– No yo. Cuando te has pasado la mayor parte de tu vida frente a once hombres decididos firmemente a sacarte las tripas por la nariz, cosas como rodar películas no te impresionan demasiado.

– Ya veo. Bueno, ahora no eres futbolista.

– Oh, siempre seré futbolista, de una manera u otra. -Por un momento creyó detectar desolación en sus ojos, casi rayando la desesperación. Pero él había hablado tan seguro que pensó que lo había imaginado. Rodeó el escritorio hacia ella.

– Será mejor que llames a tu jefa y le digas que llegaré uno de estos días.

Bueno, finalmente la había enojado, irguiéndose sobre toda su estatura, de uno sesenta, le espetó-:

– Lo que le diré a mi jefa es que mañana por la tarde, volaremos los dos a San Antonio y luego nos dirigiremos a Telarosa.

– ¿Los dos?

– Sí. -Sabía que tenía que mostrarse firme con él desde el principio o tomaría ventaja sobre ella-. De otra manera, te verás envuelto en un proceso legal muy desagradable.

Él se frotó la barbilla entre el pulgar y el índice.

– Supongo que tú ganas, cariño ¿A qué hora es nuestro vuelo?

Ella lo miró con suspicacia.

– A las doce cuarenta y nueve.

– Vale.

– Te recogeré a las once en punto. -Desconfiaba de su repentina capitulación y sonó más como una pregunta que como una afirmación.

– Será más sencillo que nos encontremos en el aeropuerto.

– Te recogeré aquí.

– Eres muy amable.

Acto seguido, Bobby Tom la tomó por el codo y la condujo fuera del estudio.

Él se comportó como el anfitrión perfecto, mostrándole un gong de un templo del siglo dieciséis y una escultura de madera petrificada, pero en menos de noventa segundos, ella estaba sola en la acera.

Las luces resplandecían en las ventanas y la música se perdía en el aire perfumado de la noche. Cuando lo percibió, se entristeció. Ésta era su primera fiesta salvaje y, a menos que se equivocara mucho, la acababan de poner de patitas en la calle.


*****

Gracie estaba de regreso en casa de Bobby Tom Denton a las ocho de la mañana siguiente. Antes de dejar el motel, había llamado a Shady Acres para tener noticias sobre la Sra. Fenner y el Sr. Marinetti. A pesar de cuanto había necesitado escapar de esa vida, aún se preocupaba por la gente que hasta hacía tres semanas había sido como de la familia y necesitaba saber que se encontraban perfectamente. También había llamado a su madre, pero Fran Show estaba a punto de salir para su clase de aeróbic y no había tenido tiempo para hablar.

Gracie aparcó el coche en la calle, oculto de la casa por unos arbustos pero con una buena vista del camino de acceso. La repentina amabilidad de Bobby Tom la noche anterior la había hecho desconfiar y no le iba a dar ni la más mínima oportunidad de engañarla.

Se había pasado la mayor parte de la noche alternando entre sueños perturbadoramente eróticos y desvelos nerviosos. Esa mañana mientras se daba una ducha, se había echado a sí misma una severa reprimenda. No servía de nada decirse que Bobby Tom no era el hombre más apuesto, sexy y excitante que había visto en su vida, porque lo era. Eso hacía todavía más importante que recordara que esos ojos azules, ese encanto perezoso y esa implacable afabilidad era una peligrosa combinación que ocultaba un ego monstruoso y una mente aguda. Tenía que andar con mucho tiento.

Sus pensamientos se interrumpieron al ver un rojo y antiguo Thunderbird descapotable saliendo por el camino de acceso. Habiendo anticipado exactamente ese tipo de traición, encendió el motor, apretó el acelerador, y adelantó su coche para cerrar la salida. Después apagó el motor y cogiendo el bolso, salió.

Las llaves de contacto tintineaban en el bolsillo de su último atentado a la moda: un vestido color mostaza con una amplia cintura con el que había esperado parecer eficaz y profesional pero que sólo la hacía parecer mayor y desaliñada. Los tacones de las botas vaqueras de Bobby Tom resonaron sobre el asfalto cuando se acercó a ella, cojeando por el camino. Nerviosamente, ella estudió su ropa. La camisa de seda, con palmeras púrpuras, estaba metida dentro de unos vaqueros perfectamente descoloridos e impecablemente deshilachados que moldeaban sus caderas estrechas y sus piernas esbeltas de corredor de una manera que hizo imposible que apartara los ojos de unas partes que era mejor que no mirara.

