– Hola, Ellie.

Una explosiva rubia con unos vaqueros dorados rodeó con sus brazos su cintura. Tres mujeres más aparecieron al otro lado de la barra. El hombre llamado AJ acercó otra mesa y, sin saber muy bien cómo, Gracie se encontró sentada entre Bobby Tom y Ellie. Se dio cuenta de que a Ellie no le gustaba no estar sentada al lado de Bobby Tom, pero cuando Gracie trató de cambiarse de lugar, sintió una mano firme en el muslo que le indicaba que no se moviera.

Mientras la conversación se arremolinaba a su alrededor, Gracie intentó sacar algo en claro sobre Bobby Tom. Aunque cada cosa que sabía indicaba lo contrario, sentía que él no quería estar allí. ¿Por qué había ido hasta allí, si no quería estar con esas personas? Debía ser todavía más renuente de lo que ella se había supuesto a regresar a su ciudad natal y estaba prolongando el viaje deliberadamente.

Alguien le hizo llegar una cerveza, y ella que se había distraído con una depresiva imagen de sí misma con el pelo gris sentada en el porche de Shany Acres que bebió un sorbo antes de acordarse de que no bebía. Dejando la botella a un lado, miró un reloj de propaganda de Jim Beam. En media hora le diría a Bobby Tom que tenían que irse.

La camarera reapareció, y Bobby Tom insistió en pedir por ella, dijo que ella no habría vivido hasta haber probado la hamburguesa triple de queso y tocino de Whoppers con unos aros de cebolla y una crema de col. A pesar de haber pedido para ella una comida llena de colesterol se dio cuenta de que él comía y bebía muy poco.

Pasó una hora. Firmó autógrafos, pagó absolutamente todo, y, a menos que ella no lo hubiese entendido bien, entregó dinero a uno de los negros. Se inclinó bajo el ala de su sombrero para murmurarle-: Tenemos que irnos.

Él la miró y le dijo con mucha suavidad:

– Una palabra más, cariño, y llamo personalmente al taxi que te llevará al aeropuerto. -Y tras decir eso, se dirigió a la mesa de billar de la esquina.

Pasó otra hora. Si no hubiera estado tan preocupada por la hora, habría disfrutado de la novedad de estar con una gente tan pintoresca. Como era demasiado simple para ser objeto de deseo de Bobby Tom, las otras mujeres no la consideraban una amenaza. Disfrutó de una larga conversación con ellas, incluyendo a Ellie, que era ayudante de vuelo, y resultó ser una mina de información sobre el sexo masculino. Y el sexo en general.

Ella advirtió que Bobby Tom le dirigía miradas furtivas y ella se puso alerta, convencida de que tenía intención de irse cuando ella no mirara. Aunque necesitaba con urgencia ir al baño, temía perderlo de vista, así que cruzó las piernas. A medianoche, sin embargo, supo que no podía esperar ni un minuto más. Esperó hasta que lo vio profundamente absorto en una conversación con Trish en la barra y se fue sigilosamente al baño.

Se le encogió el estómago cuando salió unos minutos más tarde y no lo vio. Recorrió con la mirada a la gente, buscando frenéticamente en busca de su stetson gris, pero no lo vio en ningún sitio. Se abrió camino entre la gente hacia la barra, sintiendo que se le revolvía el estómago por la ansiedad. Estaba a punto de rendirse a la evidencia cuando lo divisó apoyado con Trish al lado de la máquina del tabaco.

Había aprendido la lección y no tenía intención de alejarse de él otra vez. Así que se dirigió hacia donde él estaba, quedándose en un lugar estrecho al lado del teléfono. Examinó los números del teléfono y estudió los graffitis de la pared, dándose cuenta de que donde estaba había un leve eco. Aunque no tenía intención de escuchar a escondidas, no tuvo ninguna dificultad para distinguir una voz muy familiar con arrastrado acento texano.

– Eres una de las mujeres más comprensivas que he conocido, Trish.

– Me alegro que confíes en mi en algo como eso, B.T. Sé lo duro que es para un hombre como tú hablar sobre su pasado.

– Algunas mujeres no lo comprenden, pero tú eres una dama, no podría hacerte esto, especialmente cuando aún eres tan vulnerable por tu último divorcio.

– Supongo que todos nos hemos preguntado por qué nunca te has casado.

– Ahora ya lo sabes, cariño.

Esa era claramente una conversación privada y Gracie sabía que debería de ponerse en otro sitio. Reprimiendo firmemente su curiosidad, empezó a alejarse cuando tras una pausa, Trish habló otra vez:

– Nadie debería de tener una madre que es una…, bueno, una madre así.

