Empezó a nadar, pero Jared se acercaba a toda velocidad hacia ella. ¡Dos veces en una semana! Era demasiado. Oyó que Lucas había apagado el motor del barco y que Erica y él estaban apoyados en el costado de la barca, observando.

Podría haber llegado al barco en cuestión de segundos. Incluso Bismarc parecía saber que su ama no estaba en peligro. Lo oyó ladrar y vio que el animal se tiraba también por la borda. Seguramente creía que estaba jugando y no quería perdérselo.

Jared se acercó a ella.

– Regresa al barco. Estoy bien. No necesito tu ayuda.

– Ésta es la segunda vez que has dicho que venía el lobo, señorita Bissette. Creo que va siendo hora de que te den una azotaina. Y creo que yo soy el más indicado para hacerlo.

De repente, Cathy vio que él estaba enfadado. La preocupación por ella le había desaparecido del rostro. Pensaba que ella se había tirado a propósito por la borda para que él fuera a salvarla. Recordó la primera vez que había ido a salvarla, cuando ella había fingido tener problemas para poder ir a la costa y vestirse. El rostro de Cathy ardía de la vergüenza. Era inútil tratar de explicarle nada a aquel hombre insufrible y arrogante. Se alejó de él nadando, en dirección hacia la trainera.

– ¿Me has oído? He dicho que te mereces una azotaina.

– Sí, te he oído, pero, ¿qué te hace pensar que eres lo suficiente hombre como para hacerlo?

En vez de responder, Jared se acercó nadando a ella y la adelantó.

– Esto.

Entonces, la agarró por el hombro y la hundió en el agua. Entonces, se sumergió y la tomó entre sus brazos de un modo muy íntimo. Bajo las aguas, la besó sin que ella pudiera hacer nada.

A su pesar, Cathy le rodeó el cuello con los brazos. Sus labios le devolvieron el beso. Se sintió flotando en un mundo de sensualidad que nunca había conocido antes, hasta que Jared la condujo a un lugar en el que las pasiones estaban a flor de piel y el deseo era alimento para el espíritu.

Cuando salió a la superficie, Cathy luchó por respirar. Jared la tenía agarrada por la cintura y la sujetaba con firmeza, negándose a soltarla. Los rayos del sol brillaban sobre sus oscuras pestañas y una sonrisa iluminaba su rostro, aunque aquella vez no había señal de que estuviera mofándose de ella.

– ¿Estáis bien? -dijo Lucas desde el barco.

Jared hizo una indicación de que así era, aunque nunca dejó de mirar a Cathy, de fijarse en sus labios. La joven se sonrojó.

– Es mejor que regresemos.

– Sí, es mejor -repitió él, aunque con cierta pena en la voz.

Ella sentía la excitación de las emociones que Jared podría causarle. Quería que volviera a zambullirla bajo el agua, volver a experimentar la presión de los labios de él contra los suyos, sentirse presa de sus brazos y dueña de sus deseos.

La llegada de Bismarc la sacó de su ensoñación. Los tres juntos volvieron nadando hasta la trainera. El sol se estaba poniendo ya y la oscuridad estaba cayendo sobre el río. Lucas encendió las luces de la barca y dejó a Jared al timón. La noche era suave y cálida. La brisa parecía fresca y los sonidos que hacía el motor de la trainera resultaban monótonos, pero en cierto modo relajantes. Lucas estaba encantado por el dinero que habían conseguido con la venta del pescado y estaba de un humor especialmente jovial.

– Sí, señor. He vivido toda mi vida en este río y sigo queriéndolo. Es un río bonito. Además, muchas personas muy importantes han venido aquí. Lefty Rudder, por ejemplo.

Cathy estaba sentada en la fresquera, tomando café. Sonrió al oír que su padre mencionaba a Lefty Rudder. Sabía que empezaría un largo monólogo sobre el famoso escritor que duraría hasta que llegaran a Swan Quarter, para lo que faltaban todavía unas dos horas.

– ¿Conoces a Lefty Rudder? -le preguntó Erica.

– ¿Que si lo conozco? Era el mejor hombre que ha pisado la tierra. Éramos los dos muy jóvenes cuando lo conocí. Acababa de empezar su carrera como escritor, pero seguía siendo una buena persona.

Cathy notó que Jared, que atendía al timón, estaba muy atento a la conversación, a pesar de que no apartaba la vista del río.

– Si eras tan buen amigo de Lefty Rudder -prosiguió Erica, con cierta incredulidad-, entonces sabrás que Jared

Él se dio la vuelta y le advirtió con la mirada. Erica comprendió lo que le había querido decir y guardó silencio. Cathy observó la escena con curiosidad. ¿Qué había estado Erica a punto de decir sobre Jared y el venerado Lefty Rudder que no había querido que ella revelara?

