– Gracie, éste es Jim Biederot. Fue el quarterback de los Star durante un montón de tiempo. Eramos realmente buenos cuando jugábamos juntos.

La incomodidad de Biederot fue obvia.

– Encantado de conocerte, Gracie.

Luther apareció por detrás de ellos, ahorrando a Gracie la necesidad de contestar.

– El pastor Frank está a punto de dar la bienvenida. Venga, moveos.

Gracie podía sentir la frustración de Bobby Tom mientras Luther los empujaba hacia el comedor.

– Hablaremos luego -la advirtió por lo bajo-. No creas que vas a librarte.

Para Gracie, la cena se hizo interminable, aunque los demás parecían estar pasando un buen rato. La gente comenzó a levantarse de las mesas poco después de que se sirviera el plato principal y sabía que ella había sido el tema principal de conversación. Estaba segura de que ninguno de sus amigos podía entender que estuviera comprometido con un pequeño y soso gorrión, especialmente cuando parecía no saber hablar.

Aunque Bobby Tom no lo mostró, obviamente lo había avergonzado, y él nunca creería que no lo había hecho deliberadamente. Incluso ahora ella no quería lastimarle. Él no podía evitar ser como era, lo mismo que ella no había podido ponerse ropa elegante y maquillaje esa noche.

Los de Telarosa se sintieron insultados y perplejos por su apariencia y silencio. Era como si se hubiera presentado borracha en vez de simplemente no haberse arreglado. Suzy quiso saber si estaba enferma, Toolee Chandler la siguió al cuarto de baño y le preguntó si se había vuelto loca por aparecer así y Terry Jo la buscó a la salida para regañarla duramente por avergonzar a Bobby Tom.

Gracie no pudo soportarlo más.

– Bobby Tom y yo ya no estamos comprometidos.

Terry Jo abrió la boca con sorpresa.

– Pero, Gracie, no puede ser. Es obvio para todo el mundo lo enamorados que estáis.

Repentinamente, eso fue más de lo que ella pudo aguantar. Sin contestar, se dio la vuelta y salió a toda prisa del edificio.

Una hora más tarde, oyó el ruido sordo de unas botas subiendo las escaleras de su apartamento de dos en dos, y luego un puño duro contra su puerta. Se mantuvo en silencio vestida con la blusa blanca y la falda azul marino. Había estado sentada en su dormitorio en la oscuridad intentando decidir qué hacer con su futuro. Se levantó de la silla, encendió la luz y se pasó una mano por el pelo, libre ahora de las horquillas. Tratando de componerse, atravesó la sala y abrió la puerta.

Incluso ahora, tuvo que contener el aliento al verlo, maravilloso y robándole espacio con su mera presencia. Los brillantes de la pechera de su camisa color lavanda refulgían intensamente como planetas distantes y nunca le había parecido hasta ahora más alejado de una existencia terrenal.

Había esperado su cólera, pero no su preocupación. Él se quitó el stetson mientras entraba.

– ¿Qué te pasa, cariño? ¿Estás enferma?

Alguna parte suya, innoble y cobarde estuvo tentada a decir que sí, pero estaba hecha de otra pasta y nego con la cabeza.

Él empujó la puerta para cerrarla con un duro ruido sordo y se enfrentó a ella.

– Entonces será mejor que me digas que crees que estabas haciendo esta noche. Llegas pareciendo un demonio y luego permaneces callada todo el tiempo. ¡Y para rematarlo le dices a Terry Jo que ya no estamos comprometidos! Todo el pueblo lo sabe a estas alturas.

Ella no quería pelearse con él. Sólo quería dejar el pueblo y encontrar un lugar tranquilo donde lamerse las heridas. ¿Cómo le podía hacer entender que ella le hubiera dado cualquier cosa que le hubiera pedido, pero sólo si se lo hubiera podido dar libremente?

La miró con ira, todo su encanto había sido sustituido por una cólera crujiente.

– No voy a jugar a las preguntas contigo, Gracie. Acabo de dejar plantadas a un montón de personas que me están haciendo un favor y quiero saber por qué elegiste esta noche para avergonzarme.

– Hoy me enteré de que eres tú quien paga mi sueldo.

El primer indicio de cautela apareció en sus ojos.

– ¿Y qué más da?

El hecho de que él tratara quitarle importancia a eso, mostraba lo poco que la entendía e hizo que el dolor fuera más afilado. ¿Cómo había podido creer, aunque fuera por un momento, que la amaba?

– ¡Me mentiste!

– No recuerdo haber comentado nunca quién pagaba tu sueldo.

