– No tiene nada de malo besar a los niños. Yo he besado a unos cuantos en mis tiempos -bromeó Lucas con una sonrisa.
– Tengo hambre, papá. Creo que me voy a ir a comprar un perrito caliente o algo por el estilo. Ya no veo a Dermott por aquí, así que, si te encuentras con él, dile dónde estoy.
– Vale. Bueno, ha llegado la hora de reclamar mi premio. ¿Quieres que te lleve una langosta del restaurante?
– No, gracias, me vale con un perrito caliente. Supongo que no te veré hasta mañana. Que te lo pases bien, papá -comentó Cathy antes de perderse entre la multitud.
Cuando hubo terminado el perrito caliente, no pudo ver a Dermott por ninguna parte. Esperaba sinceramente que hubiera encontrado algo con lo que ocuparse y que la hubiera olvidado. Empezó a comer patatas fritas y contempló a la multitud. No se veía por ninguna parte a Jared Parsons. Se sentía algo enojada. Le daría unos minutos más y, si no aparecía, se iría a casa y dejaría que encontrara el camino de vuelta a su barco solo. Si se iba a casa en aquel mismo instante, se perdería los fuegos artificiales. Sonrió secretamente y luego se echó a reír. Si Jared se presentaba, era capaz de hacer sus propios fuegos artificiales, solo que sería Cathy Bissette quien explotara, no el fino y gallardo Jared Parsons. Sí, y en aquellos momentos parecía que hubiera muchas posibilidades de que así ocurriera, aparecía y la llevaba a casa, no se comportaría como una niña. Esa clase de comportamiento era lo que la había hecho perder a Marc en Nueva York. Actuaría como la moderna neoyorquina que su padre le decía que era.
Pasaron quince minutos y luego otros quince más y Jared seguía sin aparecer. La pareja que trabajaba en el puesto de perritos calientes estaban empezando a mirarla con sospecha. Era hora de marcharse. De irse a casa. Sola. ¿Y qué había esperado? ¿Que Jared iba a caer rendido a sus pies y le iba a declarar amor eterno?
Sí, en efecto. En algunos momentos, sería incluso capaz de aceptar una mentira. Las lágrimas se le acumularon en los ojos, por lo que se alegró de que ya estuviera oscureciendo. Regresó al lugar en el que estaba aparcada la furgoneta y se encontró a Bismarc tumbado allí, esperándola. Se colocó tras el volante y sintió que las lágrimas que se le habían estado acumulando en los ojos empezaban a resbalarle por las mejillas. Se las limpió con el reverso de la mano, como una niña, pero un sollozo le ahogó la garganta. Trató de serenarse y suspiró. Entonces, decidió que necesitaba sonarse la nariz. El hecho de que alguien le ofreciera un inmaculado pañuelo la sobresaltó.
– Tu padre me ha pedido que te lleve a casa y he estado recorriendo esta maldita feria durante una hora, buscándote. Lo menos que podías haber hecho era haberte quedado en un sitio -le dijo Jared, frío, mientras le indicaba que se sentara en el otro asiento para que él pudiera ponerse al volante.
Cathy lo miró con fijeza. Deber. Solo la llevaba a casa porque su padre se lo había pedido y necesitaba que alguien lo llevara al barco. Por fortuna, no podía leer la expresión de su rostro.
– No tienes por qué hacerme favores -le dijo justo en el momento en el que el primer cohete explotaba en el cielo en medio de un caleidoscopio de color y sonido.
Jared no prestó ninguna atención a los fuegos artificiales y sacó la cabeza por la ventana para sacar la furgoneta marcha atrás del lugar en el que estaba aparcada. Cuando volvió a mirar hacia delante, tenía una ligera sonrisa en los labios.
– Los fuegos artificiales siempre me recuerdan a las emociones de una mujer. Arriba y abajo, explosivas… y luego se evaporan.
– Eres insoportable. Sin embargo, estoy segura de que si alguien sabe algo de las mujeres, supongo que un hombre como tú debe de ser un experto -replicó Cathy, consciente del efecto que la cercanía de Jared estaba produciendo en ella.
La voz de él fue dura, aunque contenía también algo de ternura cuando habló.
– ¿Qué se supone que significa eso?
– Significa lo que tú quieras que signifique -afirmó Cathy, contenta por haber derrotado a Jared, aunque solo hubiera sido una vez.
– Me da la impresión de que no te caigo muy bien. ¿Por qué es eso, Cathy?
Ella no supo lo que hacer. Podía negarlo o no hacer caso de la pregunta. Al final, optó por la verdad.
