Cathy se tomó un trozo de queso y atacó el pan tostado. Justo cuando estaba a punto de tomarse un sorbo de té, el teléfono volvió a sonar. El té le salpicó la bata. Todo el mundo sabía que era casi imposible limpiar las manchas de té de algo blanco. Se sentía muy enfadada, furiosa con su propia torpeza y muy molesta con el teléfono.
Por fin, descolgó el auricular y se lo llevó a la oreja. Con voz fría y desafiante, contestó la llamada.
– Querría hablar con Catherine Bissette, por favor -dijo una voz algo nasal. A continuación, se oyeron dos estornudos en rápida sucesión.
– Al habla.
– Soy Teak Helm. Sé que es muy tarde, pero llevo tratando de localizarla toda la tarde y no ha habido respuesta. Un segundo, por favor -dijo.
Cathy esperó y contuvo el aliento. Escuchó más estornudos y una fuerte tos. Le hubiera gustado decirle que era un mentiroso, que ella había estado toda la noche en casa y que no había sido así. Sin embargo, decidió guardar silencio al recordar las palabras del señor Denuvue, que le recomendaban cautela.
– Recibí sus… sugerencias hace algún tiempo, pero, como puede escuchar, he estado con neumonía. Me han dado el alta en el hospital hoy mismo y esta es la primera oportunidad que he tenido de llamarla.
Cathy esperó. Casi no se atrevía a respirar. ¿Qué iba a decir de las correcciones? Aparte de la neumonía, no parecía un ogro.
– Estoy dispuesto a hacer varias concesiones -añadió-. Mañana tengo un día muy ajetreado, así que, ¿qué le parece si las repasamos ahora?
– ¿Se ha dado cuenta de la hora que es, señor Helm?
– Sin duda alguna. Si hubiera estado en casa antes, podríamos haber resuelto este asunto a las siete y media. Ahora, escriba esto porque no pienso volver a repetírselo.
– Muy bien, señor Helm. Estoy lista.
– Sé muy bien la hora que es y que usted ha estado de juerga toda la noche y que ahora no tiene ganas de hacer esto, pero no me importa. Yo no me siento nada bien. Veamos, en la página sesenta y seis, accedo al cambio que me propuso. En la página ciento cuarenta y tres, la situación ha sido cambiada, y, como verá, el resultado es como usted quería. Eso es todo.
– Pero si sólo ha accedido a dos cambios. ¿Y el resto de mis sugerencias? Señor Helm, sólo estoy tratando de ayudarlo a hacer un gran libro. Su novela tiene todos los ingredientes, pero le falta espíritu. En resumen, su personaje principal es muy periférico, y eso por ser generosa. No tiene profundidad alguna. Sus lectores van a sentirse muy desilusionados.
Teak Helm volvió a estornudar. Aquella vez, ni siquiera se molestó en apartarse el auricular de la boca.
– ¿Por qué no deja que sea yo quien se preocupe de los lectores? Usted ocúpese de su trabajo.
– Usted es mi trabajo. Y tiene razón en una cosa. Es mejor que se preocupe por sus lectores, porque, cuando lean este libro, van a pensar que está muy lejos de lo que esperan de usted. Déjeme decirle que yo he leído todas sus novelas y creo que esta no se puede comparar con la primera en nada. ¿Me ha oído, señor Helm? Esta novela no tiene el espíritu de la aventura en el mar. Dado que usted escribe novelas marítimas, creo que debería escucharme. Yo esperaba que tuviéramos una relación larga y estable.
– Si ésa es su intención, entonces le sugiero que haga lo que le digo. He corregido las galeradas y he seguido dos de sus sugerencias. No tengo deseo alguno de retener la impresión de mi manuscrito más de lo necesario. En resumen, señorita Bissette, si sigue tratando de hacer que cambie de opinión, tal vez decida no entregar el manuscrito. ¿Nos entendemos?
– Sin duda, señor Helm. Sólo tengo una sugerencia más. Si yo fuera un hombre y le hubiera enviado la misma carta, ¿habría considerado los cambios?
– ¿Está pensando en quemar el sujetador, señorita Bissette?
Cathy se quedó sin palabras. Miró el auricular y luego lo colgó con fuerza, aunque no sin antes escuchar un nuevo estornudo.
– Espero que se asfixie -le espetó al teléfono.
¿Por qué diablos había tenido que encontrarse con dos personas tan insoportables como Teak Helm y Jared Parsons? Debían de haberlos cortado con el mismo patrón.