Lucas se volvió para mirar a Jared y le dedicó una mirada de entendimiento muy significativa. Fuera cual fuera el secreto Cathy supo que su padre lo conocía. Parecía que todo el mundo, excepto ella, lo sabía. Sin embargo, estaba más que decidida a no preguntarle a ninguno de ellos qué era lo que estaba pasando.

Capítulo Cinco

Cathy estaba furiosa aunque trataba de no demostrarlo. Descargó su ira con los cacharros de cobre de la cocina, a los que vapuleaba sin piedad. Sus hermosos rasgos estaban tensos y sombríos, dado que sabía que su padre estaba a sus espaldas, sonriendo.

– ¿Por qué no lo dices? Sé justo lo que estás pensando, pero te equivocas. No, lo repito, no me caí del barco a propósito para que Jared Parsons pudiera salvarme. ¡No me he caído de un barco en toda mi vida y lo sabes! -añadió mientras se daba la vuelta para mirar a su padre y se ponía las manos en las caderas-. Erica me asustó y perdí el equilibrio.

– Cálmate y ponte a cocinar. Tienes que estar en la caseta de los jueces a las tres, por lo que no te queda mucho tiempo -comentó Lucas-. Dime, ¿vas a participar en alguno de los otros concursos?

Cathy echó la carne de cangrejo en la cazuela de cobre más grande, deseando que fuera Jared Parsons al que estaba echando el agua hirviendo. No podía seguir pensando en él ni en su hermosa acompañante. Tenía que concentrarse en lo que estaba haciendo o nunca ganaría el primer premio ni ningún otro.

– Voy a participar en el concurso de baile con Dermott McIntyre.

– ¿Que tú qué? -explotó Lucas-. Dermott tiene dos pies izquierdos y la cabeza no mucho más diestra -añadió, en tono paternal, mientras golpeaba con cariño a su hija en el hombro-. Mira, ¿por qué no te sientas para que podamos tener una charla entre padre e hija? Estás muy equivocada en todo este asunto. En mis tiempos, cuando una jovencita quería conquistar a un hombre, lo hacía de una manera sutil. Te has estado comportando como un elefante en una cacharrería. Fíjate en lo que hizo tu madre. Me cazó con el truco más viejo del mundo. Me dejó pensar que era yo el que estaba conquistándola cuando en realidad ella me estaba manejando como a una marioneta. Nunca se movía del balancín que tenía en el porche, pero me guiñaba un ojo, me mostraba un poco de pierna y yo ya estaba enganchado. No tuvo que irse cayendo de ningún barco ni bañarse desnuda. ¡Ay, los jóvenes!

– ¡Ya está! -lo espetó Cathy, tras dar un buen golpe con la cuchara al lado de la cocina-. ¡Me marcho a Nueva York!

– Gallina. Solo los cobardes se largan cuando las cosas se ponen feas. Cortar y salir corriendo. ¿De qué tienes miedo? -le preguntó Lucas, mientras rellenaba su pipa de fragante tabaco-. Si te marchas ahora, le estarás haciendo el juego a la señorita Erica.

– Sigues sin entenderlo, ¿verdad? ¡No quiero a Jared Parsons! ¡No lo necesito! Y también apreciaría mucho que no me volvieras a mencionar su nombre. Yo me ocuparé de este asunto a mi manera, sin que tú me ayudes.

Las lágrimas le abrasaban los ojos. Mientras removía el guiso de la cazuela, sintió que la mano le temblaba. Jared Parsons la había dejado en ridículo. ¿Cómo iba a mirarlo y a no recordar que había dicho que aparentaba dieciséis años? Cathy decidió que se iba a ocupar del asunto. Lucas tenía razón. Regresar a Nueva York no iba a resolver nada. Ella era lo que era. No había modo alguno en que se pudiera comparar con la hermosa Erica. En aquel momento, daría todo lo que tenía si pudiera hacer que los ojos de Jared se iluminaran. Se sentía atraída por él, pero aquel era su secreto. Si respondía a sus besos, ése también era su secreto. Si su cuerpo vibraba de deseo, nadie lo sabría más que ella misma. Jared Parsons nunca lo sabría. La vida tenía que seguir. Su abuelo siempre le había dicho que, cuando no había otro sitio al que ir, uno debía armarse de valor y buscar otra dirección. Cathy se miró los pies y sonrió. Entonces, se inclinó para subirse los calcetines y le guiñó un ojo a su padre. Lucas asintió a través de una nube de aromático humo que le salió de la pipa.

