Se sirvió una taza de café bien cargado y se lo tomó de un trago al sentir que los ojos volvían a llenársele de lágrimas. Por suerte, el café le produjo el efecto deseado y le cortó de raíz las ganas de llorar.
Se sentía furiosa. Quería gritar y pegar patadas, herir como la habían herido a ella. Era una mujer adulta y se esperaba de ella que se comportara como tal… ¡Ja! Por lo que a ella le parecía, era la única que se había estado comportando como una adulta. El estúpido y misterioso Jared, la infantil Erica y Lucas, que parecía estar viviendo una segunda infancia… ¿A quién le importaba lo que hacían ni lo que pensaban? «A mí no, de eso estoy segura», pensó.
– Me voy a volver a Nueva York en cuanto pueda encontrar un billete de avión -dijo.
Jared sería ya casi un héroe nacional. «El hombre misterioso salva a un niño. Todos los habitantes de Swan Quarter están en deuda con él. El hombre misterioso también roba el afecto de un perro». Cathy esbozó una expresión de tristeza. Tenía que admitir que aquello era lo que le dolía más. Bismarc solía adorarla. Eran inseparables y que él le diera su afecto a… a aquel playboy era más de lo que podía soportar.
Aquella vez, las lágrimas sí consiguieron deslizársele por las mejillas. Cuando se las secó con el reverso de la mano, solo hizo que se le derramaran más.
De repente, sintió que alguien más estaba en la habitación. Vio una sombra al otro lado de la mesa que la sobresaltó. Cathy levantó los ojos.
– Te he estado buscando, pero ya te habías ido. Lo siento mucho si te parecí algo brusco en el río, pero sabía que necesitabas algo que te hiciera enfadar lo suficiente como para que pudieras regresar nadando hasta la orilla. Parecías tan agotada como el niño -dijo Jared con suavidad-. Por alguna extraña razón, sólo verme parece enfadarte y yo creí… es decir…
Estaba mirándola de un modo tan extraño que Cathy se sintió muy débil. Debería estar gritándole, diciéndole lo que pensaba de él, pero no podía hacer otra cosa que mirarlo. Asintió y aceptó así su disculpa. Estaba segura de que se trataba de una disculpa, o al menos lo más cercano que él podría estar a aceptar la culpa de algo. Tomó el pañuelo que él le ofreció y se sonó la nariz. Olía a Jared, por lo que no pudo evitar tener junto a la nariz la suave tela un segundo más de lo que era necesario, saboreando aquel aroma tan masculino. Cuando consiguió reunir la fuerza necesaria para hablar, la sorprendió la tranquilidad con la que lo hizo.
– ¿Dónde está mi perro?
– Aunque no te lo creas, está sentado en la orilla del río, guardando tus pertenencias. No creo que puedas culparme a mí porque le caiga simpático a tu perro. ¿Qué quieres que haga? ¿Que le dé una patada o que le pegue? Me gustan mucho los animales, y los perros en particular. Supongo que Bismarc lo presiente -añadió. Cathy asintió y se dio la vuelta-. Voy a regresar al festival. ¿Quieres que te lleve?
– No, gracias.
– En ese caso, supongo que te veré más tarde en el concurso de baile. Erica y yo vamos a participar. Ella es una bailarina estupenda. Según tengo entendido, tú vas a hacerlo con uno de los chicos del pueblo. Al menos, eso fue lo que me dijo Lucas.
– ¿Y te dijo también mi padre que ese muchacho del pueblo tiene dos pies izquierdos?
Jared Parsons miró a Cathy, con la cabeza un tanto inclinada.
– No, no me lo ha dicho. No parece que tengas una alta opinión de tu valía, Cathy. Si no la tienes tú, ¿cómo esperas que la tengan los demás?
– No es eso lo que me importa -lo espetó ella-. Son las comparaciones a lo que me opongo.
Jared pareció entender a la perfección, tal y como ella había deseado. Salió de la habitación y cerró la puerta detrás de él. Para Cathy, aquel fue el sonido más desolador que había escuchado nunca.
Cathy esperaba en silencio al lado de Dermott McIntyre en la improvisada sala que iba a utilizarse para el concurso de baile. Sabía que Erica estaba muy cerca porque podía oler el aroma de su perfume. La mirada miope de Dermott era lo único que necesitaba para estar segura. Se sentía algo hortera al lado de la esbelta rubia, que la estaba sonriendo.