– ¡No juegues conmigo! Tú sabes cómo me siento sobre aceptar tu dinero, pero te dio exactamente lo mismo.

– Estabas trabajando para mí. Te lo ganaste.

– ¡No había trabajo, Bobby Tom! Tuve que buscar cosas que hacer.

– Eso es una locura. Has estado trabajando un montón de tiempo para organizar el torneo de golf.

– Solo eso. ¿Qué pasa con el tiempo de antes de que me dedicara a eso? ¡Me pagabas por no hacer nada!

Él lanzó el sombrero sobre una silla

– Eso no es cierto, y no sé por qué le das tanta importancia. Iban a despedirte, y, a pesar de lo que digas, necesitaba un ayudante. Es así de simple.

– Si es tan simple, entonces, ¿por qué no me lo ofreciste sin rodeos?

Él se encogió de hombros y se dirigió rodeándola hacia la pequeña cocina del fondo de la sala.

– ¿Tienes Alka-Seltzer?

– Porque sabías que diría que no.

– Ésta es una conversación ridícula. Willow te iba a despedir por mi culpa. -Abrió la alacena de encima del fregadero.

– Así que me contrataste por piedad, porque pensabas que era demasiado incompetente para cuidar de mí misma.

– Eso no es así. ¡Estás tergiversando mis palabras! -Dejó de buscar en la alacena-. Trato de entenderlo, pero sigo sin ver el problema.

– Sabías lo importante que era para mí y no te importó nada.

Fue como si ella no hubiera abierto la boca. Él rodeó el mostrador que separaba la cocina de la sala de estar, quitándose la chaqueta mientras hablaba.

– Quizá sea mejor que todo se haya aclarado por fin. He estado considerando la idea y este es probablemente tan buen momento como cualquier otro para que hagamos unos arreglos más permanentes. -Lanzó la chaqueta sobre una silla-. Salimos para Los Angeles en un par de semanas y he decidido contratarte como ayudante a jornada completa por el triple de lo que cobras ahora. Y no comiences a actuar como si no te fueras a ganar el sueldo. No voy a tener tiempo de atender mis asuntos si me paso diez horas diarias en un estudio de sonido.

– No puedo hacerlo.

– Lo cierto es que estaba pensando en que te fueras tú antes y buscaras algo agradable donde pudiéramos vivir. -Se sentó en el sofá y apoyó las botas en la mesita de café-. Creo que estaría bien que tuviera una bonita piscina, ¿no te gustaría? y que también tenga buena vista. Cómprate un coche mientras estés allí; Vamos a necesitar otro.

– No hagas esto, Bobby Tom.

– Y deberías tener más ropa, así que te abriré una cuenta de gastos. Nada de comprar en outlets, Gracie. Te vas a Rodeo Drive y te compras lo mejor.

– ¡No voy a ir a Los Angeles contigo!

Él se sacó la camisa de la cinturilla de los pantalones y comenzó a abrir los botones brillantes.

– Y esa idea tuya, la de la Fundación, no es que me vaya a comprometer por ahora porque aún pienso que es una locura, pero dejaré que intentes convencerme a ver si lo consigues. -Puso los pies sobre el suelo y se abrió la camisa lavanda sobre su pecho desnudo-. Me tengo que levantar a las cinco de la mañana, cariño, así que a no ser que me quieras ver hacer el ridículo en el campo de golf, será mejor que nos vayamos ya a la cama.

– Acortando la distancia entre ellos, empezó a desabotonar la blusa de Gracie.

– No estás oyendo nada de lo que digo. -Trató de alejarse, pero él la sujetó firmemente.

– Eso es porque hablas demasiado. -Le bajó la cremallera de la falda y la empujo al dormitorio.

– No voy a ir a L.A.

– Claro que sí. -Casi la tiró para sacarle los zapatos, tirándolos a un lado junto con la falda. Después tironeó de sus pantys. Ella se quedó delante de él con bragas, sujetador y la blusa abierta.

– Por favor, Bobby Tom, escucha.

Sus ojos la acariciaron.

– Compláceme. Eso es lo que dijiste que querias hacer, ¿verdad? -Se llevó las manos a la cremallera de sus pantalones y la bajó.

– Sí, pero…

Él agarró su brazo.

– No hables más, Gracie. -Todavía vestido, aunque con la camisa y los pantalones abiertos, la derribó sobre la cama y cayó sobre ella.

El desasosiego se apoderó de ella cuando él abrió sus piernas e introdujo la rodilla entre sus muslos.

– ¡Un momento!

