Sólo cuando oyó su voz, amplificada por los altavoces, se dio cuenta de que él había quitado la mano del micrófono antes de que ella hablara. Las risas de la audiencia se detuvieron abruptamente. Hubo algunas risitas nerviosas y luego, cuando la gente se dio cuenta de que ella había hablado en serio, silencio absoluto.

La cara de Bobby Tom se puso pálida. Afligida, lo miró fijamente a los ojos. No había querido humillarle, pero las palabras habían sido dichas y no las negaría porque eran ciertas.

Ella esperaba que se le ocurriera algún tipo de comentario sarcástico para sacar hierro a la situación, pero él no dijo nada.

– Lo siento -murmuró ella, echándose para atrás-. Lo siento realmente. -Se giró y se apresuró a bajar del palco.

Mientras se abría camino entre la gente estupefacta y silenciosa, esperaba oír su voz perezosa y arrastrada, su risa entrecortada y cautivadora amplificada por el micrófono para su gente. En su mente, incluso podía oír las palabras que escogería.

¡Guauuuu! Señores, eso sí que es una aútentica loca. Apuesto que me cuesta más de una botella de champán y una noche en el pueblo convencerla.

Ella avanzó hacia delante, pisándose la bastilla del largo vestido y luego oyó su voz, justo como había sabido que haría. Pero en lugar de las palabras que había imaginado, los altavoces mostraron su furia y hostilidad.

– ¡Venga, Gracie! ¡Largo de aquí! Los dos sabemos que trataba de hacerte un favor! Joder, ¿por qué demonios querría casarme con alguien como tú? ¡Y ahora, fuera de aquí! ¡Fuera de mi vida, no quiero volver a verte!

Ella sollozó, humillada. Siguió ciegamente hacia delante, sin saber por dónde iba, sin importarle siquiera, sabiendo solamente que tenía que escapar.

Una mano tiró de su brazo, y vió a Ray Bevins, el cámara de Luna sangrienta.

– Venga, Gracie. Te llevaré.

Los altavoces aullaron a sus espaldas con el sonido ensordecedor del acople del micrófono.

Gracie corrió.

capítulo 24

Bobby Tom Denton resultó ser un borracho de lo más difícil. Destruyó el interior del Wagon Wheel, destrozó a patadas las ventanas de un Pontiac completamente nuevo y rompió el brazo de Len Brown. Bobby Tom había participado antes en peleas, pero no con alguien como Len y no con Buddy Baines, que le intentó robar las llaves de la camioneta para impedir que condujera en estado de embriaguez. Nadie hubiera supuesto el día antes que Telarosa sentiría vergüenza de su hijo predilecto, pero esa noche todos sacudieron la cabeza.

Cuando Bobby Tom se despertó, estaba en la cárcel. Trató de girarse, pero le dolía demasiado todo como para moverse. Le latía la cabeza y le dolía cada músculo del cuerpo. Cuando intentó abrir los ojos, se dio cuenta de que uno estaba cerrado de la hinchazón. Al mismo tiempo, sentía el estómago revuelto como si hubiera pillado un mal virus.

Hizo una mueca de dolor cuando bajó lentamente las piernas por el lado del catre y se arrastró hasta permanecer sentado. Ni siquiera después de un partido particularmente brutal se había sentido así de mal. Dejando caer la cabeza entre las manos, se dejó llevar por la desesperación. Mucha gente no recordaba lo que hacía cuando estaba ebria, pero él recordaba cada miserable momento. Peor aún, recordaba lo que lo había llevado a eso.

Sin importar lo humillado que se hubiera sentido por su rechazo, ¿cómo podía haber permanecido de pie tras ese micrófono para gritarle a Gracie esas cosas? La imagen de su cara mientras escapaba se quedaría grabada en su memoria por el resto de su vida. Ella había creído cada una de las irrecusables palabras que había dicho y saberlo lo llenaba de vergüenza. Al mismo tiempo, el eco de sus palabras seguía retumbando en su cerebro.

No puedo casarme contigo, Bobby Tom. Merezco algo mejor.

Y así era. Por Dios, claro que lo merecía. Merecía un hombre, no un niño. Merecía a alguien que la quisiera más de lo que él quería a su leyenda. Su leyenda. Por primera vez en su vida, al pensar en eso sintió asco. No importaba en absoluto su leyenda, su comportamiento de la noche anterior la había destruido y a él ni siquiera le importaba. Todo lo que importaba era recuperar a Gracie.