Como el guisado de cangrejos estaba saliendo tal y como ella esperaba, Cathy se marchó a su dormitorio y se puso a ordenarlo. Con mucho cuidado, recogió las galeradas de Teak Helm y las miró. ¿Sería capaz de llamar a su jefe en Nueva York para decirle lo decepcionante que era el manuscrito? Los lectores de Teak Helm sabrían de inmediato que aquella novela no era del nivel que su autor favorito solía ofrecerles. Su carrera podría verse arruinada. ¿Cómo había podido llegar hasta el punto de imprimir las galeradas? ¿Por qué no le había pedido nadie que volviera a escribirla? Un periodista en el primer año de sus estudios se habría dado cuenta de lo que había que hacer para mejorarla. La regla de oro de Cathy había sido siempre que no se podía defraudar a un lector que se había gastado dinero en comprar una novela Y Teak Helm estaba a punto de defraudar a sus lectores.

Cathy suspiró. No había nada que ella pudiera hacer. No era la editora de Teak Helm y tenía poco que decir en el asunto.

Había demasiados personajes, demasiadas inconsistencias como para que la novela funcionara.

Metió las hojas de papel en un cajón de su cómoda. Se sentía traicionada, furiosa porque un autor al que no conocía, pero adoraba, la hubiera desilusionado de aquel modo. Las reseñas serían horribles. Bueno, no era problema suyo. Tenía que seguir con su día.

El baño de esencia de albaricoque resultaba tan atrayente, que Cathy se deslizó entre la espuma y se relajó lentamente. No se había dado cuenta de lo tensa que estaba. Si se paraba a pensarlo, no había estado tranquila desde que puso los ojos por primera vez en Jared Parsons. ¿Cómo podría un hombre, del que no conocía nada, tener aquel efecto en ella? ¿Por qué se echaba a temblar cada vez que estaba a su lado o se le aceleraba el corazón cuando pensaba en él, como le estaba ocurriendo en aquellos momentos? Nadie la había besado nunca del modo en que lo había hecho Jared Parsons. No podía evitar sonrojarse cuando pensaba en cómo se había sentido desnuda contra él. Volvió a experimentar el deseo y el vacío de siempre. Se agitó dentro del agua y se obligó a pensar en Dermott y en el concurso de baile. Por una vez, le gustaría ganar algo que no fuera un concurso de cocina. Bailaba bastante bien y, si tenía un poco de suerte, los dos pies izquierdos de Dermott se moverían con la coordinación suficiente para que pudieran ganar el concurso. Sería una noche divertida aunque no ganaran. El cuatro de julio era el mayor acontecimiento anual en Swan Quarter. Siempre había esperado con impaciencia que llegara aquel día para poder disfrutar de las celebraciones. Jared Parsons estaría allí aquel año, gracias a la invitación de su padre. Cathy pensaba marcharse antes que Lucas, para no tener que estar sentada al lado de Jared y Erica. Con la mala suerte que tenía, derramaría el guisado delante de Jared y Erica chasquearía la lengua de impaciencia. Ella se echaría a llorar y volvería a quedar en ridículo una vez más.

Salió de la bañera y se puso su albornoz. Entonces, oyó que Bismarc estaba rascando y arañando la puerta, por lo que no le quedó más remedio que volver al presente.

– Un minuto, muchacho.

Tras enjuagar la bañera, colgó la toalla con cuidado en el toallero. Miró el pequeño cuarto de baño y se sintió satisfecha por haberlo dejado del modo en que lo había encontrado, limpio y ordenado. Además de ser una chica de campo, era también limpia y ordenada, cualidades que seguramente la ayudarían a atraer a un hombre

– ¡Ja! -exclamó mientras abría la puerta para ver a Bismarc-. Seamos sinceros con uno mismo. Soy limpia, ordenada y del montón. Y muy aburrida. Me sonrojo cuando un hombre me mira y me pongo muy nerviosa si me besa. No, eso no es del todo cierto. Me pongo nerviosa y me tiemblan las rodillas cuando Jared Parsons me mira y me besa. En eso hay una diferencia.

El perro inclinó la cabeza a un lado y gruñó. Era evidente que al animal no le preocupaba aquel tono de voz tan autocompasivo. Cathy le tiró de las orejas y lo echó del cuarto de baño. Bismarc se lo tomó como una indicación de que ella quería jugar y saltó a la cama. Cathy se echó encima de él y empezaron a pelearse. El perro le tiró del albornoz. Ella se echó a reír y tiró del cinturón, lo que la hizo caer de espaldas. De repente, Bismarc se puso alerta y soltó el albornoz para empezar a gruñir.