– No hay razón para esperar. -Sus manos tiraron de sus bragas y la liberó de su peso mientras se las sacaba. Sintió sus nudillos contra su hueso púbico cuando él se liberó.

– ¡Esto no me gusta! -gimió ella.

– Dame un minuto y te gustará.

Él estaba usando el sexo para evitar hablar con ella y lo odió por ello.

– ¡Dije que no me gusta! Quítate de encima.

– Vale. -Atrapándola entre sus brazos, rodó sobre sí mismo para colocarla encima de él, pero mantuvo su trasero tan apretado y empujó tan insistentemente contra ella que no se sintió más libre.

– ¡Así no!

– Decídete. -Él rodó para colocarla bajo él otra vez.

– ¡Basta!

– No quieres que me detenga y lo sabes. -Su pecho musculoso la presionó contra el colchón mientras la cogía por la parte de atrás de las rodillas y las separaba bruscamente, dejándola abierta y vulnerable. Cuando sintió que sus dedos la tanteaban, cerró la mano en un puño y le golpeó en la parte trasera de su cabeza tan fuerte como pudo.

– ¡Ay! -Él aulló de dolor y rodó para salir de encima de ella, llevándose la mano a la cabeza-. ¿Y ahora por qué haces eso? -gimió indignado.

– ¡Gilipollas! -Ella fue a por él, golpeandolo con sus puños a pesar del dolor de su mano. Él se tumbó en la cama y ella golpeó todo lo que tenía a su alcance. Él levantó los brazos para evitar los golpes, gritando cuando daba en algún punto sensible, pero sin tratar de sujetarla.

– ¡Basta! ¡Eso duele, maldita sea!¡Ay! ¿Qué te sucede?

– ¡Maldito seas! -Sus manos palpitaban del dolor. Le dio un último golpe y se sentó sobre los talones. Jadeaba cuando agarró firmemente la blusa y la cerró. Su asalto no había sido causado por el sexo, había sido por el poder, y en ese momento lo odió.

Él levantó los brazos y la miró con precaución.

Ella salió de la cama y buscó la bata que colgaba en la parte de atrás de la puerta. Sus manos dolían tanto que tenía dificultades para cogerla.

– Quizá sería mejor que habláramos, Gracie.

– Largo de aquí.

Ella oyó el ruido del colchón y el sonido de sus pasos cuando salió de la habitación. Presionando las manos contra su regazo se dejó caer en la cama reprimiendo un sollozo. Finalmente todo había acabado entre ellos. Ese mismo día había sabido que tenía que pasar, pero nunca hubiera imaginado que acabaría tan amargamente.

Ella se tensó al oírlo regresar a la habitación.

– Te dije que te fueras.

Él puso algo frío entre sus manos, cubitos de hielo envuelto en una tela. Su voz sonó dura y ligeramente ronca, como si lo hiciera a través de un lugar lleno de humo.

– Esto debería evitar que se hincharan.

Ella miró fijamente el trozo de hielo porque no lo podía mirar. Su amor por él siempre había sido algo cálido y bueno, pero ahora lo sentía agobiante.

– Por favor, vete.

Su voz fue apenas un susurro.

– Nunca en mi vida hice nada así a ninguna mujer. Gracie, lo siento. Daría cualquier cosa del mundo para borrar lo que ha ocurrido.

El colchón se hundió a su lado.

– No soportaba oír que no venías conmigo y tenía que hacer que dejaras de hablar. ¿Por qué haces esto, Gracie? Lo pasamos bien juntos. Somos amigos. No hay ninguna razón para que se vaya todo al garete por un malentendido.

Ella finalmente se permitió mirarle y se sintió herida por la tristeza de sus ojos.

– Es bastante más que un malentendido -murmuró ella-. Ya no puedo estar contigo.

– Por supuesto que puedes. Nos divertiremos a lo grande en L.A. Y tan pronto como se termine la película, he estado pensando que deberíamos llevar a mi madre a un crucero.

En ese momento supo que tenía que ser honesta con él. Necesitaba encontrar el valor para decirle lo que había en su corazón, no porque pensara que cambiaría algo, sino porque ella nunca podría seguir adelante si no lo hacía. Tomando el toro por los cuernos dijo las palabras más dificiles que nunca había tenido que pronunciar.

– Te amo, Bobby Tom. Te he amado casi desde el principio.

Él no pareció sorprendido por su declaración y esa aceptación fue como otro cuchillazo. Se dio cuenta de que él lo había sabido todo el tiempo y, que al contrario de lo que había fantaseado, no le correspondía.