Decidió que no lloraría. Ya estaba más allá de las lágrimas. Había hecho todo lo que había podido y no era suficiente. Al día siguiente, le diría al señor Denuvue que terminaría aquella semana y luego dimitiría del puesto. Volvería a Swan Quarter, al lugar del que no debería haber salido nunca. Nueva York y sus manzanas no parecían irle demasiado bien.
Dos cambios y encima parecía que le estaba haciendo un favor. Para colmo, amenazaba con no entregar el manuscrito. Además, ¿qué le importaba a él si estaba de juerga toda la noche? Por si todo aquello fuera poco, había mentido al decir que la había estado llamando toda la tarde. Seguramente había estado en el hospital pero en los hospitales no daban de alta a los pacientes que sonaban como él. ¿A quién se creía que estaba engañando?
Algo triste, se tendió en la cama y se quedó tumbada en la oscuridad, con los ojos cerrados. Debería llorar. Tal vez se sentiría mejor. No. No lo haría. Ya había derramado suficientes lágrimas en Swan Quarter. Decidió que lo dejaría todo hasta el día siguiente. Cuando entrara en el despacho del señor Denuvue, confesaría lo ocurrido y le entregaría su dimisión.
No obstante, a pesar de sus esfuerzos, las lágrimas que tanto había luchado por contener se derramaron mientras dormía.
Capítulo Nueve
Cuando Cathy se despertó, nadie se pudo sorprender más que ella al darse cuenta de que había cambiado de opinión. No iba a dimitir. Nunca se había apocado ante las dificultades y no lo iba a empezar a hacer en aquel momento. Tendrían que atarla y enviarla por correo al otro lado del mundo antes de que ella se marchara de Harbor House Publishing. Lucharía hasta el último momento. De lo único que era culpable era de tratar de ayudar a un buen escritor a convertirse en uno muy grande. Se había despistado en su último libro, pero, si ella podía hacer algo para enmendar aquel error, lo haría. Esperaba que el señor Denuvue no la despidiera por ello.
En el momento en que Cathy entró en la editorial, notó que algo era muy diferente. Los otros editores la miraban con una mezcla de asombro y vergüenza. Billy la miraba con los ojos como platos. Incluso el propio Walter Denuvue salió de su despacho con los brazos extendidos.
– Me alegro de que hayas llegado temprano. Todos hemos estado esperando para ver qué hay en ese sobre -le dijo, señalando el escritorio de Cathy.
Ella se humedeció los labios y miró hacia donde le pedía su jefe. Una pradera completa de flores silvestres cubría su escritorio y el sillón. En medio de aquel jardín de color, había un sobre que llevaba el sello de Teak Helm.
Abrumada por lo que veían sus ojos, a Cathy le costó mucho abrir el sobre. Recorrió con la mirada las palabras impresas que encontró en una hoja de papel y sonrió. Entonces, le entregó el papel a Walter.
– Lo has conseguido, Cathy -dijo él con una sonrisa-. Has convencido a Teak Helm. Buena chica. ¿Qué más hay en ese sobre?
– Las dos revisiones a las que accedió en un principio. ¿Se puede creer, Walter, que Teak Helm haya accedido a aceptar todas mis sugerencias? Este libro va a ser una obra de arte cuando hayamos acabado. Será el mejor de Teak Helm hasta la fecha… ¡Estoy tan emocionada! No se lo va a creer, pero anoche, cuando me metí en la cama, estaba decidida a dimitir esta mañana. Después de mi conversación con el señor Helm, estaba completamente segura. Nunca habría creído que cambiaría de opinión bajo ninguna circunstancia.
– Sin duda, han sido tus encantos. Bueno, en estos momentos, creo que lo más urgente es qué vamos a hacer con este jardín botánico.
– ¿No me las puedo quedar? -le preguntó ella-. Nunca he visto tantas flores silvestres en toda mi vida. De hecho, es la primera vez que un hombre me manda flores.
– ¡Claro que te las puedes quedar! ¡Billy! Ayuda a Cathy a retirar esas maravillas de la naturaleza de la mesa para que pueda trabajar, pero ten cuidado de no estropearlas.
Cathy no se dio cuenta de que su jornada de trabajo estaba a punto de acabar hasta que el teléfono no empezó a sonar. Una voz fría y distante, que se identificó como Megan White, le dijo que era la secretaria del señor Teak Helm.
– El señor Helm desea informarla de que estamos trabajando a contrarreloj para cumplir con sus sugerencias. Alguien de nuestra oficina la llamará todos los días para que usted esté al tanto de nuestros progresos.