– No he ganado una copa en toda mi vida. Jared dice que está seguro de que ganaremos. Hemos bailado en los mejores clubes de Nueva York en más de una ocasión. ¿Y tú, Cathy?
– No… Te deseo… suerte.
– La suerte no tiene nada que ver con esto. Jared y yo hemos perfeccionado nuestro modo de bailar a lo largo de los últimos meses. Bailamos muy bien y, por lo que he visto por aquí -comentó, mirando a su alrededor con desdén-, no veo competencia alguna. Tú no vas a participar, ¿verdad?
– No, claro que no -replicó Cathy, dándole un codazo a Dermott para que no la contradijera.
Sin embargo, aunque la vida le hubiera dependido de ello, Dermott no habría podido responder. Estaba demasiado ocupado mirando la falda de raso, con una profunda raja en un lateral y los zapatos de tacón algo que Erica lucía a la perfección.
– Bueno, aquí viene Jared -ronroneó Erica.
Cathy ya no podía aceptar la idea de bailar.
– Había creído que tú querías participar en este concurso -se quejó Dermott-. Me he limpiado los zapatos para nada. ¿Por qué? Sólo dime por qué.
– Porque no somos lo suficientemente buenos y no tengo deseo alguno de ver cómo haces el ridículo. No tenemos ninguna oportunidad contra ellos -dijo Cathy, señalando a Jared y a Erica con la cabeza.
Admiró la camisa de seda blanca, abierta casi hasta la cintura, su torso bronceado y aquellos pantalones hechos a medida. Era el centro de atención de todas las mujeres que había allí y la envidia de todos los hombres. Era evidente, por el modo en que ellos las estrechaban contra su cuerpo. Dermott no parecía inmune a la amenaza de los encantos de Jared. Agarró a Cathy por la cintura.
– Ese tipo es un chulo -dijo, sin apartar los ojos de Erica.
– Si él es un chulo, ¿qué es Erica? -replicó Cathy. Dermott se sonrojó-. ¿No me digas? -añadió, tomando el rubor de su compañero como respuesta.
– Pues claro. Los tipos como ese relamido las aman y las dejan… Sé la clase que son. Yo soy un hombre -comentó muy orgulloso.
Cathy quería decirle a Dermott que, al lado de un hombre como Jared Parsons, él no era más que un muchacho, pero se contuvo. Dermott era agradable, tal vez demasiado para ella. Quizá tuviera dos pies izquierdos, pero tenía otras cualidades espléndidas que lo harían merecedor de otra mujer.
De repente, a Dermott no pareció importarle que no fueran a participar en el concurso de baile. Tenía los ojos pegados a la voluptuosa figura de Erica, que llevaba extendida la mano para que le dieran la tarjeta con el número de su participación. Jared, como siempre, tenía un aspecto dispuesto y preparado. Cathy estuvo segura en aquel momento de que los dos ganarían el concurso de baile.
– ¿Quién decoró el salón? ¿De dónde ha venido esa orquesta? -le preguntó Dermott.
Cathy miró a su alrededor y tuvo que admirar la decoración. Las luces multicolores y la música ambientaban una noche de fiesta, cuya recaudación iba a ir a parar al orfanato de la ciudad.
– Pat Laird y John Cuomo son los responsables. Al menos eso es lo que me ha dicho mi padre. Al Anderson ha preparado las luces. Esa es la orquesta de Billy Tensen, que ha estado tocando por todo el sur, así que espero que se vaya a recaudar mucho dinero. Son muy buenos, ¿verdad?
– Sí, geniales -replicó él sin apartar la mirada de la larga pierna de Erica.
«Espero que le dé un calambre», pensó Cathy. De inmediato, sintió haberle deseado mal a la joven. «Solo estoy celosa», admitió.
– ¿Qué número tenéis Dermott y tú? -quiso saber Lucas, acercándose a Cathy.
– No vamos a participar -respondió ella. Su padre se colocó delante de ella y la miró directamente a los ojos.
– No lo puedes soportar, ¿verdad, Cathy?
Las palabras necesarias para responder a su padre se le formaron en la garganta, pero decidió no utilizarlas. ¿Qué demonios le pasaba cuando no podía soportar las bromas de su padre? Cathy tragó saliva y habló con mucha suavidad.
– Eso es, papá. No puedo soportarlo. Y creo que este es un momento tan bueno como cualquier otro para decirte que me marcho a mediados de semana. Piensa lo que quieras.
Lucas golpeó cariñoso a su hija en el hombro y luego la abrazó.