– No sé si me caes bien o mal. Lo único que sé es que me siento muy incómoda a tu lado. No me gusta ese sentimiento. Si eso significa que me caes mal, lo siento.
Jared se echó a reír y detuvo la furgoneta en el arcén de la carretera.
Los cantos de las aves nocturnas eran música para los oídos de Cathy y la oscura noche era un terciopelo en el que ella descansaba esperando sus propios fuegos artificiales, aquellos que los llenaran a ambos de nuevas emociones. Al ver que él le extendía los brazos, se echó a temblar, ¿Cómo podía un hombre, cualquier hombre, tener aquel efecto sobre ella? Quería sentir el calor de sus brazos casi tanto como necesitaba respirar. Lo que no quería era que Jared supiera lo que ella sentía. Sin duda, estaba más que acostumbrado a las mujeres que temblaban entre sus brazos y no quería ser una más de ellas, de las que se rendían a sus pies para luego caer derrotadas cuando las abandonaba por otra nueva. Sin embargo, casi sin que se diera cuenta, comprendió que se estaba dejando llevar por el momento.
Capítulo Siete
Cathy escuchó un profundo sonido en el pecho de Jared cuando él se acercó a ella. La agarró por los hombros, atrayéndola hacia él. Sintió su cálido aliento en el cabello, los labios contra el oído y en la suave piel del cuello. En el momento en que la besó, sintió una serie de emociones que evocaban un fuego abrasador, que ardía y se abría paso a través de las venas. Estaba indefensa ante él. Pensó en todas las promesas que se había hecho de mantenerse alejada de él, de resistir su atractivo, pero estas se consumieron en el fuego que le ardía por dentro y se evaporaron en anillos de humo. Lo único que sabía era que Jared y ella estaban allí, a solas. Cathy estaba entre sus brazos, saboreando sus labios y gozando con las deliciosas sensaciones de la pasión que él avivaba dentro de ella.
Le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra él para responder al beso. Separó los labios y dejó que los dedos se le entrelazaran con el sedoso cabello que le crecía en la base del cuello. Sintió la fuerza de su abrazo, su aliento contra la mejilla, el poder de una mujer que es querida y deseada.
Jared le acarició la garganta, dejando que los dedos bajaran por la grácil columna de su cuello. Cathy sintió que el pulso le latía bajo las yemas de los dedos de su amante.
Llevaba la camisa de cuadros abierta hasta el inicio de los pechos. Cuando él metió la mano y le acarició la piel, Cathy sintió una serie de descargas eléctricas que la hicieron contener la respiración. Con mano diestra, él le desabrochó con pausa el botón superior. Le tocaba suavemente la piel dejando que la mano se adaptara a las suaves curvas del cuerpo de Cathy, buscando con ardor el tenerla por entero en la palma de la mano.
Ella sintió que la respiración se le aceleraba de deseo. Las caricias de Jared habían encendido una llama en su ya caldeada piel. Se estaba perdiendo, pero sólo sentía por él, su aroma, su fuerza, sólo deseaba conocerlo… La embriagaba más que el vino y hacía que la cabeza le diera vueltas. Le resultaba imposible pensar, protestar… Era una mujer y deseaba, necesitaba sentir que así era.
Jared se desprendió de sus labios y Cathy se separó de él de mala gana. Entonces, él comenzó una completa y tierna exploración de la curva del cuello de la joven. Le encontró el pulso y se detuvo allí, como si quisiera arrancarle la vitalidad que allí le latía. Cathy frunció los labios de pasión y el deseo pareció someterla por completo cuando él empezó a acariciarla de un modo más profundo y sensual. Parecía saber por instinto dónde era más vulnerable: en el hueco de la garganta y en el valle que habitaba entre sus senos.
Se encontró ofreciéndose más a él, acogiéndole entre sus brazos. Escuchó un suave sonido de placer y, de repente, se dio cuenta de que había sido su propia voz saliéndole desde lo más profundo de su interior, de una parte íntima que no había explorado jamás.
Había un intenso anhelo dentro de ella y se reflejó en su reacción. Los labios de Cathy buscaron los de él. Sus dedos le acariciaron el tórax, deslizándose a través de la amplia expansión de sus músculos y deteniéndose allí para enredarse en el suave vello que le cubría la piel.
Oyó que él pronunciaba su nombre. El ronco sonido que emitió la debilitó por completo y se perdió en la necesidad que sentía por Jared.