– Puedes decirlo, Trish. Mi madre era una puta.

Gracie abrió mucho los ojos.

La voz provocativa de Trish estaba llena de simpatía.

– No tienes porqué hablar de eso si no quieres.

Bobby Tom suspiró.

– Algunas veces ayuda a hablar de las cosas. Aunque no lo entiendas, lo peor de todo no era que trajera hombres a casa a pasar la noche o no saber quién era mi padre. Lo peor era cuando llegaba a mis partidos de secundaria borracha como una cuba y con el maquillaje corrido. Llevaba pendientes de diamantes falsos y unos pantalones tan apretados que todos se daban cuenta de que no llevaba nada debajo. Nadie más llevaba unos tacones tan altos a los partidos de los viernes, pero mi madre sí. Era lo más bajo que había en Telarosa, Texas.

– ¿Qué fue de ella?

– Aún vive allí. Bueno, se pasa la vida fumando, dándole a la botella y cambiando de tío cada vez que cambia de humor. No sé que hace con el dinero que le doy, da igual cuanto sea. Supongo que cuando una es una puta, muere siendo una puta. Pero es mi madre y la quiero.

Gracie se conmovió ante su lealtad. Al mismo tiempo, sintió una profunda cólera hacia la mujer que tan horriblemente había pasado de sus responsabilidades maternas. Tal vez el estilo de vida disipado de su madre explicaba su renuencia a regresar a Telarosa.

Se habían quedado en silencio y se arriesgó a mirar a hurtadillas únicamente para desear haberse quedado oculta. Trish envolvía a Bobby Tom como una manta. Mientras esa bella mujer de pelo oscuro lo besaba, el interior de Gracie se volvió suave y débil. A pesar de que sabía que deseaba un imposible, quería ser una de las mujeres que se presionaban contra ese cuerpo firme y duro. Quería ser el tipo de mujer que se sentía lo suficientemente libre como para besar a Bobby Tom Denton.

Se apoyó contra la pared y cerró con fuerza los ojos, reprimiendo un anhelo punzante y doloroso. ¿Besaría alguna vez a un hombre así?

A ninguno, suspiró. Y menos a un texano mundano con una mala reputación.

Aspiró profundamente y se dijo a sí misma que no fuera estúpida. No tenía sentido desear la luna cuando la sólida tierra era mejor de lo que nunca había esperado.

– ¿Trish? ¿Dónde está esa perra?

Su ensueño cesó repentinamente ante el sonido de una voz beligerante y borracha. Vio como un hombre corpulento de pelo oscuro se abalanzaba sobre Bobby Tom y Trish desde la entrada del bar.

Los ojos de Trish se abrieron con alarma. Bobby Tom rápidamente dio un paso adelante, escudándola con su espalda.

– Joder, Warren, creía que habías muerto de rabia hace mucho tiempo.

Warren sacó pecho y se paseó por delante.

– Pero si es el Niño Bonito. ¿Has chupado alguna polla últimamente?

Gracie contuvo la respiración, pero Bobby Tom sólo sonrió ampliamente.

– Te aseguro que no, Warren, pero si alguien me pregunta le mandaré a hablar contigo.

Obviamente Warren no apreció el sentido del humor de Bobby Tom. Con un gruñido amenazador, dio un bandazo de borracho.

Trish se llevó la mano a la boca.

– No lo enfurezcas, B.T.

– Ay, cariño, Warren no se enfurecerá. Es demasiado tonto para darse cuenta de cuándo lo insultan.

– Lo que sé es que te voy a arrancar la cabeza, Niño bonito.

– ¡Estás borracho, Warren! -exclamó Trish-. Por favor vete.

– ¡Cállate, puta!

Bobby Tom suspiró.

– ¿Por qué has tenido que llamar a tu ex-esposa algo así? -Con un movimiento tan rápido que Gracie apenas vio, llevó atrás el puño y golpeó a Warren en la mandíbula.

El ex-marido de Trish acabó tumbado en el suelo con un aullido de dolor, y la gente del bar inmediatamente lo rodeó; dos hombres taparon la vista a Gracie. Ella se abrió paso a codazos entre varias mujeres. Cuando llegó delante del todo, Warren se había puesto de rodillas y se llevaba una mano a su mandíbula.

Bobby Tom apoyó las manos en sus esbeltas caderas.

– Ten por seguro que desearía que estuvieras sobrio, Warren, así podríamos hacer esto más interesante.