– Hagas lo que hagas está bien hecho en lo que a mí respecta. Eso ya lo sabes, Cathy. Sin embargo, tú eres la que tiene que vivir tu vida -añadió antes de marcharse.
– ¿Qué te ha dicho tu padre? -preguntó Dermott mientras no dejaba de moverse de un lado a otro.
– Me ha dicho que yo soy una princesa y que me merezco un príncipe y que, dado que no hay ninguno disponible, comprendía por qué no iba a participar en el concurso -replicó ella.
– ¿De verdad? -comentó Dermott mientras observaba cómo los concursantes saltaban a la pista de baile.
Cathy observó a las primeras cuatro parejas con una objetividad clínica. Eran buenos, pero les faltaba la habilidad que sabía que iba a ver cuando Erica y Jared salieran a la pista de baile. Se sintió indefensa, vulnerable al ver cómo la quinta pareja se colocaba en el centro de la pista. Recorrió con la mirada el círculo de personas que observaban sin aliento a los bailarines. En aquel momento, decidió que necesitaba un poco de protección paterna. Dermott ni siquiera se dio cuenta de que se había alejado de él. Al llegar al lado de Lucas, él miró y sonrió. Cuando Cathy suspiró, su padre comprendió.
– Cathy, me voy a llevar a Erica al pueblo después del concurso. Le mencioné por casualidad que el Nido de Langostas era propiedad de un amigo mío y…
– Papá… No tienes que explicarme nada de lo que hagas. A cambio, yo espero la misma cortesía por tu parte.
– Sólo quería que supieras dónde estaba por si…
– Por si te necesitaba. Y eso significa también que el señor Parsons está disponible, ¿verdad?
Los dos concursantes terminaron su número y aplaudieron. Cathy hizo lo mismo, aunque la mente no dejaba de darle vueltas por la excitación.
Su padre iba a llevarse a Erica al Nido de Langostas. Jared la llevaría a ella a casa porque aquello era lo que su padre se habría preocupado de organizar. Seguramente, Lucas no tendría el descaro de llevar a la bella Erica al restaurante en la furgoneta, lo que significaba que se llevaría el coche. A las chicas como ella no les gustaba montar en furgonetas. Eran las muchachas como Cathy Bissette, que ganaban concursos de cocina, las que iban en furgonetas.
Cathy apretó los puños al ver que Erica llevaba a Jared al centro de la pista. Todo estaba mucho más silencioso que cuando el resto de los concursantes habían bailado. Ellos eran forasteros de Nueva York, personas sofisticadas con dinero… Cathy miró a su alrededor y se quedó asombrada al ver los gestos que había en los rostros de todos los asistentes. Las mujeres, jóvenes y maduras, los observaban con admiración. Los hombres miraban a Erica con lujuria. De repente, se dio cuenta de que Jared la estaba mirando sin recato alguno. Pensó que seguramente habría creído, por cómo estaba mirando a Erica, que estaba celosa. Era probable que así fuese si era sincera consigo misma. Entonces, se sorprendió cuando le deseó buena suerte con un sutil movimiento de labios. Jared dejó de sonreír y la miró como si ella le hubiera dicho algo obsceno. A continuación, Cathy se sorprendió aún más al levantar la mano y sonreír y saludar a la pareja.
– Buena chica, Cathy. Sabía que podrías manejar esta situación -susurró Lucas.
– ¿Sabes una cosa, papá? Tal vez tengas razón. La música está empezando. Aquí está tu oportunidad para ver lo que se hace en la Gran Manzana.
Sus movimientos eran fluidos, perfectos… Los dos se movían como si estuvieran perfectamente compenetrados el uno con el otro. En aquellos momentos, Cathy no sintió envidia, sino admiración por los bailarines. Cuando terminó el baile, aplaudió entusiasmada. Era evidente que ellos habían sido los ganadores, porque el presentador se dirigió de inmediato al centro de la pista para entregar la copa a Erica, que la aceptó muy cortés. Jared sonreía y aceptaba las felicitaciones de todo el mundo. Dedicó una sonrisa a una ancianita y luego, de manera inesperada, la besó en la mejilla. La mujer, asombrada, se llevó una mano al rostro y sonrió llena de felicidad.
Cathy sintió que una ira irracional se abría paso a través de ella. Sintió que le había robado el perro, a su padre y que, además, se estaba ganando el afecto de la comunidad entera.
– Sería un político excelente. Me apuesto algo a que también besa a los niños -le susurró a su padre.
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