Se sintió repentinamente sobrecogido por el pánico. ¿Qué ocurriría si ya había dejado el pueblo? Sus principios morales eran una de las cosas que más admiraba de ella, y ahora que era demasiado tarde, entendía lo importante que eran para ella. Gracie siempre pensaba lo que decía y una vez que se convencía de que tenía razón en algo no cambiaba de opinión.

Le había dicho que lo amaba, y eso era mucho tratándose de ella, pero al jugar rápida y alegremente con sus emociones y no respetar sus sentimientos, la había puesto en una situación que podía no tener marcha atrás. Cuando él había mirado su rostro la noche anterior y la había oído decirle que no se casaría con él, ella sentía cada palabra, y ni siquiera la declaración pública de su amor había sido lo suficientemente buena para ella.

Un montón de emociones extrañas lo bombardearon, pero la menos familiar era la desesperación. Después de toda una vida de conquistar mujeres con facilidad, se dio cuenta de que había perdido la confianza en sí mismo. De otra manera, no estaría tan seguro de que ella se iría, de que nunca la encontraría, y de que sabía que la había perdido para siempre. ¿Si no había podido conquistarla en su tierra, en su casa, como podía esperar hacerlo en cualquier otra parte?

– Bueno, bueno, genial. Parece que el niñito mimado de la ciudad se metió anoche en un montón de problemas.

Él levantó sus ojos vidriosos y vio a Jimbo Thackery, al otro lado de los barrotes de su celda con una desagradable sonrisa de satisfacción en la cara.

– No tengo ganas de hablar contigo ahora mismo, Jimbo -masculló-. ¿Qué tengo que hacer para salir de aquí?

– Mi nombre es Jim.

– Jim, entonces -dijo él lentamente. Quizá no era demasiado tarde, pensó. Quizá ella había tenido oportunidad de reconsiderar las cosas y la podía hacer cambiar de idea. Juró ante Dios Todopoderoso que si se casaba con él, le compraría su propio asilo en su primer aniversario de boda. Sin embargo, antes de pensar en eso, tenía que encontrarla. Luego tenía que convencerla de que la quería más de lo que nunca había creído amar a una mujer. Haría lo que fuera para que ella lo perdonara.

Él se incorporó en el borde del catre.

– Tengo que salir de aquí.

– El juez Gates no ha fijado tu fianza todavía -dijo Jimbo con evidente placer ante su sufrimiento.

Se puso de pie sintiendo dolor, ignorando su estómago revuelto y que su rodilla mala latía como una condenada hija de puta.

– ¿Cuándo lo hará?

– Antes o después. -Jimbo sacó un palillo de dientes del bolsillo de la camisa y lo colocó en la comisura de su boca-. Al juez no le agrada que lo haga madrugar demasiado.

Bobby Tom veía el reloj de la pared al otro lado de los barrotes.

– Son casi las nueve.

– Lo llamaré cuando tenga un momento. Es bueno que seas rico, porque hay un montón de cargos contra ti: Agresión, alteración del orden público, daños a la propiedad ajena, resistencia al arresto. El juez no se va a sentir demasiado contento contigo.

Bobby Tom se sentía más desesperado cada segundo que pasaba.

Cada instante que pasaba tras las rejas significaba que Gracie se alejaba cada vez más de él. ¿Por qué se había comportado como un asno la noche anterior? ¿Por qué no se había tragado el orgullo y había ido tras ella en ese mismo momento, para arrodillarse a sus pies y decirle cuanto lo sentía? En vez de hacer eso, había estando actuando todo ese tiempo como si ella no significara nada para mantener la fachada ante sus colegas, primero con su desesperada proposición en público y luego con sus repugnantes palabras ante el micrófono. Ya no podía recordar porqué le había importado tanto sus opiniones. Disfrutaba con sus amigos, pero no era con ellos con quien quería vivir su vida ni tener sus hijos.

Él no pudo ocultar su agitación cuando se acercó cojeando a los barrotes.

– Haré lo que sea que tenga que hacer, pero no ahora. Sólo necesito un par de horas. Tengo que encontrar a Gracie antes de que deje el pueblo.

– Nunca pensé que vería el día que harías el tonto por una mujer -se burló Jimbo-, pero te aseguro que lo hiciste anoche. Lo cierto es que ella no te quiere, B.T. y ahora todo el mundo lo sabe. Supongo que todas esas Super Bowl no fueron suficientes para ella.

Bobby Tom agarró los barrotes.

– ¡Sólo déjame salir de aquí, Jimbo! Tengo que encontrarla.