– Yo estoy sobrio, Denton. -Un neardenthal hosco que parecía amigo de Warren se adelantó-. ¿Qué pasó en el último partido del año pasado contra los Raiders, gilipollas? Menuda mierda de jugadas. ¿Estabas con la regla?

Bobby Tom pareció tan contento como si le acabaran de dar un regalo de Navidad.

– Ahora sí que se pone interesante.

Para alivio de Gracie, Shag el amigo de Bobby Tom dio un paso al centro del círculo, levantando las mangas al mismo tiempo.

– Dos contra dos, B.T. No me gustan las desigualdades.

Bobby Tom le indicó que se fuera.

– No hay necesidad de que te despeines tu también, Shag. Estos tíos solo quieren un poco de ejercicio y yo también.

El Nearderthal se movió. Los reflejos de Bobby Tom no parecían estar afectados por su lesión de rodilla. Esquivó al hombre al tiempo que Warren se inclinaba y golpeaba el costado de Bobby Tom.

Bobby Tom se tambaleó, giró sobre sí mismo, y lanzó un puñetazo al estómago del ex de Trish que acabó en el suelo. No pareció tener interés en levantarse.

El Neandertal había bebido poco, pero no duró mucho más. Incluso logró conectar algunos golpes, pero finalmente no pudo vencer la rapidez letal de Bobby Tom. Por fin se dio por vencido. Sangrando por la nariz y jadeando, se tambaleó hacia la salida.

Bobby Tom arrugó la frente con desilusión. Miró a la gente con una vaga expresión de tristeza en la cara, pero nadie más se adelantó. Cogió una servilleta de papel, la presionó contra un pequeño corte de su labio y se inclinó para susurrar algo al oído de Warren. La palidez del hombre se acentuó aún más y Gracie llegó a la conclusión de que Trish no tendría más problemas con su ex-marido. Después de ayudar a levantar a Warren, Bobby Tom puso el brazo sobre los hombros de Trish y la condujo hacia la gramola.

Gracie suspiró de alivio. Al menos no tendría que llamar a Willow para decirle que su estrella había sido noqueado en una riña de bar.

Dos horas más tarde, Bobby Tom y ella estaban ante la recepción de un hotel de lujo localizado a veinte minutos de allí.

– ¿Sabías que no soy capaz de dormir tan temprano? -se quejó él.

– Son las dos de la madrugada. -Gracie se había pasado la mayor parte de su vida acostándose a las diez para poder levantarse a las cinco, y estaba muerta de cansancio

– Eso he dicho. Todavía es temprano. -Terminó de registrar la suite que había pedido y despidiéndose del recepcionista se puso la correa de su bolsa en el hombro y cogió el maletín del portátil que había puesto sobre el mostrador-. Te veo por la mañana, Gracie. -Y se dirigió a los ascensores.

El recepcionista la miró impacientemente.

– ¿La puedo ayudar?

Poniéndose roja como una amapola, tartamudeó:

– Yo… eh… estoy con él.

Ella cogió su maleta y corrió tras de él, sintiéndose como un cocker siguiendo a su dueño. Se deslizó dentro del ascensor justo cuando la puerta comenzaba a cerrarse.

Él la miró con curiosidad.

– ¿Ya te has registrado?

– Como tú… eh… pediste una suite, pensé que dormiría en el sofá.

– Pues has pensado mal.

– Te prometo que ni te enterarás de que estoy allí.

– Pide una habitación, señorita Gracie -dijo con suavidad, pero la amenaza disimulada de sus ojos la molestó.

– Sabes que no lo puedo hacer. En cuanto te deje solo, te marcharás sin mí.

– Eso no lo sabes. -Las puertas se abrieron y él salio al momento al pasillo alfombrado.

Ella corrió tras él.

– No te molestaré.

Él miró los números de las puertas.

– Gracie, perdona que te lo diga, pero te estás poniendo realmente pesada.

– Lo sé y lo siento.

Una sonrisa surcó su rostro y desapareció cuando se detuvo delante de la última puerta del vestíbulo y deslizó la tarjeta magnética por la ranura. Parpadeó una luz verde y oprimió el pomo. Antes de entrar, se inclinó y le dio un rápido beso en los labios.

– Me ha encantado conocerte.

Alucinada, vio como le daba con la puerta en las narices. Le cosquilleaban los labios. Los presionó con las puntas de los dedos, deseando poder conservar allí su beso para siempre.

Pasaron unos segundos. El placer de su beso se desvaneció, y bajó los hombros bruscamente. Él iba a marcharse. Esa noche, al día siguiente por la mañana… No sabía cuándo, pero sabía que tenía intención de irse sin ella, y supo que no podía dejar que ocurriera.