Él tomó posesión de su piel, acariciándola con movimientos de mariposa. Sus besos eran una droga; aquellos brazos, una prisión; el sonido del nombre de Cathy en sus labios, alimento para su pasión. Sólo importaba el allí y el entonces, sólo Jared y ella, como si fueran los únicos seres vivos en todo el mundo. Nada ni nadie importaba más que el hecho de encontrarse entre sus brazos y de que le estuviera haciendo el amor, amándola.
Su propia voz, cuando la utilizó, fue profunda y llena de pasión.
– Jared…
Pronunció su nombre como un grito, como un sonido que le nacía del alma y que habitaba entre sus labios. Se le ofreció de lleno, apretándosele contra la mano, moviéndose contra él, perdida en el deseo que sentía por él.
Poco a poco, se fue dando cuenta de que sus labios ya no respondían. Sus manos también se habían detenido y parecía estar apartándose de ella. ¿Qué había hecho? ¿Qué había dicho? ¿Por qué la había soltado y estaba escrutando la oscuridad a través del parabrisas?
– ¿Jared?
– Abróchate la blusa, Cathy -le dijo con voz dura, vacía de los sentimientos que ella hubiera jurado que había sentido minutos antes.
Sin prestar atención alguna a sus palabras, decidió que necesitaba ante todo escuchar de sus labios la razón de aquella repentina frialdad.
– ¿Por qué? -le preguntó. Aunque trató de contenerse, no pudo reprimir un sollozo. Sentía que las lágrimas le quemaban en los ojos.
Jared se volvió a mirarla. Los ojos parecían abrasar la carne de Cathy cuando la miró, admirando el escote que se le veía a través de la blusa abierta. Sin embargo, sus ojos eran fríos y, a pesar de la oscuridad, pudo notar una triste sonrisa en sus labios.
– Alguien me ha dicho, Cathy, en confidencia, por supuesto, que te estabas reservando para el matrimonio.
Se estaba riendo de Cathy, burlándose de ella y de sus recién encontradas emociones. Había vuelto a dejarla en ridículo. No. Ella había vuelto a ponerse en evidencia al tirarse entre sus brazos y ofrecérsele de aquel modo. Había estado dispuesta a satisfacer sus pasiones y, en aquellos momentos, Jared se estaba riendo de ella. Además, para humillarse aún más, le había preguntado el porqué.
Con dedos temblorosos, se abrochó de nuevo los botones de la blusa.
– Olvídate de que te he hecho esa pregunta. En realidad, ya no me importa la respuesta. Creo que deberías saber que eres el hombre más insufrible que he conocido nunca. Eres egoísta y egocéntrico y solo hieres a las personas -lo espetó-. ¡Fuera de mi furgoneta!
Con una fuerza que hasta le sorprendió a ella misma, trató de empujarlo hacia la puerta y sacarlo del vehículo.
– Espera un momento -dijo Jared, riendo-. No me has comprendido. No me estaba mofando de ti. En absoluto. Sólo estaba tratando de respetarte… -añadió, sin encontrar las palabras que buscaba.
– ¡Adelante! ¡Dilo! -bufó Cathy, furiosa-. Di lo que estás pensando. Adelante, di, «tu virginidad» -rugió. Entonces, dobló la mano para convertirla en un puño y le pegó en un ojo-. Eso es por burlarte de mí y esto -prosiguió, dándole una segunda vez, en la barbilla-, es por robarme el afecto de mi perro. ¡Te odio, Jared Parsons! ¡Te odio! Y si te vuelves a acercar a mí, te… te…
Lo que sentía en aquellos momentos bloqueaba todo pensamiento. Tras recoger la poca dignidad que le quedaba, Cathy abrió la puerta de la furgoneta, se bajó y salió corriendo por la carretera. Se alejó de Jared Parsons tan rápido como las piernas la podían transportar. Bismarc saltó de la parte trasera de la furgoneta y, con sus ladridos, rompió la tranquilidad de la noche.
Cathy estuvo recogiendo la cocina con el perro a su lado. Habían pasado tres días desde la última vez que vio a Jared Parsons. Furiosa, le dio una patada a la cocina, de inmediato, soltó un alarido de dolor. Estaba allí fuera, con la bella Erica, haciendo sólo lo que Dios sabía. Era culpa suya. Había dicho que no quería volver a verlo.
La mañana después de su último encuentro, había encontrado la furgoneta aparcada delante de la casa, como único recordatorio de que había estado en ella con Jared. Le parecía que su padre sabía algo, pero no pensaba preguntarle nada sobre él.
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