivo con su afecto, tan apasionado en la manera de hacer el amor. ¿Habría sido así con todas las mujeres de su pasado? ¿No sentiría algo especial por ella?

Algunas veces lo miraba para encontrarlo observándola como si ella fuera importante para él. En esos momentos era cuando comenzaba a pensar en el futuro y a imaginarse una casa llena del sonido de su risa. ¿Era imposible? ¿Podía sentir él lo mismo que ella sentía por él? Su piel se calentó sólo de pensarlo. ¿Sería posible que el futuro fuera para ella algo más que recuerdos?

Durante el resto del día, se entregó por completo a su trabajo para evitar fantasear. Primero preparó los regalos de bienvenida a los participantes que se alojarían en el Hotel Cattleman y luego se pasó por el club de campo donde estaban al borde del colapso. Al ir de un sitio a otro pasó por debajo de los carteles de bienvenida que colgaban en la Calle Mayor. Como en el resto de la ciudad en incluso en algunas camisetas ponía: HEAVEN, TEXAS. UN LUGAR EN EL CORAZÓN.

Pasó la mayor parte del día en el club de campo, solucionando los problemas de la distribución de la gente. Cuando terminó, eran casi las cinco y se dio cuenta de que no había recogido el cheque de su sueldo. Como tenía exactamente cuatro dólares en la cartera, se desplazó otra vez al hotel, donde en la suite, tenía Windmill sus oficinas, esperando llegar antes de que la secretaria que se encargaba de las nóminas se hubiera ido.

Para su decepción, Willow estaba cerrando la puerta cuando salió del ascensor. Gracie se apuró.

– Siento mucho llegar tan tarde, pero me entretuve. ¿Podrías darme tú el cheque de mi paga?