Se preparó a recibirlo mientras él echaba para atrás su stetson gris perla.

– Buenas, señorita Gracie.

– Buenos días -dijo ella enérgicamente-. No esperaba verte tan pronto después de la juerga de anoche. -Pasaron varios segundos mientras la contemplaba. Aunque sus ojos estaban medio cerrados, detectó una intensidad bajo esa indolencia que la hizo mostrarse cautelosa.

– Se suponía que vendrías a las once -dijo él.

– Sí, llego temprano.

– Ya veo, agradecería mucho que sacaras tu coche de la salida del camino de acceso. -Su voz era arrastrada y lenta y se contradecía con la débil tensión de las comisuras de sus labios.

– Lo siento, pero no puedo. Estoy aquí para escoltarte a Telarosa.

– No es mi intención ser maleducado, cariño, pero lo cierto es que no necesito guardaespaldas.

– No soy guardaespaldas. Soy tu escolta.

– Seas lo que seas, me gustaría que movieras el coche.

– Lo entiendo, pero si no te tengo en Telarosa el lunes por la mañana, tengo la certeza de que me despedirán, así que tengo que mantenerme firme en mi postura.

Él apoyó una mano sobre la cadera.

– Comprendo tu punto de vista, así que te daré mil dólares si coges ese coche y te vas. -Gracie clavó los ojos en él-. Que sean mil quinientos por las molestias.

Ella siempre había pensado que la gente asumía, simplemente mirándola, que era una persona honorable y la idea que de que él pudiera creer que ella era capaz de aceptar un soborno la ofendió mucho más que ser confundida con una stripper.

– No acepto ningún tipo de soborno -dijo ella lentamente.

Él soltó un largo suspiro de pesar.

– Pues es realmente una lástima porque, cojas mi dinero o no, me temo que no voy a estar en ese avión contigo esta tarde.

– ¿Quieres decir que vas a cancelar tu contrato?

– No. Simplemente, estoy diciendo que iré a Telarosa por mis medios.

Ella no se lo creyó.

– Firmaste ese contrato libremente. No sólo tienes obligación legal de cumplirlo a rajatabla, sino que además tienes obligación moral.

– Señorita Gracie, estás sonando como una maestra de catequesis.

Cerró los ojos.

Él soltó una carcajada y negó con la cabeza.

– Es cierto. La guardaespaldas de Bobby Tom Denton es una jodida maestra de catequesis.

– Te he dicho que no soy tu guardaespaldas. Soy simplemente tu escolta.

– Pues mucho me temo que entonces vas a tener que buscar otra persona a la que escoltar, porque yo he decidido conducir hasta Telarosa y tengo claro que una señoritinga como tú no iría a gusto en un T-Bird con un conductor como yo. -Él se dirigió hacia el coche de alquiler y se apoyó en la ventanilla del copiloto mirando dentro para buscar las llaves-. Me avergüenza decirte que no tengo la mejor reputación cuando se trata de mujeres, señorita Gracie.

Ella corrió tras él, haciendo un enorme esfuerzo para no clavar los ojos en esos vaqueros ceñidos y descoloridos que marcaban su trasero cuando él se inclinó hacia delante.

– No tienes tiempo de ir en coche hasta Telarosa. Willow nos espera allí por la tarde.

Él se enderezó y sonrió.

– Pues asegúrate de darle mis más afectuosos saludos cuando la veas. Y ahora, ¿mueves el coche?

– Ten por seguro que no.

Él inclinó la cabeza, la meneó con pesar, y luego, con un rápido movimiento cogió la correa del bolso de Gracie y la deslizó fuera de su brazo.

– ¡No tienes derecho a hacer eso, devuélvemelo! -Ella se abalanzó sobre él para recuperarlo.

– Seré muy feliz de hacerlo. Tan pronto encuentre las llaves de tu coche. -Él sonrió agradablemente mientras alejaba el bolso de su alcance y lo registraba rápidamente.

Ella ciertamente no iba a ponerse a pelear con él, así que usó su voz más severa.

– Sr. Denton, devuélveme mi bolso inmediatamente. Y por supuesto que estarás en Telarosa el lunes. Firmaste un contrato en el que…

– Perdona que te interrumpa, señorita Gracie, sé estás haciendo tu trabajo, pero ando muy escaso de tiempo. -Le devolvió el bolso sin haber encontrado lo que buscaba y se volvió para regresar hacia la casa.

Otra vez, Gracie salió corriendo tras él.

