Wilow se encogió de hombros y abrió la puerta.

– Supongo.

Gracie lo agradeció interiormente. Si bien había tratado de ser tan útil para Willow como pudo, su relación seguía siendo tensa y Gracie sospechaba que era porque Willow había tenido intención de liarse con Bobby Tom. No quería ni pensar lo que se molestaría la productora si descubría que el compromiso era falso.

– Sé que piensas que paso poco tiempo en el set de rodaje, pero me dijiste que se suponía que recibía órdenes directas de Bobby Tom y él quiere que organice todos los detalles del torneo de golf.

– Está bien, Gracie. No pasa nada.

Willow era una jefa muy dura y exigente y Gracie no podía imaginar que fuera tan indulgente con cualquier otra persona. Ahora, mientras estaban solas, parecía tan buen momento como otro para sacar el tema de su futuro laboral.

– Me he estado preguntando cuáles son tus planes para mi.

– ¿Mis planes?

– Para cuando os trasladéis a L.A. Si quieres que vaya con vosotros o no.

– Supongo que deberías hablar con Bobby Tom. -Empezó a buscar entre la correspondencia de encima del archivador-. He oído que han llegado un par de jugadores de los Laker para el torneo de golf. Hace años que sigo a ese equipo, espero tener oportunidad de conocerlos en la cena.

– Estoy segura de que a Bobby Tom no le importará presentártelos. -Titubeó, eligiendo cuidadosamente las palabras-. Willow, no quiero que mi relación personal con Bobby Tom influya en mi futuro profesional. A pesar de que obedezco sus órdenes, tú eres mi jefa y supongo que estaría más tranquila si supiese qué tienes en mente para mí

– Lo siento, Gracie, pero no te puedo decir más ahora mismo. -Parecía tener dificultad para encontrar su cheque y comenzó a revisar todo otra vez, para detenerse y decir-: Ahh, es cierto. Tu cheque se hace aparte.

Un pequeño escalofrío se deslizó por la espalda de Gracie mientras miraba los movimientos de Willow por encima del escritorio, abriendo unos de los cajones y sacando un sobre largo.

Cuando habló su voz tuvo un sonido débilmente hueco.

– ¿Cómo es eso? ¿Por qué mi cheque es diferente a los demás?

Willow vaciló demasiado tiempo.

– ¿Quién sabe como hacen las cosas los de contabilidad?

– Tú -espetó Gracie-. Eres la productora.

– Mira, Gracie, quizá sea mejor que hables con Bobby Tom acerca de esto. Estoy muy apurada de tiempo-. Depositó con fuerza el cheque en la mano de Gracie.

Gracie sintió que otro escalofrío se deslizaba por su espalda y apenas pudo encontrar valor para hablar cuando una terrible certeza se apoderó de ella.

– ¿Bobby Tom ha estado pagando mi sueldo todo el tiempo? Es él quien me tiene contratada y no Windmill.

Willow recogió su bolso y caminó hacia la puerta.

– Lo cierto es que no quiero líos sobre esto.

– Ya los tienes.

– Mira, Gracie, una cosa que se aprende rápido si se quiere sobrevivir en este negocio es no llevarle la contraria a las estrellas… ¿sabes lo que quiero decir?

Gracie lo sabía demasiado bien. Bobby Tom había estado pagando su sueldo todo el tiempo, y le había dicho a Willow que lo mantuviera en secreto.

Con las rodillas temblando siguió a Willow fuera de la suite. Sintió como si algo frágil se hubiera hecho pedazos dentro de ella. Ésta era una traición que nunca hubiera esperado. Mientras bajaba en el ascensor, todos sus sueños se evaporaron. Esto había sido muy importante para ella. Esencial. Justo esa mañana, se había permitido albergar la idea de que él la podría amar, pero ahora sabía que para él no era diferente de todos los demás parásitos que vivían de él.

Dejó el hotel y entró temblando en el coche. Todo el tiempo, ella no había sido nada más que otro de sus casos de caridad. No podía detener las lágrimas. Le debía todo a él: El techo sobre su cabeza, la comida, cada compra que había realizado, desde el champú a la caja de Tampax. Se sintió ridícula cuando pensó en lo orgullosamente que había dejado el dinero en el cajón del escritorio para pagar el alquiler y compensar los gastos del vestido de coctel. Cómo debía haberse reído él cuando lo había visto. Parecía ser especialista en dejar que hiciera chistes privados a su costa.