– Bien -respondió Cathy, demasiado aturdida y atónita como para decir nada más. Con eso, colgó el teléfono.
Durante el resto de la semana, llegó un sobre todas las mañanas, correspondiente a las páginas que se habían revisado. Walter no mencionó que el manuscrito debería haber estado terminado hacía varios días. No parecía importarle. Cathy esperó que no le echaran a ella la culpa, pero no tenía tiempo de pensar en aquello. Tenía que concentrarse en el manuscrito. Otros tres días más, si Helm seguía trabajando al mismo ritmo, bastarían para completar el libro. Y cómo lo completaría. Seguramente, hasta él mismo se daba cuenta de que era el mejor. Si Walter conseguía darle la publicidad adecuada, aquella obra despegaría como un cohete. Personalmente, a Cathy le encantaba desde la primera página hasta la última. Teak Helm estaba ateniéndose justo a sus indicaciones. Ni añadía ni omitía nada.
Sin especial interés, se preguntó cómo estaría de salud. También se preguntó muchas otras cosas, como por qué la llamaba una secretaria diferente todos los días. ¿Acaso los hombres como Teak Helm se rodeaban de mujeres que se hacían pasar como sus secretarias, como ocurría con Jared Parsons y Erica? La última no había parecido demasiado inteligente, porque le había dicho que al señor Helm no lo molestaba en lo más mínimo que se tomaran unas cuantas libertades con sus palabras.
– Ni se me ocurriría -le había respondido Cathy.
– Bueno, pues te aseguro que puedes hacerlo, cielo. Al señor Helm no le importa en absoluto.
Llegó el viernes por la tarde y, con él, otro envío de la floristería. Aquella vez era un colosal centro de margaritas multicolores, la flor favorita de Cathy. Tras recoger sus cosas, pasó por delante del despacho de Walter con las flores en la mano, para que su jefe las viera.
Cathy sonrió y llamó al ascensor. Decidió que lo primero que iba a hacer era telefonear a su padre y hablarle de lo que había ocurrido en aquellos últimos días y de las flores. Después, se iba a lavar el pelo y a limpiar su apartamento. El mundo parecía estar de su lado y le encantaba. Tal vez todavía podría mejorar un poco más, pero estaba lo suficientemente bien por el momento. Lucas se iba a sorprender mucho cuando le hablara de la reacción de Teak Helm con respecto a las correcciones de su novela. El corazón le latió un poco más fuerte cuando se imaginó que las primeras palabras de su padre serían noticias de Jared Parsons. Ella empezaría preguntando sobre Bismarc, lo que cubriría quince minutos de conversación. Luego por la salud de su padre, que siempre solía estar bien y, por último, sobre Jared. Sin embargo, desconocía si su padre estaría dispuesto a darle aquella información.
Cathy esperó impaciente mientras el teléfono sonaba en Swan Quarter. Cuatro, cinco, seis…
– Hola -dijo, por fin, su padre.
– ¡Papa! ¿Cómo estás?
– Bien. ¿Y tú?
– Muy bien. ¿Cómo está Bismarc?
– Bien. Ahora está en la playa, fingiendo que va a capturar un pez en cualquier momento. ¿Cómo va tu nuevo trabajo?
– Papá, no te vas a creer lo que voy a decirte, pero voy a hacerlo de todos modos. Teak Helm ha aceptado mis sugerencias y ha decidido cambiar todas las cosas que le indiqué. Unos días después de que empezara a trabajar como editora suya, me envió un montón de flores y hoy me ha mandado un gigantesco centro de margaritas. Es la primera vez que un hombre me envía flores. Y ni siquiera nos conocemos. En realidad, solo he hablado con él por teléfono una vez y, en esa ocasión, me dijo que lo íbamos a hacer a su modo o nada. Iba a dimitir a la mañana siguiente, pero durante la noche, debió cambiar de opinión y decidió que yo sabía de lo que le estaba hablando. Sin embargo, hay otro pequeño problema. Su nuevo manuscrito no ha llegado todavía y me estoy empezando a preocupar. Aunque al señor Denuvue no le molesta, creo que todos tenemos mucho cuidado de no mencionarlo, esperando que llegará al día siguiente.
– Parece que te has adaptado a la perfección en tu trabajo. Por cierto, te envié un paquete el otro día. Debería haber llegado ya.
– ¿Qué me enviaste? -preguntó ella con curiosidad. Tal vez se había dejado algo en Swan Quarter.
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