– Sr. Denton. Bobby Tom…

– ¿Bruno, puedes venir un momento?

Bruno salió del garaje, con un harapo mugriento en la mano.

– ¿Necesitas algo, B.T.?

– Si. -Se volvió hacia Gracie-. Perdona, señorita Snow.

Sin más advertencia que esa, puso las manos bajo sus brazos y comenzó a registrarla de arriba abajo.

– ¡No me toques! -Ella se retorció intentando escaparse, pero Bobby Tom Denton no se había convertido en el mejor receptor de la NFL sin saber mantener los objetos inmóviles y no se pudo mover cuando él comenzó a palmear sus costados.

– Podemos hacerlo fácil o difícil. -Las palmas de sus manos se pasearon sobre sus pechos.

Ella contuvo la respiración, demasiado estupefacta para moverse.

– ¡Sr. Denton!

Las comisuras de sus ojos se arrugaron.

– A propósito, tienes muy buen gusto en ropa interior. No te lo dije ayer de noche. -Siguió hacia su cintura.

Las mejillas le ardieron de vergüenza.

– ¡Detente ahora mismo!

Sus manos se detuvieron al tocar el bulto del bolsillo. Con una amplia sonrisa, cogió las llaves del coche.

– ¡Devuélveme eso!

– ¿Puedes apartar ese coche, Bruno? -Le tiró las llaves y luego ladeó el sombrero saludando a Gracie-. Me alegro de haberte conocido, señorita Snow.

Perpleja, lo observó caminar a grandes pasos hacia el Thunderbird y subirse en él. Ella comenzó a correr hacia él sólo para darse cuenta de que Bruno se metía en su propio coche.

– ¡No toques ese coche! -exclamó, cambiando inmediatamente de dirección.

Los motores del Thunderbird y de su coche volvieron a la vida a la vez. Mientras miraba impotentemente de un coche a otro -uno sobre el camino y otro bloqueando el camino- supo con una inquebrantable convicción de que si dejaba escapar a Bobby Tom, nunca lo alcanzaría otra vez. Tenía casas por todas partes y un ejército de lacayos para mantener alejada a la gente que no quería ver. Tenía que detenerle ahora o habría perdido su oportunidad para siempre.

Su coche de alquiler, con Bruno en el asiento del conductor, se desplazó hacia delante y dejó libre la salida del camino.

Ella corrió rápidamente hacia el Thunderbird.

– ¡No te vayas! ¡Tenemos que ir al aeropuerto!

– Que te vaya bien, corazón. -Con un gesto desenvuelto de su mano, Bobby Tom comenzó a mover su coche.

Por un instante se vio de regreso a Shady Acres aceptando el trabajo que los nuevos propietarios le habían ofrecido. Olió Ben Gay [5] y Lysol [6]; saboreó guisantes verdes y puré de patata recocidos cubiertos con una salsa amarilla gelatinosa. Vio pasar los años sin que nadie la advirtiera, con medias elásticas y pesadas chaquetas de punto mientras sus dedos artríticos tocaban Harvest Moon en el piano sin poder mantener el ritmo. Antes siquiera de poder disfrutar de su juventud, sería vieja.

– ¡No! -El grito vino de lo más profundo de su ser, del lugar donde sus sueños vivían, todos esos gloriosos sueños que desaparecerían para siempre.

Corrió hacia el Thunderbird, tanto como podía, con el bolso golpeando torpemente contra su costado. Bobby Tom había girado la cabeza para mirar el tráfico de la calle y no la vio llegar. Su corazón latía a toda velocidad. En un segundo se iría, sentenciándola a una vida de lúgubre monotonía. La desesperación le dio alas y corrió más rápido.

Él arrancó y acto seguido cambió de marcha. Ella aumentó la velocidad. El aire entraba rápidamente en sus pulmones, con boqueadas dolorosas. El Thunderbird comenzó a avanzar con ella a su lado. Con un sollozo, ella se lanzó de cabeza sobre la puerta del copiloto del descapotable.

– Ayyyyy, demonios.

El frenazo envió la parte superior de su cuerpo fuera del asiento. Sus manos y brazos golpearon contra la alfombrilla del suelo con sus pies todavía colgando sobre la puerta. Hizo una mueca de dolor mientras intentaba incorporarse. Sintió el aire frío contra la parte posterior de sus piernas y se percató de que su falda había bajado hacia su espalda. Mortificada, la buscó a tientas, al tiempo que seguía tratando de posicionarse en el coche.