Agarró con fuerza el volante, pero no pudo detener las lágrimas. ¿Cómo era posible que hubiera pensado eso antes? Él no la amaba en absoluto. Había sentido lástima, así que se había inventado un trabajo para ella por piedad de la misma manera que daba dinero a niños que no eran suyos o ponía el dinero para los negocios de sus amigos sabiendo que no iban a funcionar. Nunca había tenido suficiente trabajo para ocupar su tiempo y ni siquiera podía tener la satisfacción de sentir que se había ganado el dinero. Él había sabido todo el tiempo que no necesitaba una ayudante toda la jornada, pero no había querido tenerla sobre su conciencia. A Bobby Tom le gustaba jugar a ser Dios.

Miró ciegamente hacia delante. Al no decirle la verdad desde el principio, se había burlado de ella de una manera que nunca podría perdonar. Le había explicado lo importante que era para ella pagar sus deudas. ¡Sabía lo que pensaba! Pero no le había importado porque ella no era importante para él. Si se preocupara por ella no la habría despojado de su dignidad. No quiero nada de ti, Bobby Tom. Sólo quiero complaterte. Qué chiste. Qué chiste tan horrible y doloroso.


*****

A algunos hombres no les quedaban bien el esmoquin, pero a Bobby Tom le sentaba como un guante. Le había dado su toque, por supuesto: la camisa color lavanda con los botones brillantes, el stetson negro y un par de botas negras de piel de serpiente que sólo se ponía para ir de etiqueta. El edificio de piedra caliza del club de campo habías sido pulido hasta estar reluciente para el acontecimientos más grande de su historia. La venta de entradas para el torneo habían superado todas las expectativas e incluso el tiempo había colaborado ofreciendo un día soleado, pero con temperaturas por debajo de los treinta grados.

Estaban comenzando a llegar los deportistas al coctel previo a la cena cuando uno de los camareros murmuró al oído de Bobby Tom que alguien quería hablar con él en el piso de abajo. Mientras se abría paso por el vestíbulo, sintió irritación. ¿Dónde se había metido Gracie? Había esperado que estuviera allí a esas alturas. Un montón de gente la esperaba expectante y quería presentarla él a todo el mundo. Gracie era la mujer con menos conocimiento de deportes que él conocía y sabía que eso podría meterla en problemas esa noche, proporcionándole a él una tarde entera de diversión En realidad aún no entendía porque su ignorancia en deportes le parecía algunas veces una de sus mejores cualidades.

Se dirigió por las alfombradas escaleras al piso inferior, donde estaban los vestuarios vacíos. La puerta de cristales desembocaba en la zona de golf que debería estar cerrada con llave, pero estaba entreabierta y entró. Sólo había una luz encendida y no vio al hombre que permanecía de pie en la esquina más alejada de la habitación hasta que Way Sawyer lo llamó por su nombre.

– Denton.

Bobby Tom había sabido que iba a tener que enfrentarse pronto a Sawyer, pero no hubiera escogido nunca esa noche para hacerlo. Había visto el nombre de Sawyer en la lista del invitados, así es que no era realmente una sorpresa aunque no había tenido intención de hablar con él. Por alguna razón ese hombre estaba relacionado con la tristeza de su madre, y quería saber por qué.

Way parecía enorme en la oscuridad y cuando dio un paso adelante vio que un esmoquin cubría holgadamente su cuerpo y llevaba un palo de golf en la mano. Su traje de etiqueta no ocultaba lo ojeroso que estaba, como si no hubiera dormido una noche completa en mucho tiempo. Bobby Tom intentó controlar su antipatía. A pesar del anuncio de Sawyer sobre Tecnologías Rosa, nunca le gustaría ese hombre. Era un frío hijo de puta de corazón duro que vendería a su propia abuela si fuera necesario.

Dejó de lado la impresión fugaz de que ahora mismo Sawyer parecía más cansado que cruel.

– ¿Qué quieres? -contestó fríamente.

– Quiero hablar contigo sobre tu madre.

Ese era exactamente el tema que tenían que discutir, pero Bobby Tom sintió que se estaba enfadando.

– No hay nada de lo que hablar. Tú mantente bien lejos de ella y todo estará bien.

– Ya me he mantenido alejado. ¿Han mejorado las cosas? ¿Es feliz?

– Es condenadamente feliz. Nunca la había visto tan feliz.

– Estás mintiendo.

A pesar de sus palabras, Bobby Tom oyó la incertidumbre de la voz de Sawyer y lo aprovechó.

– La última vez que hablé con ella, estaba entusiasmada con hacer un pequeño crucero y añadir algunas plantas nuevas a su jardin. Ha estado tan ocupada con sus amigos que no hemos tenido demasiado tiempo para estar juntos.