– Demasiado tarde. -Con una última sonrisa afectada, dio un golpecito con el palillo en el pecho de Bobby Tom. Sus pasos resonaron sobre el suelo de ladrillo mientras llegaba a la puerta y salía.

– ¡Ven aquí, hijo de puta! -Bobby Tom metió la cara entre los barrotes-. ¡Conozco mis derechos, y quiero un abogado! ¡Quiero un abogado ahora mismo!

La puerta resonó firmemente cuando la cerró.

Sus ojos volaron al reloj. Quizá no se iría ese día. Tal vez seguiría por allí. Pero ni siquiera él se lo creía. La había lastimado demasiado la noche anterior y se escaparía tan pronto pudiera.

– ¡Tengo derecho a hacer una llamada! -gritó.

– Cállate.

Por primera vez se percató que no estaba solo. La cárcel del pueblo tenía sólo dos celdas pequeñas, y el catre de la otra estaba ocupado por un individuo con los ojos rojos y la barba descuidada.

Bobby Tom lo ignoró y siguió gritando.

– ¡Tengo derecho a una llamada! ¡Y la quiero hacer ahora!

Nadie contestó.

Empezó a cojear frenéticamente por su celda. Su rodilla lesionada asomaba a través de un roto de sus vaqueros, le faltaban botones en la camisa y parte de una manga y sus nudillos parecían haber pasado por una picadora de carne. Regresó a los barrotes y comenzó a gritar otra vez, pero el borracho de la celda de al lado fue el único que respondió.

El reloj marcaba los minutos. Sabía cuanto estaba disfrutando Jimbo con eso, pero no le importaba. Se estaba quedando afónico, pero le daba igual. Trató de decirse a sí mismo que su comportamiento era estúpido, que no era lógico sentir esa urgencia, pero el pánico no decrecía. Si no alcanzaba a Gracie de inmediato, sentía que la perdería para siempre.

Pasó casi media hora antes de que Dell Brady, el ayudante negro de Jimbo, abriera la puerta que comunicaba con la estancia principal de la comisaría y entrara. Bobby Tom nunca había estado tan contento de ver a nadie en su vida. Había jugado al fútbol con el hermano de Dell, y siempre se había llevado bien con él.

– Joder, B.T., vas a tirar el lugar a gritos. Siento no haber entrado antes, pero tuve que esperar que Jim saliera.

– ¡Dell! Tengo que hacer una llamada. Sé que tengo derecho a una llamada.

– La hiciste anoche, B.T. Llamaste al viejo Jerry Jones y le dijiste al dueño de los Dallas Cowboys que no jugarías en su equipo aunque fuera el último de la tierra.

– ¡Joder! -Bobby Tom cerró los puños sobre los barrotes, sintiendo ramalazos de dolor ascender por sus brazos.

– Nadie te había visto antes tan borracho -siguió Dell-. Destruiste tú solo el Wagon Wheel, eso sin mencionar lo que le hiciste a Len.

– Lo arreglaré todo más tarde, y te aseguro que pediré perdón a Len. Pero ahora mismo tengo que llamar por teléfono.

– No sé B.T., Jim está muy cabreado. Desde que Sherri Hopper y tú…

– ¡De eso hace quince años! -gritó-. Venga. Sólo una llamada.

Para su alivio, Dell tomó las llaves que llevaba en su cinturón.

– Bueno. Supongo que te puedo soltar si te vuelvo a encerrar antes de que vuelva Jim de la cafetería. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Dell estuvo tanto tiempo manoseando nerviosamente las llaves que Bobby Tom quiso agarrarle por el cuello y gritarle que se apresurase. Sin embargo, por fin estuvo fuera de su celda y atravesó la puerta que desembocaba en la estancia principal de la comisaría. En cuanto entró, Rose Collins, que llevaba trabajando allí desde antes de lo que él podía recordar, lo miró y le tendió el teléfono.

– Es para ti, Bobby Tom. Es Terry Jo.

Le arrebató el teléfono de la mano.

– ¡Terry Jo! ¿Sabes dónde está Gracie?

– Le está alquilando un coche a Buddy en este mismo momento para poder irse a San Antonio. No me puede ver -estoy en el despacho de atrás- pero le dijo a Buddy que cogió billete para un vuelo a primera hora de la tarde. Buddy me dijo que te llamara, aunque juré anoche que no te iba a volver a hablar en mi vida. Nunca supe que podías ser tan bastardo. No sólo por lo que le hiciste a Gracie -lleva las gafas de sol, pero sé que ha estado llorando- sino por lo que le hiciste a la cara de Buddy. Su mandíbula ocupa el doble de su tamaño y…