Los hombros de Sawyer bajaron casi imperceptiblemente, y sus dedos quedaron laxos sobre el palo de golf con el que jugueteaba, pero Bobby Tom no se detuvo. De alguna manera ese hombre había lastimado a su madre, y tenía que asegurarse que no ocurría de nuevo.

– Por lo que yo sé, no tiene ni una sola preocupación en el mundo.

– Ya veo. -Way se aclaró la voz-. Echa mucho de menos a tu padre.

– ¿Crees que no lo sé?

Way se apoyó contra el mostrador.

– Te pareces mucho a él, ¿sabes? La última vez que lo ví, tenía dieciocho o diecinueve años, pero aún así el parecido es evidente.

– Eso dice la gente.

– Lo odiaba.

– Imagino que él tampoco sentiría mucho cariño por ti.

– Es dificil decirlo. Si yo le desagradaba nunca lo mostró y te aseguro que le dí suficientes motivos. Era jodidamente agradable con todo el mundo.

– ¿Entonces por qué lo odiabas? -La pregunta escapó de sus labios a pesar de su intención de mantenerse al margen.

Way pasó la mano por el palo de golf.

– Mi madre limpió algún tiempo en casa de tu abuela, ¿lo sabías? Fue antes de que perdiera la esperanza sobre la vida y tomara otro camino. -Hizo una pausa y Bobby Tom pensó en la historia que había contado durante años de que su madre era una prostituta. Había sido una broma para él, pero no para Sawyer y a pesar de su aversión por ese hombre, sintió vergüenza.

Way siguió:

– Tu padre y yo éramos de la misma edad, pero él era más grande y cuando estábamos en sexto o septimo, tu abuela le daba a mi madre toda su ropa usada. Tenía que ir a la escuela con la ropa de segunda mano de tu padre y estaba tan celoso que algunas veces casi me ahogaba por ello. Todos los días me veía ir a la escuela con su ropa vieja y nunca dijo una sola palabra. Ni una. Pero no sólo a mi, a nadie. De todas maneras los demás niños se dieron cuenta y se burlaron: “Oye Sawyer, ¿no es esa la camisa vieja de cuadros de Hoyt?”. Si tu padre hubiera estado por allí, hubiera negado con la cabeza y dicho: “ Caramba, no. Nunca la había visto antes”. Jesús, lo odiaba por eso. Si sólo me hubiera tirado mi pobreza a la cara, podría haberme pegado con él. Pero nunca lo hizo y evocándolo, supongo que no estaba en su naturaleza. De alguna manera, creo que me hubiera llevado bien con él, hubieramos sido buenos amigos.

Bobby Tom se sintió un orgullo tan abrumador como inesperado. Y luego, casi inmediatamente, un devastador sentimiento de pérdida. Se mostró insensible para no exteriorizar ninguna de esas emociones.

– Pero incluso así lo odiabas.

– Supongo que era envidia. En secundaria le rompí la taquilla y robé la chaqueta que guardaba allí. Creo que nunca supo que había sido yo. Nunca pude ponerme la maldita cosa, por supuesto; ni siquiera quería. Pero la cogí y la quemé, así nunca podría volver a ponérsela él tampoco. Tal vez pensé que quemándola, quemaba parte de él o tal vez únicamente fuera que no podía soportar ver como se la ponía por los hombros a tu madre cuando iban para casa. Esa maldita cosa le llegaba casi por las rodillas.

Esa visión de sus padres como estudiantes de secundaria hizo que Bobby Tom se sintiera extrañamente desorientado.

– ¿Se trataba de eso? Era por mi madre.

– Supongo que siempre lo ha sido. -Sus ojos se nublaron como si sus pensamientos los inundaran-. Era tan bonita. Ella piensa que no porque no llevó sujetador hasta el segundo año y es todo lo que recuerda, pero yo no, era preciosa, con sujetador o sin él. Era como tu padre, amable con todo el mundo. -Se rió con genuina diversión-. Con todo el mundo salvo conmigo. Un día se encontró conmigo en el vestíbulo cuando no había nadie más. Iba a llevar algo al despacho de un profesor, supongo, ya que era hora de clase. Me subí las solapas, me recosté contra unas taquillas. Le dirigí mi mejor mirada de matón y la miré de arriba abajo, probablemente la asusté de muerte. Recuerdo que tensó las manos en el sobre que llevaba, pero me miró fijamente y me dijo: “Wayland Sawyer, si no quieres acabar tirado en la calle, sería mejor que estuvieras en clase”. Toda una señora, tu madre.